martes, 2 de marzo de 2010

Nuestras necesidades y libertades alimentarias vitamínicas hidrosolubles

El complejo vitamínico B comprende un amplio conjunto de compuestos bioquímicos, descubiertos en la primera mitad del siglo pasado, que desempeñan funciones esenciales afines, generalmente como coenzimas, en los procesos metabólicos de todo el reino animal. Estas coenzimas, hechas de carbono, hidrógeno y oxígeno, y a veces de nitrógeno, azufre o cobalto, son absolutamente necesarias para el aprovechamiento final, por parte de los organismos, de los carbohidratos, lípidos y proteínas, o sea, de todos los macronutrientes; desempeñan roles indispensables en los procesos gastrointestinales y en la preservación de la salud de los nervios, el pelo, la piel y los ojos de los mamíferos; y, mediante mecanismos poco conocidos pero no menos importantes, parecieran actuar como agentes decisivos en el combate contra el estrés humano moderno.

Como todas las vitaminas hidrosolubles del organismo humano, son absorbidas en los intestinos y transportadas a través del sistema circulatorio, y se pueden perder durante los procesos de cocción o eliminarse a través de la orina. Pese a que hay otros compuestos candidatos a engrosar la membrecía del complejo B, sólo existe consenso en aceptar los siguientes ocho como vitaminas para el organismo promedio: vitamina B1, o tiamina; vitamina B2, o riboflavina; vitamina B3, o niacina; vitamina B5, o ácido pantoténico; vitamina B6, o piridoxina; vitamina B8, o biotina; vitamina B9, o ácido fólico; y vitamina B12, o cianocobalamina. Existen muchas otras sustancias que suelen estar presentes en los alimentos portadores de estos nutrientes o que poseen estructuras químicas o funciones afines, pero ya sea porque el organismo puede sintetizarlas en cantidades suficientes o porque su condición necesaria para el funcionamiento del cuerpo humano no ha sido comprobada, resultan inhabilitadas para acceder a la condición de vitaminas.

La vitamina B1, o tiamina, fue, en 1910, la primera vitamina en aislarse químicamente, a partir de la cáscara del arroz, por parte del japonés Umetaro Suzuki, aun antes de que el bioquímico polaco Casimir Funk propusiese, en 1912, el nombre de vitaminas para estos micronutrientes que inicialmente se creyeron todos del tipo amínico. La sospecha de que algún nutriente fundamental faltaba en el arroz blanco venía acrecentándose desde fines del siglo XIX, cuando, dramáticamente y muy al estilo de ciertas investigaciones científicas de la época, en un experimento realizado en 1884, tras ser alimentados solamente con este cereal refinado, murieron 25 marinos de un barco de guerra japonés de un total de 161 tripulantes que contrajeron beriberi, mientras que, en otro barco similar, que se alimentó adicionalmente con carne, pescado, avena, frijoles y arroz también blanco, sólo hubo 14 casos de beriberi y no se experimentó ninguna baja. Posteriormente, el holandés Christiaan Eijkman, casual y más precisamente descubrió , cuando investigaba las causas del beriberi en Indonesia, que un cambio en la alimentación de los pollos del laboratorio, a los que un empleado decidió temporalmente cambiarles el arroz integral por blanco, provocó esta misma enfermedad en las aves, que se curaron al serles suministrado el arroz sin descascarar. El inglés Sir Frederick Hopkins formuló la hipótesis de que el "factor antiberiberi" destacado por Eijkman era uno de un conjunto de micronutrientes, a los que llamó "factores esenciales", y en 1926 logró repetir el hallazgo de Suzuki de dieciséis años atrás. En 1929 Hopkins y Eijkman compartieron el Premio Nobel de Medicina por sus hallazgos, pero ni a Suzuki ni a Funk le fueron jamás reconocidos los suyos.

Hemos traído a colación esta historia, que encontramos en la Wikipedia en Internet, no sólo para ilustrar como los avatares de la ciencia real suelen ser bastante menos objetivos que lo supuesto por el tantas veces idealizado método científico, sino sobre todo para dejar constancia de nuestro asombro ante la persistencia social, contra todo pronóstico, de las malas prácticas alimentarias. A un siglo o más de tan vitales descubrimientos, el uso generalizado del arroz blanco refinado en lugar del integral, con el pretendido atractivo de mejorar la apariencia, facilitar la limpieza del grano y acelerar la cocción, continúa perjudicando a toda la población, excepto quizás a los comerciantes a quienes les resulta más duradero el almacenamiento y más lucrativo el negocio del cereal descascarado. Paradójicamente, el arroz enriquecido, cuyo uso es obligatorio en los Estados Unidos desde 1998, no es otra cosa sino un arroz empobrecido industrialmente al que se le devuelven algunos de los nutrientes previamente extraídos. La mayoría de los estados contemporáneos, y sobre todo de los latinoamericanos, en lugar de asegurar el acceso de las mayorías a este cereal fundamental, la primera fuente de carbohidratos y vitaminas del complejo B en el mundo, con todos sus nutrientes, se hacen la vista gorda ante las múltiples manipulaciones de un mercado que lo encarece artificialmente mientras degrada su poder alimenticio.

El beriberi es sólo un caso extremo de enfermedades de lesiones de los nervios (o neuritis), caracterizado por una debilidad generalizada y una parálisis dolorosa que, de no tratarse a tiempo, provoca la muerte (esta enfermedad todavía constituye un azote en pueblos, sobre todo africanos y asiáticos, cuya dieta esencial es a base de arroz blanco no enriquecido). Es lugar común, sin embargo, entre nutricionistas, médicos y bioquímicos, la afirmación de que la carencia de esta vitamina B1 contribuye a ocasionar trastornos neurológicos tales como fatiga, incapacidad para combatir el estrés, inestabilidad emocional, irritabilidad, depresión, insomnio y taquicardia. Mientras que los requerimientos clásicamente recomendados para este micronutriente se sitúan en torno a 1 mg diario para el adulto, hay nutricionistas que no vacilan en recomendar entre diez y doscientas veces esta cifra. Además de los cereales integrales o enriquecidos, que suelen contener entre 0,5 y 1 mg por taza, los huevos, lácteos y carnes son también fuentes portadoras de este micronutriente.

La vitamina B2, o riboflavina, descubierta en 1920 y aislada y sintetizada en 1934, también desempeña un rol decisivo, junto a los demás miembros de este complejo vitamínico, como coenzima en el procesamiento metabólico de carbohidratos, proteínas y lípidos. La riboflavina es un alcohol contentivo de nitrógeno que constituye un nutriente indispensable para la dieta de la gran mayoría de animales y que puede ser sintetizado por las plantas verdes y casi todos los hongos y bacterias. Su color amarillento es el principal responsable de la coloración característica de la nata de leche, la mantequilla, la yema de los huevos y las cáscaras de los cereales integrales, y, desgraciadamente, también del hecho de que no sea devuelta al arroz en los llamados procesos de enriquecimiento, puesto que su color amarillento conspiraría contra la blancura emblemática de este cereal (no obstante, sí es añadida a los cereales que, como las hojuelas de maíz tostado, consienten este color). También el hecho de ser, dentro del grupo de las vitaminas hidrosolubles, una de las menos solubles, sumado a que se descompone fácilmente bajo el impacto de los rayos ultravioleta de la luz solar, la hace poco manejable en el contexto de los procesos de enriquecimiento.

Su deficiencia en el organismo humano genera una amplia variedad de síntomas que van desde el resecamiento y diversas afecciones de la piel, y sobre todo de los labios, que tienden a enrojecerse y cuartearse, hasta inflamaciones diversas de la lengua y perturbaciones del ojo, que pueden conducir a una intolerancia ante la luz solar. No obstante, no se conocen con precisión sus efectos pues ha resultado difícil separarlos de aquellos provocados por la falta de otras vitaminas del mismo complejo B, y especialmente de la vitamina B3, o niacina. La recomendación ortodoxa sobre sus requerimientos está alrededor de 1 mg por día para los adultos, también con tendencia al aumento y a la recomendación en dosis mucho mayores, de diez a cien veces esa cantidad, por nutricionistas críticos o de vanguardia. Además de los cereales integrales y cereales amarillos enriquecidos, las levaduras, lácteos, huevos y carnes son buenas fuentes de esta vitamina. Una taza de arroz integral contiene cerca de 0,1 mg de riboflavina, un huevo 1 mg, y un vaso de leche completa 0,5 mg.

La vitamina B3, niacina o ácido nicotínico, fue descrita a fines del siglo XIX como un compuesto que podía obtenerse en el laboratorio a partir de la reacción entre el ácido nítrico y la nicotina de los cigarrillos, pero no fue sino hasta 1937 cuando, descubierta en los hígados de animales vertebrados, resultó ser el agente activo preventivo de la enfermedad conocida como "lengua-negra" de los perros, afín a la pelagra, y por tanto resultó acreditada como una nueva vitamina (a la que rápidamente se le cambió el nombre a niacina, para evitar confusiones o aprovechamientos indebidos por parte de la funesta industria cigarrillera). Químicamente, es un ácido orgánico o carboxílico, incoloro y soluble en agua. Biológicamente, es una coenzima iniciadora de múltiples procesos metabólicos esenciales de las células, en donde destacan nada menos que los procesos de reparación de las moléculas del ADN de los genes, la remoción de toxinas diversas, y la producción de hormonas esteroides en las glándulas adrenales, tales como las hormonas sexuales y las relacionadas con el combate del estrés. Utilizada en grandes dosis, la niacina ha demostrado ser efectiva en tratamientos contra la arterosclerosis, pues contribuye decisivamente a rebajar los índices de las lipoproteínas de baja densidad o "colesterol malo".

Aunque el hígado de los vertebrados está en capacidad de sintetizar la niacina a partir del aminoácido esencial denominado triptófano, esta síntesis suele ser muy ineficiente, con una tasa de conversión de 60 mg a 1 mg, por lo que la mayoría de los organismos vertebrados, incluyendo el humano, necesitan ingerirla en la dieta, y absorberla en el intestino delgado. La niacina es una de las cinco vitaminas más claramente asociadas a enfermedades pandémicas carenciales, pues su deficiencia aguda provoca la pelagra, caracterizada por un cuadro de afecciones cutáneas severas, hinchazón y oscurecimiento de la lengua, diarrea y estados demenciales. En la actualidad, la pelagra es una enfermedad prácticamente desconocida en los países con dietas diversificadas, pero afecta todavía a poblaciones de muy bajos recursos en América Latina, que dependen casi exclusivamente del maíz, el cereal más pobre tanto en niacina como en triptófano. Las poblaciones prehispánicas, no obstante, conocían ya los rudimentos del proceso conocido como nixtamalización del maíz, todavía practicado por los pueblos mesoamericanos y por diversas poblaciones suramericanas, que permite elevar sustancialmente el contenido de niacina del maíz y por tanto evitar la pelagra. El proceso consiste en añadir pequeñas dosis de cal durante el proceso de cocción del cereal, para luego dejarlo reposar por un día hasta que suelte fácilmente la cáscara u hollejo, y el mismo origina el sabor característico que tienen las tortillas, tamales y afines de la comida mexicana y afines, así como las llamadas arepas peladas en otros países y en el occidente de Suramérica (todavía bajo influencias de las ancestrales culturas arahuacas).

En Venezuela, desafortunadamente, pese al alto consumo de maíz, estimado en más de 50 kg per cápita por año, uno de los más altos del mundo, no se ha tomado plena conciencia de esta limitación de este cereal (que también puede superarse al combinarlo con otros cereales en las arepas y afines), y la población continúa consumiendo harinas precocidas blancas con escaso contenido de niacina y los demás miembros del complejo vitamínico B (incluso cuando se las enriquece para devolverles los micronutrientes previamente extraídos). Aunque la relativa diversificación de la dieta ha impedido la aparición de la pelagra entre nosotros los suramericanos y venezolanos, tenemos motivos para sospechar, sin ser expertos en la materia ni muchísimo menos, que esta deficiencia está detrás de múltiples desórdenes cutáneos (costras, manchas, etc.), de ciertas diarreas y de cierta extraña apatía y depresión crónica que observamos a menudo en nuestras poblaciones más humildes.

Los requerimientos convencionales de este micronutriente han oscilado en torno a los 15 mg / día para los adultos, pero, una vez más, apreciamos una tendencia al incremento drástico de estas dosis, con recomendaciones recientes hasta de seis veces esta cantidad, pese a que se han reportado reacciones adversas en ciertos individuos que ingieren dosis más allá del doble de la misma cifra. Los alcohólicos, con sus alteraciones severas de las funciones digestivas, tienden a confrontar problemas con la asimilación de la niacina. Las vísceras animales, como el hígado, el corazón y los riñones; los lácteos, los huevos y las carnes en general, así como, sobre todo, las nueces, los granos leguminosos, los cereales integrales, el aguacate, el brócoli, las zanahorias, los espárragos y todas las hojas verdes son fuentes ricas en niacina. 100 g de hígado de res contienen 9 mg de niacina, y 100 g de maní tostado sin concha contienen 19 mg de esta vitamina.

La vitamina B5, o ácido pantoténico, desempeña también un papel importante en el metabolismo o proceso de conversión de todos los macronutrientes, es decir carbohidratos, proteínas y lípidos, en los compuestos bioquímicos que necesita el organismo para su normal funcionamiento. Sus funciones específicas, así como su eventual síntesis en el organismo humano, son poco conocidas, en parte debido a que suele encontrarse en las mismas fuentes y actuar conjuntamente con otros micronutrientes del complejo B. Su deficiencia genera síntomas semejantes a aquellos provocados por la ausencia de sus pares vitamínicos, mas pareciera especializarse en asegurar la elasticidad de los músculos y en el aprovechamiento energético de los carbohidratos. Hay evidencias de que su carencia severa provoca hipoglicemia, o hipersensibilidad ante la insulina, y se le ha reportado como causante de sensaciones de quemazón en los pies tanto en voluntarios sometidos a experimentos como en prisioneros de guerra sometidos a dietas pobres en nutrientes del complejo B. Todos estos síntomas suelen desaparecer cuando a los pacientes se les suministran dosis suficientes de este ácido. Debido a que su insuficiencia ha provocado la caída del pelo en mamíferos de laboratorio, la industria de cosméticos ha comenzado a incluirlo como ingrediente regular de diversos cosméticos, y sobre todo de champús. Se considera que la dieta del adulto debe incluir al menos 5 mg diarios de esta vitamina, los cuales resultan fáciles de alcanzar sobre todo si la dieta incluye proteínas de origen animal, o cereales integrales, nueces y vegetales verdes. También aquí el brócoli y el aguacate suelen ser considerados alimentos estelares, aunque no pudimos encontrar datos cuantitativos sobre la presencia de este micronutriente en los alimentos (las tablas de composición de alimentos de uso común en América Latina, de que disponemos, no lo incluyen).

La vitamina B6, o piridoxina, es otro integrante del complejo B descubierto en 1934, por el médico húngaro Paul Gyorgy, cuando estudiaba la cura de distintas dermatitis en ratas de laboratorio. Esta ola de investigaciones sobre las vitaminas coincidió con el inicio de los esfuerzos efectuados en la alemania nazi, no con ratas sino con comunistas, negros y judios de laboratorio, en torno a los misteriosos contenidos de la cáscara del arroz integral, alimento de pueblos pobres que se creyó podría desterrarse de la dieta aria, con su alta concentración de proteínas de origen animal. La piridoxina asume un papel esencial como coenzima en múltiples procesos del metabolismo de los carbohidratos y, principalmente, de los aminoácidos, tanto para desarmar las proteínas ingeridas como para armar las proteínas específicas de cada organismo, sin los cuales la vida, sea en animales o en microorganismos, no puede tener lugar. Aunque no se han descubierto enfermedades específicas asociadas a la carencia de esta vitamina, su privación en condiciones experimentales, tanto en adultos como -sobre todo- en niños, ha provocado estados de convulsión que se controlan con el restablecimiento de los niveles de este micronutriente. Los organismos nutricionales recomiendan la ingestión de alrededor de 2 mg diarios de esta vitamina en los adultos, presente en una amplia gama de alimentos, pero con la advertencia de que los procesos convencionales de tratamiento de los alimentos de origen animal tienden fácilmente a destruirla, mientras que no ocurre lo mismo con sus equivalentes de los alimentos de origen vegetal. Durante la pasteurización o secado, la leche, por ejemplo, puede perder hasta un 70% de su piridoxina, que en cambio se conserva durante la cocción de los cereales integrales. El germen de trigo es una fuente particularmente rica en este micronutriente.

La vitamina B8, o biotina, encontrada también en los análisis de hígados de vertebrados efectuados en los años treinta, pareciera especializarse en el metabolismo de fabricación de ácidos grasos de los llamados buenos y en el procesamiento de la lisina, aminoácido esencial, y juega un rol importante en el proceso de generación de energía a partir de la respiración, la combustión de los carbohidratos y el retiro del anhídrido carbónico resultante. También desempeña un rol de apoyo para mantener constantes los niveles de azúcar en la sangre, y a menudo es recomendada para fortalecer el pelo y las uñas, por lo cual, pese a que no se tienen pruebas de su absorción directa a través de estos, los cosméticos relevantes suelen incluirla en sus componentes. Las deficiencias de biotina en el organismo son sumamente improbables debido a que las bacterias intestinales, salvo casos atípicos como el de los alcohólicos, drogadictos y de ciertas enfermedades, tienden a fabricarla en exceso a partir de múltiples alimentos que la contienen. Por esta razón los organismos nutricionales no suelen establecer requerimientos mínimos de este micronutriente, aunque se estima que en las dietas de los países occidentales modernos está en el orden de 35 a 70 microgramos diarios. Sus principales fuentes son las mismas de la mayoría de las vitaminas del complejo B, aunque ninguna puede considerarse especialmente portadora de biotina.

La vitamina B9, o ácido fólico, fue descubierta en el contexto de investigaciones sobre las causas de la anemia llevadas a cabo entre los años veinte y cincuenta del siglo pasado, cuando se encontró que las hojas verdes eran las principales portadoras de este micronutriente y se adquirió conciencia del craso error que se estaba cometiendo al privilegiar sólo las fuentes alimentarias animales. El popular mito de Popeye, potenciando su fuerza y apabullando al pobre Bruto mediante el consumo de su alimento favorito, la espinaca, es sin duda un subproducto de este hallazgo que, sin embargo, sigue sin materializarse en hechos en la dieta mundial, y sobre todo en la de nuestros países llamados subdesarrollados. En 2003, el New York Times, tras constatar la enorme variedad de enfermedades y daños causados mundialmente por su carencia en la mayoría de las dietas, especialmente durante el embarazo, calificó a este micronutriente como "la comida más saludable del mundo". Los países llamados desarrollados han hecho de la adición de este micronutriente a una amplia gama de alimentos uno de los caballitos de batalla de sus políticas nutricionales, y distintos organismos han estimado que la incorporación del ácido fólico a la dieta de la población de los países en vías de desarrollo tendría un impacto mayor que calquier otra acción comparable en pro de la salud mundial.

El ácido fólico ha demostrado ser absolutamente necesario para la fabricación del ADN del núcleo celular y, por tanto, para la creación y mantenimiento de las células, y en particular de los glóbulos rojos y blancos (cuyo déficit ocasiona la anemia), y, no conforme con este rol, también es decisivo para evitar las modificaciones en dicho ADN y, por ende, para la prevención del cáncer. De memoria recuerdo un reportaje, aparecido en la revista Life, creo que por los años setenta, en donde un caballero desahuciado por la medicina establecida, con un cáncer incurable, terminó riéndose de todos al autocurarse absolutamente con una dieta a base de algas y hojas verdes crudas. El ácido fólico es particularmente crítico durante las cuatro primeras semanas del embarazo, cuando comienza la conformación del cerebro, el cráneo y la médula espinal, y cuando, desafortunadamente, la mayoría de las mujeres todavía no saben que están embarazadas. En los Estados Unidos se ha estimado que las deficiencias de ácido fólico son responsables de al menos 13500 muertes anuales por accidentes cerebrovasculares, y, desde que se instrumentaron las políticas de fortificación obligatoria de alimentos con esta vitamina, se calcula que se ha reducido en un 15% el numero de infartos.

Existen también numerosos estudios que vinculan las deficiencias de ácido fólico a enfermedades diversas como las alergias, la diabetes tipo 1, la esquizofrenia, la enfermedad de Parkinson, la pérdida de memoria, la depresión y la obesidad, todo lo cual sugiere que no sólo el mundo subdesarrollado sino la humanidad entera padece de un hambre específica de hojas verdes crudas o casi. En nuestra América Latina, en donde tanto las clases pudientes como las otras suelen considerar las hojas verdes como monte, y en donde las tablas disponibles de composición de alimentos no hacen referencias a este micronutriente, la situación no podría ser más grave. Debido a la fácil descomposición de esta vitamina con las altas temperaturas, con los rayos ultravioleta de la luz solar, con la oxidación por su exposición prolongada al aire, y dada su fácil solubilidad y pérdida en el agua, prácticamente no hay sino dos fuentes válidas para obtenerla: los alimentos fortificados, al estilo de como lo están haciendo los países industrializados, y con particular empeño Estados Unidos y Canadá, y las hojas verdes bien lavadas, crudas o ligeramente salteadas. De acuerdo a una encuesta reciente, casi el 60% de las canadienses reportaron haber consumido suplementos nutritivos con ácido fólico, frecuentemente suministrados gratuitamente por el Estado, hasta tres meses antes de su embarazo programado. Se estima que todo adulto que consuma menos de 400 microgramos de ácido fólico diario es candidato a confrontar tarde o temprano problemas severos de salud, que con demasiada frecuencia terminan en velorios. No se nos vienen a la cabeza buenos pensamientos a la hora de explicar por qué no existen, aparentemente, tablas de contenido de ácido fólico en los alimentos que le dan su nombre (que viene de folios u hojas verdes), y con los que es difícil pecar de consumo por exceso, mientras que numerosos productos industriales se ufanan de ofrecer 25% y hasta 100% de los requerimientos diarios de este más que vital nutriente.

La vitamina B12, cianocobalamina, o, más ampliamente, cobalamina, fue descubierta, casi por accidente, durante un experimento adelantado por el médico estadounidense George Whipple quien, alrededor de 1920, se dedicó exhaustivamente a encontrar la causa de la enfermedad fatal conocida como anemia perniciosa. En este experimento se desangraron numerosos perros hasta provocarles anemia, y luego se les alimentó con distintos nutrientes para observar cuál provocaba la más rápida recuperación, resultando triunfador el hígado de grandes vertebrados. Otros dos investigadores, también estadounidenses, George Minot y William Murphy, demostraron años más tarde que el hierro, responsable de la cura de la anemia de los perros en el experimento de Whipple, no podía, sin embargo curar la anemia perniciosa en humanos, pero que sí lo podía otra sustancia, casualmente presente en el hígado, que resultó ser la vitamina B12, aislada posteriormente como la cobalamina. Whipple, Minot y Murphy recibieron el premio Nobel de Medicina de 1934 por sus valiosos hallazgos.

Además de las funciones de coenzima, que comparte con sus colegas del complejo B, la vitamina B12 pareciera especializarse en la producción de células nerviosas o neuronas. Su deficiencia severa puede ocasionar daños irreparables en el cerebro humano, incluyendo esclerosis, efectos maníacos y psicosis graves, y su déficit, incluso a niveles ligeramente por debajo de los normales, provoca síntomas tales como fatiga mental, depresión y pérdida de memoria. Este micronutriente del complejo B posee las peculiaridades de que no ha sido encontrado en alimentos de origen vegetal y de ser la única vitamina conocida portadora de un ión metálico (cobalto) en su molécula. Mientras que los lacto-ovo-vegetarianos no tienen problemas para disponer de este micronutriente, los vegetarianos estrictos deben ingerir esta vitamina como suplemento alimenticio, bien a través de alimentos fortificados o de suplementos especiales.

La absorción de esta vitamina por el organismo humano se efectúa a través de un proceso complejo y no del todo esclarecido, que comienza por su absorción directa a través de las mucosas de la boca, continúa con su absorción en el estómago, en ambiente estrictamente ácido, y concluye en el intestino delgado. El torrente circulatorio se encarga de distribuirla a sus receptores especializados en ciertas células. Los pacientes, sobre todo de la tercera edad, con dificultades para procesar alimentos en ambiente ácido, suelen también confrontar dificultades para la absorción de esta vitamina. Existen casos de restricciones de origen genético para la absorción de esta vitamina, que podrían ser responsables de la transmisión hereditaria de diversas enfermedades mentales.

Distintos organismos nutricionales estiman en 2 a 3 mcg / día los requerimientos del adulto, con dosis adicionales para mujeres embarazadas o en período de lactación. No están establecidos los efectos de sobredosis en el consumo de esta vitamina, pero ya hay nutricionistas que recomiendan abiertamente entre cuatro y diez veces las dosis ortodoxas. Distintos organismos están recomendando a los mayores de 50 años que ingieran esta vitamina bien a través de alimentos fortificados o bien mediante suplementos especiales.

Finalmente, la vitamina C, o ácido ascórbico, no es una vitamina para la mayoría de los animales vertebrados, que pueden sintetizarla fácilmente, pero sí para los quirópteros o murciélagos y para los primates antropoideos, como el humano, quienes deben ingerirla para prevenir enfermedades como el escorbuto. Esta enfermedad, conocida desde la antigüedad y siempre asociada a la falta de consumo de vegetales frescos, se convirtió, sin embargo, durante siglos, a partir de los recorridos transoceánicos, en un azote para las tripulaciones marinas forzadas a efectuar largos viajes sin frutas frescas. Esta vitamina, que muchos confunden con el ácido cítrico -el cual suele acompañar, pero no siempre, al ácido ascórbico- es un antioxidante esencial, capaz de frenar múltiples procesos inflamatorios que afectan las células, y a la vez un prooxidante de iones peligrosos, en estado libre, para el organismo, tales como los férricos y cúpricos, que los reduce a ferrosos y cuprosos; una poderosa coenzima en numerosos procesos metabólicos, y, aunque no está completamente demostrado, un eficaz agente inmunológico, tanto antiinfeccioso como antiestrés.

Apartando los antecedentes antiguos, en donde ya Hipócrates describió el primer caso de escorbuto y lo asoció a la falta de consumo de frutas frescas, la vitamina C fue descubierta en múltiples etapas, durante los últimos dos siglos y algo más. A fines del siglo XVIII, James Lind, médico de la Armada Inglesa, realizó experimentos con la tripulación que sugirieron el poder de los frutos cítricos contra el escorbuto, y desde entonces, como especie de arma secreta, los navíos británicos comenzaron a portar provisiones de estas frutas y a hacer paradas especiales en islas para obtenerlas. Entre 1907 y 1937, a partir del hallazgo casual de dos investigadores noruegos, Axel Holst y Theodor Frölich, que quisieron provocar el beriberi en palomas, a fuerza de una dieta estricta de cereales, y terminaron provocándoles escorbuto, que se creía una enfermedad puramente humana. Estudios posteriores demostraron que las palomas, con una dieta más variada, estaban en capacidad de sintetizar el ácido ascórbico, pero que los humanos no lo estaban en ningun caso. En los años treinta, un equipo dirigido por el húngaro Albert Szent-Gyorgy, también líder de la resistencia húngara antifascista, logró finalmente aislar el ácido ascórbico como agente antiescorbútico, lo que le valió el Premio Nobel de Medicina en 1937. En 2008 se descubrió un mecanismo mediante el cual el organismo humano logra reutilizar el ácido ascórbico oxidado.

Existe una aguda controversia entre quienes postulan, clásicamente, la conveniencia de limitar la ingestión de vitamina C a los requerimientos mínimos, so pena de derrochar este micronutriente o de crear efectos indeseados, y quienes recomiendan ampliamente el consumo de dosis diarias mucho mayores. No obstante, cabe observar que la posición ortodoxa, que se resume en la tesis de no más de media naranja (30 mg de vitamina C) ó un tomate (25 mg) por día, ha venido siendo progresivamente modificada, al punto de que los organismos estadounidense y canadiense de salud están recomendando, para el adulto, la ingestión de 90 mg para los varones y 75 mg para las mujeres, cuidándose de añadir que es tolerable un consumo de hasta 2000 mg / día de esta vitamina. Otros organismos privados, como el Instituto Linus Pauling, recomiendan una ingesta mínima de 400 mg diarios; la Fundación Vitamina C recomienda 3000 mg diarios; y el propio Linus Pauling, químico de renombre por sus aportes sobre la estructura atómica, y comprometido activista por la paz, ganador de dos Premios Nobel por sus logros y esfuerzos en cada uno de estos campos, estudió los niveles de esta vitamina consumidos diariamente o sintetizados por mamíferos afines, y concluyó en recomendar una ingesta de 2300 mg / día para los adultos, a la vez que consumió por muchos años, experimentando consigo mismo, dosis entre 6000 y 18000 mg por día. Ray Kurzweil y Terry Grossman, quienes, como ya lo hemos dicho, abogan por un salto cuántico en los niveles de salud, en la ruta hacia la vida eterna que podría posibilitar la nanotecnología, recomiendan un consumo diario de entre 500 y 2000 mg de vitamina A, o sea, el equivalente a entre diez y cuarenta naranjas diarias, o sus respectivos jugos.

En nuestra América Latina, siempre tan preocupados por el Imperio o por sus detractores, poco le hemos parado a esta vital problemática de la libertad alimentaria vitamínica, y en particular a la vinculada al consumo de vitamina C, en donde tenemos un repertorio de frutas ricas en este micronutriente, aptas para todos los gustos y estómagos, no disponibles en ningún otro subcontinente. Así disponemos, por cada 100 g de porción comestible, desde frutas autóctonas cítricas como el semeruco o acerola (1800 mg de vitamina C), la piña o ananás (61 mg), la parchita o fruta de la pasión (30 mg), la guanábana (30 mg), el tomate (10 a 25 mg, según las variedades ), y cientos más; hasta frutas dulces poco o nada ácidas, como la guayaba (218 mg), la lechosa o papaya (46 mg), o la chirimoya (17 mg), y muchas otras, que bien podríamos consumir nosotros de manera abundante y brindarlas durante todo el año, con suficiente desarrollo de variedades, al hambriento de vitaminas mundo desarrollado.

En lugar de eso, tenemos la impresión, a juzgar por cierto comentario, al menos burlón, que hemos leído antes de terminar este artículo, de que a ciertos lectores no sólo les parece que este asunto alimentario no es de importancia estratégica para América Latina, sino que hasta les fastidia el énfasis de Transformanueca por comprender estas necesidades. Sin embargo, aquí no estamos dispuestos a transigir ni hacer concesión alguna, pues estamos más que convencidos, junto a muchos científicos, nutricionistas, bioquímicos, médicos, pensadores, etc., aunque lamentablemente no muchos políticos -absortos en el día a día-, de la absoluta importancia estratégica de esta problemática para el futuro de América Latina. Sin soberanía, libertad o autosuficiencia alimentaria, o como queramos llamarla, los latinoamericanos no podremos salir jamás del berenjenal en que seguimos metidos. Y, ¿por qué no repetirlo?, cierta clase media venezolana, que piensa que la inseguridad supuestamente causada por el gobierno de Chávez es el único problema social digno de atención, pareciera ignorar que la desnutrición secular de amplias masas de la población está detrás de esa inseguridad, o que, en sentido contrario, una de las armas políticas más eficaces del gobierno, ha sido la distribución masiva, lamentablemente no sustentable, de leche, granos y pollos importados entre la población de bajos recursos. Podemos tener diferencias con los procedimientos empleados, pero no con la necesidad imperiosa de atender los problemas de desnutrición en el país, a los que vemos en el meollo de cualquier política de transformación real de nuestros destinos.

2 comentarios:

  1. Me autorizas a publicar estos articulos en Mercal con una foto tuya?

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  2. No le he encontado, Anónimo, a tu comentario, otra interpretación que la de que has querido, no sé porque razón, burlarte cruelmente del autor del artículo. Pero, como quiera que estoy más que convencido, y conmigo, o mejor yo con ella, la Organización Mundial de la Salud, acerca de la extrema importancia de esta problemática alimentaria, y particularmente de su aspecto vitamínico, con las demasiadas vidas que cobra en el mundo, y a riesgo de que parezca una pose o de que me quede grande, te perdono pues no sabes lo que haces. No obstante, en caso de que sea yo quien esté más perdido que el hijo de Lindbergh, y de que realmente estés pensando publicar estos artículos en Mercal -cosa que no sabía que podía hacerse, pero que no me parece mala idea, para apoyar a la gente a mejorar sus hábitos alimentarios-, entonces te pido disculpas anticipadas y te autorizo plenamente a publicarlos (aunque aún así te confieso que quedo sin entender lo del interés por la foto: ¿no podría bastar con mi solo nombre?).

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