Me temo que muy contadas respuestas, sobre todo si se excluyesen las regiones del sureste de Brasil y del noreste de México, que son las tecnológicamente más avanzadas de nuestro subcontinente, apuntarían a señalar que se trata de empresas tecnológicamente líderes y con paquetes o conjuntos sofisticados de capacidades productivas. Y presumo, pues en caso contrario este blog sería superfluo, que pocos o nadie resaltarían que se trata de empresas que, independientemente de sus tamaños o estilos de penetración de mercados, poseen capacidades productivas avanzadas o de punta, tanto estructurales como procesales y sustanciales, que constituyen la clave de su liderazgo y de su facilidad para traspasar fronteras de variada índole. Son demasiados los compatriotas latinoamericanos que creen que el tamaño, el poder financiero o el poder político de los Estados que las respaldan constituyen la clave de la condición expansionista de estas empresas, cuando resulta que, en su esencia, tal clave no es otra sino el dominio de capacidades productivas modernas o tecnológicas, que pueden concederles, aunque no necesariamente, las llamadas ventajas competitivas en relación al grueso de nuestras empresas medias o técnicas. O, con otras palabras, la mayoría desconoce que hoy en día existen al menos muchos miles de pequeñas y medianas empresas transnacionales, que producen software, equipos, partes y accesorios, y que se identifican con, por ejemplo, esos numerosos nombres raros que aparecen cuando encendemos el computador o vemos por dentro un equipo sofisticado, gracias a su liderazgo en materia de conocimientos.
La competitividad, concepto cuasi mágico con el cual se ha querido explicar el alfa y omega de las ventajas de unas empresas sobre otras en un mercado dado, y de la que ya tendremos ocasión de ocuparnos más a fondo, no es otra cosa, desde la perspectiva que aquí estamos sustentando, que un efecto asociado al desarrollo de capacidades productivas avanzadas. Decir que la mayor competitividad es la causa de la hegemonía de las empresas transnacionales es como decir que los atletas olímpicos líderes lo son porque son más competitivos, lo cual constituye una tautología o juego de palabras que no nos explica mucho, puesto que si son líderes es porque son competitivos y viceversa. Para nosotros, en un caso como en el otro, la explicación hay que buscarla en el desarrollo desigual de capacidades de diversa índole que, en el caso de los atletas, se adquieren, a partir de ciertas aptitudes naturales, claro está, con la formación actitudinal y conceptual, el entrenamiento físico, la alimentación, el cuidado de la salud, la disciplina y otras; y, en el caso de las empresas, también a partir de ciertas condiciones iniciales, a través del desarrollo de capacidades estructurales de valorización, gestión, trabajo, formación y otras, de capacidades procesales de factibilización, diseño básico, diseño experimental, relacionadas con el consumo y otras, y de capacidades sustanciales de manejo de materiales, energía, personal, información, conocimientos y otras. La mayor competitividad, o sea, el desempeño superior de los atletas que vemos en la pista, o de las empresas que apreciamos en el mercado, no es sino la resultante de todo un previo y complejo proceso de capacitación en múltiples dimensiones.
En las tres entregas anteriores nos ocupamos de las capacidades avanzadas o modernas al inicio de los procesos de producción o, más ampliamente, de vida, mientras que ahora, en este y los próximos dos artículos, trataremos de las capacidades avanzadas al final de dichos procesos, o sea, de lo que modernamente ocurre después de la etapa de distribución, que, si mal no recuerdan, era la última en los procesos medios y tradicionales. Veremos también que el desarrollo de capacidades en estas nuevas etapas finales sólo es posible en el contexto del aprovechamiento intensivo del recurso conocimiento, lo que, estructuralmente, demanda el desarrollo de capacidades educativas. Es con el dominio de estas capacidades procesales finales, sumado a las ventajas derivadas de las capacidades tecnológicas iniciales, como las empresas transnacionales a menudo se colocan en condiciones de arrasar a las nuestras en las lides por el control de los mercados. Mientras que nuestras empresas luchan por roer los duros huesos de los mercados, las transnacionales los penetran con tenazas, consistentes, por un lado, en sus capacidades tecnológicas de factibilización, diseño básico y experimentación, y, por otro, con sus capacidades vinculadas al mercadeo, consumo, rediseño y retiro de productos.

En cuanto al término utilizado, esta vez estuvimos cerca de quedar eximidos de la necesidad de introducir novedades lingüísticas, y por tanto a resguardo de potenciales regaños, pues, aunque algunos lectores lo duden, el sustantivo consunción y el adjetivo consuntivo ya están en nuestro DRAE (por si acaso, para algún rezagado, Diccionario de la Real Academia Española, Edición 22a, 2001), sólo que -este mundo siempre es como él quiere y casi nunca como nos gustaría- su acepción adjetiva está extrañamente limitada a "que tiene virtud de consumir", en lugar de, como nos hubiese encantado, "relacionado con la acción de consumir y los efectos del proceso de consunción". En este caso tendremos que aplicar aquello de que más vale poco que nada, por lo cual, simplemente, nos toca estirar la cobertura de este adjetivo, como lo han hecho en inglés con consumptive, que sí tiene ya la acepción amplia con que usaremos aquí este calificativo.
Tan escasas, como todas aquellas capacidades que demandan el uso estructural de modelos de simulación y optimización, son estas capacidades consuntivas en el mundo contemporáneo que su posesión, junto a las demás capacidades avanzadas que ya hemos explorado, constituye un elemento decisivo para el control de los mercados. Si las empresas artesanales y técnicas tantean y hacen ensayos para conocer las características relevantes de los mercados, las empresas tecnológicas utilizan modelos de tipo científico que les permiten encontrar valores óptimos para los parámetros de los productos y procesos que ofertan. Análogamente, en la política moderna, mediante estudios de preferencias y opiniones políticas de los ciudadanos electores, se factibilizan y diseñan campañas y se experimentan programas políticos, o, en el ámbito educativo propiamente dicho, mediante estudios del proceso de aprendizaje, se optimiza el diseño curricular de los planes de estudio, etc. La racionalidad tecnológica o moderna, si bien se hace evidente en los bienes, servicios o resultados finales que consumimos o vivimos, permea todas las capacidades de los sistemas productivos, políticos, educativos u otros que originan tales productos o resultados.
En las sociedades modernas relativamente más sanas, como la mayoría de las europeas, la canadiense o la australiana, estas modernas capacidades consuntivas, y el consiguiente conocimiento de las preferencias y comportamientos de consumidores de bienes y usuarios de servicios están siendo utilizados para adecuar el diseño de productos y procesos y optimizar los beneficios sociales en relación a los costos de producción. Desde hace ya muchos años, las decisiones de inversión en nuevos servicios de transporte en el Metro de Londres vienen tomándose en función de optimizar los beneficios sociales, medidos en términos del valor del ahorro de tiempo de los usuarios, en relación a los desembolsos requeridos por las distintas opciones de transporte disponibles; o, en el caso de los sistemas de salud, en Europa es cosa corriente que las decisiones se tomen en aras de optimizar la cantidad de salud social generada, medida en términos de los años de vida ganados luego de la prevención o curación correspondientes, en relación a los costos respectivos.

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