Cuando, por ejemplo, estamos cocinando y probamos añadirle tal o cual condimento a lo que preparamos, "para ver a qué sabe", estamos aprendiendo empírica o artesanalmente en el contexto de la etapa de operación de nuestro proceso culinario; si medimos y añadimos el condimento para explorar y determinar la cantidad recomendada o normalizada que debemos incluir en una receta, estamos aprendiendo técnicamente o por ensayo y error, en el contexto de la etapa de diseño detallado de nuestro plato; pero si tratamos de calcular la cantidad precisa del mismo condimento que, en presencia de otros ingredientes cuyos roles somos también capaces de conceptualizar, logrará la calificación óptima de nuestra preparación ante un cierto jurado imparcial evaluador, entonces estamos en el campo o la etapa de la experimentación propiamente dicha, la cual, como podemos apreciar en el ejemplo, sólo tiene sentido en el contexto del uso de un cierto modelo predictivo, que a su vez demanda capacidades educativas y cognitivas modernas. Sin predicción conceptual, sin el afán de optimizar alguna respuesta o decisión ante lo que podría ocurrir "si esto o si lo otro", no podemos hablar de capacidades experimentativas, al menos en el sentido restringido que aquí queremos darle a este término.

Si bien podemos afirmar que las capacidades de experimentación pueden ayudarnos a generar nuevos conocimientos en cualquiera de las etapas de un proceso moderno de vida, también queremos añadir que su aplicación es particularmente pertinente en el contexto de sus etapas preliminares de planificación. Ello es así, y análogamente al caso de los niños, que son más propensos y tienen como más derecho a disfrazarse y representar otras personalidades, sin mayores consecuencias, debido a que por regla general en estas etapas preliminares los costos de la experimentación son relativamente menores a los de etapas posteriores. La experimentación durante las etapas de programación y construcción, y en adelante, tiende a acarrear costos prohibitivos y es relativamente poco aplicable frente a otras formas de generación o investigación de nuevos conocimientos, como, por ejemplo, a partir del análisis de datos, simulaciones computarizadas o revisiones bibliográficas. Por esto, la experimentación, planificación experimental, experimentación piloto, diseño experimental, desarrollo experimental, desarrollo (development, en la literatura anglosajona) o términos afines, está tan vinculada a la planificación o al diseño básico en general que a veces se la considera como una sola y misma etapa, a la que se suele llamar Actividades preliminares, o sea, todo lo que va desde la formulación de propósitos o análisis de necesidades hasta la programación o diseño detallado.
El carácter iterativo, por aproximaciones sucesivas, recurrente o no lineal de todo proceso de vida es particularmente notorio en estas etapas preliminares. Esto tiene su origen en un rasgo común a la evolución de todos los entes vivientes, cual es el de que nos vemos obligados a tomar decisiones o escoger cursos de acción sin saber cuáles serán las consecuencias futuras de lo que decidimos, por lo que, cuando posteriormente sabemos más, tenemos que revisar, hasta donde sea posible, lo que antes decidimos con mayor incertidumbre, pero con la restricción de que cada vez tenemos menos opciones pues vamos quedando comprometidos con lo que ya escogimos. Cuando somos niños es como si tuviésemos muchas más opciones de vida para escoger, pero a menudo nos faltan criterios para hacerlo, y viceversa, cuando nos vamos poniendo viejos sabemos mucho más lo que nos gusta y lo que queremos, pero hay muchas decisiones que ya tomamos y no podemos convertirnos exactamente en eso que anhelamos. Mientras menos nos demos cuenta de este carácter de la vida, es decir, mientras menos seamos capaces de enfrentar la incertidumbre haciendo un alto o revisión de nuestras decisiones tan prontamente como sea posible y al final de sus distintas etapas, más nos condenamos a no aprender de nuestras experiencias y a repetir los mismos errores hasta que el cuerpo aguante. Pero si, con la transformación de nuestras capacidades procesales experimentativas, aprendemos a aprender tempranamente del futuro, para liberarnos en algún modo de nuestro pasado y revisar y afinar, hasta donde se pueda, nuestros planes iniciales y decisiones anteriores, entonces podremos crecer y evolucionar más efectivamente en concordancia con nuestros propósitos.
En particular, en todos los procesos de emergencia de las sociedades modernas podemos apreciar etapas de experimentación en donde ciertas localidades o polos demuestran con hechos que tiene sentido hacer las cosas de una nueva manera, acorde con nuevas teorías, y logran convencer al resto de que vale la pena cambiar y ser diferentes al pasado. En América Latina, hoy, percibimos cuatro polos o centros principales de experimentación que apuntan hacia una transformación fundamental de nuestros sistemas de vida, ubicados en el eje Sao Paulo-Curitiva-Porto Alegre, en Brasil; en torno a Santiago, en Chile; en torno a Monterrey, en México; y alrededor de Medellín, en Colombia, que están actuando como enclaves modernizadores y brindando soporte a una propositación y planificación cada vez más estratégicas de todas sus sociedades, y que a la larga se convertirán en faros para todo nuestro subcontinente. La experiencia de Ciudad Guayana, en Venezuela, que una vez lució promisoria a nivel latinoamericano, ha perdido lamentablemente, asfixiada por la corrupción, el clientelismo y el rentismo, su dinamismo original. Asimismo, apreciamos que, si bien tarde o temprano será mucho lo que todos podremos aprender de la evaluación de la rica experiencia cubana, esta se ha convertido en una náufraga de la Guerra Fría, en buena medida atrapada en un callejón sin salida mientras persista en su empeño de derrotar al Imperio sin tener ni remotamente con qué. Y no logramos imaginar como los países que adopten al cubano como su prototipo podrán escapar a este destino.

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