martes, 1 de diciembre de 2009

Nuestras identidades corajetivas

Casi treinta años hace -y uno de los aspectos menos simpáticos de este hobby de la casi tercera edad es que hay demasiadas cosas que se miden por décadas...- desde que me enteré, por boca de Meir Merhav, sin duda entre los mas lúcidos estudiosos de la problemática del desarrollo tecnológico en los países del tercer mundo (cuando se vive en éste y con una edad de aquellas uno viene a parar a la tercera por tercero igual noveno no sé qué cosa), de que una de las limitaciones que confrontamos para dominar las tecnologías gestadas en el primer mundo es que éstas vienen diseñadas con el supuesto de que nuestros operadores de fábricas deben tener unas fortalezas y dimensiones físicas de las que en la práctica carecen.

Su estudio sobre la economía venezolana, el más completo, profundo e inédito que jamás
, a juicio de esta Redacción, se haya hecho, concluye señalando la imposibilidad material de que Venezuela pueda desarrollarse a punta de capital financiero y natural y en ausencia de capital humano (el cual comprende no sólo capacidades cognitivas, educativas y de aquellas mentales, sino también las capacidades personales energéticas y espaciales para alzar pesos y manejar grandes herramientas). El estudio es absolutamente desconocido en el país porque peca de no ser ni liberal ni marxoso sino todo lo contrario, por lo cual no ha habido quien apadrine su publicación o difusión. No rinde loas al titánico empresariado ni al proteico protelariado, sino que se concentra en apenas estudiar hasta la saciedad todo lo que hay que hacer, y que Venezuela no quiere, para lograr el por tantos añorado desarrollo.

Lo anterior viene a guisa porque casualmente anoche pude tomar conciencia de algo que desde ha mucho nocionaba, pero sin mentalizar, como es la importancia de las capacidades energéticas y de manejo de materiales para el trabajo intelectual, al menos del tipo que suelen realizar ciertos funcionarios burocráticos de causas utópicas candidatas a imposibles. Quiero decir que alcancé a conocer que, desdeñando toda clase de recomendaciones sensatas, en las faenas para concluir de emergencia un ensayo de cuyo título más bien quiere escaparse, un casi sexagenario optó por trasladar, vía escaleras y todo, varias voluminosas cajas de libros de uno de sus estudios a otro, y por trabajar más de cuarenta y ocho horas ininterrumpidas, con el desenlace de un ataque de lumbago tan pero tan fulminante, que a más de quedar provisionalmente paralítico de cuerpo entero, debió tomarse, él que tan arisco es ante la sola redondez de las pastillas, una especie de sedante para elefantes que lo dejó, una vez concluido el ensayo innombrable, inhabilitado no para teclear sino hasta para dictar su oración litúrgica a través de un fulán blog.

Así que, entre entumido y grogui, es ahora cuando puede alcanzar el umbral energético requerido para inaugurar su tan esperado discurso magistral sobre el coraje, y presentar ante su
masiva audiencia, cuyas ansias de formulación de comentarios no pudieron aguardar siquiera a la botada del artículo, las excusas de rigor. No sin antes aclarar que ya ha emprendido las correspondientes gestiones diplomáticas para el intercambio de experiencias con Stephen Hawking, precisamente virtuoso del coraje y maestro de maestros en el arte de la comunicación de discapacitados, no vaya a ser que esto se prolongue.

Desde aquí, es decir, desde las tinieblas de la ignorancia
endocrina, las identidades corajetivas -porque corajosas o corajudas no son- se presentan como el non plus ultra de la emocionalidad primaria positiva de los vertebrados superiores. Coraje es lo que despliega aquella pata del documental de Nat Geo cuando finge estar herida y cojeando en la playa para atraer sobre sí la furia de si mal no recuerdo un leopardo, a objeto de ganar los segundos que sus patitos necesitan para adentrarse en el mar y salvarse de tales garras. En tal situación, el leopardo, en el momento inicial, puede que haya estado entre anticipativo y rechazante -o vulgarmente entre hambriento y arrecho-, pero con el medidor de coraje en cero, puesto que su riesgo es nulo, para pasar instantes después, cuando la pata emprende el vuelo a milímetros del fatal zarpazo, a una desoladora frustración hecha de desconcierto y tristeza. La pata, en contraste, termina celebrando su sin par coraje con la más merecida alegría junto a sus crías salvas. (Y, aunque a años luz de aquella gesta, algo de coraje es lo que la vida le reclama a todo bloguero principiante que, en vías de respetarse, quiera publicar sus artículos apelando nada más que a sus neuronas sonámbulas y evitando que los movimientos de solo las yemas de sus dedos, sobre el teclado de su laptop en la cama, activen arcos eléctricos y cortocircuitos en su espalda lumbar...)

El coraje tiene muy poco y mejor nada que ver con la rabia, el rechazo, el miedo, la tristeza o el desconcierto, es decir, con las emociones negativas. Coraje, según se le entenderá en este cuchitril virtual, es lo que despliega el gran maestro karateca cuando, ante los empujones y manotazos del balurdo en plena calle, decide aplicar su máxima de huir de las provocaciones del necio. O lo que impulsaba a aquel querido Ludwig cuando, sordo, arruinado e incorrespondido por todos sus quereres, compuso el inmortal movimiento final de la Novena Sinfonía, que ya es himno oficial de la Unión Europea, y tiene ganas de
volverse algún día canto a la alegría del género humano. O aquello de que hacía gala Gandhi cuando, en la escena tomada de un episodio real y retratada en la oscárica interpretación de Ben Kingsley, decide, una vez más, antes de perder el conocimiento, inclinarse a recoger pacíficamente la sal después del festival de bastonazos prohibitivos que le propina el miserable gendarme británico. O, por qué desconocerlo, lo que, independiente de su posición política, mantenía al Che, asmático, solo y desahuciado hasta por cuando menos el partido comunista de Bolivia, en pie de lucha en la sierra cercana a Santa Cruz. Y algo me susurra en el oído interno para insinuarme que, si existe alguna criatura ameritadora de la denominación divina, entonces muy probablemente su espectro emocional debe estar definido del mismo lado del nuestro, pero a partir, y mucho más allá, de las ya altas frecuencias de las ondas corajetivas.

No sé si cuando logre despertar y moverme de verdad les consiga en mis ficheros y/o en alguna búsqueda decente en Internet información empírica de estudios internacionales comparativos sobre coraje e identidades corajetivas, mas por los momentos los invito a conformarse con una compilación de apreciaciones que, pese a su formulación previa, han venido quedando regadas a lo largo de la trayectoria seguida por el blog, a saber:
  1. Que mi voto, si alguna vez se abre una elección a escala nacional, continental o global para la erección de un monumento al coraje desconocido, se inclinará por una figura femenina, pues convencido estoy de que ellas, sobre todo en su especialidad materna, nos superan a la hora de atreverse a bregar sin chistar ni fanfarronear ante las más insólitas adversidades;
  2. Que estimo que en unas olimpíadas mundiales de coraje, en donde no calificarían, por aquello de que el leopardo..., las demostraciones de pogromos, ametrallamientos a mansalva, genocidios cobardes, holocaustos o soluciones finales (alias shoah o Endlösung), bombardeos convencionales o nucleares, rociamientos masivos con napalm, exterminios en campos de concentración de derecha o de izquierda, invasiones y hambrunas forzadas, y deportes afines, si bien los asiáticos (con su imbatible delegación de kamikazes, fakires, samurais, bonzos, ... y hasta cristos) probablemente se alzarían con la mayoría de preseas doradas, tal vez buena parte de al menos las plateadas vendrían a parar a nuestras manos, sobre todo en las pruebas de luchas inermes, a mano pelada o con arcos y flechas contra adversarios acorazados y armados hasta los dientes;
  3. Que, como conjugando las modalidades de coraje antes mencionadas, el de nuestras madres ancestrales indígenas, dispuestas, con sus cultivos, chozas y lugares sagrados arrasados, sus maridos e hijos varones masacrados, y sus violaciones y preñeces por los mismos mugrientos invasores ibéricos autores de tales hazañas, a seguir adelante con la vida, merecería ser cuando menos mencionado mientras llega alguna posteridad que lo reconozca;
  4. Que, en la categoría generacional, la nuestra, la de los noveles sesentones, si bien en las materias anticipativa y rechazativa estaría por debajo de las generaciones de nuestros padres, en fase de despedida, y abuelos, en fase de extinción, en cuestiones corajetivas, sobre todo a la hora de plantarnos indefensos ante los colosos criobélicos o los titanes de la contaminación, la discriminación racial o el calentamiento global, no vemos serios contendores a la vista; y
  5. Que no pareciera que ha sido la falta de coraje, sino más bien nuestras consuetudinarias cortedades anticipativas y reflexivas, sumadas, por supuesto, a sus primas propositivas, programativas, planificativas, educativas, cognitivas y afines, en el plano de las capacidades, la carencia u omisión emocional fundamental en el proceso de edificación de nuestra América Latina.
Y, bueno, mientras me llega la información sobre unos escáneres ultraportátiles inventados en días pasados por el propio Raymond Kurzweil, inventor del escáner de escritorio y pionero del diseño de dispositivos electrónicos avanzados para minusválidos, concebidos especialmente para poliomielíticos y escleróticos múltiples en fases de convalescencia aguda, y me consiguen una copia en CD de la pelicula La escafandra y la mariposa, para repasar conocimientos sobre la comunicación mediante meros parpadeos, con todo lo cual espero poder seleccionar y anexarles las fotografías propias debidas, les agradece la atención y se despide de ustedes,
Sonámbula y atiesadamente,
Edgar

4 comentarios:

  1. Por tratarse de coraje, quería salpicar el terreno del artículo aún sin saber el enfoque con el que el verdadero artículo tendrá.

    Es muy fácil responder a la rabia con agresión y creer que lo que manifestamos es coraje. Ante una situación de peligro, ataque o riesgo, nuestro cuerpo desarrolló a través de miles de años el mecanismo de combinar adrenalina con testosterona (en nosotros y no en ellas obviamente) para poder actuar. Las dos formas principales de dicha actuación son la confrontación y la huída pero quería plantear que, en mi opinión, la escogencia de la primera opción no es evidencia alguna de capacidad corajetiva.

    El coraje lo demostramos cuando, aún en la calma y seguridad de nuestro propio territorio decidimos sustentar y defender los principios y las ideas por las que sabemos vale la pena vivir, sin importar si la defensa de dichas ideas nos acarreará consecuencias negativas. Bailar al son del día, lamentable pasatiempo y deporte nacional, es expresión casi pura de la cobardía. Si yo soy un camaleón dispuesto a abanderarme con cualquier mayoría, entonces no tengo ni principios, ni libertad, ni coraje.

    Tenemos impreso en el alma un sentido bien claro del norte que apunta hacia quienes deseamos ser. La verdad, el amor, el perdón, la cooperación: son brújulas que derivan de la esencia de quienes somos. Coraje como el de quienes han escogido inmolarse por no dar un paso atrás en la defensa de esta esencia milenaria es la expresión más corajetiva que conozco o me haya enterado de que seamos capaces.

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  2. No se si para ti Edgar F esto es coraje

    "Nos hace feliz curarnos de ese estadio vital que se llama adolescencia, especialmente para independizarnos. Haber encontrado una respuesta a la pregunta que nos hacíamos tan a menudo: “¿Qué vas a hacer cuando seas grande?”. Poder salir de casa sin dar explicaciones, ser responsables de nuestro propio destino y sobre todo, no tener que escuchar aquella advertencia paterna: “mientras yo te mantenga, tendrás que hacer lo que te diga”.
    Las naciones que se desenvuelven bajo la tutela de un estado paternalista, corren el riesgo de dejar a su población en una especie de adolescencia estancada. El caso de Cuba es uno de los ejemplos paradigmáticos. Vivimos bajo la patria potestad de un gobierno caracterizado por la continuidad de las personas en el poder, que ha pretendido subvencionar parte de nuestras necesidades básicas. Con mucho orgullo los medios oficiales insisten en mostrar la gratuidad de todos los servicios médicos y de la educación en todos los niveles de enseñanza, así como la existencia de un mercado racionado que –supuestamente- garantiza la canasta básica.
    Resulta elemental que los fondos públicos son los que sufragan la manutención y se nutren de esos intangibles valores que los trabajadores producen y no cobran. Obviamente trabajar no es estimulante y lo que se gana apenas alcanza para disfrutar de lo subvencionado. Papá estado no permite que se expresen opiniones divergentes, mucho menos que las personas se organicen en torno a esas ideas, que alcancen la independencia económica y para colmo les reclama una infinita gratitud.
    Afortunadamente, tal y como nos ha enseñado el modelo familiar paternalista, todo tiende a cambiar con el paso de los años. Los hijos crecen, terminan siendo adultos y nada pueden impedir que los más jóvenes se hagan con las llaves de la casa."

    Yoani Sánchez
    Licenciada en Filología. Reside en La Habana y combina su pasión por la informática con su trabajo en el Portal Desde Cuba, Generacion Y.
    yoani.sanchez@gmail.com

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  3. Pese a que intuyo que básicamente estamos de acuerdo en cuanto a las conclusiones a que llegas, y después de expresarte que me resultó emocionante ver tus comentarios en el blog incluso antes de la salida del artículo, me parece pertinente observar que a buena parte de la problemática que consideras en tu texto la situaría, más que en el ámbito de las emociones y de las identidades, en el plano de los valores y de las capacidades culturales. Pienso que la sustentación y defensa de "los principios y las ideas por las que sabemos vale la pena vivir", y el escoger "inmolarse por no dar un paso atrás en la defensa de [nuestra] esencia milenaria", son la expresión de nobles compromisos que muy pocos llegan a asumir y que, a menudo, son el resultado de largos procesos de capacitación, experimentación y aprendizaje, en donde la cultura social prevaleciente, la educación formal y, sobre todo, la informal, al interior de la familia y de nuestros grupos sociales primarios, juegan un papel determinante. De allí que crea, entonces, que conductas como las que señalas, si bien obviamente demandan altas dosis de coraje, en el sentido emocional restringido en que aquí lo estoy considerando, también reclaman esfuerzos conscientes, y por tanto del sistema nervioso central, que los sitúan mucho más allá de las posibilidades del sistema endocrino o emocional. La distinción podría parecer superflua para algunos, pero me luce que reviste una gran importancia: si el comportamiento, digamos oportunista o camaleónico, que describes, hubiese llegado a formar parte de nuestra emocionalidad primaria y por tanto de nuestra identidad latinoamericana, es decir, si hubiese llegado a dotarse de secreciones endocrinas propias, entonces sería casi imposible impulsar cambios en tales comportamientos a través de esfuerzos productivos, políticos o culturales, o de transformación en nuestras capacidades sustanciales personales y cognitivas, y habría que proceder a hacer implantes o trasplantes étnicos para poder corregirlos. Pero si, como creo, tal camaleonismo no fuese sino una forma viciada de adaptación a sociedades decadentes, al estilo de lo que fueron todas las sociedades europeas durante la decadencia de los regímenes medievales, entonces una transformación modernizadora de nuestras capacidades, catalizada oportunamente y con un liderazgo apropiado, podría erradicar gradualmente esas conductas y reemplazarlas por otras nuevas. Una prueba en favor de esta última visión podría ser el hecho, por muchos apreciado, de que numerosos latinoamericanos, y en particular venezolanos, que se comportan de manera oportunista y tracalera en nuestros países, al vivir en otros contextos, en donde estas conductas son castigadas y se consideran marginales en relación a los valores dominantes, rápidamente cambian sus estilos (claro que hay quienes preferirán insistir en sus prácticas y correr riesgos de que los deporten, etc., pero me refiero a los promedios). No obstante, sí coincido por entero en tu apreciación de que el coraje, incluso entendido en sentido estricto como emoción primaria, no tiene esencialmente que ver con la confrontación, que es un instinto que se alimenta de la emoción negativa de rechazo, contraria a la emoción positiva de la aceptación, o con la huida, que es otra variante instintiva anclada en el miedo, y por tanto en lo contrario del coraje. El ejemplo que puse en el artículo sobre la pata salvando a sus patitos del leopardo me parece ilustrativo: es un ejemplo de emoción positiva que va más allá de lo meramente instintivo, pero que no requiere del cuerpo de valores y aprendizajes necesarios para conformar la conducta del héroe. En todo caso, estoy seguro de que toda esta argumentación es sumamente controversial y sujeta a variaciones diversas según el lenguaje y los modelos de análisis de cada quien, pero espero que estos esfuerzos por aclarar cosas a la larga nos ayuden a comunicarnos mejor y hallar soluciones más efectivas a nuestros problemas. Recibe un afectuoso abrazo.

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  4. En cuanto al comentario anónimo, que le pregunta a Edgar F. si le parece que lo dicho por Yoanis Sánchez en su blog Generación Y acerca del paternalismo del Estado cubano es o no coraje, vacilo entre si opinar, y correr el riesgo de entrometerme en donde no me han llamado, o abstenerme, y entonces pasar agachado y dar pie a que después pueda decirse que me hice el loco o cuidado si que apoyé por omisión el estilo político del actual régimen cubano. Por si acaso, me curaré en salud y expresaré tres breves opiniones: 1)hubiese preferido que nuestro Anónimo nos dijera, como mínimo, su propia opinión acerca del texto de Yoanis, pues tal y como fue hecho el comentario es difícil inferir cual es su propósito, e inclusive sé que unos cuantos lectores creyeron que era la propia Yoanis quien comentaba. 2)Tomado al pie de la letra, el planteamiento parece de carácter netamente político y poco o nada relacionado con lo que aquí estamos llamando coraje, pues crítica el paternalismo del Estado cubano, que, estoy de acuerdo, se ha convertido en un obstáculo para el desenvolvimiento de las capacidades productivas, políticas, culturales, etc., de los cubanos contemporáneos. Y 3)no obstante lo anterior, y esto no sé si va con Yoanis, quien supongo que no se enterará de esto, o con nuestro Anónimo, quien probablemente sí leerá estas líneas, mucho me gustaría, y me convertiría quizás en un mejor admirador de la labor de Yoanis, que esta fuese un poco más crítica en sus apreciaciones, pues, a menudo, la siento como monotemática en su rechazo al régimen cubano, como expresión del mal, y lo que se parece mucho a una defensa, por mampuesto, del régimen estadounidense, prácticamente como expresión de lo que debe ser un buen Estado; ignorándose así, por ejemplo, la inocultable responsabilidad que los Estados Unidos, con su prurito de ya más de un siglo por convertir a Cuba en una colonia, tienen en todo ese paternalismo inaceptable que sufre Cuba: ese empeño enfermizo de los actuales dirigentes cubanos por tratar como niños a sus ciudadanos, se me parece mucho al de ciertos padres o madres que, en su afán por proteger a sus hijas e hijos de los sádicos que merodean el barrio, terminan por no dejarlos salir, aun ya mayorcitos, ni a la esquina ni después de las nueve de la noche: claro que está mal hecho lo que hacen, pero cuidado con abrazar la causa de los sádicos, siempre interesados en promover la libertad de circulación...
    Bueno, no sé si tenía velas en este entierro, y disculpa Anónimo si no era este el tipo de respuesta que esperabas o si te sentiste tratado paternalistamente por quien, ante Yoanis, está cursando el prekínder de la bloguería. Pero qué se va a hacer, cada quien hace lo que puede...

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