martes, 15 de diciembre de 2009

Nuestras identidades audaciativas

A diferencia del coraje, sinónimo del valor o la impetuosidad, y antónimo del miedo; la audacia, osadía o atrevimiento, implica una determinación o decisión consciente a asumir riesgos, y de allí que consideremos esta emoción, con sus correspondientes identidades audaciativas, como una emoción más compleja y derivada de las emociones simples del coraje y la anticipación. No es audaz quien simplemente se enfrenta a un peligro o amenaza, sino quien asume un riesgo, a sabiendas de que lo corre, y en aras de lograr un propósito. Del mismo modo que, en el sentido opuesto, cobarde no es nada más que quien siente miedo, sino quien, además, se amilana ante un riesgo que cree que no puede afrontar. No es descartable completamente que, en circunstancias muy especiales, algunos animales puedan realizar acciones audaces, pero en líneas generales podemos suponer que se trata de una emoción secundaria o avanzada casi inherentemente humana, para cuya experimentación todos los miembros de esta especie estaríamos naturalmente dotados pero no necesariamente listos.

Ahora bien, si lo dicho es consistente, y dado que hemos planteado antes que suponemos, siempre hablando de promedios y no de individualidades, que la región es relativamente fuerte en coraje pero débil en anticipación, nos toca hacernos la pregunta, análoga al caso de la emoción de la esperanza y de las identidades esperanzativas, de qué pasa con la audacia de los latinoamericanos. La respuesta trivial consistiría en repetir un argumento análogo al de las identidades esperanzativas, en donde llegamos al punto de creer que tenemos fortalezas en algo así como esperanzas blandas, es decir, esperanzas hechas de mucha alegría y comparativamente poca anticipación, pero no en las esperanzas duras o de tipo inverso. En este caso podríamos hablar de audacias lentas, para referirnos a aquellas con alta dosis de anticipación y relativamente poco coraje, y audacias rápidas para las de composición contraria, con la resultante de que estaríamos relativamente bien dotados para sentir y soportar las segundas y no tan bien predispuestos para las primeras.

Pero llegados aquí resulta que nos asaltan otras preguntas: ¿Son igualmente importantes estos dos tipos de audacia? ¿Son intercambiables? ¿Sirven para lo mismo? Y entonces ocurre que, para nuestra sorpresa y a diferencia del caso anterior de las esperanzas, tenemos la impresión de haber descubierto aquí, por primera vez en la exploración que hemos emprendido, una carencia seria en nuestras emocionalidades y, por ende, en nuestras identidades. Pues resulta que todo nos sugiere que las audacias rápidas, afines a lo que en Venezuela se llama viveza criolla, sirven para el pronto aprovechamiento de momentos o circunstancias diversas, vale decir para el logro de propósitos puntuales, de buenas o malas maneras, pero no para el logro de objetivos exigentes a largo plazo. Y, opuestamente, las audacias lentas serían necesarias para alcanzar objetivos de este último tipo y avanzar resueltamente, por ejemplo, en el camino de la transformación de nuestras capacidades.

¡Menudo lío este!: como resultado de siglos de dominación parecieran haberse adormecido nuestras identidades anticipativas; este adormecimiento nos lleva a dificultades para emocionar nuestras audacias lentas o de largo plazo, y pareciera que son estas, precisamente, las emociones requeridas para dar soporte a los esfuerzos de transformación de nuestras capacidades que nos permitirían superar esos siglos de dominación. O sea: el propio círculo vicioso en donde estaríamos atrapados. ¿Cómo salir de este enredo?

Mientras se nos prende algún bombillo de mayor vatiaje, nos conformaremos con ofrecer a nuestros lectores los tenues destellos sinápticos que hasta el momento se nos han encendido:
  • Es probable que esta situación se le haya presentado a prácticamente todos los pueblos que, como el estadounidense, el canadiense o, más lejanamente, el inglés, el francés o el propio español, hayan permanecido por siglos bajo un régimen de dominación colonial o adscritos a un imperio, por lo cual valdría la pena examinar cómo hicieron ellos para liberarse del mencionado círculo vicioso.
  • También es probable que esta dinámica viciosa sólo pueda romperse gradualmente: con la fijación y el logro de objetivos relativamente modestos al comienzo podrían reactivarse gradualmente las glándulas endocrinas capaces de segregar quizás las acetilcolinas, epinefrinas u otras neurohormonas de larga duración, y/o de inhibir las dopaminas, serotoninas y afines correspondientes, para colocarnos en condiciones de plantearnos objetivos más ambiciosos, y así reactivar poco a poco nuestra endocrinidad dormida, en concordancia con los mecanismos de desafío/respuesta tan brillantemente estudiados por Toynbee.
  • Quizás la concentración geográfica o sectorial, es decir, la demostración en áreas piloto de que el cambio es posible, con miras a convencer con hechos a otros sectores o localidades, sea otro mecanismo útil para salir de tal impasse.
  • Tal vez nos toque aprender más de los asiáticos y/o de las culturas que valorizan más la sabiduría de los mayores, de las mujeres y hasta de la naturaleza misma, quienes, por lo general y en oposición a los muchachos varones, más densos en testosteronas, tienden a ser más cautos y progresivos a la hora de impulsar esfuerzos sostenidos, pero ininterrumpidos, de cambio.
  • En cualquier caso, todo sugiere que las terapias de shock o del tipo electroconvulsivo serían contraproducentes para superar el círculo vicioso mencionado, con lo cual los estilos de liderazgo basados en el atore, la impaciencia o el forzamiento de las circunstancias objetivas quedarían contraindicados, y más todavía en condiciones en las que no se disponga de mayorías suficientes en la correlación de fuerzas.
  • Y tampoco debemos olvidar que nuestro subcontinente esta repleto de experiencias fallidas y para escoger, desde Allende '73 hasta Zelaya '09, en donde se ha querido apelar a la audacia rápida para introducir cambios sociales drásticos con base en mayorías relativas de no más de un tercio de la población electoral, y resultados harto familiares.
Otra vez la pequeña vida de nuestro diminuto blog nos conduce a cerrar un artículo bajo el signo de las dudas y de la falta de respuestas del calibre de las preguntas que nos hacemos. Pero no por ello habremos de sentirnos abatidos: confiamos en que con nuestra perseverancia, y haciendo gala de la poca audacia lenta de que disponemos, poco a poco hallaremos, y sobre todo con una mayor audacia de cualquier tipo en nuestros lectores a la hora de ayudarnos con sus comentarios a ver más claro en estos horizontes nublados, las respuestas más sólidas que requerimos. Pareciera que los latinoamericanos tenemos que aprender a jugar con el tiempo a nuestro favor y no en nuestra contra, y entender que en la puerta de acceso a la audacia lenta hay un letrero que dice: PACIENCIA.

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