viernes, 11 de septiembre de 2009

Nuestras capacidades procesales factibilizativas

Supongo que ni ustedes ni yo queremos reeditar aquí la discusión que ya hice, en el artículo "Nuestras capacidades procesales propositivas", acerca del procedimiento adoptado en este blog para la escogencia de neologismos como este calificativo factibilizativas, el verbo factibilizar o el sustantivo factibilización, y términos vecinos, que usaremos en adelante. A quienes se la hayan perdido los remito a dicho artículo, no sin redundar en que para accesarlo sólo tienen que presionar un delicado clic en el hipertexto anterior. Lo que es igual a decir que, hasta nuevo aviso, no me considero culpable de haber pensado en este asunto de manera diferente o en mayor dosis que otros o, si se prefiere, de no disponer por el momento de expresiones más correctas, convencionales o melifluas para expresar lo mismo, o, lo que sería el caso más grave, de no haberme enterado de que otros más avezados ya expresaron estas ideas y con un mejor uso del lenguaje. En cualquier caso: ¡vivan la flexibilidad expresiva y los derechos a equivocarnos, a interactuar con los lectores y a corregir prontamente nuestros errores que nos ofrecen los blogs! Y vayamos ahora al grano.

Durante la Segunda Guerra Mundial y en sus vecindades, aparte del pandemónium bélico y sin que la mayoría de los latinoamericanos lo supiésemos (algunos porque no existíamos), en el planeta Tierra se puso en escena la que quizás haya sido la más intensa confrontación intelectual de todos los tiempos. Si, con una metáfora que nos encanta y que no recordamos si ya la hemos usado aquí, al menos en su versión completa, se apagasen todas las demás luces y se encendiese fugazmente un bombillo de, digamos, unos cien vatios, cada vez que se crea una sinapsis -es decir, un nuevo conocimiento- en el mundo, los destellos terrestres visibles desde el espacio, durante esos años, muy probablemente habrían sido los más intensos jamás vistos en la categoría de estos lares. Tras la fachada de quien construía primero el arma nuclear, se libró una pugna por ver quien generaba más conocimientos y, todavía en los más profundos entretelones, por ver quien adquiría las más efectivas capacidades para generar tales nuevos conocimientos. Si algún día se escribe una historia universal epistemológica de la humanidad, de la cual, que sepamos, sólo se han hecho esbozos, esos años cuarenta del siglo pasado seguramente serán un hito decisivo.

Se trató, nada más y nada menos, que de dirimir quien triunfaba en la más cruenta conflagración humana jamás librada y quien detentaría el liderazgo científico y tecnológico de las venideras décadas y quizás siglos y, a partir de allí, la hegemonía económica, política y cultural en el futuro al menos cercano. Dependiendo de quien fuese el triunfador, entre los contendores principales, si los del Eje, bajo batuta alemana, o los Aliados, abanderados por rusos y, sobre todo, anglosajones, con sus respectivos socios estratégicos, bien distinto habría sido el porvenir humano y, particularmente, el de nosotros los latinoamericanos. Nos resulta claro que el peor de los destinos nos lo habría deparado un triunfo de las potencias del Eje, en cuyo caso, o sea, de haber logrado primero Hitler la bomba atómica, de la que estuvo a un tris, no sería descartable que los latinoamericanos hubiésemos terminado convertidos en algún tipo de lateinamerikanisch Würstchen (salchicha latinoamericana)..., puesto que en la taxonomía del Führer, que iba desde los ciudadanos arios en el tope hasta diversos estratos de súbditos y otros seres despreciables por debajo, nosotros, quizás sólo sucedidos por los africanos, éramos los especímenes de la peor ralea y ya a algunos de más arribita habían decidido exterminarlos... O si, en otra conjetura, hubiesen ganado los rusos la presea nuclear, nos luce que Stalin, Beria y compañia nos habrían regimentado y controlado hasta el uso de las fosas nasales -seguramente con prioridad a la de la izquierda- para respirar...

Pero no ocurrió lo peor, ni lo segundo peor, sino lo tercero peor: la victoria aliada con hegemonía nuclear estadounidense, pero no bajo la presidencia de Roosevelt, quien se murió a destiempo después de haber construido la alianza estratégica con Einstein, Fermi, Oppenheimer y demás físicos e ingenieros que jugaron un rol decisivo para el triunfo en la carrera atómica, y quien tenía la más clara visión política de las responsabilidades con la humanidad que adquiría el poseedor de la letal arma, sino con Truman y luego Eisenhower y sus bandadas de halcones, quienes poco habían hecho por, y ni enterados estuvieron del ultrasecreto Proyecto Manhattan, pero que ni cortos ni perezozos de inmediato descubrieron el poder y las ventajas que les proporcionaba la preponderancia nuclear recién ganada. Emergió así el mundo real de la posguerra, el que hemos conocido, con su nada llevadera carga de calamidades e injusticias, pero definitivamente más respirable que las dos otras opciones.

En particular, esta experiencia científico-tecnológica y su correspondiente ambiente posbélico potenciaron la importancia de la verdadera educación, y especialmente de la educación superior, de la investigación científica y de la innovaciones tecnológicas, lo que es lo mismo que el lanzamiento de las capacidades estructurales propiamente educativas, vinculadas al empleo productivo, cultural, territorial y político de conocimientos articulados en torno a modelos predictivos o de tipo científico, y del nuevo paquete de capacidades procesales, que examinaremos brevemente en este y los próximos capítulos, también sólo posibles con apoyo en la incorporación de las fases de modelación, análisis y optimización al modo de trabajo tecnológico correspondiente. El inconveniente que ahora se nos presenta, parecido al ya confrontado cuando tratamos de aquellas capacidades estructurales educativas, consiste en tener que hablar de capacidades que, pese a aparentar ser poseídas bajo denominaciones verbalmente semejantes a los de otras latitudes, en verdad sólo existen muy incipientemente en nuestras naciones latinoamericanas. Tales son los casos de la educación, la modelación, la planificación o la tecnología, que entre nosotros denotan más bien instrucción, sistematización, programación o técnica; o los de la realización de estudios de factibilidad o de diseños básicos o conceptuales, también muy poco practicados en estos sures que también existen.

De la intensísima experiencia de descubrimientos científicos e innovaciones tecnológicas vivida durante la megaguerra mundial se han derivado buena parte de las innovaciones en informática, cibernética, telecomunicaciones, energía nuclear, aeronáutica, materiales polímeros, y muchas otras, que han cambiado drásticamente el paisaje artificial de las décadas siguientes, incluida la primera de nuestro novel siglo, y de las que tendremos oportunidad de charlar en otro momento. Por ahora, lo que nos interesa destacar es que tal cúmulo de innovaciones fue, en una alta medida, el resultado de un salto cuántico en la metodología o capacidad de trabajo tecnológico en proyectos, la cual, aunque venía evolucionando lentamente desde los días de Watt y su máquina de vapor, entró a la contienda de los cuarenta con más o menos las mismas seis etapas de las que hemos hablado antes pero salió con doce etapas según el conteo de este servidor.

Si, aprovechando el recurso informático a la mano, designamos con el color rojo las etapas características del proceso de trabajo (que, como ya va dicho, es un componente medular del proceso de producción, tal y como éste lo es del de vida) simple, con el color naranja las del proceso de trabajo artesanal o tradicional, con el color verde las del proceso de trabajo técnico o medio, y con el color azul las del proceso de trabajo tecnológico o moderno, entonces nos queda, empleando la terminología más afín al lenguaje ingenieril contemporáneo, que el primer conjunto de capacidades procesales o ciclo de trabajo simple, o primitivo, con una sola etapa principal, sería algo así como: (Incepción) - Operación - (Finalización); el proceso de trabajo artesanal, o tradicional, con cuatro etapas principales, quedaría como: (Incepción) - Planteamiento de necesidades - Construcción - Operación - Distribución - (Finalización); el proceso de trabajo técnico o medio, con seis etapas principales, como: (Incepción) - Definición de necesidades - Diseño detallado - Construcción - Operación - Mantenimiento - Distribución - (Finalización); y el proceso de trabajo técnológico, con doce etapas principales, como: (Incepción) - Análisis de Necesidades - Estudio de factibilidad - Diseño básico - Diseño experimental - Diseño detallado - Construcción - Operación - Mantenimiento - Distribución - Atención al consumo - Rediseño - Retiro - (Finalización). Y es de aquí, de esta conceptualización y sin repetir toda la analogía con lo anterior, que el autor de este blog ha derivado la siguiente secuencia generalizada de etapas características del proceso moderno de vida, aplicable a todas las esferas estructurales y no sólo al ámbito del trabajo o de la producción: (Incepción) - Propositación - Factibilización - Planificación estratégica - Planificación experimental - Programación - Construcción - Operación - Administración - Distribución - Consunción - Replanificación - Retiración - (Finalización). Los cambios terminológicos propuestos intentan, sobre todo, adaptar los vocablos al ámbito extraingenieril, en donde se desarrollaron sobre todo durante la citada contienda bélica mundial.

Como quiera que reconozco que lo que precede no debe ser sencillo de entender, sobre todo para quienes no tengan experiencia trabajando en proyectos tecnológicos complejos, que serán la mayoría de mis lectores, pondré a continuación el ejemplo de lo que está aconteciendo en las naciones llamadas desarrolladas con la problemática del calentamiento global o Cambio Climático. Mediante el análisis de enormes cantidades de datos, en estos países se han dado cuenta de la existencia de tendencias centrales anómalas en las temperaturas medias del planeta, que preconizan un paquete de fenómenos del tipo que sólo se había detectado durante las llamadas interglaciaciones, ocurridas aproximadamente cada cien mil años, y con la última hace sólo alrededor de hace unos diez a doce mil años, los cuales tienden a ser altamente amenazantes para la vida planetaria tal y como está organizada actualmente. Inmediatamente, luego de la toma de conciencia (Incepción) de que hay que hacer algo al respecto, los científicos y estudiosos han hecho profundos Análisis de necesidades que llaman la atención sobre los componentes antropogénicos del problema, o sea, de los factores derivados de la actividad humana -y sobre todo de los humanos más pudientes y generadores de contaminantes-, y han determinado que las concentraciones de CO2 en la atmósfera han alcanzado sus topes de todos los tiempos, han creado una especie de "Efecto invernadero", y amenazan con incrementar hasta 6°C ó más las temperaturas promedio de la Tierra, con efectos potenciales devastadores. A partir de allí se ha desatado, paralelamente, una etapa de Propositación, en escala social y en los ámbitos culturales, territoriales, mediáticos, educativos y políticos, en donde múltiples voceros, a quienes ellos gustan de llamar campeones, con Al Gore y otros a la cabeza, ocupando con frecuencia los titulares de primera plana de los diarios y noticieros televisivos, han señalado que hay que hacer algo para impedir el desastre. Frente a ellos, Bush y sus amigotes de la mayoría de las transnacionales petroleras lanzaron una campaña multimillonaria en dólares para intentar demostrar que no eran, o por lo menos que no había pruebas suficientes, tales factores antropogénicos, por supuesto muy ligados a la quema de combustibles petroleros, los causantes del calentamiento global o Cambio Climático, puesto que supuestamente hasta Mercurio, sin humanos ningunos encima, también se estaba calentando globalmente, etc.

Por ello hubo que validar el Análisis de Necesidades inicial con una Comisión Intergubernamental (Intergovernmental Panel on Climate Change, IPCC), integrada por numerosos científicos de todas partes del mundo, la cual, después de un estudio exhaustivo, llamado el AR4, que les valió, junto a Al Gore, el mero Premio Nobel de la Paz, publicado en 2008, ratificó en todos sus puntos los planteamientos científicos originales y lanzó nuevos alertas de los que se han hecho eco casi todos los organismos intenacionales, desde Naciones Unidas para abajo, y quienes están ahora impulsando Estudios de factibilidad para lograr la Factibilización, es decir, la demostración de que son factibles, de las soluciones candidatas al problema detectado. Y de allí están emanando numerosos acuerdos, resoluciones e iniciativas que apuntan hacia la Planificación estratégica, y muchas veces Planificación experimental de la búsqueda de soluciones, y que, una vez superada la crisis económica mundial, también ligada a un estilo despilfarrador de desarrollo, volverán seguramente a ocupar las primeras planas de los asuntos mundiales. Y, mientras tanto, como ya hemos dicho que estos procesos no son nada lineales, las grandes empresas fabricantes de automóviles, ya están diseñando experimentalmente vehículos híbridos, eléctricos y a gasolina, capaces de rendir hasta 100 km por litro de gasolina, y se están reemplazando los plásticos desechables, instrumentando programas de ahorro energético, etc., que se convertirán en los diseños detallados, con sus correspondientes planes y programas políticos, educativos, etc., y las construcciones de vehículos, materiales, artefactos diversos del futuro, de los envases y electrodomésticos que un día operaremos nosotros... ¿Se entiende, entonces, la importancia de esto de los procesos de vida y sus etapas? Si no es así, por lo menos que no panda el cúnico...

Mientras tanto, mientras ellos, los países tecnológicamente más avanzados - no interesa en este momento si han sido también los generadores del problema-, viven un proceso moderno de búsqueda de soluciones y de monitoreo intensivo de toda la evolución del calentamiento global, nosotros los latinoamericanos, a quienes se nos incluye entre las naciones llamadas tecnológicamente niñas en la literatura internacional, con la excepción honrosísima de Brasil, que sí entiende en profundidad lo que está pasando, tiene capacidades propias de pronóstico climatológico y está impulsando planes estratégicos de ahorro energético; y, a mucha distancia, de Cuba, porque las consecuencias del calentamiento global la afectan en carne propia año tras año, y tienen la ventaja de que los pronósticos de Miami les sirven como anillo al dedo; nosotros, decía, hacemos denuncias, nos quejamos del imperio, echamos culpas a troche y moche, pero en el fondo somos, debido a la debilidad estructural y procesal de nuestras capacidades, comparsas de un espectáculo que protagonizan otros, y seguiremos siéndolo mientras no salgamos de nuestro histórico adormecimiento.

En los casos de letargo más profundo, como el venezolano, ni siquiera una tragedia de proporciones mayúsculas como la reciente de Vargas, en 1999, cuyas pérdidas humanas se han estimado entre 15000 y 30000 víctimas, y las materiales en 3000 millones de dólares, ha sido suficiente para que, con coherencia y capacidades de propositación, factibilización y planificación, y sin dejar de exceptuar los valiosos esfuerzos hechos por investigadores e instituciones aislados, se implementen medidas, de nivel ampliamente estatal, preventivas ante las tragedias anunciadas de nuevos deslaves, inundaciones, sequías, olas de incendios forestales, desertificaciones, y mejor me callo y paro de contar, pues de esta cabuya tengo un rollo más largo del que me habría gustado y no sé hasta dónde podré seguir guardándolo enrollado, o a partir de qué momento terminaré como el cartero apedreado porque sus cartas portaban malas noticias...

2 comentarios:

  1. Hola Edgar, para responder tu comentario sobre las correcciones, debo aclarar, que la palabra perpetuamente se escribe sin acento; allí no la coloqué bien. En cuanto a la palabra aimara, también acepto que la y no la lleva, estoy usando un diccionario Larousse y allí está equivocado; pero, te aclaro, lo correcto es aimará, con acento y así lo había escuchado por La Gran Sabana. En cuanto a cárcel, si está correcto escribirlo así.Mezcolanza, a pesar de venir asociado a mescolanza, como viene de mezcla, lo más correcto es escribirlo con z.En cuanto a lo demás, en realidad, lo que propuse fue que lo evaluaras, pero por esta vía sería muy largo discutirlo, por ahora lo voy a dejar así. Hasta luego.

    ResponderEliminar
  2. ¡Chévere y gracias por todo tu celo con la ortografía y sintaxis del blog, Tigre! En cuanto a lo de aimara, aymará y aimará, es cierto que se usa y pronuncia de todas estas formas, y hasta es probable que, para la edición 23º del Diccionario de la Lengua Española, incorporen algunas de estas formas, pero hasta el momento, inclusive en los avances de esta edición, que se pueden consultar en Internet, no lo han hecho, y la única variante aceptada tanto por la Real Academia Española como por la Academia Boliviana de la Lengua es aimara. Seguimos en contacto.

    ResponderEliminar