viernes, 29 de enero de 2010

Nuestras necesidades y libertades alimentarias

Si las identidades eran una suerte de capacidades permanentes o innatas, que nos caracterizan como especie viviente, y si las capacidades son susceptibles de adquirirse, acumularse o desarrollarse con el tiempo y a través de procesos evolutivos o de maduración, a las necesidades las entenderemos como estados transitorios que se originan a partir de cambios o exigencias de nuestro entorno, con cuya satisfacción efímera alcanzamos las libertades. Mientras que las identidades y capacidades se poseen, las necesidades sólo se satisfacen transitoriamente para dar lugar a libertades que es necesario conquistar una y otra vez mediante nuevas satisfacciones de necesidades. Si fulano es una persona, entonces posee las identidades humanas, aunque, en determinadas circunstancias, pueda tenerlas inhibidas y/o distorsionadas. Ese mismo fulano puede ser, si ha adquirido las capacidades correspondientes, un individuo productivo, político, educado, informado, ambientado, culturizado, planificativo, operativo, etcétera. Pero no puedo decir, en el mismo sentido, que ese fulano es un tipo alimentado, vestido o transportado: a veces, puede ocurrir que alguien sea una persona sana durante la mayor parte de su existencia y, de repente, decirle que es un tipo sano, pero a condición de que se entienda que para conservar tal estado de salud tiene que estar en una lucha constante para librarse de las enfermedades y seguir viviendo sano.

La raíz última de las necesidades es la entropía o desorden inevitablemente creciente del universo. Algo así como una "venganza" implacable de la energía contra quienes, como la materia y, sobre todo, la vida, quieren escapar del absoluto caos o desorden originario. La vida, por el contrario, es orden, información, estructura, entropía negativa, un intento de ir, aunque sea por un cierto lapso, en contra de la corriente, o sea, la vida es libertad que se sustrae una y otra vez a la necesidad para alcanzar una identidad determinada. La vida, la libertad, sólo es posible en una lucha permanente contra la muerte, contra la necesidad, en donde no hay derechos adquiridos: la libertad se "erosiona" con su ejercicio y con la reaparición, una y otra vez, incesante, irremediablemente, de necesidades insatisfechas

De todos los esquemas contemporáneos de clasificación o taxonomización de las necesidades, no parece haber dudas de que la "pirámide" de Maslow es el más difundido, aceptado y sujeto a críticas, y encima es el más verificado o validado puesto que es la teoría estándar de los gestionadores y psicólogos de personal en gran parte del planeta. Abraham Maslow, desde su A theory of human motivation (Una teoría de la motivación humana), creó una guía de la estructura de necesidades que distingue cinco niveles, a los que llama de necesidades fisiológicas, de seguridad, de amar, de estima y de autorrealización, y que se satisfarían, de manera aproximadamente líneal, en ese orden. Una de sus tesis centrales, que compartimos, dice que estas necesidades son atendidas por nuestros organismos de manera inconsciente o al margen de sesgos culturales, y otra, que no compartimos, es que se comportan excluyentemente, a manera de prerrequisitos, unas respecto de las subsiguientes, lo que equivale a decir que las más avanzadas o de nivel más alto no se atienden hasta tanto las menos avanzadas o de nivel más bajo no estén satisfechas.

Aquí en Transformanueca tendremos el brío de tomar el enfoque de Maslow como un punto de partida para elaborar otra visión de las necesidades más coherente con todo lo que venimos exponiendo. Para empezar, y sobre todo, está la distinción, e integración a la vez, entre necesidades y libertades, como si fuesen una sístole y diástole de un mismo latir al interior de nuestras identidades, nuestro corazón o esencia humana, en donde nuestras motivaciones pueden ser interpretadas como intentos de alcanzar libertades, a partir de la satisfacción de necesidades y según nuestras capacidades, para realizar nuestras identidades. En segundo lugar, descartaremos la idea de las necesidades de amar porque no las consideramos necesidades ni libertades sino identidades, que a lo sumo requieren de ejercitación y despliegue, pero que no se satisfacen ni desgastan o agotan sino que están con nosotros todo el tiempo: consideraremos entonces absurda la expresión: "estoy satisfecho con el amor que recibo, o que ofrendo," pues equivaldría a algo así como darnos por satisfechos con el conocimiento que poseemos, o con la alegría de que gozamos. En cambio, nos parecen apropiadas expresiones del tipo "soy el amor, el conocimiento, la alegría, la esperanza... que siento". En tercer lugar, veremos la pirámide de necesidades y libertades no en el sentido mecánico, como si sólo las de más alto nivel dependiesen de las de menor nivel, sino como un todo orgánico que demanda la satisfacción de todas las necesidades y el ejercicio de todas las libertades en aras de la asunción de nuestras identidades y de acuerdo la restricción que imponen nuestras capacidades, en donde perfectamente las de más alto nivel pueden atenderse autónomamente e inclusive guiar a las otras. En cuarto lugar, vemos a las necesidades y libertades de armonía, no consideradas por Maslow, en el nivel tope de nuestra jerarquía. Y, por fin, con tales aclaratorias, las caracterizaremos, algo distintamente, del siguiente modo: necesidades y libertades de sobrevivencia, de establecimiento, de continuidad, de superación y de armonía.

Las necesidades y libertades de sobrevivencia serían fundamentalmente dos: las de alimentación y las de reproducción, vinculadas ambas al aseguramiento de nuestra existencia, frente a los avatares y cambios del entorno, una al nivel presente, dedicada a conservar nuestra homeostasis o estado estacionario dinámico, frente a un entorno cambiante, y otra, de cara al futuro, encaminada a preservar nuestra carga genética. Las de establecimiento comprenderían las de resguardo, compuestas a su vez por las de vestido y vivienda, así como las de salud, transporte y comunicación. Las de continuidad abarcarían las de seguridad, pertenencia y estima, a las que Maslow ve, junto a las de "amor", en tres clases distintas. Luego están las de superación, con dos divisiones, vistas por Maslow como una sola: las de actualización y la de autorrealización. Y, finalmente, están las de armonía, comúnmente asociadas a la paz o al sosiego verdaderos -y distintos de la ausencia de guerra o de agitación-. En lugar de profundizar ahora en cada una de estas clases de necesidades y libertades lo iremos haciendo a medida que las discutamos una a una, comenzando por las alimentarias, que las abordaremos aquí mismo y, dado el excepcional impacto que la satisfacción o insatisfacción de esta necesidad de alimentos tiene sobre todas las demás y sobre el funcionamiento de la sociedad toda, le dedicaremos varios artículos adicionales.

La necesidad, y la libertad asociada, de alimentación es definitivamente la más básica o primaria de todas nuestras necesidades, al punto de que sin su satisfacción, aunque esto, repetimos, no implica un orden lineal, es imposible satisfacer cualquiera de las otras. A riesgo de recaer en las que para algunos quizás sean veleidades filosóficas, o científicas, para otros, diremos que la vida, que física, química y biológicamente implica la construcción de un estado más complejo, ordenado e informado de la materia, y por tanto -perdónenme, de verdad, ciertos lectores pues a veces se me sale el ingenierito químico que también llevo dentro- de entropía negativa, sería imposible si, simultáneamente, no se asociara a procesos de signo contrario, es decir, hacia estados más simples, desordenados e inciertos, de mayor entropía positiva, de manera que, en el balance, el resultado neto sea un aumento de entropía acorde con la segunda ley de la termodinámica. Un poco más cristianamente: mi organismo o cualquier otro organismo viviente conocido, que requieren la construcción y mantenimiento permanentes de complejas moléculas basadas en el átomo de carbono y en la acumulación de energía, no pueden existir si, simultáneamente, no se generan moléculas más simples de anhídrido carbónico o CO2 en procesos de combustión que liberen o disipen energía, de manera que, en la resultante, el universo termine, como a él pareciera que le gusta, un poco más desordenado, incierto y caótico que antes. O, todavía en dos platos más, la libertad de vivir y/o ser algo es absolutamente indesligable de la necesidad de morir o avanzar, aunque sea muy despacito, hacia el caos y la nada, de donde se deduce la imposibilidad de que alguna vez pueda construirse algo que, aunque sea remotamente, merezca el nombre de Reino de la Libertad. Si a alguna le parece esto triste, espero que no la agarren contra el cartero que con todo cariño, pero también realismo, les lleva el mensaje.

La alimentación, en su sentido más amplio, no es otra cosa que una especie de pacto que la vida tiene con la no vida, para, simultáneamente, captar y disipar energía para disfrute de ambas. Adicionalmente, los organismos vivientes más simples, como la mayoría de las bacterias y las plantas, tienen la capacidad para aprovechar la energía solar y construir moléculas más complejas a partir de las moléculas más simples de CO2. Los organismos más evolucionados estamos obligados a construir nuestras moléculas a partir de los compuestos orgánicos que fabrican aquéllas, por lo cual la vida animal es impensable sin su asociación con la vida vegetal y sin la presencia de agua que, junto al oxígeno, son alimentos indispensables para todas las formas conocidas animales o vegetales de vida. Los humanos, particularmente, somos la única especie viviente conocida que, lejos de tomar nuestros alimentos del entorno natural o levemente modificado, creamos complejos sistemas de producción, distribución, almacenamiento y consumo de alimentos con miras a asegurar no sólo la satisfacción de nuestras necesidades alimentarias inmediatas, sino también a mediano y a largo plazo, y maximizar así nuestra libertad o seguridad alimentaria. De aquí que no sea en absoluto casual que los problemas alimentarios suelan ser tratados de manera conjunta con los problemas agrícolas, o que la Organización de las Naciones Unidas disponga de una Organización para la Agricultura y la Alimentación (Food and Agriculture Organization, FAO).

Aunque no resulte poético para muchas, todos los organismos evolucionados estamos hechos de carbono, hidrógeno, nitrógeno,oxígeno, fósforo, azufre, cloro, sodio, potasio y calcio, y trazas de otra docena de elementos, entre los que destacan el hierro, cobalto, cobre, zinc, níquel, magnesio y yodo. A partir de estos átomos, que hace miles de millones de años la naturaleza construyó a partir de partículas subatómicas y elementales, los procesos químicos espontáneos se encargan de construir moléculas simples, luego las plantas y bacterias fabrican compuestos y, a partir de estos compuestos, carbohidratos y aminoácidos sobre todo, nosotros aprovechamos directamente algunos, los llamados esenciales, y armamos otros, los no esenciales, y, con todos estos, los péptidos, y luego las proteínas, y después las células, tejidos, órganos, aparatos y nuestro organismo todo. Para llevar a cabo esta inmensa labor constructiva requerimos del ejercicio de la libertad alimentaria correspondiente, siempre y cuando satisfagamos las necesidades que la posibilitan. En los próximos artículos examinaremos con más detalle esta problemática de los distintos tipos de nutrientes y de alimentos que necesitamos los humanos, y en particular los latinoamericanos, a fin de asegurar la más básica de todas las libertades cual es la de sobrevivencia.

Se ha estimado que en 1990 había en el mundo 840 millones de personas subnutridas, es decir, con sus necesidades alimentarias básicas calóricas insatisfechas, y la Asamblea de la Organización de Naciones Unidas acordó, en septiembre de 2000 y con más de 180 países, el compromiso de reducir esta cifra a la mitad para 2015. La FAO acaba de anunciar que para el cierre de 2009 la cifra de subnutridos alcanzaba a 1 020 millones de personas en el planeta, con lo cual, y debido a la superposición de dos crisis, una alimentaria, mayormente disparada por el aumento en los precios de los alimentos, en buena medida, a su vez, a causa de su uso para la fabricación de biocombustibles, y otra económica, derivada esencialmente de la sobreespeculación inmobiliaria en un mercado librado a sus propios caprichos en los Estados Unidos, se está en vías de no lograr la más básica y número uno de todas las metas de desarrollo del milenio. Pese a las relativamente buenas cosechas de cereales, y sobre todo de arroz, el caballito de batalla para la lucha contra la subnutrición básica o calórica, los pobres del mundo, ante las mencionadas dos crisis, han visto tanto mermar sus ingresos como encarecerse el precio de los alimentos. En el próximo artículo volveremos sobre este vital asunto con mayor profundidad.

A grosso modo, la subnutrición de los pobres desata una reacción en cadena de la que los no pobres, que acostumbramos quejarnos por la insatisfacción de nuestras necesidades de seguridad, pertenencia y estima, pareciéramos no estar conscientes. La subnutrición impacta directamente, sobre todo, la mortalidad y la morbilidad infantil; la morbilidad infantil conduce a retrasos mentales y físicos que, a su turno, provocan deserciones y desaprovechamientos escolares, que apuntan a una baja capacitación de la fuerza de trabajo; esta baja capacitación se traduce en baja productividad y bajos ingresos, que, simultáneamente, generan una oferta limitada de productos agrícolas y no agrícolas que les sirven de soporte, con el correspondiente encarecimiento, y una limitación en el poder adquisitivo para la compra de alimentos, con lo cual se genera más subnutrición, más deserción, etc. Así se alimenta el ciclo diabólico que, bajo restricciones culturales, políticas y territoriales, como mínimo, engendra la inseguridad que a nosotros los no pobres nos incomoda, pero por cuya erradicación de raíz hacemos bien poco.

Aunque nuestra América Latina solo aporta 53 millones al total de 1 020 millones de subnutridos en el mundo, que se concentran mayormente en el sur y sureste asiático y en África subsahariana, no por ello debemos considerar, ni mucho menos, que nuestras necesidades alimentarias están satisfechas. Esa cifra, que representa poco menos del 10% de nuestra población total en el orden de unos 570 millones de habitantes, encubre realidades dramáticas como la del pobre Haití, que, antes del terremoto, tenía a más de la mitad (el 58%) de su población en condiciones de subnutrición, o a los casos de Bolivia (23%), Nicaragua (21%), república Dominicana (21%), Panamá (17%), Guatemala (16%), Ecuador (13%), Perú (13%), Honduras (12%) o Venezuela (12%). Sólo Argentina, México, Brasil, Chile y, probablemente, Costa Rica, se encuentran con niveles de subnutrición calórica significativamente por debajo del 10%. Pero esto no es lo más grave, sino que para afrontar el alto costo de satisfacer sus necesidades alimentarias, muchos hogares se ven forzados a dedicar la mitad de sus ingresos o más a la adquisición de alimentos, con lo cual quedan inhabilitados para atender adecuadamente el resto de sus necesidades básicas de vestido, vivienda, salud, transporte y comunicaciones, y ni qué decir de las menos básicas y, sobre todo, de invertir en su superación real a través de la educación. Mientras nosotros, los de clase media, no entendamos los vínculos entre los problemas de necesidades de seguridad, pertenencia, estima, actualización, autorrealización y armonía, que tanto nos preocupan, por un lado, y los problemas de insatisfacción de sus necesidades básicas que afectan a la población pobre, no lograremos avanzar un palmo en la solución de ninguno de ellos.

Con la existencia, en la mayoría de nuestros países, de situaciones de desinversión en agricultura, falta de empleos productivos, latifundios improductivos, falta de capacitación de la fuerza de trabajo, intervención de mafias que encarecen artificialmente los precios de los alimentos y los insumos agrícolas, incultura alimentaria, políticas que privilegian el consumo de alimentos de bajo o ningún valor nutritivo, despilfarro de alimentos durante la distribución y consumo, políticas que alivian el problema con la importación no sustentable de alimentos, y párese de contar, se entenderá que la relativa insatisfacción de esta necesidad crea un caldo de cultivo para la proliferación de todo género de males sociales en nuestros países.

Mientras llega el momento de concentrarnos en la búsqueda de respuestas a esta vital problemática, adelantamos que abogaremos por respuestas sistémicas que, partiendo de una clara comprensión de los alcances e interconexiones del asunto alimentario con muchos otros problemas, se planteen el impulso a la educación alimentaria y agrícola de la población, a políticas coherentes y sustentables a largo plazo, estímulos a la producción y productividad agrícola, saneamiento de la ocupación territorial de las tierras cultivables, y responsabilidad de los medios de comunicación en la difusión de mensajes alimentarios. De todos estos factores, el que probablemente tenga la mejor relación entre beneficios a corto plazo y costos reducidos, como lo vienen señalando desde hace tiempo diversos organismos internacionales y el Banco Mundial, es la promoción del consumo de vegetales, sobre todo verdes y amarillos, y la erradicación del mito de la necesidad de altos consumos de proteínas, y sobre todo de origen animal, en la dieta diaria. Los requerimientos nutricionales proteicos, según las más recientes, aunque lamentablemente no publicadas, pero accesibles en Internet, recomendaciones de la FAO y la Organización Mundial de la Salud, pueden satisfacerse perfectamente, para una persona de 70 kg de peso, con apenas 50 ó 60 gr de granos leguminosos diarios y un consumo de cereales que tiende a satisfacerse con el consumo calórico normal. Para facilitar la memorización del significado y los elementos de este pentágono alimentario de educación, política, producción, territorio y medios de comunicación, al que estaremos refiriéndonos en los próximos artículos, les ofrecemos el siguiente recurso mnemotécnico.
Nota a los lectores: El día domingo 31 de enero a las 10:00 am la Redacción de Transformanueca decidió, dada la enorme importancia de esta problemática, ampliar el alcance originalmente pautado de la exposición sobre necesidades y libertades alimentarias, por lo cual seguirán tres o cuatro nuevos artículos sobre este tema. A su vez, la versión original de este artículo fue ligeramente modificada.

martes, 26 de enero de 2010

Vistazo final al panorama de las necesidades y libertades

Decíamos, hace poco, antes de que tuviésemos que interrumpir el hilo del artículo anterior, que, desde el punto de vista histórico, la problemática de la libertad versus la necesidad se podría plantear en torno al dilema de si la historia humana debe ajustarse, como si obrase en base a un guión preestablecido, a los mandatos o necesarias previsiones de alguna criatura sobrenatural o de leyes extranaturales, léase Dios, Progreso Inevitable o Leyes de la Dialéctica, o si, por el contrario, dispone realmente el hombre de libertad suficiente como para proponerse la edificación de un mundo hecho según sus designios y aspiraciones.

La mera exploración de este asunto, de por sí exigente, se complica cuando apreciamos que entre los partidarios del primer bando, a quienes podríamos, por comodidad, llamar los teleolólogos -derivado de teleología o doctrina de las causas finales-, hay no pocos intentos por matizar sus posiciones, mientras que entre los segundos es frecuente aceptar un rol decisivo de las necesidades o condiciones heredadas del pasado como restricciones de la libertad; y todavía está el caso límite de Hegel, quien pareciera pertenecer a ambos bandos al postular que la sociedad humana está de hecho programada o concebida para ser necesaria e inevitablemente cada vez más libre, hasta alcanzar la plena libertad como fin supremo de la historia.

En el primer grupo de concepciones, está antes que nada la perspectiva teológica, que suele postular, por ejemplo, que nada en la historia humana puede ocurrir sin que haya sido previsto por Dios, pero que eso no significa que el ser humano no disponga de libertad, o libre albedrío, para tomar decisiones y elegir entre opciones diversas en muchos momentos de su vida, puesto que Dios ha previsto numerosas situaciones de este género, que para Él son causales y perfectamente previsibles pero que para nosotros constituyen una oportunidad de ejercitar nuestra libertad. Agustín, que bien podría ser uno de los máximos exponentes de esta visión, cuenta, en sus Confesiones: Libro II, el conocido caso de que, cuando adolescente, robó, por pura maldad, unas peras, que luego arrojó a los cerdos y apenas disfrutó, sólo para darse cuenta, luego, de que nada ganó con tal robo que no pudiese obtener de su entrega al Señor, de donde concluye que tal experiencia de ejercicio indebido de su libertad le fue permitida sólo para que descubriese el ejercicio lícito de la misma. Casos parecidos encontramos en los grandes relatos épicos o en las tragedias griegas, en donde los personajes, como Aquiles, Edipo o Antígona, no hacen sino ejecutar designios de los dioses, o en el drama medieval de Tristán e Isolda, quienes se enamoran a su pesar por obra de una pócima encantada que ingiere él. Desde esta perspectiva, obvia para muchos amigos y amigas queridos, nos luce que la libertad, en el fondo, no es sino un disfraz más de la necesidad. En otras palabras, lo que entendemos, segun esta visión, es que nuestra libertad es una ilusión, un mero ejercicio, sobrenaturalmente programado, que en definitiva es parte de un engranaje inexorable de necesidades.

A la concepción que desarrolla Hegel, sobre todo en su Filosofía de la historia, pese a su apariencia harto distinta de las tesis teológicas clásicas, la vemos en los límites de este primer grupo, puesto que, pese a plantear que la libertad es tanto la naturaleza íntima del espíritu como la finalidad última de la historia, postula también que la historia humana es un tránsito escalonado e irreversible, concebido por Dios de una manera rigurosamente planificada. Este tránsito abarcaría desde sus infantiles orígenes orientales y afines -y allí entrarían nuestras culturas y, sobre todo, nuestras teocracias americanas preibéricas-, cuando el Estado estuvo o ha quedado constituido por relaciones consanguíneas y paternalistas, pasando por los alrededores del Asia Menor, en donde los griegos y otros Estados, a manera de adolescentes inmaduros, descubrieron la individualidad y la libre voluntad del individuo, y por la etapa madura del imperio romano, en donde emerge un Estado independiente que, aunque tutelado por los dioses, logra por fin someter a los individuos y convertirlos en personas jurídicas, hasta desembocar en la era de plenitud del Estado moderno, de tipo germánico o según el talante del Estado de la Revolución Francesa, en donde por fin la Razón se convierte en Libertad y se plasma subjetiva y objetivamente en el Estado Moderno. En tal concepción, sustentada por una enciclopedia de prejuicios raciales, geográficos, hemisféricos, climáticos, antropológicos, culturales, políticos, económicos y aguántese eso ahí, a los individuos mortales, y sobre todo a los que no tuvimos la dicha de nacer en Europa central con pieles escasas en melanina, lo que nos queda es ser partes de una comparsa de medios para el avance y el arribo definitivo a un mundo de libertad, en donde sólo a los individuos de la talla histórica de Alejandro, Julio César o Napoleón, les corresponde, y eso sólo en ocasiones estelares, encarnar decisiones que en definitiva quien las toma no son ellos sino el Espíritu, alias La Razón, progresivamente plasmada en El Estado.

Bueno sería, y hasta sobraría material para reirnos bastante, poder asombrarnos ante las pretensiones de Jorge Guillermo Federico de haber descubierto nada menos que el plan secreto de Dios para la historia humana, en donde a los pueblos latinoamericanos no nos saldría ser libres ni por aproximación, como tampoco a los africanos ni asiáticos, puesto que, a más de resueltamente inferiores, seríamos hasta incapaces de comprender el significado mismo de la libertad, por lo que sería inútil intentar explicárnoslo, sino fuera porque este relato hegeliano es, nada más y nada menos, que el padre de las dos criaturas ideológicas con mayor despliegue de devotos en el mundo contemporáneo. A saber, el liberalismo positivista, que postula que el Progreso hacia la Libertad es inevitable y unidimensional, según lo descubrió Hegel, sólo que con una punta de lanza modificada que a más del Estado incorpora al Empresariado capitalista; y el marxismo determinista o soviético, que, con el genial invento de poner la dialéctica de Hegel sobre sus pies, postula que es al glorioso Proletariado a quien le corresponde portar las banderas protagónicas y edificar el último de los Estados humanos, en la ruta del Reino de la Libertad hacia el Reino de la Libertad. Si para Hegel la historia es la puesta divina en escena de la marcha de la Razón en su viaje hacia la Libertad, para los liberales esa razón es como un caballo llamado Progreso, cuyas riendas se llaman Ciencia y Tecnología y cuyo jinete es el Empresario;y para los marxistas estalinistas tal razón se rebautiza como Dialéctica, caballo y riendas se mantienen homónimos, y el nuevo jinete es el Proletariado o, en caso de su extinción, sus sucedáneos al uso.

Frente a estas concepciones, que incluso en nombre de la libertad terminan por postular la primacia determinista de la necesidad, y apartando, o dejando para un examen posterior, ciertas opiniones nihilistas o posmodernas que, en dos platos, plantean la imposibilidad de cualquier progreso y se burlan de cualquier pretensión transformadora, están los numerosos pensadores no deterministas ni proletaristas que postulan la posibilidad, aunque no inevitable ni mucho menos, de la edificación de un mundo diferente al actual a través del ejercicio de la libertad y de las luchas sociales. Desde el Marx maduro de la Introducción a la crítica de la economía política, en adelante, quien plantea que los hombres hacen la historia, pero no en condiciones elegidas a voluntad sino en condiciones heredadas del pasado -y frente a necesidades permanentes, añadiríamos nosotros-, hasta el Sartre de la Crítica de la razón dialéctica y la serie Situaciones -publicadas originalmente en su revista Los tiempos modernos-, con su no se hace lo que se quiere y, sin embargo, se es responsable de lo que se es, y muchos otros autores, de distintas filiaciones y disciplinas, como Richard Leakey, antropólogo, en su La formación de la humanidad, y Maturana, biólogo, en trabajos diversos que ya hemos mencionado, que plantean la posibilidad de edificación de una mejor sociedad humana a través del ejercicio genuino de la libertad.

Con mucha frecuencia, sin embargo, incluso en estos autores afines, apreciamos el síndrome de la ilusión occidental hegeliana de hacer de la libertad el objetivo o norte de la historia humana, cuando resulta que para nosotros, como desde hace rato lo venimos defendiendo, la libertad no puede ni debe ser entendida como un fin sino como un medio, indisolublemente ligado a la satisfacción de necesidades, al servicio de la edificación de una sociedad centrada en la identidad amativa. A la libertad la vemos como un medio para el logro del amor, y nunca al revés, y de este equívoco filosófico, que parte de considerar las civilizaciones de clases como las únicas posibles, creemos que emanan buena parte de las confusiones del mundo moderno.

Por razones de espacio, y porque de algún modo ya nos hemos ocupado de este punto en artículos anteriores, pospondremos para otro momento la discusión acerca de la relación entre libertad y necesidad en el mundo natural, no sin antes recalcar que esta problemática para nosotros guarda importantes analogías con la ya abordada: todos los seres vivientes, y hasta los que no lo son, poseen una identidad, una especie de manera singular o favorita de ser hacia la cual propenden satisfaciendo ciertas exigencias necesarias y aprovechando ciertos grados de libertad. No sólo los organismos superiores, sino las células, las moléculas, los átomos y hasta las partículas subatómicas, y, en sentido contrario, grupos, organizaciones, naciones, regiones, continentes, planetas, sistemas estelares, galaxias y el universo todo, deben satisfacer exigencias necesarias de las que depende su existencia y a la vez disponen de cierta libertad para alcanzar equilibrios o estados preferidos: un simple átomo o una partícula subatómica, por ejemplo, propenderán a alcanzar ciertos equilibrios de masa, volumen, carga eléctrica, espín y otros, satisfaciendo restricciones físicas y químicas, pero también ejerciendo, en cada momento de su existencia, ciertos "grados de libertad" para alcanzar tales estados "deseados" e inclusive preservarlos ante las perturbaciones de su entorno .

En todos los casos se cumple la relación en la que hemos venido trabajando, según la cual la libertad es, al interior de una identidad dada, el complemento de la necesidad, es decir, lo que permite alcanzar la identidad una vez satisfechos los requerimientos necesarios para la existencia. Lo que, esencialmente, define nuestra condición humana no es la posibilidad de ejercer libertades sino, repetimos, nuestra singularísima identidad, puesto que somos la única criatura conocida que ha hecho de su deriva hacia la emocionalidad y la identidad amorosa el norte de su evolución biológica. Aunque esto no significa, ni tiene nada que ver, con teleología alguna: si yo decido escalar una montaña, tengo que satisfacer múltiples necesidades y disponer de ciertos grados de libertad para poder alcanzar su cima, pero de ninguna manera puedo dar por descontado que llegaré a mi meta y ni siquiera que no cambiaré de opinión antes de llegar. Y este último elemento viene al caso porque, pese a nuestra deriva biológica y antropológica de decenas y cientos de miles, e inclusive millones, de años en pos de una identidad amorosa y cooperativa, pareciera que en los últimos milenios de civilizaciones del desamor y el egoísmo hubiésemos mudado de opinión y quisiésemos regresar al mundo puramente bestial del que alguna vez decidimos escapar.

Luego de esta exploración, a vuelo rasante, en torno a la problemática de las libertades y las necesidades, y sus interrelación íntima con aquella de las identidades y las capacidades, pasaremos, en los próximos artículos, a profundizar tal exploración, ya no desde la perspectiva general y filosófica, sino, al estilo de como lo hicimos con las capacidades y las identidades, donde también comenzamos por los aspectos más elementales, desde la perspectiva más concreta de las necesidades y libertades de alimentos, vestido, vivienda, salud, transporte, comunicaciones, seguridad, pertenencia, estima, actualización, autorrealización y armonía, siempre con énfasis en nuestro continente latinoamericano y de acuerdo a una conceptualización que prontamente explicaremos, y que guarda correspondencia con las ideas anteriores.

Pese a considerar indispensables las discusiones de carácter conceptual o abstracto que hemos abordado en los últimos artículos del blog, le pedimos perdón a las lectoras o lectores a quienes les haya asustado este giro filosófico que tomaron las cosas, pues no ha sido nuestra intención alterar el énfasis en la transformación de nuestras capacidades que tiene nuestro buhoneril puesto mediático. Esto ha sido sólo un alto reflexivo, en una altura del camino, para divisar más claramente el camino más plano y concreto que aspiramos transitar en buena parte del trayecto que nos resta por recorrer en nuestra publicación. Paradójicamente, es como si esta disquisición sobre la libertad hubiese sido una necesidad que teníamos que satisfacer para que nuestro proyecto mediático se enrumbe más libre y firmemente hacia la identidad que le venimos delineando, quizás con cada vez mayor precisión, desde que empezamos este viaje intelectual que estamos empeñados en compartir con lectores hechos de carnes, huesos y almas corrientes. (Ojo: dije corrientes, en oposición a elitescos, por un lado, y a vulgares o chabacanos, por otro).

viernes, 22 de enero de 2010

Más sobre nuestras libertades, necesidades, etcétera.

Por lo visto la realidad no tiene intenciones de amoldarse jamás a nuestros deseos. En el esquema original, todo lo referente a estos aspectos teóricos sobre la libertad y la necesidad debía caber en un sólo artículo, donde el redactor haría gala de su capacidad de síntesis sin sacrificar la profundidad del tema ni banalizarlo. Me lo había imaginado como uno de los artículos estrella del blog: denso y fresco, elocuente y completo, necesariamente no corto pero ni tan largo, y acompañado con una de mis fotos favoritas, tomada por allá por 1970 en las arenas del río Capanaparo en Apure, cuando, tal vez en un alarde de independencia, me propuse conocer a todos los estados de Venezuela antes de cumplir veinte años y viajaba, despreocupado y pidiendo colas, con mi morral y mi equipo fotográfico, sin itinerarios ni rumbos fijos, a donde me llevaran las circunstancias. En fin, creí que me luciría abordando uno de los temas que más me han apasionado en mi seguramente rara carrera intelectual, y con una de las fotos que siempre he tenido colgadas en las paredes de mi casa, pues me evoca la belleza y el encanto de la vida y la libertad...

Pero nada que ver. Resulta que, de repente, mientras redactaba, en un estudio en donde tengo puestos, junto a los libros de la Cota 1: Filosofía, los retratos de algunos grandes filósofos, o de sus bustos más conocidos, tal y como lo hago -quizás como consuelo y en lugar de venerar santos- con las otras cotas, he aquí que siento como que Kant, con su casaquita, su peluca blanca y su carita de yo no fui, se me queda viendo como diciéndome ¡¿qué riñones tienes tú, al querer despacharme con tan pocas líneas y querer cortarme con ese vaso de cartón?!, y de pronto resulta que a Hegel, a Marx (quien vive en la urbanización bibliográfica vecina de la Cota 3), y hasta a Schopenhauer, quien no tenía velas en este entierro, y a otros más les pareció gracioso el comentario tácito de Kant, y echaron a reirse a carcajadas del pobre redactor y de su pretensión de volcar en pocos párrafos opiniones sobre temas que a ellos les consumió sus vidas expresar y sobre los que la propia Transformanueca tiene gavetas de fichas y notas escritas. Entonces me sentí entre la propia espada y la pared, imaginando detrás de la pantalla a mis lectores ávidos de conocer mucho sobre la filosofía de la libertad y con mínimo esfuerzo, y detrás de mí a esta cuerda de genios a punto de carcajada y curiosos por ver lo que diría sobre un tema tan exigente y en pocas líneas..., y fue allí donde colapsaron mis ilusiones acerca del artículo perfectamente equilibrado, ni tan denso ni tan extenso, pero ni superficial ni simplista, sino todo lo contrario...

Con mis ilusiones confesas, y el sabor del polvo de la derrota todavía en mis labios, me dispongo entonces a intentar decir en tres artículos lo que creí que cabría en uno, anticipando que ni aún así quedarán contentos ni los de adelante ni los de atrás de la pantalla, a quienes de antemano les imploro sus perdones para quien lo más seguro es que no sepa bien lo que hace...

A la problemática de la libertad de conciencia o de creencias, que con su aparente espiritualidad e inocencia está seguramente detrás de buena parte de las mayores masacres de la historia, la vemos girar en torno a la pregunta de si la sociedad puede permitir o no que la gente se deje guiar por sus impulsos internos, cuando es sabido que dentro de tales impulsos suelen acechar toda clase de malvados y perversos instintos, o si es preciso coartar, reprimir y castigar tales impulsos lujuriosos, iracundos, criminales, mentirosos, envidiosos, gulosos, perezosos y compañía, para beneficio y tranquilidad de todos. La mayoría de las grandes guerras se desenvuelven según el esquema de que la nación, o el grupo de poder nacional, A, que se autoconsidera la encarnación del bien, considera que la nación o el grupo social B representan una encarnación del mal y que, librados a su antojo, terminarán acabando con A, de donde se deriva que A tiene que acabar primero con B antes de que B acabe con A; con el añadido de que tal razonamiento, pero con las letras invertidas, es exactamente el que se hace B en relación a A. Sólo muy contadas veces en la historia, alguno de los bloques, o un tercero, ha logrado desmarcarse de tal lógica, tal y como ocurrió en la época de Jesús y los primeros cristianos, bajo el imperio romano, o como, sin ir tan lejos, aconteció en la India, bajo el liderazgo de Gandhi, a mediados del siglo pasado, o en Sudáfrica, con Mandela, hace poco, y se han superado conflictos que parecían sempiternos e insolubles.

Hasta donde la entendemos, la difícil de tragar fórmula jesusiana de amar hasta a nuestros enemigos significa, en nuestro lenguaje, que tenemos que asumir plenamente y sin ambages nuestra identidad amativa y que, una vez lograda esta asunción, que reclama la más honda confianza en, y entrega a, nuestros coterráneos, la problemática de la libertad de conciencia y de quiénes son los buenos y quiénes los malos tenderá, colectiva e históricamente, a resolverse sola. Por supuesto, esto plantea el siempre incómodo asunto de quién le pone el cascabel al gato, pues si nos ponemos zoquetes es capaz de que nuestros enemigos se dediquen tan campantes a hacer parrillas con nosotros, con lo cual queda admitido que no es fácil poner en práctica este principio. Pero resulta que ya de este tema hemos hablado: la clave para superar este dilema no es otra sino la aplicación sostenida e incansable, pero gradual, de nuestra regla dorada de la moral hasta que algun día se convierta en sentido común. El dilema no consiste en si tardaremos mucho o poco en edificar una sociedad amorosa y plenamente regida por esta regla dorada, sino en si tiene sentido construir algún otro tipo de sociedad que merezca el calificativo de humana. Si es absurda, inviable y contradictoria en sus términos la idea de una humanidad cultora del desamor, el egoísmo y el odio entonces cuanto antes y cuanto más colectivamente empecemos, o continuemos, a enderezar el entuerto en que nos hemos metido pues tanto mejor.

Como cabría esperar, ante esta problématica de la libertad de conciencia o de creencias, se han definido grandes escuelas de pensamiento análogas a, y solapadas con, las que citamos para el caso político. Está la de quienes, entre pitos y flautas, como Platón, Aristóteles, Agustín, Tomás de Aquino, Hobbes y afines, postulan que el ser humano es como un niño malcriado que requiere ser tutelado y castigado periódicamente, o eternamente si se empeña más de la cuenta, por su propensión al pecado, por lo cual su consigna implícita es algo así como Obediencia, igualdad y fraternidad; mientras que, frente a ellos, se alzan los defensores modernos de la libertad, más o menos por el estilo de los que ya nombramos en el artículo anterior, del que éste quiso ser parte y no pudo, que plantean la búsqueda de equilibrios mediante la primacía de la razón sobre las pasiones, con su consabido, y también imposible de alcanzar, grito de Libertad, igualdad y fraternidad, o con el marxistamente archirrepetido Salto del reino de la necesidad al reino de la libertad.

Frente a todos ellos, y con otros como los que también ya hemos mentado, planteamos que cualquier solución al interior de una civilización desencontrada con su identidad esencial es pura pérdida y que, en definitiva, sólo restituyéndole al amor, a la fraternidad, la primacía que le corresponde, podremos volver a dar pie con bola, por lo cual -¡orden en la sala y un poco más de respeto a los retratados de marras, pues no es hora de reírse...!-, desde nuestra infinitesismal insignificancia, abogamos por un sueño de Fraternidad, capacidad y libertad, bajo el entendido de que bajo tal precepto alcanzaremos tanto la libertad individual y socialmente necesaria como la igualdad humanamente posible, no por decreto sino como resultado inevitable. La situación, a nivel de toda la sociedad, se nos parece a lo que hemos vivido en las familias conocidas o de las que hemos sido parte: cuando hay amor suficiente entre los adultos miembros los problemas relacionados con el ejercicio de la libertad de los niños biencriados tienden a resolverse solos y no hay necesidad de estarlos castigando ni consintiendo; pero, por supuesto, cuando escasea el amor en la pareja nuclear y en la familia toda, entonces la formación de los niños se vuelve un hay que castigarlos por que están muy malcriados, están malcriados porque se les consiente, y se les consiente por que se les castiga mucho, y así sucesivamente, si se potencia la escala, cual civilización cualquiera...

Las cosas no están muy bien encaminadas en cuanto a extensión se refiere, pero aquí ha surgido una interesante esperanza de brevedad, derivada del hecho de que, aparentemente, la lógica de los razonamientos y argumentos en las discusiones sobre los distintos tipos de libertad tiende a parecerse a lo que ya hemos expuesto. De allí que empezaremos, aprovechando de paso la oportunidad de que los retratos y obras de científicos sociales, científicos naturales, profesionales y técnicos, literatos, personajes históricos y afines no están en este estudio..., a sacarle el jugo a aquello de que a buen entendedor -sobre todo si el explicador no es de los mejores- pocas palabras.

En cuanto a las libertades y la coerción en el plano económico, una de las arenas favoritas de la modernidad, la discusión suele plantearse en términos de si debe permitirse que cada quien sea libre de producir lo que quiera y cuanto quiera y pueda y cada quien comprar y consumir lo que le provoque, sin más restricción que las que establezca el ciego Mercado, o si, ante las imperfecciones del alma y la sociedad humanas, es necesario que intervenga papá Estado para poner orden en la borrachera. Por supuesto que aquí los liberales, con Adam Smith y su La riqueza de las naciones con la batuta, más Ricardo, J. S. Mills, y por si fuera poco con el refuerzo contemporáneo de los monetaristas a lo Freeman y compañía, son partidarios de la libertad, mientras que Marx, con su Capital y periféricos, Lenin y su El Estado y la revolución y parientes, y, por encima de todos, el camarada Iósiv Vissariónovich Dzugashvili, menos mal que alias Stalin (cuyo retrato no está en la biblioteca, aunque pensándolo bien, quizás valdría la pena ponerlo en negativo y boca abajo), con su teoría y práctica de El socialismo en un solo país y su enjambre de catecismos soviéticos, son los partidarios de apuntalar a la necesidad con el Estado hasta tanto la niña libertad pueda desenvolverse por si sola cuando llegue la época de las calendas griegas...

Nos alegraríamos mucho si algunas lectoras empezaran a sentir que redundamos y estamos fastidiosos, puesto que ya se imaginan lo que vamos a decir, pero, no vaya a ser cosa de que el olfato nos engañe, más vale que digamos que nos parece todos estos honorables caballeros están más pelados que rodilla de chivo al empeñarse por tomar partido no sólo entre los polos de un dilema falso, sino al interior de una problemática falsa y de una civilización extraviada. (¡Perro! ¡Qué atrevimiento! ¡Cómo se nota que el supuesto bloguero no está en el área de la Cota 3: Ciencias Sociales, y, por supuesto 33: Economía, con sus correspondientes retratos del admirado Marx y demás miembros del seudosantuario, para que le halen las orejas!). O sea, que la discusión acerca de si Mamá Mercado debe consentir a los niños y dejarles que actúen como les dé su gana o si Papá Estado debe mantenerlos reprimidos para mantener y regular el orden y que no se les ocurran malas acciones, sólo tiene sentido en el seno de una sociedad enferma y desamorada. En una sociedad sana, e inclusive en una empeñada en serlo, como repetimos, nos luce el caso de las sociedades escandinavas, canadiense y hermanas, no sólo los conflictos entre Mercado y Estado tienden a resolverse por sí solos, permitiendo la atención a las necesidades de todos y equilibrando las libertades individuales con las colectivas, sino que, gracias a la capacitación y a la aplicación creciente de la regla dorada de la moral, los ciudadanos, es decir, el Capacitado, el Moralizado, el Amado, el Fraternizado, el Compañerado y etcétera, tienden a resolver buena parte de los problemas económicos sin intervención ni del Mercado ni del Estado.

Verbigracia: cada vez que he visitado alguno de esos países, e inclusive ciertos rincones humanizados de otros, como es el caso de ciertas áreas de Boston y alrededores, en los Estados Unidos, me quedo atónito de ver la escala de la distribución, a cargo de organizaciones privadas, e incluso de las familias e individualidades, desde los garages de sus casas, de toda clase de ropas, zapatos, electrodomésticos, muebles, adornos y muchos afines de segunda mano, así como repartos y ventas no comerciales de comidas y comedores asistenciales organizados privadamente, e incluso de prestación de servicios, que incluyen el caso de gerentes y profesionales exitosísimos saliendo apurados de sus oficinas para no llegar tarde a sus citas de apoyo a las tareas escolares de los niños de un barrio pobre, con criterios que no tienen que ver ni con el Mercado, con el equilibrio de precios entre oferta y demanda, ni con regulación alguna del Estado. Pareciera entonces que basta con que comience a respirarse suficiente amor en la atmósfera social para que a la gente se le empiecen a ocurrir cada vez más ideas, estrafalarias tanto para liberales como para sovietosos, tales como la de donar sus ropas o accesorios domésticos usados a quienes los necesitan y no pueden comprarlos nuevos. En incontables ocasiones he sabido de casos de compatriotas latinoamericanos que se jactan de haber conseguido hasta el mobiliario completo de sus casas en tales países, sin intervención alguna del Estado y sin pagar un céntimo o pagando algo que poco o nada tiene que ver con mercados ni ocho cuartos...

Llegadas las cosas aquí, y con ganas de curarme en salud, plantearé entonces como ejercicio para la casa de lectores avanzados, y ¡ah mundo si algunos se atrevieran a presentar su tarea bajo el formato de comentarios a Transformanueca, para beneplácito de ésta y sus visitantes!, los casos de la libertad de expresión versus la necesidad de censura; de la libertad de movimientos, desplazamientos, fijación de residencias y acceso a bienes territoriales versus la necesidad de preservar la propiedad de quienes han construido bienhechurías con su trabajo o han recibido el legado de sus antepasados, o de preservar los recursos ambientales; de la libertad de aprender y validar cada quien por sí mismo sus conocimientos versus la necesidad de establecer dogmas, verdades (no importa si es Transformanueca quien crea sabérselas todas) o tabúes sociales que queden fuera de discusión, para asegurar cierto orden social; de la libertad de emprender proyectos innovadores para obtener nuevos bienes y servicios versus la necesidad de alargar la vida útil de los logros anteriores para preservar los recursos sociales y darle más chance a los rezagados en poder adquisitivo; de... (también queda como ejercicio la búsqueda de más esferas de aparente conflicto entre necesidades y libertades).

No obstante, y cuando las cosas, gracias a la brillante (?) ocurrencia anterior, parecieran estar mejorando en cuanto a extensión probable del artículo, hay dos aspectos que, por más complicados y menos familiares para el grueso de mis poco académicos lectores, deseo tocar aunque sea brevemente: uno es el de la dialéctica de la libertad y la necesidad en la historia, y otro el de las relaciones entre libertad y necesidad en la naturaleza (¡Gulp!: estos temas vuelven a quedar en los correderos de la propia Cota 1: Filosofía, con, cual moros en la costa, mirones indiscretos a mis espaldas...) / (Esto es el colmo: ¡qué brío tiene esta Transformanueca: acusar de "mirones indiscretos" de sus pistoladas filosóficas nada menos que a Aristóteles, Platón, Kant, Hegel y demás figuras filosóficas venerables, cuyos retratos, encima, fueron puestos en su sitial de honor por el mismísimo falta é respeto y piazo é bloguero ése, a quien, a pesar de que nadie le lee su blog, parece que se le están subiendo los humos a la cabeza! ¡¿Cómo sería si el blog tuviera lectores en serio?!...)

En cuanto al ámbito histórico, la problemática de la libertad versus la necesidad se podría plantear así: ¿Dispone realmente el hombre de libertad suficiente como para proponerse la edificación de un mundo hecho según sus designios y aspiraciones o debe plegarse a los mandatos o necesarias previsiones de alguna criatura sobrenatural o de leyes extranaturales, léase Dios, Progreso Inevitable o Leyes de la Dialéctica? Planteadas las cosas de esta manera, resulta que...¡Epa! ¿Qué ruido es ese allá afuera? Pareciera la risa del Che, por allá por la Cota 92: Biografías, como burlándose de mis pretensiones de hablar de la historia en pocas líneas... ¡Cónchole, Che! Si ni siquiera te he nombrado esta vez y me sales con esa...

...Las cosas por aquí están empeorando en picada, ahora no sólo es la risa del Che, sino que se ha sumado toda la cuerdita de filósofos de la Cota 1, en pleno y detrás de mí, y es más, estoy oyendo más lejos las carcajadas de la Cota 882: Literatura Rusa, cuando ni siquiera los he nombrado, aunque la verdad es que hace poco me metí con Tolstói, pero creo que era más bien para estar de acuerdo con él..., bueno, y dije algo de los cristianos primitivos, consentidos de Dostoyevski, pero como que no me entendió y se ha dado por aludido... y, ¿qué está pasando aquí?, pues juraría que acabo de oír a Mozart sumándose a la guachafita contra Transformanueca, cuando ni siquiera he hablado nada de música...

La verdad es que no entiendo nada de lo que está pasando. ¿O será que lo que quieren decirme con sus risas todos estos miembros de mi cuasisantuario es que me estoy tomando demasiado a pecho esto de aclarar tantas cosas filosóficas con tanta ignorancia y en tan poco espacio? O, tal vez, hubiese sido mejor no haber asignado para la casa, sin saber si nadie se lo va a tomar en serio, la tarea de discutir la libertad de conocimiento frente a la necesidad de afianzar verdades para saber a qué atenernos, pues así habría podido asegurar, sin rodeos, que también aquí la clave está en sentirnos henchidos de amor, para lo cual el disfrute del arte y de lo bello mucho nos puede ayudar, y resteados a aplicar la regla dorada de la moral. Si obrásemos de este modo, todos los dogmatismos palidecerían, y los conflictos entre la libertad de crear y verificar la verdad de las cosas por nosotros mismos versus la necesidad de creer en verdades, o pretensiones de verdades, no importa de donde vengan, así sea de Transformanueca -de quien nos reservamos el derecho a reirnos, solos o acompañados, cada vez que la notemos pretensiosa o dándoselas de sabelotodo-, para saber a qué atenernos e impedir la parálisis a que nos condenaría una duda perpetua o indefinidamente metódica, muy probablemente apuntarían a mostrar, por sí mismos, sus propias soluciones. O, mejor que por sí mismos, al menos con la misma espontaneidad con que en un hogar bien amorado se superan todos los aparentes conflictos entre libertad y coerción, que constituyen un capítulo de aquellos entre libertad y necesidad, o como, cotidianamente, quienes no padecemos de hambre en sentido estricto resolvemos una y otra vez el conflicto entre la libertad de ingerir lo que nos provoque y la necesidad de saciar nuestras ganas de comer arreglándonos con lo que haya en la nevera, la despensa o el restorán de la esquina.

Y como se ha hecho tarde, y largo el artículo, otra vez, mejor lo dejamos hasta aquí, aprovechamos para oír a Mozart y hojear a Dostoyevski, y de paso preguntarles por qué se metieron en esto, y el próximo martes continuamos donde lo dejamos hoy... Definitivamente, no es ni tan malo, como a veces nos parece, que la realidad y la vida se salgan siempre con la suya, pues, si lo sabemos aceptar, es decir, si no nos da miedo seguir pensando y apostamos a que, con entrega, confianza y amor a la humanidad, siempre encontraremos, con o sin Estado y con o sin Mercado, algún equilibrio entre nuestras libertades y necesidades, incluyendo, por supuesto, a la libertad de pensar. No es ni tan inconveniente que ninguna de éstas, libertad o necesidad, pueda jamás reemplazar a la otra, o, mejor dicho, por lo menos hasta que dentro de 20.000 millones de años, como se dice, regresemos a la nada, el caos, la muerte y la necesidad absoluta, de donde al parecer venimos, pues este estira y encoge nos permite, si estamos claros con nuestra identidad amativa, apreciar más el valor de la libertad, comprendiendo que nunca podremos considerarla como un derecho adquirido sino que tenemos que conquistarla incesantemente ante la omnipresente necesidad. Pero inclusive, ¡quién sabe!, a lo mejor vuelve a emerger otro universo y se abre otro ciclo de relaciones entre libertad y necesidad, quien quita que aprendiendo, con o sin participaciones divinas, algunas lecciones de esta fascinante experiencia de la vida, en donde nada ni nadie podrá quitarnos lo bailado...

martes, 19 de enero de 2010

Sobre nuestras capacidades, identidades, necesidades y libertades

Me siento obligado a observar, queridos lectores, que el artículo que ahora tienen en pantalla va a ser seguramente uno de los más filosóficos, teóricos, abstractos y, quizás, en promedio, exigentes, de toda la pequeña historia de este blog, aunque me empeñaré en no convertirlo también en uno de los más extensos. Lo que no deja de ser una casi mala noticia, sobre todo para los amigos apurados o amantes de las cosas sencillas, a quienes les recomiendo tomárselo con calma y escoger un momento apropiado para meterle el diente a lo que aquí se dirá. Pero, por otro lado, esto no deja de tener su lado benévolo, pues significa que una vez leído este artículo, y espero que asimilado, lo que venga después, y hasta lo antecedente, probablemente se hará más concreto y accesible.

Para los impacientes, el artículo consiste en sustentar que si bien la transformación de nuestras capacidades es el eslabón crítico o pivote fundamental para satisfacer nuestras necesidades y conquistar nuestra libertades, lo cual nos coloca en condiciones de realizar nuestras identidades, cambiar nuestras vidas y protagonizar nuestra historia, resulta que lo contrario es también cierto, o sea, que no podemos realizar nuestras identidades, cambiar nuestras vidas y protagonizar nuestra historia si no disponemos de libertad suficiente, lo que, a su vez, nos exige satisfacer nuestras necesidades y transformar nuestras capacidades. Todos estos elementos están íntimamente interrelacionados y conectados. Nuestra existencia, la búsqueda y ejercitación de nuestras identidades en un intento por evadirnos, aunque sea temporalmente, del caos, de la nada y la inevitable muerte, nos obliga a satisfacer un amplio conjunto de necesidades, y el complemento de éstas, lo que no nos es prohibitivo ni estamos obligados a hacer, es nuestro conjunto de libertades. Tanto la satisfacción de necesidades como el ejercicio de nuestras libertades nos exigen la utilización inteligente y eficiente de nuestras energías disponibles, por lo cual resulta imperativo transformar nuestras capacidades. Nuestra identidad, lo que somos, y en particular lo que somos o seamos los latinoamericanos, es lo que necesariamente tenemos que ser más lo que libremente decidimos o decidamos ser, para todo lo cual requerimos de más y mejores capacidades que las que tenemos. Nuestra libertad es, al interior de nuestra identidad, el complemento de nuestra necesidad, y a esto lo consideramos válido tanto a nivel de la vida en su conjunto, cuando utilizaremos los términos en singular, como en sus múltiples ámbitos o dimensiones, cuando hablaremos de libertades y necesidades. La libertad, para nosotros, no es un norte de la vida, como sí lo son el amor y nuestra identidad amativa, sino un estado, una condición de la que precisamos para realizar esta identidad, y en particular para realizar nuestra identidad latinoamericana mediante la transformación incesante de nuestras capacidades.

Si el párrafo anterior les resultara ya claro y completo, no habría menester de que leyeran el resto y sanseacabó; pero tengo la impresión de que dichas las cosas nada más así hay demasiados lectores y lectoras que quedarían con los ojos claros y sin vista, lo cual me obliga a intentar explicar las cosas con más calma y suavidad, según lo que ya se viene convirtiendo en un estilo del blog, aunque con popularidad no unánime entre sus lectores y satisfacción incompleta del propio redactor en jefe.

Sin lugar a dudas, entre las categorías de mayor calibre de las culturas y lenguas occidentales se encuentran las de libertad y necesidad, cuyos campos semánticos recorren de manera transversal, aunque no siempre como términos opuestos, todo el espectro de conocimientos, desde la filosofía y la religión hasta las ciencias sociales y naturales, el arte, las artes, la literatura y la historia. El término libertad, de origen latino, según nuestro DRAE (Ed. 22) comprende la acepción principal de "facultad natural que tiene el hombre de obrar de una manera o de otra, y de no obrar; por lo que es responsable de sus actos", y acepciones secundarias que van desde las positivas del tipo "estado o condición de quien no es esclavo", "estado de quien no está preso", "facultad que se disfruta en las naciones bien gobernadas de hacer y decir cuanto no se oponga a las leyes ni a las buenas costumbres" y "facilidad, soltura, disposición natural para hacer algo con destreza", hasta las intermedias del tipo "falta de sujeción y subordinación", "exención de etiquetas", "desembarazo, franqueza", "prerrogativa, privilegio, licencia" y "condición de las personas no obligadas por su estado al cumplimiento de ciertos deberes", y hasta las francamente negativas de "contravención desenfrenada de las leyes y las buenas costumbres" y "licencia u osada familiaridad". La situación es muy semejante a la que encontramos en inglés con liberty (y también con su versión puramente anglosajona freedom), en francés con liberté, en portugués con liberdade, en italiano con libertà, y en alemán con Freiheit. En este caso, no vemos esta contraposición de significados como un problema sino, por el contrario, como una oportunidad para reforzar nuestra idea de la libertad como no positiva en sí misma sino dependiente de la identidad positiva o negativa a la que sirve. La libertad, para nosotros, será siempre libertad para pensar, para comprometernos, para actuar, para realizarnos; y sólo a las identidades, antes que nada a las amativas, les concederemos el derecho kantiano de ser para sí mismas.

Por su parte, en el caso de necesidad, también etimológicamente latino, encontramos, tanto en el DRAE como en nuestros otros diccionarios occidentales, una alta consistencia semántica, con acepciones como "impulso irresistible que hace que las causas obren infaliblemente en cierto sentido", "aquello a lo cual es imposible sustraerse, faltar o resistir", "carencia de las cosas que son menester para la conservación de la vida", "falta continuada de alimento que hace desfallecer" y "especial riesgo o peligro que se padece, y en que se necesita pronto auxilio". Todas estas acepciones de necesidad comparten el sema, rasgo o contenido semántico de compulsión externa o heterodeterminación, opuesta al impulso interno o autodeterminación que asociaremos a la idea de libertad.

Otra manera de captar el significado especial de este artículo, es dándole una breve hojeada a lo que hemos hecho hasta ahora en el blog, sólo que, para no aburrir a los lectores memoriosos, lo haremos de manera novedosa, apelando a los contenidos de la más completa norma de clasificación de la información y el conocimiento conocida, recomendada y cotidianamente empleada por quien suscribe: la Clasificación Decimal Universal, o CDU, que divide el saber humano según diez grandes cotas: 0: Generalidades, 1: Filosofía, 2: Religión, 3: Ciencias Sociales, (4: Vacante temporalmente), 5: Ciencias Naturales, 6: Tecnologías, 7: Arte, 8: Literatura, y 9: Historia. La categoria de libertad, pese a tener su, digamos, residencia principal, en la Cota 1: Filosofía, con sus correspondientes subdivisiones, es, sin embargo una de las más ubicuas o transversales, puesto que de ella se ocupan prácticamente todos los campos del saber humano.

Desde este punto de vista y con nuestro enfoque transdisciplinario, comenzamos nuestro periplo con nueve artículos introductorios sobre el propósito del blog (#1 y 2, en abril de 2009), la naturaleza general del problema de impulsar cambios en América Latina (#3 y 4, mayo de 2009), algunos aspectos metodológicos o epistemológicos (#5, 6 y 7, también mayo 2009) y una nota sobre la generación mundial y latinoamericana del '68 a que pertenece el autor (#8 y 9, más mayo), todo lo cual, sin mayores preciosismos, lo podríamos considerar dentro de la Cota 0: Generalidades, de la CDU. Luego iniciamos un recorrido general, una especie de sobrevuelo, por las historias de nuestros países latinoamericanos (#10 al 22, mayo a julio) y, en particular, de Venezuela (# 23 al 27, julio 2009), todo lo cual encaja bien dentro de la Cota 9: Historia. Seguidamente nos dedicamos a explorar la naturaleza de nuestras capacidades sociales, a las cuales las subdividimos en estructurales (#28 al 34, julio-agosto 2009), procesales (#35 al 46, agosto-septiembre 2009) y sustanciales (#47 al 49 y 51 al 56, octubre-noviembre 2009), que básicamente podríamos considerar dentro de la Cota 3: Ciencias Sociales, aunque, como casi todos los demás artículos, con constantes escarceos por las Cotas 8: Literatura; 7: Arte ( incluido aquí el lenguaje de las propias fotografías del blog); 6: Tecnología; y 5: Ciencias Naturales. También intercalamos dos artículos (los #50 y 57, en octubre y noviembre 2009), dedicados a evaluar el rumbo del propio blog, que también los podríamos considerar dentro de la Cota 0: Generalidades. Y, finalmente, examinamos la problemática de nuestras identidades, a las que subdividimos en primarias (#58 al 65, noviembre-diciembre 2009), secundarias (#66 al 69, diciembre 2009), terciarias (#70 al 72, diciembre 2009) y finalmente cuaternarias o de cuarto nivel, o sea, el amor (#73 al 77, en lo que va de enero de 2010), que bien podríamos asignar a las Cotas 2: Religión, y 1: Filosofía, con las consabidas incursiones rápidas en las Cotas 3 y 5 a 9.

Por lo tanto, este artículo viene a ser uno de los más filosóficos y abstractos, y por tanto más Cota 1, que verán en el blog, y que muy probablemente constituirá, a la hora de los promedios, un hito divisorio entre los artículos precedentes, de abstracción creciente, y los venideros, que serán, más o menos o con alguno que otro inevitable altibajo, de concreción creciente. En la serie que comenzará a partir del próximo artículo abordaremos el examen de nuestras principales necesidades y libertades, en ambiente principalmente Cota 3: Ciencias Sociales, con constante aderezo de otras cotas, para luego emprender la serie sobre nuestros sistemas de vida, también en Cota 3, y luego sobre una visión general o más conceptual de nuestra historia latinoamericana, es decir, una suerte de regreso a la Cota 9 ó de lectura de conjunto de lo que examinamos en la serie histórica sobre nuestros países. A partir de allí, haremos una especie de relax del esquema de series, para no enseriarnos demasiado, y abriremos una temporada miscelánea de artículos sobre múltiples temas, en donde confiamos poder demostrar que valió la pena tomarnos un tiempo para pensar con calma las cosas y poder llegarle más cerca al meollo de todo lo que nos pasa y cómo salir de nuestros seculares extravíos.

Y, puesto que nos quedaría grande y no nos concedemos el derecho a hablar en parábolas, todavía otra manera de representar el significado de estos términos sería mediante una mortal metáfora. Si el lugar a donde anhelamos ir es nuestra identidad, entonces el viaje es nuestra existencia real; para realizar ese viaje necesitamos energía, una parte de la cual, nuestras necesidades, la perderemos en el roce con el camino o la tendremos que invertir en seguir vivos a través del trayecto, y otra, nuestras libertades, es la que efectivamente usamos para desplazarnos en la ruta escogida. ¿No les parece claro que la eficacia, eficiencia, efectividad y armoniosidad de nuestro viaje dependerá directamente de los medios que empleemos para transportarnos, es decir, de nuestras capacidades? Pues bien, esa es la idea central del artículo; lo demás son argumentos que intentan sustentarla.

Llegadas las cosas a este punto, pareciera conveniente explorar, aunque sea de pasada, algunas de las principales discusiones filosóficas que plantea la problemática de la libertad, las cuales, sin que nos sorprenda y pese a los empeños de muchos filosofos por hablar sólo de la libertad en singular, suelen estar referidas a las distintas estructuras o dimensiones sociales. Y al parecer ha sido Tolstói, colega del club mundial de admiradores del Sermón de la montaña y de la aplicación de la regla dorada como corazón de toda verdadera ética, en su Guerra y paz, uno de los principales en darse cuenta de que las distintas interrogantes que plantea el ejercicio de la libertad se refieren a tal variedad de dimensiones, las cuales tienen autonomías relativas y no siempre son fáciles de conciliar.

Tenemos así, en primer lugar, la problemática política de la libertad, que aproximadamente gira en torno a la pregunta de si los hombres pueden ser libres y a la vez estar sujetos a la coerción del Estado y de las leyes, y, en cualquier caso, en quién reside la soberanía. Sin ánimo de dictar cátedra ni mucho menos, en torno a un tema en el que se han devanado los sesos los filósofos de todas las épocas, pero también los no filósofos, que tenemos nuestros derechitos, aquí apreciamos dos grandes escuelas, una, que postula que en definitiva la soberanía no puede residir en los hombres comunes sino en Dios, en los reyes y príncipes o, en el más terrenal de los casos, en un Estado todopoderoso que somete a los individuos, a los cuales sólo les sale disponer de una libertad altamente condicionada, en donde ubicamos a Platón, Aristóteles, Agustín, Tomás de Aquino, Hobbes y muchos otros, para quienes, hasta donde los entendemos, no es al hombre normal, sino a los seres sobrenaturales, a los escogidos por éstos, a la maquinaria del Estado o a las élites autodesignadas a quienes les corresponde ser libres.

Fuera del campo filosófico, no se nos escapa que uno de los planteamientos centrales de Hitler en Mi lucha es el de que no todos los seres humanos pueden aspirar a ser ciudadanos sino que unos están predestinados a ser ciudadanos y otros a ser súbditos, lo cual se parece demasiado a la doctrina aristotélica de que hay hombres libres y hombres esclavos por naturaleza. Luego está la escuela de quienes, pese a reconocer la inviabilidad de una sociedad con libertades individuales y/o colectivas ilimitadas de los hombres comunes y corrientes, proponen distintas maneras de equilibrar libertad y coerción, es decir, libertad y necesidad, a fin de hacer viable la sociedad. Dentro de esta segunda escuela vemos las posturas de Locke, Montesquieu, Rousseau, Kant y J.S. Mills, con versiones extremas como la de Hegel, que en su Filosofía de la historia postula la inevitabilidad teleológica del avance hacia la realización de la libertad a través de la razón, y la de Marx que, además de tomar de Hegel la idea de la libertad como "conciencia de la necesidad", lo que ya nos resulta incoherente, plantea la idea de que el futuro humano es la edificación de un "reino de la libertad", que dialéctica e inevitablemente reemplazaría al precedente "reino de la necesidad".

Con el perdón de estas lumbreras, y pese a que de la segunda escuela creo que hay que rescatar sobre todo la idea de los, por mucho tiempo inevitables, equilibrios entre libertad y coerción, y, quizás sobre todo la idea kantiana, expuesta en su extraordinaria y poco conocida Ciencia del derecho, de que todos los seres humanos tienen el derecho a ser libres, en virtud de su mera humanidad, y que ninguna persona libre puede ser convertida en medio al servicio de ninguna causa, pensamos que buena parte del embrollo filosófico así planteado surge del intento de discutir acerca de la libertad en abstracto y desligada de los fines a los cuales sirve. En cambio, nos parecen más claros y lúcidos los planteamientos de pensadores considerados por muchos como de menor talla, como Sartre (Crítica de la razón dialéctica), Fromm (El miedo a la libertad), Krishnamurti (La libertad total: reto esencial del hombre), Marcuse (especialmente Eros y civilización y El hombre unidimensional) y otros, para quienes toda la discusión sobre la libertad depende de tales fines, que pretenden ser distorsionados por la actual sociedad moderna y, añadimos nosotros, casi con Maturana (El sentido de lo humano; Amor y juego: Fundamentos olvidados de lo humano, y afines), y otros, por todas las sociedades de clases o patriarcales.

En otras palabras, si aceptamos como dadas e inmutables a las sociedades clasistas, con su empeño en hacer del desamor la nueva naturaleza humana, entonces no hay más remedio que reprimir los impulsos de libertad individuales que inevitablemente chocarán contra la coerción establecida, con lo cual sólo nos queda justificar o procurar la mitigación de tal coerción, segun lo pautado por las dos primeras escuelas mencionadas. El equilibrio sano entre libertades individuales y colectivas sólo es posible con el rescate y la edificación de una civilización no clasista, en donde, según cierto buen decir marxista, que no tiene por qué implicar la demolición del Estado burgués a manos del redentor proletario según el corolario leninista o el del Marx furioso por la masacre de la comuna de París, el Estado tenderá a convertirse en estado y luego a extinguirse progresiva pero no inevitablemente: sólo entonces la coerción será cada vez más innecesaria pues la satisfacción de las necesidades podrá tener lugar en armonía con el ejercicio de las libertades y en aras de la realización de una identidad amativa que nos brota de una deriva biológica y antropológica y define nuestra emocionalidad. Un proceso de esta índole es el que intuimos ya está en marcha en los países escandinavos, Canadá y afines, del selecto club de los diez países con más alto índice de desarrollo humano, en donde el Estado tiende a comportarse como un ente cada vez menos coercitivo y más amigo de los ciudadanos. La verdad es que no lo hemos visto de cerca, pero un amigo insospechable de cuentero, y por cierto embajador por largo tiempo en ese país, nos ha asegurado que en Finlandia el Estado, como cualquier Perico de los Palotes, ...¡se va de vacaciones a mediados de julio y regresa en septiembre!

Bueno, ¡piedad para este redactor en vías de no ser jamás un bloguero serio, pues ya va por catorce párrafos y todavía le falta por desarrollar más de la mitad del esquema de su artículo! Restan todavía las discusiones sobre la problemática de la libertad y necesidad en las dimensiones culturales (o relacionadas con el llamado problema de la libertad de conciencia y con el de la libertad religiosa), económicas (con el llamado problema de la libertad de empresa), territoriales (libertad de residencia y de desplazamiento), mediáticas (libertad de expresión) y educativas (libertad de aprendizaje). Y luego una presentación al menos de las problemáticas de la libertad y necesidad a propósito de la historia, y en particular de la historia latinoamericana, así como en relación a la naturaleza, y una versión modificada de la jerarquía de necesidades según Maslow, que usaremos para ordenar la discusión restante acerca de las necesidades y libertades que, como dijimos antes, se complementan mutuamente al interior del camino de realización de nuestras identidades. La situación se asemeja sospechosamente a la del día viernes 2 de octubre de 2009, cuando me sentí aplastado por el esquema del artículo Nuestras capacidades sustanciales personales, y terminé tirando la toalla. ¿Hay algo en común entre ambos artículos?

Por el momento les pido un receso, pues tengo la cabeza hinchada de no poder resolver el problema de como decirles todo lo que creo que debo decir sin abusar de su paciencia y su, probablemente más valioso que el mío, tiempo. No sé si regresaré a concluir este artículo y faltar a mi propuesta inicial de no convertirlo en el más largo del blog, o si resignarme y dividirlo en dos o tres partes, corriendo el riesgo de que se dispersen las ideas centrales. Y he aquí, por supuesto, un severo dilema de ejercicio de la libertad de expresión versus la necesidad de ser leído, que no tiene que ver ni con coerción ni con el Estado, y que francamente no logro imaginarme que sea de un tipo que pueda desaparecer ni en el año 100.000 de nuestra era, cuando sería justicia que ya hubiesen desaparecido las clases sociales -¡ojalá que sin arrastrar consigo a todo el género humano!- y el actual Estado quizás pase a ser del tamaño de un vulgar insecto (pues de seguro que ellos sí, los insectos, pese a su vulgaridad, andarán todavía por allí).

¿No abona todo este enredo en favor de la tesis de que libertad y necesidad existirán siempre, como hermanas inexorablemente siamesas, y de que jamás podremos vivir en ningún Reino de la libertad o de la felicidad pero sí en un reino, o, cuando menos, una red de municipios, del amor?

viernes, 15 de enero de 2010

Por la restauración de nuestras identidades amativas

En Un mundo feliz, de Aldous Huxley, se describe una sociedad en donde los individuos son programa- dos para desempeñar roles fijos en sus vidas, y a los destinados a ser meros productores o guardianes se les insensibiliza para amar o aceptar la belleza desde que son bebés. Provocándoles precozmente diversas frustraciones afectivas y con ejercicios de contacto con, por ejemplo, hermosas flores que, luego de ser acariciadas, responden con descargas eléctricas, se les condiciona de por vida contra esas emociones. En nuestro mundo real no tan feliz, gracias a los corrientazos afectivos que nos pegamos en la vida, a muchos se les atrofia la identidad y la emocionalidad amativa; pero, quizás gracias a las imperfecciones que todavía tiene el sistema, todos, o al menos la inmensa mayoría de los humanos normales, terminamos por saber lo que es el amor, solo que, en base a nuestras experiencias, podemos llegar hasta a temerle a esta emoción, huir de ella e inhibir esta identidad.

Por tales motivos, tenemos la impresión de que, pese a estar severamente vapuleada, esta emoción sigue siendo una parte constitutiva de nosotros, por lo que, más que enseñar o aprender a amar, lo que tenemos es que encontrar un camino para reactivar o restaurar nuestras identidades amativas y revertir el proceso de su inhibición civilizatoria. No es pertinente, desde esta perspectiva, que nadie nos venga a revelar o descubrir lo que es el amor ni tampoco a enseñarnos a amar, a confiar, a entregarnos o ser audaces o tener esperanzas: las emociones, a diferencia de la inteligencia, sólo se inhiben, condicionan, ejercitan o despliegan, pero no se adquieren ni aprenden. Nuestra identidad amativa está ya con nosotros aún antes de ver la luz o respirar el oxígeno, pero así como podemos cegarnos o encandilarnos con la luz o asfixiarnos por la falta de oxígeno también puede atrofiarse o inhibirse nuestra identidad amativa. Lo que diremos aquí, entonces, no pretende, ni mucho menos, ser una guía para amar o una suerte de fitness para el amor, sino, quizás y a lo sumo, algo así como un menú de modestas sugerencias para ejercitar nuestra identidad amativa frecuentemente, cuando menos, adormecida.


Apoyándonos, para empezar, en Erich Fromm, autor de El arte de amar: una investigación sobre la naturaleza del amor, el libro más coherentemente escrito que hemos conocido sobre este tema de cómo hacer despertar y potenciar nuestras emociones amorosas, planteamos que el necesario punto de partida para abordar este problema consiste en reconocer su importancia. Mientras creamos, con la publicidad capitalista al uso, que el amor es asunto de regalitos, técnicas sexuales y tener trajes, relojes o carros lujosos para que nos amen, o, con la izquierda estalinosa, que esta materia es para afeminados o débiles mentales indignos de la causa del proletariado, no tendremos ningún chance de avanzar y nuestros progresos o nuestras revoluciones seguirán siendo un carrusel de ilusiones. En nuestra cultura occidental, tan dada a valorar el éxito y los resultados y casi alérgica a apreciar los caminos correctos, este primer paso no es cosa fútil, pero no hay más remedio: si no tomamos en serio esta problemática no tendremos ningún chance de superarla.


Aceptar la importancia de amar es nada menos que adquirir conciencia de nuestra identidad humana profunda o, al decir del pensador mencionado arriba, o más o menos, entender que una vez que nuestro género ha decidido dar el salto decisivo de distinguirse de la animalidad ordinaria ya no tiene otra opción que la de ser inteligente y amoroso. Mientras que las restantes especies vivientes terrestres nacen, crecen, se reproducen y mueren, y tan campantes, nosotros no podemos enfrentar la finitud de nuestras vidas individuales, la certeza de la muerte venidera, la garantía de que moriremos antes que quienes amamos, o ellos antes que nosotros, es decir, nuestra separatidad, con el brillante término de Fromm, sin crear una interpretación y un vínculo con todo lo viviente, y antes que nada con nuestros semejantes y sobre todo nuestras semejantas, precisamente a través de la inteligencia y el amor.

La concentración, la dedicación de tiempo valioso a ejercitarnos en restaurar nuestras identidades amativas, exclusivamente, sin segundas intenciones, sin caer en la trampa de que se ama para lograr algo, sería un segundo paso, también bajo las recomendaciones frommianas, en la senda restauradora que exploramos, inmediatamente seguida de la paciencia, otra conducta occidental escasa que en nuestra Latinoamérica se convierte en escasísima. Sin concentración y paciencia, y a punta de los truquitos que tan ostentosamente ofrecen las revistas del alma, haremos levantes, conseguiremos admiradoras, pasaremos ratos placenteros, pero no sólo no recuperaremos nuestra identidad amativa sino que la sepultaremos bajo un pantano cada vez más profundo, pues el amor es sencillamente alérgico a la manipulación, la desconfianza y el descompromiso.

Si lo que venimos exponiendo es coherente, entonces el reforzamiento de nuestra identidad amorosa exige también la ejercitación de las identidades confianzativas de las que se nutre y a las cuales, a la vez, alimenta. Aquí pensamos, con apoyo en nuestra no desdeñable experiencia consultora, que una clave está en taxonomizar o graduar la confianza, lo que equivale a no binarizarla o verla en blanco y negro, como si sólo pudiésemos confiar o no confiar en los demás. Un esquema que nos ha resultado útil en procesos concretos de construcción de confianza es el de caracterizar los actores relevantes en los procesos, de mayor a menor confianza, en términos de aliados (o amados), amigos, allegados, apáticos, adversarios, antagonistas y acérrimos. Si, por ejemplo, a través de demostraciones o comunicaciones, logro que un acérrimo o fanatizado enemigo se convierta en un antagonista obstinado, entonces he construido confianza con él, y si luego consigo que éste se torne un adversario racional, pues también gano confianza, y así sucesivamente. En definitiva, podríamos decir que construir confianza equivale a romper barreras que nos separan de las personas u otros seres que afectan determinados procesos de nuestras vidas. Pero, ¡ojo!, tal ruptura de barreras requiere de una ética, ergo, de una hegemonía de nuestra regla dorada, para que no se convierta en burda manipulación.

Y algo parecido cabe añadir en relación a nuestras entregas: necesitamos escoger libre y éticamente aquellos ámbitos de nuestras vidas en los que nos emplearemos lo más a fondo posible, y distinguirlos de aquellos en los que nos comprometeremos menos. Pretender dedicarnos a fondo en todo lo que hagamos es la ruta hacia un infarto seguro, pero hacer de todo un pasatiempo, y, peor todavía hacer del dinero, el poder o la búsqueda de la fama los fines últimos de nuestras vidas es un pasaporte irreversible al mundo del desamor y la indiferencia.
Incluso en la aplicación y transformación de nuestras capacidades productivas, políticas, culturales, etc., resolviendo problemas, tomando decisiones, superando situaciones y actividades afines, podemos ejercitar nuestras identidades entregativas distribuyendo nuestras energías entre los desafíos que abordaremos con enfoques simples, artesanales, técnicos, tecnológicos o sociotecnológicos. (Véanse aquí los artículos sobre capacidades estructurales, procesales y sustanciales).

Igualmente, ya en el plano de nuestras capacidades sustanciales personales, y apoyándonos en el extraordinario aporte de Howard Gardner y su Changing minds, el autoconocimiento de nuestras inteligencias analítica, lingüística, musical, espacial, corporal, ambiental, intrapersonal e interpersonal;
o nuestras maneras principales de aprender: razonando, investigando, respaldando a otros, representando ideas de múltiples maneras, utilizando recursos, respondiendo a eventos extraordinarios o venciendo nuestras propias resistencias; o reconociendo nuestros objetos favoritos de aprendizaje: destrezas, nociones, conceptos, relatos, teorías, es también relevante aquí, pues todo lo que nos ayude a conocer nuestras fortalezas nos servirá también para compremeternos mejor con las causas que así lo ameriten. Sin embargo, cumplimos también con hacer expreso nuestro escepticismo ante cualquier receta de moda que ofrezca, con la lectura de un libro o la asistencia a un taller milagroso, cambiar nuestras vidas o la de nuestras empresas u otras organizaciones en un dos por tres, incluso si se presentan con el aval de organizaciones como la transnacionalísima Gallup, que actualmente está ofreciendo talleres de corta duración para determinar las fortalezas que regirán nuestras vidas dentro de un conjunto predeterminado de 34.

Y, para terminar, está el asunto crucial de los ámbitos de nuestras vidas, digamos, individual, parejal, grupal, institucional, sectorial, nacional, regional, internacional, global o universal (con o sin presencia sobrenatural), en donde podemos desplegar nuestras identidades amativas. Todo lo dicho a propósito del camino de restauración de nuestras identidades amativas, confianzativas o entregativas, o de transformación de nuestras capacidades estructurales, procesales o sustanciales, es aplicable en cualquiera de estos ámbitos, en donde no necesaria ni deseablemente tenemos que proceder en orden de dimensiones ascendentes o descendentes. Más bien nos parece esencial asumir que nuestras vidas se desenvuelven, inevitablemente, en estos múltiples ámbitos, materialidades, espacios o tiempos, en todos los cuales tenemos preciosas oportunidades para practicar nuestra regla dorada y, con ello, a un sólo tiempo, restaurar nuestras identidades y transformar nuestras capacidades.

En cuanto a qué hacer con tal restauración y transformación estaremos conversando en la próxima serie de artículos, cuando nos ocuparemos de la satisfacción de necesidades y la conquista de libertades.