viernes, 16 de octubre de 2009

Nuestras capacidades sustanciales espaciales

Retomando el hilo de nuestros artículos penúltimos, hace poco tuvimos la oportunidad de apreciar una extraordinaria reflexión sobre el significado del espacio y de las capacidades que, a falta de mejor denominación, llamaremos capacidades sustanciales espaciales, designando así no sola ni principalmente aquéllas vinculadas al espacio estratosférico, sino a las necesarias para ocupar y disponer apropiadamente de este vital recurso, en general. Fue en un capítulo de la serie documental titulada La visita de los nativos, del canal de National Geographic, en donde a un genuino grupo de aborígenes, procedentes de una isla perdida en el Pacífico, llamada Tanna, se les permite observar la vida en la ciudad industrial de Manchester, Inglaterra, y expresar desprejuiciadamente sus opiniones a través de un intérprete. En dos platos, los visitantes, tras deslumbrarse con el despliegue de rascacielos, automóviles, artefactos, costumbres novedosas, comidas, etc., de una sociedad moderna, y comenzar a sospechar que se hallan ante una manera desconocida de alcanzar la felicidad, se quedan luego estupefactos al descubrir que hay también allí gente que carece de un techo elemental, es decir, de un espacio que habitar. Uno del grupo rompe a llorar de tristeza (me resisto a creer que un canal con la seriedad de éste haya montado una pantomima) al escuchar el relato de quien que fue un homeless o indigente, y sus asombros se multiplican cuando conocen una peluquería especializada para perros... Al final, con el debido respeto a sus anfitriones, una familia obrera multiétnica inglesa, expresan su agradecimiento con una danza ritual, y dejan colar, discretamente, que en definitiva no cambiarían el modelo social de su remota isla, en donde todo el mundo dispone de un hogar y al menos prevalece un sentido de fraternidad entre sus miembros, por una sociedad, aparentemente superior, pero en donde ocurren semejantes despropósitos, como si la gente se hubiese extraviado "para siempre" en medio de una avalancha de cosas.

El espacio es un atributo inherente a toda materia. A diferencia de las partículas fundamentales y de la energía pura, todas las partículas compuestas subatómicas, átomos, moléculas, células, tejidos, órganos, organismos, grupos, sociedades, naciones, continentes, planetas, sistemas estelares y hasta el universo entero ocupan, y requieren de, un espacio que les es propio. Una sociedad que pretenda que algunos de sus miembros no dispongan de un espacio vital elemental no sólo está atentando contra valores humanos esenciales, como claramente lo percibieron los nativos de Tanna, sino queriendo violar reglas biológicas, químicas y hasta físicas, pues todo ente requiere de un espacio y un tiempo mínimo propios acorde a su estructura y nivel de existencia. Un sólo indigente sin hogar es como un lunar cancerígeno que revela una enfermedad mortal en toda la sociedad que no sabe como albergarlo, y ante tal amenaza cualquier esfuerzo realmente curativo, o preventivo, estaría más que justificado.

La sociedad inglesa que escandalizó a los nativos es nada menos que la que ocupa el número 21 en cuanto a Indice de Desarrollo Humano (últimos datos disponibles, publicados en 2009, con datos de 2006) según el PNUD de Naciones Unidas. Asimismo, se trata de una nación incorporada a Europa Occidental, el subcontinente con mayor justicia social que aparentemente ha conocido este planeta (con 15 de los 20 países con más alto IDH), pese tener el handicap de ser también el segundo en densidad poblacional, después de los asiáticos, con alrededor de 120 personas / km2. No logramos entonces imaginar cual sería la reacción de los nativos si visitaran a Ciudad de México, Sao Paulo, Buenos Aires, Río de Janeiro, Bogotá, Lima, Santiago, Belo Horizonte, Caracas, o cualquiera de las grandes urbes latinoamericanas (tal vez con la excepción relativa de La Habana, en donde existen múltiples formas agudas visibles de pobreza, incluyendo pedigüeños, prostitutas y chulos a granel, pero no indigentes).

En una visita a nivel de toda la Tierra, que el día en que se completaron estas líneas (17/10/2009) amaneció con una población de 6 790 946 689 personas y una superficie de 135 773 487 km2, para una densidad promedio de 50 personas/km2, o sea equivalentes a unos 20 000 m2 por persona, habría que tragar grueso para explicarle a los tanneses cómo es que hay gente que no puede disponer ni de la milésima parte de lo que en un reparto equitativo le tocaría. Y si los trajésemos hasta América Latina, en donde aproximadamente
569 000 000 de personas vivimos en 21 069 501 km2, para una densidad en el orden de sólo la mitad del promedio mundial (27 personas/km2), equivalentes a casi el doble de metros cuadrados por persona, pero con una densidad de indigentes órdenes de magnitud superior a la europea, nuestras dificultades para convencer a los mismos visitantes de las bondades de nuestro modelo de sociedad se elevarían por lo menos al cubo.

Si organizásemos una visita ampliada de los mismos aborígenes y quisiésemos explicarles cómo es que con nuestro modelo humano contemporáneo de aprovechamiento del espacio resulta que hay más de un 20% de mamíferos (más de 1100 especies), 12% de aves (más de 1200 especies) e incontables especies vegetales (pues todos los años se destruyen 90 000 km2 de bosques, con una superficie equivalente a la de Portugal) en peligro de extinción, pues se han quedado sin hábitat ante nuestra voracidad, no cabe duda de que nuestras máquinas y edificaciones perderían más y más sus encantos ante ellos. Y ni qué decir si finalmente les explicáramos que América Latina, el primer subcontinente en materia de biodiversidad en general y en disponibilidad de bosques, con más de una tercera parte de las especies animales o vegetales conocidas, y seguramente con proporciones mayores de las especies por conocer, está también a la cabeza en especies de aves en peligro de extinción y en destrucción de especies vegetales, y es quien, con África al sur del Sahara, está desforestando más aceleradamente sus tierras. O que es el primero en disponibilidad de agua dulce, con una quinta parte del total disponible, mientras aún padece de sed y tiene a un 14% de su población sin acceso a fuentes dignas de agua. O que, en general, si existiese un indicador de la recursividad de las naciones y grupos de naciones, es decir, de la variedad y cantidad de recursos per cápita, muy probablemente resultaría ser el subcontinente líder, mientras que es también aquél con una mayor desigualdad en la distribución de la riqueza.

Claro está que tampoco sería difícil, si a los mismos observadores desprejuiciados externos les contáramos nuestra historia, lograr, si no una completa absolución, por lo menos que fueran compasivos ante nuestras faltas y más críticos ante aquéllos europeos, tan organizados y relativamente equitativos, cuyos ancestros hicieron aquí de las suyas, trataron cual brutos a los antepasados nuestros, y saquearon a diestra y siniestra todos los recursos que pudieron. E inclusive podríamos, con argumentos más exigentes para ellos, explicarles también que nuestra región, con sus casi 90° de rango de latitudes entre sus extremos norte y sur, y sus no más de 45° de rango de longitudes en su parte más ancha, un poco debajo del Ecuador, es, con mucho, dada la mayor diversidad de climas y nichos ambientales que de esa cualidad se derivan, el territorio más complejo y difícil de ocupar, o sea, el que demanda más obras de infraestructura, más información y más conocimientos debido a su mayor diversidad geográfica, climática y biológica.

Pero, pese a los factores externos, que bastante negativa- mente, y sin desmedro de sus aportes de signo contrario, han impactado nuestras sociedades latinoamericanas, o a la complejidad inherente a nuestros desafíos espaciales, el caso es que estamos urgidos de impulsar la transformación de nuestras capacidades sustanciales espaciales, y que no podemos seguir per sécula seculórum como huyendole a las complejidades del corazón de nuestra América Latina, cual es la selva amazónica, concentrándonos principalmente en megaciudades cercanas al mar, mientras aventureros e inescrupulosos hacen desastres en ese emporio de biodiversidad, desforestándolo impunemente para despejar áreas para la crianza de ganado o el cultivo de cereales y granos, acabando con especies animales y vegetales, o contaminándolo inmisericordemente en la búsqueda de oro y diamantes.

Pese a los encomiables esfuerzos por proteger sus bosques que han realizado países como Venezuela, en primer lugar, con un 64% de su territorio formalmente protegido, y también países insulares como Cuba (69%) y República Dominicana (52%), el hecho es que en esta materia nos hemos quedado rezagados incluso ante un buen número de países africanos, que están descubriendo cada vez más el extraordinario valor científico, medicinal o turístico de sus recursos ecológicos y espaciales. No asumir estos desafíos significa continuar azuzando la avaricia y los desvaríos de las sociedades y empresas modernas, e incrementar los motivos para la tristeza de todos aquellos humanos, como los nativos tannenses, capaces de sentir todavía con su corazón antes que con su bolsillo.

Nota: Le recordamos a nuestros queridos lectores que, desde el artículo número 50 de nuestro blog, y durante todo el resto del mes de octubre, estaremos aplicando una encuesta detallada: Mejorando a Transformanueca, que esperamos nos ayude a definir los enfoques venideros de nuestra publicación, y una encuesta simplificada: Opinando sobre Transformanueca, que también esperamos pueda ser útil. Les agradecemos toda la colaboración que puedan brindarnos a este respecto.

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