martes, 9 de marzo de 2010

Nuestras necesidades y libertades alimentarias minerales oligoelementales

Creo no haber dicho que, además de la importancia intrínseca que le asigno a la más clara y objetiva comprensión de la naturaleza de nuestras necesidades alimentarias, hay otra razón poderosa para este empeño, que supongo no terminará de ser simpática aun para ciertos, pero seguramente pocos, devotos del blog, y es ésta: estoy persuadido de que mientras más amplia y sólida sea la base de ideas no sujetas -o al menos no completamente- a controversia ideológica o política y compartidas por los agentes del cambio social, más viable será la construcción de una América Latina verdaderamente democrática y plural. Si lográsemos, por ejemplo, establecer la idea de que el sobreconsumo de hierro es riesgoso para el organismo humano, entonces las posibilidades de que algún día tengamos una política agrícola coherente, que priorice el impulso a la producción de cereales, granos leguminosos, frutas y verduras, y no a la ganadería de carne, se multiplican.

Sé que a muchos amigos políticos, humanistas y de las ciencias sociales, lo anterior les suena como a tecnocratismo, prepotencia científica, colaboracionismo de clases o hasta a rayada de madre, pero es un riesgo que hay que correr. Lo contrario, el dejar que todo sea cuestión de la posición ante la lucha de clases, conduce a riesgos mucho mayores como el de la guerra civil fratricida o, quizás todavía peor, a que vivamos en un limbo de fantasías per sécula y etcétera, en donde ningún problema se resuelve pues ninguna mitad o casi logra disponer del poder para aplastar a la otra mitad o casi, e imponerle sus soluciones. De allí que pensemos que, independientemente de las merecidas críticas al cientificismo y sus derivados, una sociedad verdaderamente democrática es impensable sin un mínimo de racionalidad científica en sus ciudadanos, pues sin ésta jamás podrán alcanzarse consensos superadores de los conflictos sociales. En su lugar, existen inclusive quienes pretenden sustituir los acuerdos con base científica por la aceptación incondicional de cuanto capricho a ellos se les ocurra, lo cual es la matriz epistemológica de todo autocratismo. (Como habrán notado los lectores, a este redactor le cuesta entrarle directo a los temas de los artículos sin antes afinar un poco la onda de sus neuronas...).

A continuación -y ojalá y alguien nos ampare o nos inspire para que esto no tenga que continuar en un próximo artículo-, abordaremos, digamos que con ganas de ser breves, el tema de ciertos otros elementos minerales que, pese a su connotación de no esenciales u oligoelementos (lo cual dista de significar que sean innecesarios), parecieran candidatos a engrosar, poco a poco, la lista de micronutrientes (medibles en los alrededores de los mili y microgramos de consumo apropiado) de los que debemos estar pendientes. Por supuesto, estas apreciaciones dependen del estado de nuestros conocimientos, pues es indudable que dentro de cien años nuestros tataranietos, ya adultos y tal vez crecidos en una cultura familiarizada con los nano (10-9) y hasta pico (10-12) mundos, podrán reírse de las ocurrencias de sus extintos tatarabuelos que ignoraban, qué se yo, la importancia del consumo de nanodosis de vanadio o rubidio para la apreciación de la música.

El boro es un metaloide al que las plantas tienen en la más alta estima y cuya ausencia en los suelos provoca una amplia variedad de enfermedades, sobre todo para las plantas que crecen en suelos lavados o excesivamente húmedos. Los repollos, por ejemplo, cultivados en suelos deficientes en boro, tienden a tener las hojas desarticuladas y tallos huecos, mientras que las fresas se tornan pequeñas y pálidas, y muchas otras frutas desarrollan extrañas formaciones acuosas en sus pulpas; aunque su exceso también es perjudicial. Para los insectos, en cambio, el boro es como la kryptonita para Supermán, por lo cual un gran número de venenos contra insectos contienen boratos y afines. Se sabe poco acerca de sus roles en el organismo humano, excepto que, presente en nosotros en exiguas dosis del orden de 18 microgramos (18 µg), desempeña un rol importante en el metabolismo de las hormonas tiroideas. Las frutas no cítricas, los mariscos y muchos vegetales verdes contienen boro.

El sílice, el segundo elemento de la corteza terrestre, después del oxígeno, es un elemento altamente apreciado por las plantas, en donde juega roles cruciales en las estructuras celulares y procesos metabólicos, y por la industria de microprocesadores, pero sólo usado en muy pequeñas dosis por los organismos animales, sobre todo como elemento estructural en distintos tejidos y, sobre todo, en los óseos. En los humanos sólo constituye un 0,002% de la masa corporal. El tomate, los cereales integrales, el pepino y la leche son alimentos ricos en sílice.

El manganeso es un metal indispensable para los procesos fotosintéticos de las plantas, y que, a pesar de sus exigua presencia en nuestro organismo, en el orden de sólo un 0,000017%, funciona como un cofactor de numerosas enzimas encargadas de lidiar con los radicales libres, en gran medida causantes de nuestros ingratos procesos de envejecimiento. La situación se repite en casi todos los organismos vivientes conocidos, en donde la enzima arginasa tiene reputación de ser quizás la más antigua de todas las empleadas por los seres respiradores de oxígeno, para evitar que este gas nos queme más de la cuenta. Pero también es cierto que, al ser ingerido en grandes dosis, y sobre todo cuando es por las vías respiratorias, el manganeso causa un síndrome característico de envenenamiento en la mayoría de mamíferos, con daños neurológicos frecuentemente irreversibles. Hay investigaciones en curso sobre una extraña enfermedad, parecida al Mal de Parkinson, a la que se ha llamado "manganismo", asociada a la respiración de, y el contacto con, compuestos de manganeso por mineros y trabajadores industriales. No obstante, está siendo empleado crecientemente en muchos medicamentos retrovirales. Los requerimientos de manganeso de los organismos nutricionales andan por los 1,8 mg diarios para las mujeres adultas y 2,3 mg para los varones, pero los nutricionistas empeñados en hacer retroceder la tendencia entrópica del universo y conquistar la prolongación de nuestra existencia están recomendando dosis hasta el doble de las mencionadas. Las papas, los cereales integrales, los vegetales verdes y la remolacha son alimentos ricos en manganeso.

El flúor, el más electronegativo de todos los elementos químicos, ante el cual hasta el propio oxígeno parece un átomo perezoso, es otro oligoelemento presente en muy pequeñas dosis en nuestro organismo, que, sin embargo, pareciera haber demostrado ser clave para asegurar la dureza de los dientes y como agente antibacterial. Pese a que sus funciones no terminan de comprenderse, ya es ampliamente usado en las pastas dentales y en medicina como anestésico, antibiótico, antiinflamatorio, y como reemplazo de la hormona aldosterona, reguladora de la absorción del sodio y el potasio. También es muy utilizado en conjunción con una variada gama de productos farmacéuticos y agroquímicos, en donde contribuye a alargar la vida útil de múltiples drogas. Algunos países lo emplean para la desinfección del agua potable, aunque la mayoría de países de la Unión Europea han prohibido este uso, y está presente en casi todas las aguas minerales y refrescos carbonatados. Además de su regular ingestión tópica o por vía dentífrica, se le encuentra, sobre todo, en el pescado y los mariscos, y también en los pollos, sobre todo los destinados al deshuesamiento mecánico en ventas de comida rápida. Mientras no se conozca más sobre sus efectos, y dada la alta peligrosidad de este elemento, capaz hasta de inflamar los hidrocarburos por mero contacto y sin chispa de encendido, vale más andar con suma cautela en su consumo, que ya está siendo objeto de ataques de organizaciones ecologistas de extrema izquierda. Hay quienes, inclusive, y en contra de las recomendaciones de la Organización Mundial de la Salud, cuestionan su uso dentífrico y aseguran que se trata de una maniobra de las transnacionales para valorizar subproductos de industrias como la del aluminio. Por los momentos, aceptaremos la tesis del flúor como endurecedor dental, mas estaremos atentos a este significativo debate.

El cobalto es un metal que, aparte de sus múltiples usos en aleaciones, pigmentos y en radioterapia, resulta esencial para la nutrición de bacterias, algas y hongos; para la mayoría de organismos multicelulares, con los humanos en primera fila, resulta indispensable en la escala de trazas, es decir, en el orden de millonésimas por ciento de nuestra masa corporal, en donde conforma las coenzimas llamadas cobalaminas, entre las cuales la cianocobalamina, nuestra vitamina B12, es una de ellas. Este micronutriente es necesario para la formación de los glóbulos rojos y actúa en la absorción intestinal del hierro; su ausencia provoca, como ya señalamos, la anemia perniciosa. El cobalto también forma parte de ciertas proteínas derivadas de la metionina. No obstante, como suele ser el caso de la mayoría de los metales, su sobreingestión, e inclusive su contacto con la piel, sobre todo en las industrias del cobre y el níquel, en donde se obtiene como un subproducto, tiene efectos carcinogénicos o cancerígenos sobre el organismo. Sus requerimientos están ligados a los ya indicados en el caso de la vitamina B12. El pescado y las vísceras, y también la lechuga y los cereales integrales, son alimentos portadores de cobalto

El níquel es otro metal que, aparte de sus múltiples usos no alimentarios, desempeña, pese a su presencia en muy pequeñas escalas, del orden de millonésimas por ciento de nuestra masa corporal, numerosos roles en nuestro organismo y, en general, en la biología de microorganismos, plantas y animales. Es un importante cofactor enzimático que actúa, principalmente, en el metabolismo del hierro, y, en conjunción con este metal, con quien comparte las propiedades ferromagnéticas, forma parte de diversas enzimas. En sobredosis ingeridas, y también a través del contacto con la piel, es un elemento tóxico y hasta cancerígeno. Uno de sus efectos frecuentes son las reacciones alérgicas que provocan los zarcillos fabricados con aleaciones de níquel, por lo cual la Unión Europea ha regulado su uso en joyería y en la fabricación de monedas. En 2008, la Sociedad Estadounidense de Dermatitis por Contacto (American Contact Dermatitis Society), eligió al niquel como ganador del dudoso galardón de Alérgeno del Año. Los cereales integrales, el repollo y los granos leguminosos contienen níquel en dosis saludables.

El cobre, metal conocido por el hombre desde tiempos muy antiguos, es, aparte de sus múltiples usos no alimentarios, en donde destaca su empleo como excepcional conductor eléctrico, un oligoelemento indispensable para todas las plantas y animales. En los humanos, pese a su presencia orgánica en el orden de sólo millonésimas por ciento de nuestra masa corporal, está incorporado a los tejidos musculares y óseos, es un componente de la bilis e interviene en la catálisis de variados procesos de óxidorreducción, necesarios para el metabolismo de grasas y para la absorción del hierro, y forma parte de diversos pigmentos orgánicos como la melanina. Su deficiencia genera síntomas parecidos a los de la anemia, a la vez que provoca depresión y facilita las quemaduras con la luz solar. Muchos moluscos y artrópodos, que sí podrían jactarse de tener sangre azul, utilizan la hemocianina, de ese color y a base de cobre, en lugar de la hemoglobina a base de hierro, para el transporte de oxígeno en su sangre; sin embargo, pese a que, afortunadamente, han fracasado todos los intentos de gestación de humanos hemocianínicos, el cobre sí desempeña, junto al hierro, roles necesarios en el transporte biológico de cargas eléctricas. Su exceso, no obstante, puesto que su absorción compite con la de otros metales como el zinc, y dada su tendencia a actuar conjuntamente con el hierro en la promoción de radicales libres, resulta perjudicial y está catalogado como un acelerador de los procesos de envejecimiento y de generación de las desagradables manchas y verrugas en la piel que nos acosan a los mayorcitos. Los requerimientos de cobre tienen actualmente una perspectiva incierta: la RDA estadounidense los sitúa en 0,9 mg/día para los adultos, ciertas investigaciones nutricionales la colocan en 3,0 mg/día, y otras más acentúan la peligrosidad de las dosis altas de este metal que, como ningún otro, excepto el hierro, pareciera ser un arma de doble filo. Las carnes, el hígado, los alimentos de origen marino y, quizás sobre todo, las ostras, son alimentos ricos en cobre.

El selenio es un no metal, pariente cercano del azufre, que, por sus propiedades conductoras de la electricidad con alta sensibilidad ante la cantidad de luz recibida, tiene amplios usos en la fabricación de fotoceldas, y juega, en el orden de trazas, un vital papel como antioxidante en la casi totalidad de los animales superiores y en algunas plantas. En los humanos, se sabe que desempeña roles, aunque no bien comprendidos, en el sistema inmunológico, y en la producción y conversión de las hormonas de la glándula tiroides. Aunque no se han detectado efectos atribuibles exclusivamente a su deficiencia, puesto que suele actuar en conjunción con el yodo y la vitamina E, están en marcha estudios que hacen del selenio un importante elemento anticancerígeno, con resultados elocuentes a nivel de experimentos con ratas. Otros estudios sugieren que la incidencia del HIV/SIDA sería mayor en regiones que, como el África subsahariana, poseen suelos, y por tanto productos agrícolas, pobres en selenio, mientras que, por el contrario, su suministro a enfermos de SIDA ha demostrado capacidad para fortalecer el sistema inmunológico ante numerosas enfermedades, a la vez que está siendo usado crecientemente en tratamientos contra la tuberculosis, la diabetes y la contaminación mercurial. Aunque las dosis ortodoxas de los organismos nutricionales están por el orden de los 55 µg, nutricionistas de vanguardia están recomendando dosis de dos a cinco veces mayores. Los vegetales verdes y los cereales integrales, así como las carnes y mariscos, son alimentos ricos en selenio.

Se estima que el molibdeno, aparte de sus crecientes aplicaciones industriales en aleaciones que sacan provecho de su estabilidad y dureza, ha jugado un papel fundamental en la evolución de la vida, pues desempeñó en sus orígenes, y sigue desempeñando en el presente, un irreemplazable rol como catalizador en el proceso de fijación del nitrógeno atmosférico por parte de ciertas bacterias, y por tanto en la fabricación de los aminoácidos y proteínas sin los cuales sería inviable la vida conocida. Y, como si fuese eso poca cosa, se conocen más de cincuenta enzimas usadas en las células eucariotas, las de los organismos superiores, en las que participa. Se sabe que, en los organismos vertebrados, y particularmente en el humano, donde está presente en el orden de trazas de millonésimas por ciento de nuestra masa corporal, interviene activamente como cofactor en las enzimas hepáticas y renales, y está presente en el esmalte de los dientes. Su deficiencia, sobre todo en áreas en las que escasea en los suelos, como el cinturón asiático que va desde China hasta Irán, ha sido asociada a la mayor incidencia de cáncer en las vías digestivas, y se cree que provoca debilidades neurólogicas observadas en los recién nacidos de madres con dietas deficientes en este oligoelemento. Su exceso interfiere con el aprovechamiento del cobre y del hierro en el organismo, y, en la mayoría de vertebrados, una ingesta superior a los 10 mg/día provoca diarrea, retardos en el crecimiento, infertilidad y bajo peso al nacer. Las vísceras de res, cordero y cerdo, así como los huevos y semillas, y una gran variedad de cereales y granos leguminosos son alimentos ricos en molibdeno.

El yodo es, junto al flúor, el cloro y el bromo, un halógeno, es decir, un elemento no metálico y fuertemente oxidante. Escaso tanto en el sistema solar como en la corteza terrestre, se le encuentra, sin embargo, en concentraciones relativamente altas en las aguas marinas, por lo que se cree que fue aprovechado por los distintos organismos multicelulares como el más pesado, y uno de los menos reactivos, de los átomos requeridos. El yodo forma parte de las hormonas tiroideas, es parte integrante de la proteína conocida como tiroglobulina, y se le encuentra en las glándulas mamarias, los ojos, las mucosas gástricas y la saliva, con las que juega un rol esencial en las transcripciones genéticas para la conservación del metabolismo basal. En ausencia de yodo, las tasas del metabolismo basal pueden reducirse hasta en un 50%, provocando hipotiroidismo y otras formas anómalas de hinchazones y crecimiento, como el bocio, mientras que, en sentido contrario, su exceso puede provocar incrementos en dichas tasas hasta de un 100%; su deficiencia en la mujer es una causa reconocida de cáncer mamario, y se cree que juega un papel relevante, aunque no esclarecido todavía, en el sistema inmunológico. Es un elemento ampliamente usado en medicina, como antiséptico, y en radioterapia, en el tratamiento de diversas formas de cáncer. La falta de yodo, que tiende a ocurrir en las poblaciones con escaso consumo de alimentos marinos y/o sin acceso a la sal yodada, es causa segura de fatiga, depresión y retardos mentales, los que, sin embargo, frecuentemente pueden ser revertidos con un suministro oportuno en la sal; en el mundo subdesarrollado, sin embargo, e incluso en ciertas áreas de Europa, alejadas del mar, las deficiencias en el consumo de yodo siguen constituyendo un azote causante de costos milmillonarios en dólares en los sistemas de salud. Los organismos nutricionales recomiendan una ingesta de 150 µg/día para los adultos en general, aunque en la dieta de un gran número de países, excesivas en sal común, es común un consumo de alrededor de 200 µg/día por las mujeres adultas y de cerca de 300 µg/día por los varones. Aparte de la sal yodada, los alimentos marinos, la cebolla y el berro, son alimentos particularmente ricos en yodo.

El cromo es un metal escaso tanto en la corteza terrestre como en los organismos vivientes, mas desempeña, en estos, roles complementarios, insuficientemente comprendidos, en el metabolismo de la glucosa y de ciertos lípidos. Su deficiencia severa provoca intolerancia a la glucosa, pérdida acelerada de peso y estados de confusión y aturdimiento mental. No obstante, dadas las dudas acerca de empleo por el organismo, y puesto que también se sabe de su peligrosidad cancerígena al ser ingerido en exceso, los requerimientos de cromo por el organismo sano han venido siendo siendo rebajados por distintos organismos nutricionales, desde 50 a 200 µg diarios para el adulto, en el siglo pasado, hasta 30 a 35 µg diarios para el adulto varón y 20 a 25 µg diarios para la mujer, recientemente. No obstante, y apuntando en sentido contrario, algunos nutricionistas y afines, como Kurzweil y Grossman, están recomendando dosis seis veces mayores. Los cereales integrales, los tubérculos y el queso contienen cantidades significativas de cromo. La película Erin Brockovich, basada en un caso real, que le valió un Oscar a Julia Roberts como mejor actriz, está basada en una investigación sobre los efectos cancerígenos de la contaminación del agua potable de un pueblo estadounidense con desechos tóxicos de cromo hexavalente.

Existen muchos otros elementos, presentes en el organismo en proporciones como las indicadas, cuyas funciones fundamentales todavía se desconocen y sin descartarse que, como suele ser el caso en todos estos minerales, puedan también desempeñar roles nocivos. Entre estos cabe citar los casos del litio, presente en los alimentos marinos y crecientemente usado en medicina en tratamientos contra desórdenes en los estados de ánimo; del aluminio, usual en las manzanas y en los vegetales verdes; del vanadio, presente en muchos vegetales verdes y en la pimienta negra; del germanio, hallado en los vegetales verdes, cereales integrales y granos leguminosos; del bromo, también en los alimentos marinos y en los cereales integrales; del rubidio, encontrado en las frutas, el pescado y las algas; del estaño, procedente, sobre todo, de los alimentos enlatados; y del bario, igualmente común en los alimentos de procedencia marina.

Por último, existen elementos presentes en nuestros alimentos cuyos usos beneficiosos se desconocen pero cuyos efectos nocivos para la salud han sido abiertamente comprobados. Entre estos cabe hacer mención especial del arsénico, el cadmio, el mercurio y el plomo.

El arsénico es un metaloide extremadamente venenoso y ampliamente usado en agricultura como pesticida, y sobre todo como herbicida e insecticida; en la construcción, como preservativo de la madera; en medicina, en el combate de enfermedades como la leucemia, la sífilis, la tripanosomiasis y la psoriasis; en la fabricación de pigmentos, en donde provocó múltiples envenamiento hasta que fue prohibido; y en el ámbito militar, como arma química. Los Estados Unidos lo emplearon ampliamente en la Guerra de Vietnam, como el conocido Agente Azul, para la destrucción de malezas y cosechas. El arsénico inhibe los procesos metabólicos a múltiples niveles, es un temible agente cancerígeno, y, en el límite, provoca la muerte por severas hemorragias internas. La Organización Mundial de la Salud ha establecido el estándar de no más de 10 partes por mil millones en el agua potable, pero se estima que, por contaminaciones diversas, cerca de 60 millones de personas, sobre todo en Bangladesh y países limítrofes, están ingiriendo agua con contenidos superiores a tal dosis; se sabe que incluso en los Estados Unidos, en estados en donde, como en Michigan, se utilizan ampliamente aguas extraídas de pozos subterráneos privados, existen niveles prohibitivos de arsénico en el agua potable. En las industrias que emplean arsénico se han reportado numerosas enfermedades asociadas a la exposición a este elemento.

El cadmio, metal pariente del mercurio y el zinc, y subproducto frecuente durante la obtención de estos, fue ampliamente usado como pigmento, anticorrosivo y estabilizante de plásticos hasta que se establecieron sus propiedades altamente tóxicas y cancerígenas para el organismo humano. Desde entonces, su uso ha venido siendo restringido hasta limitarse al caso de la fabricación de baterias y paneles solares. La alta toxicidad del cadmio deviene de su capacidad para reemplazar al zinc en numerosas proteínas y a la dificultad que tiene el organismo para retirarlo una vez ingerido, sobre todo por inhalación. Los fumadores de tabaco constituyen la principal población expuesta a la inhalación de cadmio, y se sabe que esta es una causa primordial de su propensión a contraer cáncer de pulmón; afortunadamente, no es frecuente la inhalación de este elemento tóxico en los fumadores pasivos. El desecho seguro de las baterías de cadmio es cada vez más un problema de elevada importancia en las naciones industrializadas, pero lamentablemente no en América Latina, en donde, sin embargo, son profusamente utilizadas.

El mercurio, por su cualidad de ser el único de los metales que resulta líquido en condiciones normales de temperatura y presión, ha sido ampliamente utilizado en campos tales como la fabricación de termómetros, barómetros y otros instrumentos de medición, en la iluminación, en la industria de los pigmentos y pinturas, en la industria de insumos para el sector dental, y, sobre todo, en la extracción de oro y plata, en donde se emplea para provocar almagamas y elevar la recuperación por bombeo y sedimentación de estos metales preciosos. En el mundo industrializado, todos estos usos han venido restringiéndose desde los años sesenta, dada la extrema toxicidad de este metal, pero no así en el mundo subdesarrollado, y particularmente en América Latina, en donde todavía es comunmente utilizado por los mineros clandestinos. Se estima que sólo en California, EUA, durante la llamada Fiebre del Oro en el siglo XIX, se emplearon 45000 toneladas métricas de mercurio que nunca fueron retiradas del ambiente; en Venezuela, en la Gran Sabana y zonas auríferas afines del estado Bolívar, la minería ilegal del oro ha causado estragos ecológicos irreparables. Puesto que, con frecuencia, los desechos de mercurio terminan por llegar, o son directamente arrojados, a las aguas del mar, allí son absorbidos por los peces, con tanta mayor concentración, debido a la incapacidad de los vertebrados para deshacerse de esta toxina, cuanto más alto el lugar de cada especie en la cadena alimenticia. De esta manera, las carnes de los grandes peces comestibles, como el tiburón, el pez espada y el atún, poseen concentraciones de mercurio mucho mayores que las de los peces pequeños, por lo cual constituyen la principal fuente de contaminación mercurial en el mundo actual, según el proceso conocido como biomagnificación. El tristemente famoso envenenamiento conocido como enfermedad de Minamata, descubierto, en 1956, en la ciudad japonesa de ese nombre, después de que por más de treinta años una empresa fabricante de cristales líquidos, la Chisso Corporation, arrojó desechos mercuriales al mar que fueron asimilados por los peces del lugar, es el caso más conocido en este ámbito; hasta 2001, se habían reconocido más de 2000 víctimas de esta enfermedad, la mayoría de ellas fatales, y la empresa había sido obligada, a más de limpiar el ambiente, a indemnizar a más de 10000 personas por sus daños. En Venezuela todavía no se han evaluado con precisión los estragos causados por la planta de clorosoda de la petroquímica de Morón, cuyos desechos mercuriales fueron arrojados al mar entre 1957, fecha de creación de la planta, y 1976, cuando fue desmantelada debido a las presiones sociales ante el problema de la contaminación; y se estima que cada año los mineros clandestinos del oro de Guayana arrojan al ambiente más de 40 toneladas de mercurio.

Finalmente, el plomo es un metal extrapesado, muy resistente a la corrosión, pobre conductor eléctrico y, sin embargo, sumamente maleable, por lo que desde tiempos remotos viene siendo usado en numerosas aplicaciones que sacan provecho de sus cualidades. El plomo es ampliamente empleado en la construcción, en la fabricación de acumuladores y baterías, como munición, en aleaciones diversas, como escudo protector ante radiaciones, en soldadura, como refrigerante, como pigmento colorante del vidrio, en tuberías, en esculturas, en el balanceo de vehículos, como aditivo de la gasolina, etcétera, con el inconveniente de que al entrar al organismo humano se convierte en una letal neurotoxina capaz de provocar, sobre todo en los niños, daños en las conexiones nerviosas y desórdenes en el cerebro y la circulación. Una vez ingresado al cuerpo, típicamente a través del agua o de alimentos previamente contaminados, pero también mediante contactos con la piel o por inhalación de vapores tóxicos, ya no puede ser retirado y se acumula progresivamente tanto en los tejidos blandos como en los huesos: los envenamientos con plomo vienen siendo documentados desde las antiguas sociedades china, japonesa, griega y romana.

Los conocimientos químicos actuales habrían sido difíciles, si no imposibles, de alcanzar, a no ser por la larga y fallida experiencia alquímica medieval en busca de la piedra filosofal que permitiese convertir el plomo en oro y lograr la vida eterna. De estos dos propósitos, la ciencia y tecnología química modernas ya han alcanzado el primero (en 1980, el físico estadounidense y Premio Nobel Glenn Seaborg logró, usando sofisticados métodos nucleares y a un costo mucho mayor que el producto obtenido, transmutar varios miles de átomos de plomo en oro), y hay quienes aseguran que sigue siendo viable la conquista -quien sabe si pírrica, añadimos nosotros- del segundo. La contaminación con plomo, pese a las restricciones crecientes al uso de este metal, sigue siendo una de las más extendidas en la sociedad actual, habiéndose demostrado que inclusive en muy pequeñas dosis es capaz de afectar las capacidades cognitivas de niños y adultos. Aunque es seguro que ya todos los humanos vivientes estamos, en alguna medida, irreversiblemente contaminados con plomo, no por ello podemos dejar de apoyar todos los esfuerzos en marcha, sobretodo impulsados por la Unión Europea, Estados Unidos y Canadá (no importa si también fueron los padres de la criatura...), por restringir el uso del plomo en productos tales como juguetes, pinturas, tuberías, envases, viviendas, etc. La progresiva prohibición del uso de tetraetilo de plomo como aditivo elevador del octanaje de las gasolinas, tiene que ser vista como un triunfo de la creciente, pero todavía muy insuficiente, conciencia ecológica mundial.

A lo mejor resulta que la edificación de una sociedad centrada en los valores del amor y el respeto a los demás, con sus necesidades alimentarias, y las otras, verdadera y no ilusamente satisfechas, y libre, al fin, de la ambición alquímica de convertir los metales en oro y alcanzar la vida eterna, termina por ser un sueño civilizatorio que valga más la pena y sea factible de
realizar. El que tal vez nos permita rescatar el rumbo perdido hace ya varios miles de años, precisamente cuando descubrimos, dizque en nombre de la Historia, el poder de manejar privilegiadamente los metales... Los latinoamericanos, con nuestras calamidades sin atender, pero también insuficientemente contaminados por la ilusión alquímica de Midas, quizás tengamos algo importante que aportar en esta búsqueda también milenaria de los silenciosos e incontables hombres de bien de todas las épocas.

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