martes, 22 de diciembre de 2009

Nuestras identidades confianzativas

Puesto que no hemos encontrado un mejor término que confianza para referirnos a la emoción de tercera generación, hecha de afecto y esperanza, y, en consecuencia, estamos definiendo las identidades confianzativas como constituidas por la síntesis superadora entre las afectivas y esperanzativas, tenemos que pagar el precio de cargar con cierta ambigüedad asociada a las acepciones usuales de confianza en nuestra lengua. Estas acepciones, lamentablemente, incluyen, según el DRAE (Ed. 22), desde la "esperanza firme que se tiene de alguien o algo", la "seguridad que alguien tiene en sí mismo", el "ánimo, aliento, vigor para obrar" y la "familiaridad (en el trato)", que denotan un sentido positivo del término, hasta la "presunción y vana opinión de sí mismo", la "familiaridad o libertad excesiva", y la -afortunadamente- caída en desuso de "pacto o convenio hecho oculta y reservadamente entre dos o más personas, particularmente si son tratantes de comercio", con las correspondientes cargas negativas.

Una breve exploración del panorama planteado en otras lenguas occidentales, nos sugiere la existencia de una situación parecida en portugués, con confiança, en italiano con confidenza, y en inglés con confidence, términos que acusan también connotaciones contradictorias.
Se aproximan a lo que buscamos, pero no coinciden del todo, el término inglés trust y el francés confiance, que subrayan más inequívocamente la dimensión positiva del término, pero, en cambio, lo despojan del contenido ligado a familiaridad, a intimidad, a afecto, que para nosotros es también esencial. Es posible que en el alemán sí esté resuelto el problema que hemos querido solventar, en donde Vertrauen vendría a ser el término amplio que hemos buscado, Zutrauen sería la palabra con la acepción restringida a solo el sentido de confidencia, Vertraulichkeit la asociada solo al significado de familiaridad, y Eitelkeit la encargada de rendir cuenta del contenido negativo, irónico o peyorativo del término; pero, lamentablemente, no nos da el conocimiento del idioma para asegurarlo y no hemos podido localizar, en estos días festivos, a nuestra querida asesora teutona para confirmarlo.

De cualquier manera, resulta claro que nuestro vocablo ideal sería uno que se desentendiera de las connotaciones negativas mencionadas y que, simultáneamente, rindiera cuenta de todas las acepciones positivas, o sea, que mentara una esperanza firme y fundada en la familiaridad y el afecto que permitiese a las partes involucradas obrar con seguridad, aliento, ánimo y vigor. A falta de este término ideal, no nos quedó sino pedirle a nuestros lectores que acepten el uso restringido de confianza como emoción referida a la conjugación superadora de la esperanza y el afecto y que abre un campo de posibilidades para la actuación entusiasmada y vigorosa, así como de identidades confianzativas para etcétera.

No se nos escapa que no es casual que no dispongamos en nuestra lengua, y aparentemente tampoco en otras lenguas más o menos familiares, de un término como el que necesitamos, puesto que llevamos ya varios milenios de empeño en torcer la deriva biológica y antropológica humana que nos condujo a una emocionalidad claramente centrada en el amor, la confianza y la entrega a los demás, para intentar, aunque afortunadamente sin éxito pleno, una emocionalidad centrada en el egoísmo y la desconfianza. No es descartable que este aparente vacío lingüistico -y decimos aparente pues no podemos asegurar que la palabra buscada no ande por allí, sin que la encontráramos- sea un indicador de un vacío cultural mucho más profundo que, cuando menos a los occidentales, se nos estaría filtrando en el alma. Y, en el mismo contexto, es probable que sea la actual sociedad moderna, con su culto a los objetos materiales, al sometimiento de la naturaleza, a la dominación de unos pueblos por otros y al poder de las armas, la que se lleve el poco envidiable galardón de ser, en términos colectivos y en promedio, la sociedad más egoísta y desconfianzativa de todos los tiempos.

En tal panorama, en donde nos hemos sentido poco acompañados por la literatura en nuestro intento por conceptualizar las identidades confianzativas de la manera indicada, no nos extraña que tampoco hayamos conseguido los fundamentos empíricos que requeriríamos para sustentar en firme alguna tesis sobre nuestras identidades latinoamericanas en esta esfera. Quizás el obstáculo más serio haya sido la falta de vinculación entre los estudios sobre confianza interpersonal que hemos conocido y el ingrediente afectivo: las confianzas que han sido objeto de estudio nos luce que se refieren primordialmente al ámbito de los negocios y del ejercicio del poder político, en donde pesan demasiado otros factores, distintos de los que más nos interesarían. Por ejemplo, cuando de negocios se trata, la situación económica del prójimo es un factor de demasiado peso, y tendemos, espontáneamente y apartando otras consideraciones, a confiar más en quien tiene más con qué respondernos a la hora de algún problema; y cosa parecida ocurre con el caso del poder político: dadas dos personas que nos caigan de la misma manera, tendemos a confiar más, o por lo menos a hacer como que confiamos más, en quien detenta un mayor poder o goza de un mayor aval institucional. Todo lo cual hace que la genuina confianza emocional en nuestros semejantes sea muy difícil de explorar o que, en cualquier caso, resulte sesgada por distorsiones como las señaladas.

No le encontramos otra explicación, por ejemplo, al hecho de que en el Estudio Mundial de Valores, cuyos datos sobre confianza en múltiples países del mundo están disponibles en Internet, resulte sumamente reducido el conjunto de países en donde, en términos generales, las actitudes de confianza hacia los demás privan sobre las de desconfianza o cautela. Cuando a las personas, seleccionadas al azar, de múltiples países, se les preguntó: "Hablando en general, ¿diría usted que se puede confiar en la mayoría de las personas o, por el contrario, uno nunca es lo suficientemente cauto en el trato con los demás?, con las únicas respuestas posibles: 1) Se puede confiar en la mayoría de las personas, y 2) Uno nunca es lo suficientemente cauto en el trato con los demás", y cuando luego se construyó un Índice de Confianza Interpersonal= 100 + (% Puede confiarse) - (% Hay que ser cauto), los resultados condujeron al siguiente mapa que nos da una deplorable visión de hasta dónde hemos llegado en materia de desconfianza hacia nuestros semejantes. (Puesto que nos pareció maldad intentar describir este interesante mapa con palabras, decidimos violar nuestra regla antimapas y diagramas e incorporarlo aquí, aunque confesamos que con un doble temor: uno, que esto le parezca demasiado científico o técnico a ciertos lectores, y le añada una nueva raya al blog, y, otro, que esté infringiendo alguna norma de propiedad intelectual en Internet y me exponga a quien sabe qué demanda. Pero ¡qué le va usted a hacer si yooooo -como en la canción de Joan Manuel- nací en la tropicalísima Carora...!)
Mientras decidimos si definitivamente dejamos o no el mapa en el artículo [son bienvenidas las sugerencias sobre qué hacer en este caso], aprovechamos para comentar que sólo tres países, Noruega, Suecia y Dinamarca, quedaron con un puntaje resueltamente positivo, con Índices de Confianza Interpersonal cercanos a 150. Luego otros ocho países, con puntajes decrecientes: China, Finlandia, Suiza, Arabia Saudita, Vietnam, Nueva Zelanda, Australia y Holanda, resultaron con índices entre 90 y 120, relativamente positivos. Después, otros seis países, Canadá, Bielorrusia, Tailandia, Islandia, Iraq y Hong Kong, quedaron quedaron con puntajes entre 80 y 90. Luego otros ocho: Japón, Estados Unidos, Alemania, República Dominicana, Ecuador, Irlanda, Austria y Taiwán, quedaron con puntajes entre 70 y 80, y luego otros nueve: Montenegro, Madagascar, Pakistán, Bélgica, Jordania, Gran Bretaña, Italia, El Salvador y Ucrania, con indicadores entre 60 y 70. Todavía después vienen diecisiete países sobre todo asiáticos y africanos, con Índices entre 50 y 60, en donde sólo figuran Uruguay y Guatemala entre los latinoamericanos, y luego veintitrés países, ubicados entre 40 y 50, en donde aparecen el grueso de países latinoamericanos: Costa Rica, Bolivia, Venezuela, Honduras, Nicaragua, Panamá, Puerto Rico, México y Argentina, y también países como Israel y España. Finalmente, están diecinueve países con puntajes entre 30 y 40, en donde tenemos a Chile, Colombia y Perú; luego otros trece, entre 20 y 30, con Paraguay, y en el fondo once países, en donde nos sorprendió encontrar a Brasil, con indicadores inferiores a 20 puntos.

Obviamente no es cosa sencilla interpretar, bajo el supuesto de que sean fidedignos, estos datos, y allí fue donde se nos enredó el volador que provocó un retraso en la salida de este artículo. Mientras esperamos por análisis más cercanos a lo riguroso, sólo nos atrevemos a adelantar que los datos nos dejan la impresión de que la confianza en los demás, si exceptuamos el único caso de los países escandinavos, y el de la imbatible Noruega, líder en Índice de Desarrollo Humano y en Índice de Confianza Interpersonal, que consistentemente alcanzaron los más altos puntajes, no pareciera estar vinculada a realidad cultural alguna, y por tanto es poco lo que puede apreciarse a nivel de subcontinentes. También nos emocionó muy gratamente, sin que por el momento dispongamos de una explicación coherente, el caso de que Vietnam, uno de los países mundialmente líderes en padecimientos de alto calibre, y quien tendría casi el derecho a desconfiar del prójimo hasta para ir a la esquina, esté entre los diez países más dados a la creencia en la buena voluntad del otro.

Estos índices parecieran, más bien, estar articulados a una compleja mezcla de homogeneidad racial y étnica, y/o a indicadores de distribución equitativa del ingreso y, tal vez, de vida tranquila y sosegada o con poco estrés. En el caso de los países escandinavos, entonces, reconocidos por su elevada homogeneidad racial y étnica y por sus inverosímiles índices de Gini en materia de distribución del ingreso, no sorprende que sean también líderes en confianza interpersonal. Como es sabido, y ya los hemos comentado en el blog en otra oportunidad, el Índice de Gini nos da una idea porcentual del alejamiento de la distribución real del ingreso en relación a una distribución absolutamente equitativa: mientras que el grueso de países latinoamericanos vivimos con Ginis cercanos o superiores al 50%, los escandinavos parecieran empeñados en bajar del 20%. Pero también es claro que muchos, o cuando menos algunos, otros factores deben pesar sobre la determinación de los Índices de Confianza Interpersonal: por ejemplo España, con un Gini de 32,5%, entre los más elevados del planeta, posee un índice de confianza de sólo 40, muy por debajo de muchos países latinoamericanos, mientras que Arabia Saudita, de seguro entre los países con mayor inequidad en la distribución del ingreso, se nos presenta con un índice de confianza de 106, el séptimo más elevado del globo. Tampoco sabemos, por ahora, leer adecuadamente el significado de que República Dominicana y Ecuador hayan resultado los líderes latinoamericanos en confianza interpersonal, o que Brasil haya quedado en la cola.

Cuando, en lugar de la confianza interpersonal, nos fijamos en la confianza en los gobiernos de cada nación, los datos también resultan complicados de interpretar. En este caso, los índices de confianza en el gobierno de la nación, del mismo Estudio Mundial de Valores, nos traen a Vietnam, China, Azerbaiyán, Bangladesh, Jordania, a nuestro Paraguay y a Tanzania, con puntajes superiores a 160, en el tope de la confianza, mientras que el grueso de países europeos y de altos índices de desarollo humano, aparecen revueltos con países de cualquier grado de desarrollo humano, e inclusive parecieran competir por los últimos lugares, con índices por regla general inferiores a 80. Alemania, por ejemplo, aparece como el trasantepenúltimo país en desconfianza ante su gobierno, con un índice de 48, apenas sobrepasada, en desconfianza, por Polonia, Perú y Macedonia. No intentaremos siquiera analizar estos datos, que nos lucen como meros indicadores de popularidad o aceptación circunstancial de los gobiernos de turno, y no como evidencias de confianza en el sentido en que la estamos considerando aquí.

Y tampoco buscaremos por el lado de los interesantes estudios de Douglas North, el premio Nóbel de economía de 1993, y compañía, quienes han hecho valiosos aportes sobre el significado económico de la confianza, y han determinado, por ejemplo, que los países con instituciones débiles, como nosotros, pagamos un elevado precio por ello, en costos de transacción, pues todo el cumplimiento de las obligaciones y contratos que no aseguran implícitamente las instituciones tienen que asegurarlo por su cuenta los individuos. Recuerdo que en una oportunidad el pobre Douglas, el Nóbel, no el comentarista estrella de nuestro blog, se quedó atónito, en una visita que hizo a Venezuela, invitado creo que por el Banco Central, después de calcular por encimita los exorbitantes costos de transacción de nuestra economía. Con semejantes costos de transacción, recuerdo que declaró en El Nacional, no es extraño que entre ustedes sean tan pocos quienes se dedican a la creación real de riqueza y tantos los que se empeñan, legal o ilegalmente, en la captación de rentas...

En cualquier caso, lo que sí pareciera claro es que los latinoamericanos, en general, con sólo tres países, República Dominicana, Ecuador y El Salvador, entre los veinticinco países del mundo con un Índice de Confianza Interpersonal superior a 70, no somos precisamente un paradigma de la confianza visible en el prójimo. Y añadimos lo de visible porque la intuición nos dice que, al menos al interior de los estamentos de que están hechas nuestras sociedades, y sobre todo en el plano de las relaciones interpersonales cercanas, no estamos precisamente mal ubicados. Estimo que, por ejemplo, si el canal National Geographic profundizara en su estudio que los llevó a concluir que, en las sociedades digamos modernas, el promedio de amigos de cada adulto es de sólo tres, e hiciera el análisis por subcontinentes, los latinoamericanos no quedaríamos entre los pueblos más desamigados o individualmente solos del mundo, pues nuestros promedios estarían por encima de eso; y otro tanto creo que ocurriría en relación a las relaciones de confianza con componente afectivo, o sea, con inclusión no sólo de los amigos sino también de los familiares. Pero, por otro lado, por allí andan también los indicadores que nos sitúan entre los pueblos con mayores índices de homicidios, lo que no es precisamente un rasgo de confianza en el prójimo.

Todo esto nos deja como hundidos en un mar de incertidumbre en torno a las identidades confianzativas de las distintas culturas, y en especial de nuestra cultura latinoamericana, pero pudiera reforzar lo que apreciamos intuitivamente en nuestras relaciones cotidianas: que todos los humanos, salvo quizás casos raros como el de Richard Nixon, famoso por su absoluta desconfianza hasta de los íntimos, tenemos la emocionalidad de la confianza intacta. Sólo que, en las condiciones de la vida estresada, agitada y cuajada de injusticias que nos ha tocado, tendemos a protegernos, y a confiar más, permaneciendo otros factores constantes, sólo en aquellos cuyas vidas conocemos más y se asemejan más a los estilos de vida propios: en los amigos y familiares cercanos, primero; en los conocidos y miembros de círculos que frecuentamos, luego; en los vecinos, después, y así sucesivamente hasta los ámbitos que desconocemos más o nos resultan más diferentes. En todas las variantes, además, las personas menos ambiciosas económica y políticamente, sobre todo cuando nos autoconsideramos en esta categoría, nos inspiran más confianza que las más ambiciosas, y viceversa.

Bueno, los resultados obtenidos no son precisamente halagüeños, y hasta parecieran medio tristosos y particularmente inoportunos en estos días navideños. En compensación, le prometo a mis fieles lectores un mensaje exclusivo y resuelto en optimismo que Transformanueca dará a conocer en cadena planetaria y en tiempo real, haciendo alarde de su recursividad, a todas las regiones de este compungido globo, el próximo día 25 de diciembre a las 12:00 horas según el meridiano de Greenwich. Estén pendientes entonces. Hemos dicho.

2 comentarios:

  1. Pues tengo toda la confianza que el artículo vendrá y que valdrá la pena su espera. Aquí apelo a la regla aquella que es preferible la brevedad al silencio con lo que, dado que no tengo la lucidez necesaria para plantear algo más interesante, los saludo y me despido.

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  2. Sin lugar a dudas, eso que llamas "la confianza en que el artículo vendrá" y que "valdrá la pena su espera" es como una especie de polo de atracción que mueve al escritor, o al menos ése es mi caso, a disparar sus energías creativas para ir a su encuentro, fortalecer esa confianza y demostrar que sí valió la pena la espera. ¡Gracias por tu apoyo!

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