
Por tales motivos, tenemos la impresión de que, pese a estar severamente vapuleada, esta emoción sigue siendo una parte constitutiva de nosotros, por lo que, más que enseñar o aprender a amar, lo que tenemos es que encontrar un camino para reactivar o restaurar nuestras identidades amativas y revertir el proceso de su inhibición civilizatoria. No es pertinente, desde esta perspectiva, que nadie nos venga a revelar o descubrir lo que es el amor ni tampoco a enseñarnos a amar, a confiar, a entregarnos o ser audaces o tener esperanzas: las emociones, a diferencia de la inteligencia, sólo se inhiben, condicionan, ejercitan o despliegan, pero no se adquieren ni aprenden. Nuestra identidad amativa está ya con nosotros aún antes de ver la luz o respirar el oxígeno, pero así como podemos cegarnos o encandilarnos con la luz o asfixiarnos por la falta de oxígeno también puede atrofiarse o inhibirse nuestra identidad amativa. Lo que diremos aquí, entonces, no pretende, ni mucho menos, ser una guía para amar o una suerte de fitness para el amor, sino, quizás y a lo sumo, algo así como un menú de modestas sugerencias para ejercitar nuestra identidad amativa frecuentemente, cuando menos, adormecida.
Apoyándonos, para empezar, en Erich Fromm, autor de El arte de amar: una investigación sobre la naturaleza del amor, el libro más coherentemente escrito que hemos conocido sobre este tema de cómo hacer despertar y potenciar nuestras emociones amorosas, planteamos que el necesario punto de partida para abordar este problema consiste en reconocer su importancia. Mientras creamos, con la publicidad capitalista al uso, que el amor es asunto de regalitos, técnicas sexuales y tener trajes, relojes o carros lujosos para que nos amen, o, con la izquierda estalinosa, que esta materia es para afeminados o débiles mentales indignos de la causa del proletariado, no tendremos ningún chance de avanzar y nuestros progresos o nuestras revoluciones seguirán siendo un carrusel de ilusiones. En nuestra cultura occidental, tan dada a valorar el éxito y los resultados y casi alérgica a apreciar los caminos correctos, este primer paso no es cosa fútil, pero no hay más remedio: si no tomamos en serio esta problemática no tendremos ningún chance de superarla.
Aceptar la importancia de amar es nada menos que adquirir conciencia de nuestra identidad humana profunda o, al decir del pensador mencionado arriba, o más o menos, entender que una vez que nuestro género ha decidido dar el salto decisivo de distinguirse de la animalidad ordinaria ya no tiene otra opción que la de ser inteligente y amoroso. Mientras que las restantes especies vivientes terrestres nacen, crecen, se reproducen y mueren, y tan campantes, nosotros no podemos enfrentar la finitud de nuestras vidas individuales, la certeza de la muerte venidera, la garantía de que moriremos antes que quienes amamos, o ellos antes que nosotros, es decir, nuestra separatidad, con el brillante término de Fromm, sin crear una interpretación y un vínculo con todo lo viviente, y antes que nada con nuestros semejantes y sobre todo nuestras semejantas, precisamente a través de la inteligencia y el amor.
La concentración, la dedicación de tiempo valioso a ejercitarnos en restaurar nuestras identidades amativas, exclusivamente, sin segundas intenciones, sin caer en la trampa de que se ama para lograr algo, sería un segundo paso, también bajo las recomendaciones frommianas, en la senda restauradora que exploramos, inmediatamente seguida de la paciencia, otra conducta occidental escasa que en nuestra Latinoamérica se convierte en escasísima. Sin concentración y paciencia, y a punta de los truquitos que tan ostentosamente ofrecen las revistas del alma, haremos levantes, conseguiremos admiradoras, pasaremos ratos placenteros, pero no sólo no recuperaremos nuestra identidad amativa sino que la sepultaremos bajo un pantano cada vez más profundo, pues el amor es sencillamente alérgico a la manipulación, la desconfianza y el descompromiso.
Si lo que venimos exponiendo es coherente, entonces el reforzamiento de nuestra identidad amorosa exige también la ejercitación de las identidades confianzativas de las que se nutre y a las cuales, a la vez, alimenta. Aquí pensamos, con apoyo en nuestra no desdeñable experiencia consultora, que una clave está en taxonomizar o graduar la confianza, lo que equivale a no binarizarla o verla en blanco y negro, como si sólo pudiésemos confiar o no confiar en los demás. Un esquema que nos ha resultado útil en procesos concretos de construcción de confianza es el de caracterizar los actores relevantes en los procesos, de mayor a menor confianza, en términos de aliados (o amados), amigos, allegados, apáticos, adversarios, antagonistas y acérrimos. Si, por ejemplo, a través de demostraciones o comunicaciones, logro que un acérrimo o fanatizado enemigo se convierta en un antagonista obstinado, entonces he construido confianza con él, y si luego consigo que éste se torne un adversario racional, pues también gano confianza, y así sucesivamente. En definitiva, podríamos decir que construir confianza equivale a romper barreras que nos separan de las personas u otros seres que afectan determinados procesos de nuestras vidas. Pero, ¡ojo!, tal ruptura de barreras requiere de una ética, ergo, de una hegemonía de nuestra regla dorada, para que no se convierta en burda manipulación.
Y algo parecido cabe añadir en relación a nuestras entregas: necesitamos escoger libre y éticamente aquellos ámbitos de nuestras vidas en los que nos emplearemos lo más a fondo posible, y distinguirlos de aquellos en los que nos comprometeremos menos. Pretender dedicarnos a fondo en todo lo que hagamos es la ruta hacia un infarto seguro, pero hacer de todo un pasatiempo, y, peor todavía hacer del dinero, el poder o la búsqueda de la fama los fines últimos de nuestras vidas es un pasaporte irreversible al mundo del desamor y la indiferencia. Incluso en la aplicación y transformación de nuestras capacidades productivas, políticas, culturales, etc., resolviendo problemas, tomando decisiones, superando situaciones y actividades afines, podemos ejercitar nuestras identidades entregativas distribuyendo nuestras energías entre los desafíos que abordaremos con enfoques simples, artesanales, técnicos, tecnológicos o sociotecnológicos. (Véanse aquí los artículos sobre capacidades estructurales, procesales y sustanciales).
Igualmente, ya en el plano de nuestras capacidades sustanciales personales, y apoyándonos en el extraordinario aporte de Howard Gardner y su Changing minds, el autoconocimiento de nuestras inteligencias analítica, lingüística, musical, espacial, corporal, ambiental, intrapersonal e interpersonal; o nuestras maneras principales de aprender: razonando, investigando, respaldando a otros, representando ideas de múltiples maneras, utilizando recursos, respondiendo a eventos extraordinarios o venciendo nuestras propias resistencias; o reconociendo nuestros objetos favoritos de aprendizaje: destrezas, nociones, conceptos, relatos, teorías, es también relevante aquí, pues todo lo que nos ayude a conocer nuestras fortalezas nos servirá también para compremeternos mejor con las causas que así lo ameriten. Sin embargo, cumplimos también con hacer expreso nuestro escepticismo ante cualquier receta de moda que ofrezca, con la lectura de un libro o la asistencia a un taller milagroso, cambiar nuestras vidas o la de nuestras empresas u otras organizaciones en un dos por tres, incluso si se presentan con el aval de organizaciones como la transnacionalísima Gallup, que actualmente está ofreciendo talleres de corta duración para determinar las fortalezas que regirán nuestras vidas dentro de un conjunto predeterminado de 34.
Y, para terminar, está el asunto crucial de los ámbitos de nuestras vidas, digamos, individual, parejal, grupal, institucional, sectorial, nacional, regional, internacional, global o universal (con o sin presencia sobrenatural), en donde podemos desplegar nuestras identidades amativas. Todo lo dicho a propósito del camino de restauración de nuestras identidades amativas, confianzativas o entregativas, o de transformación de nuestras capacidades estructurales, procesales o sustanciales, es aplicable en cualquiera de estos ámbitos, en donde no necesaria ni deseablemente tenemos que proceder en orden de dimensiones ascendentes o descendentes. Más bien nos parece esencial asumir que nuestras vidas se desenvuelven, inevitablemente, en estos múltiples ámbitos, materialidades, espacios o tiempos, en todos los cuales tenemos preciosas oportunidades para practicar nuestra regla dorada y, con ello, a un sólo tiempo, restaurar nuestras identidades y transformar nuestras capacidades.
En cuanto a qué hacer con tal restauración y transformación estaremos conversando en la próxima serie de artículos, cuando nos ocuparemos de la satisfacción de necesidades y la conquista de libertades.
Como un pequeño aporte del libro MUJERES que corren con los lobos de Clarissa Pinkola Estés:
ResponderEliminar“A veces quien huye de la naturaleza de la Vida/Muerte/Vida insiste en considerar el amor como algo positivo. Pero el amor en su plenitud es toda una serie de muertes y renacimientos. Abandonamos una fase, un aspecto del amor, y entramos en otra. La pasión muere y regresa. El dolor se aleja y aparece de nuevo. Amar significa abrazar y, al mismo tiempo, resistir muchos finales y muchísimos comienzos.. todos en la misma relación. Sin embargo, hay otras actitudes mejores para abrazar la naturaleza de la Vida/Muerte/Vida. En todo el mundo, aunque se la conozca con distintos nombres, muchos ven esta naturaleza como un baile con la muerte, la Muerte que tiene por pareja de baile la Vida.”
“ Para poder amar, bailamos con la muerte. Habrá desbordamientos y sequías, habrá nacimientos vivos y nacimientos muertos y nacimientos renacidos de algo nuevo. Amar es aprender los pasos. Amar es bailar la danza.
La energía el sentimiento, la intimidad, la soledad, el deseo, el tedio, todo sube y baja en ciclos relativamente seguidos. El deseo de intimidad y de separación crece y disminuye. La naturaleza de la Vida/Muerte/Vida no solo nos enseña a bailar todas esas cosas sino que, además, nos enseña que la solución del malestar es siempre lo contrario; por lo consiguiente. El remedio del aburrimiento es una nueva actividad, la intimidad con otro es el remedio de la soledad, el aislamiento es el remedio cuando uno se siente agobiado.
Cuando no conoce esta danza, la persona muestra tendencia, durante los distintos periodos de estancamiento, a expresar la necesidad de nuevas actividades personales gastando demasiado dinero, corriendo peligros, haciendo elecciones temerarias, tomando un nuevo amante. Es el comportamiento propio de los tontos o los insensatos. Es el comportamiento propio de los que no saben.”
Perdonen el posible fuera de lugar y por favor no lo tomen como recetas.
Hay una especie de misterio en este blog, que no logro descifrar y agradecería a quien pueda hacerlo que me lo explique. Se trata del porqué de que, una y otra vez, lectores que hacen comentarios valiosos empiezan o terminan pidiendo perdones o disculpas como si estuviesen fuera de orden o incurriendo en impertinencias. Me pregunto, para empezar, si será que por el hecho de utilizar argumentaciones a veces más "duras" que aquellas de los ensayos sociohumanísticos usuales, es decir, incorporando algunos números y conceptos de tipo científico, los artículos terminan por revestirse de la prepotencia característica de todo lo que lleva el sello de la ciencia moderna (por supuesto que heredado de la prepotencia católica medieval, cuando, si posible en latín, para que se entendiera al mínimo, los sacerdotes se dirigían a los seres comunes como si ellos viniesen de otro mundo en donde les eran reveladas las verdades absolutas para comunicarlas a los mortales), y por tanto generan una especie de intimidación en los lectores. ¿O será que el estilo de exposición y/o de redacción del tal bloguero tiene algún extraño efecto autoritario que cohibe a los lectores no académicos, a quienes precisamente se les quiere llegar? ¿O que los venezolanos, que, por ahora y quien sabe hasta cuando, constituyen el grueso de lectores del blog, padecen de algún tipo de timidez casi congénita que los lleva a sentirse pequeños a la hora de tomar la palabra hablada o escrita? O, peor todavía, que a fuer de siglos de dominaciones, explotaciones y manipulaciones, hemos terminado por no saber desenvolvernos en conversaciones sobre asuntos serios que afectan nuestros destinos. O, si no es nada de esto, entonces que será lo que por ejemplo, lleva a nuestra lectora, porque así la imaginamos aunque haya firmado "Anónimo" (¡Epa Blogger, ¿cuando es que van a simplificar el procedimiento para la generación de comentarios, y, como mínimo, incluir la opción de "Anónima"?!), a tomarse sus cuantos minutos para seleccionar una interesante y relevante cita y brindarnosla a todos, para luego cerrar con un "perdonen el posible fuera de lugar". En cualquier caso, queremos expresarte, cara Anónima, que tu cita nos ha hecho reflexionar largamente, y que, pese a estar cifrada en un lenguaje humanístico, a la oriental o Yin/Yang y casi místico, y afín a algunas de las cosas de Eric Fromm, con su idea del aprender a amar a través de una danza con la muerte, nos luce que arriba a conclusiones muy semejantes a las que aquí se han sustentado. Sólo que donde Clarissa habla de enfrentar la actividad al aburrimiento, y la intimidad a la soledad, pero también el aislamiento al agobio de las relaciones humanas viciadas, aquí nos referiríamos a la necesidad que tiene todo ente material de enfrentar la inexorable tendencia hacia la entropía o desorden creciente del universo, la cual, en el caso humano, es especialmente crítica puesto que hemos optado por edificar una sociedad amorosa sin antecedentes naturales conocidos, al extremo de que ya muchos han decidido tirar la toalla y, parafraseando a Cantinflas, proponen que sinceremos las cosas y comencemos a tratarnos como las bestias que realmente somos... Y, para terminar, despreocúpate de que tomemos las cosas como recetas, pues, con tanto dogmatismo al uso, es lo último en que desearíamos ver convertido a este micromedio de comunicación. Recibe un fuerte ciberabrazo, y espero recibir alguna próxima visita tuya por estos lares virtuales. Chao.
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