
No sabemos si será por nuestra torpeza, nuestra miopía o nuestra ignorancia, y lo más probable es que se trate de un coctel de todas ellas, que no terminamos de deslumbrarnos ante las discusiones filosóficas o científicas convencionales sobre el tiempo. Acerca de si se puede demostrar solamente por la razón pura o por la razón práctica la existencia del tiempo, algún día quedamos más que satisfechos con nuestras rudimentarias lecturas de Kant y sus Críticas, quien, gruesamente hablando, nos dice que debemos aceptar las limitaciones de ambas razones y apostar a su empleo conjugado, puesto que todo nuestro conocimiento es, a la vez, el resultado de nuestras experiencias y de la apelación a categorías innatas. Y, no conformes con nuestro simplismo, incluso desde hace mucho nos hemos atrevido a añadirle, tanto mentalmente como en los márgenes de sus páginas, que esto no podía ser de otra manera puesto que para el momento en que, como personas, nos disponemos a conocer sobre el tiempo, hace ya mucho que somos entes vivos, materiales, espaciales, temporales y energéticos, o sea, seres biológicos, químicos y físicos. En cuanto al otro debate clásico entre el tiempo oriental, el del Yin/Yang, el de los filósofos chinos, hindúes, la mayoría de griegos, aztecas, mayas y otros, que (según las enciclopedias y afines, pues no estarán creyendo que...), postulan una visión cíclica del tiempo, versus el tiempo occidental, el judeo-cristiano, el de Abraham, Isaías o Jesús, con su añadido semioccidental, el de Mahoma, que reclaman una visión del tiempo cual un flujo en una sola dirección, desde un comienzo hasta un fin, pues resulta que tampoco nos ha parecido nada del otro mundo. Nos contentamos aquí con una especie de visión mixta del tiempo, como en espiral, en donde, a más de tener un comienzo y un fin probable, que incluso los físicos parecen haber

En cambio, en cuestiones de tiempo, el problema que nos parece desbordar lo espinoso, que ha permanecido por años en el quid de nuestras reflexiones relevantes y, por tanto, en el núcleo de nuestros estudios y elaboraciones sobre estas capacidades sustanciales, es uno frecuentemente subestimado tanto por filósofos como por científicos: el de la concurrencia o confluencia de distintos tiempos en una misma criatura o conjunto de criaturas, o sea, el de nuestra existencia simultánea en distintos ciclos o vueltas análogas de una compleja espiral de tiempos que se solapan. Es así que lo que me produce vértigo, apelando nuevamente a nuestro caro repertorio de metáforas de la vida individual, es sentir, para empezar con el nivel físico, que formamos parte de un universo que, si aceptamos lo que pareciera estar cerca de gozar de un consenso entre los físicos, es una criatura madura, cuyo tamaño es de unos 3,5 x 1080 m3, que anda por cerca de la mitad de su esperanza de vida, estimada en unos 35 mil millones de años, o sea de unos 35 Gigaaños ó 100 Petasegundos (1 x 1017 s), de los cuales ya ha consumido más de un 40% (15 mil millones de años); de un sistema solar, cuyo tamaño está por los 9 x 1032 m3, y un planeta Tierra, de unos 1 x 1021 m3, que serían una suerte de jóvenes, cuya esperanza de vida anda por los 20 mil millones de años, y ya han cumplido una cuarta parte; y así sucesivamente hasta estar hechos de partículas subatómicas y elementales que aparecen, desaparecen o se transforman en bastante menos que fracciones de segundos, por allá por volúmenes del orden de los 10-44 m3, con duraciones de attosegundos (10-18 s) y menos todavía (pero no por debajo de los 17 x 10-105 m3 y los 5 x 10-44 s, el volumen de Planck y el tiempo de Planck, respectivamente, o límites inferiores del espacio y el tiempo conocibles con las leyes físicas actuales).
Biológicamente, pertenecemos a la única especie sobreviviente, con apenas un par de centenas de miles de años de existencia, de un género humano, que tiene unos 4 millones de años en el planeta, y que no sabemos cuánto van a durar una u otro pero que, si los comparamos con otras especies y géneros, e inclusive con otras especies de vertebrados y aun de mamíferos, no somos sino algo como un bebé (desgraciadamente con propensión hacia la malcriadez durante los últimos tres o cuatro mil años); y, a la vez, estamos hechos, cada uno, de unos 10 millones de millones de células con esperanzas de vida altamente variables, y diferentes procesos de envejecimiento que apenas comienzan a entenderse.
Socialmente hablando, los latinoamericanos formamos parte de una civilización occidental, con unos 1200 años de fundada, que, al compararla con otras -vía Toynbee, etc.-, luce a la vez precozmente envejecida y tardíamente infantil, con ganas de no madurar nunca y llegar hasta el final embelesada con sus últimos juguetes bélicos; así como de un conglomerado de naciones hermanas, con apenas unos 500 años, padecientes de un mercantilismo decrépito y embarazadas con criaturas modernas que no se terminan de parir, con instituciones económicas, políticas y culturales de apenas unas pocas décadas en su mayoría.
Todo esto plantea que, nada más que como sociedades humanas, los latinoamericanos participamos de cambios antropológicos, en la escala de decenas o de muy pocas centenas de miles de años; civilizatorios, en el orden de alrededor de los pocos miles de años; regionales o subcontinentales, a nivel de siglos; institucionales, estatales e individuales, en términos de décadas; políticos y de grandes proyectos, en el plano de los pocos años; político-electorales y de proyectos comunes, muchas veces en la escala de meses; y así hasta la escena política mediática, cambiante en el día a día. La transformación de nuestras capacidades sustanciales temporales pasa en buena medida por aprender a orquestar cambios en estos múltiples ámbitos, sin dejar de atender las urgencias pero si perder de vista las importancias.

Mientras no superemos estas terribles confusiones sobre nuestros tiempos será difícil dejar atrás nuestro desorden actual y avanzar realmente en la satisfacción de nuestras necesidades. Aunque el tema de cómo hacerlo es harto complejo y requerirá seguramente muchos artículos futuros de nuestro blog, no queremos concluir este artículo sin destacar una idea esencial al respecto. Es la de que nadie puede prohibirle a los intelectuales, o por lo menos a quienes tenemos el hábito de pensar en grandes problemas, que abordemos las crisis antropológica y civilizatoria en que estamos metidos, e incluso que fijemos posición y participemos en los debates mundiales sobre su superación, pero esta postura no puede llevarnos a perder la perspectiva de nuestras realidades o a soslayar las exigencias de impulsar la transformación de nuestras capacidades con miras a modernizarnos. No tenemos por qué pensar en pequeño, sino todo lo contrario, pero tampoco podemos plantearle a las criaturas fetales, nacientes o neonatas que son nuestras naciones modernas que se estrellen en el combate contra una modernidad de la que apenas conocemos en carne propia sus dimensiones más superficiales y cosméticas.

Nota: Le recordamos a nuestros queridos lectores que, desde el artículo número 50 de nuestro blog, y durante todo el resto del mes de octubre, estaremos aplicando una encuesta detallada: Mejorando a Transformanueca, que esperamos nos ayude a definir los enfoques venideros de nuestra publicación, y una encuesta simplificada: Opinando sobre Transformanueca, que también esperamos pueda ser útil. Por favor, no olviden hacer clic en el botón Continue, al terminar la Encuesta, después de la Pregunta # 10. Les agradecemos toda la colaboración que puedan brindarnos a este respecto.
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