viernes, 12 de marzo de 2010

¿Qué hacer en pro de nuestra libertad alimentaria?

Teníamos, como lo anunciamos hace ya varios artículos, la intención de cerrar el ciclo del análisis de nuestras necesidades y libertades, primero, para luego redondear algunos aspectos conceptuales acerca de nuestros sistemas y nuestras historias de vida, y entonces comenzar a abordar asuntos relacionados con el qué y cómo hacer para impulsar la transformación de nuestras sociedades latinoamericanas. No obstante, un poco desconsolados y descontrolados por la extensión desproporcionada de los últimos artículos, tomando en cuenta que se está alargando la serie sobre necesidades y libertades, y, sobre todo, en atención a las exigencias de ciertos lectores impacientes, que de una u otra manera nos reclaman un mayor énfasis en aspectos prácticos, se nos ha ocurrido que quizás sea conveniente comenzar aunque sea a asomar la onda de los muchos artículos que vendrán en torno a la problemática del qué hacer y cómo impulsar los movimientos necesarios en pro de nuestra transformación. (Pues siempre hemos dicho que el énfasis en lo conceptual que, hasta la fecha, ha tenido el blog, no implica ninguna vocación meramente interpretativa sino un afán por direccionar acertadamente nuestras prácticas, diferenciándonos tanto del pragmatismo como del academicismo tan al uso en nuestra región).

Es así que, a manera de conclusión de la serie sobre nuestras necesidades y libertades alimentarias, ofrecemos aquí una síntesis de ciertos elementos que, a nuestro entender, podrían ser útiles para impulsar la construcción de movimientos en torno a este vital desafío de nuestras naciones.

En el esquema anterior presentamos los elementos fundamentales que habría que conjugar o sinergizar a la hora de impulsar movimientos y procesos transformadores, desde la esfera alimentaria, en aras de un cambio profundo de nuestros sistemas sociales. Sin la conquista de nuestra libertad alimentaria, es decir, sin la derrota de nuestras hambres seculares, todo lo que hagamos en pro del cambio social será como construir gigantes con pequeños pies de barro, y jamás podremos conocer nada que se parezca a una seguridad o una armonía social mientras una gruesa porción de nuestra población padezca, o se mantenga al borde, de una desnutrición general o específica. Como deberían notar los lectores más aprovechados del blog, los vértices del pentágono se corresponden con las principales capacidades estructurales que discutimos durante los meses de julio y agosto pasados, y la lechosa es la misma que dijimos, al comienzo de la serie sobre necesidades alimentarias, que emplearíamos para facilitar la memorización de las ideas expuestas.

En materia cultural, quizás, por intangible y ubicua, la esfera más difícil de cambiar, resaltamos la importancia del rescate de nuestra identidad alimentaria, es decir, de nuestras respuestas fundamentales en torno a la pregunta: ¿Qué significa alimentarnos bien en América Latina?, la cual es una cuota de la respuesta a la pregunta mucho más amplia de quiénes somos los latinoamericanos. Sin una idea clara y sólidamente fundamentada en nuestra autocomprensión histórica y social acerca de qué buscamos en materia alimentaria, será difícil, cuando no imposible, poner en tensión nuestros esfuerzos en pro del cambio para superar nuestros sistemas de vida actuales. Esto no significa que creamos que el cambio cultural alimentario puede lograrse con gestos por arriba o con mera propaganda mediática, pues, por el contrario, lo vemos no sólo como agente detonador sino también como el resultado de luchas políticas, esfuerzos productivos, reordenamientos territoriales y adquisición de conocimientos a través de la investigación y la educación. La cultura es la representación de nuestra identidad que nos hacemos en un ámbito y en un período dados, la guía inconsciente de nuestras acciones que nos sirve para soñar y decidir si lo que estamos haciendo está bien hecho o no, y que a la vez se conforma en nuestra prácticas satisfactorias del pasado.

Otra vez Brasil es la nación latinoamericana que creemos tiene una cultura alimentaria más sólida, tanto que, al estilo de una Francia cualquiera, muchas transnacionales de refrescos y comida rápida han tenido que modificar sus políticas alimentarias globales para adaptarse a las exigencias brasileñas. Hasta donde la conocemos, la dieta brasileña es la más rica en frutas y vegetales, y por tanto en fibras, vitaminas y minerales, de toda América Latina y, aunque todavía falta mucho por andar, vemos a esta nación, sobre todo al calor del exitoso Programa Hambre Cero del Presidente Lula, sistémica y sustentablemente encaminada hacia la erradicación de su hambre crónica y la conquista de su libertad alimentaria. El costo de los alimentos calóricos y proteicos, afincado en suficientes capacidades productivas y distributivas de cereales, yuca, lácteos y carnes, es el más bajo y accesible, relativamente hablando, que hemos conocido en la región. Ninguna otra nación latinoamericana, y no por casualidad desde los días de Josué de Castro, ha sido tan coherente y persistente en la lucha por su libertad alimentaria.

La capacidad productiva alimentaria, incluyendo aquí las capacidades de distribución, venta y consumo efectivo por la población, es una condición sine qua non para la conquista de cualquier libertad o seguridad en este campo. Los latinoamericanos no podremos avanzar con nuestras necesarias transformaciones mientras una gruesa porción de los nuestros se mantenga en, o al borde de, una situación de desnutrición. Mientras el hambre, ya sea en su versión general o proteicocalórica, o en sus versiones específicas de déficit de fibras, vitaminas y minerales, nos ronde, la conquista real de cualquier otra libertad será una quimera. Para efectos prácticos, con la relativa excepción, ya mencionada en un artículo anterior, de Costa Rica, Brasil, Argentina, Chile y Uruguay, en nuestra región se ha pretendido subestimar los desafíos agrícolas y construir nuestras economías bien en torno a las actividades extractivas o bien alrededor del sector servicios, con lo cual no sólo se ha creado una dependencia alimentaria en la mayoría de los casos, sino que se ha dificultado el impulso a una industrialización sobre bases firmes. Y no sólo tenemos una importante deuda histórica en materia agroalimentaria, sino que, en el contexto de una improductividad generalizada, la especulación mercantilista tiene aquí uno de sus bastiones, con toda clase de roscas y mafias encareciendo los productos del agro y haciendo de los verdaderos productores de alimentos, al buen estilo medieval, una masa de siervos de la gleba.

El reordenamiento territorial es otra de las tareas más difíciles en la búsqueda de una libertad alimentaria, pues históricamente los valles y regiones más fértiles del subcontinente, que en la era prehispánica se dedicaron esencialmente a la producción diversificada de alimentos, han venido siendo dedicados a monocultivos intensivos destinados bien a atender las necesidades de azúcar de las naciones de altos ingresos o bien a rubros que, como el café, el cacao o el tabaco, cuando no la marihuana o la cocaína ilegales, satisfacen más las necesidades de alcaloides estimulantes en otras latitudes que las de verdaderos nutrientes. Claro que no estamos abogando por la fantasía imposible de devolver las tierras a sus verdaderos dueños indígenas, pero sí por una reforma agraria profunda, con participación de técnicos, profesionales y productores de todos los tipos y niveles, que coloque a nuestros escasos territorios con genuina vocación agrícola al servicio de la edificación sustentable de nuestras naciones y no de los vaivenes de precios de mercados mundiales especulativos. Los Estados tienen aquí una prueba de fuego de su inteligencia y su capacidad para superar conflictos, pues si bien es verdad que las clases oligárquicas han hecho de la tenencia irracional de la tierra una de sus consignas centrales, también lo es que la demagogia antilatifundista y anticapitalista ha dado hasta ahora muy pocos resultados. El problema central no es la propiedad de la tierra sino su uso productivo y sustentable.

Sin conocimientos relevantes, generados a través de actividades de investigación y verdaderamente educativas, acerca de los nutrientes y requerimientos de la población y en torno a las características de los suelos y de los sistemas de cultivo, con énfasis en las condiciones de fertilización, no será tampoco posible conquistar nuestra libertad alimentaria. No podemos ocultar el hecho de que tres, Argentina, Chile y Uruguay, de los cinco países que hemos mencionado con relativa autosuficiencia alimentaria, son en realidad países templados y con estaciones invertidas respecto del norte desarrollado, por lo cual, sin desdecir de sus méritos, han podido emplear tecnologías, atraer inversiones y acceder a mercados estacionales de los mismos productos agrícolas de esas otras latitudes. Tan acentuada es nuestra dependencia en esta esfera que buena parte de las semillas certificadas de nuestros principales cultivos tropicales son producidas en las áreas cercanas al trópico de los países templados, tipo estado de Florida de los Estados Unidos. Estos esfuerzos de investigación y educación son indispensables para orientar y potenciar cualquier transformación sustentable de nuestros países.

La buena alimentación es un planteamiento casi ausente en la publicidad que difunden nuestros medios de comunicación, incluyendo aquí a los de instrucción. Puesto que son los alimentos de marca, los más tecnologizados, los menos perecederos, los de sabores más exóticos y, por regla general los menos nutritivos, los que pueden costear los elevados costos publicitarios, existe una distorsión en la que los refrescos, bebidas artificiales, golosinas, galletas, frituras y afines reciben una promoción desproporcionada, mientras que a las frutas y los vegetales y cereales más nutritivos no hay quien los defienda. Las cantinas escolares suelen ser verdaderas ferias de promoción de la desnutrición infantil, que a menudo contradicen las limitadas coberturas de los comedores escolares y la ya poca información alimentaria coherente y actualizada que se difunden en las aulas. Tan distorsionados son los mensajes que se difunden en esta esfera que las clases de menores ingresos viven suspirando por los alimentos de escaso valor nutritivo que exaltan la televisión, la prensa y las vallas urbanas.

Y, por último, pero quizás lo más decisivo, la satisfacción de nuestras necesidades alimentarias y la conquista de la libertad correspondiente requiere de la conjugación de múltiples esfuerzos políticos, en su sentido más amplio, impulsados tanto desde las más diversas instituciones como movimientos. Las instituciones de hoy, como tendremos ocasión de examinarlo con mayor rigor más adelante en el blog, son la cristalización de movimientos de ayer, mientras que los movimientos de hoy contienen el germen de las instituciones de mañana. Mientras que las sociedades de tipo antiguo sólo conocen episódicos movimientos de masas, movidos bajo el liderazgo de líderes carismáticos o bendecidos divinamente, las sociedades medias reclaman movimientos orientados por programas y dispuestos a negociar -al estilo de los sindicatos- reivindicaciones mediante contratos colectivos, leyes y reglamentos y afines. No obstante, la edificación de sociedades propiamente modernas requiere de movimientos científicos, profesionales, intelectuales, gerenciales, empresariales y políticos, en síntesis, de movimientos organizados en torno al manejo inteligente de conocimientos, sin los cuales no es posible convencer a la sociedad de las bondades de los cambios profundos requeridos.

Nuestra Latinoamérica está reclamando un inmenso esfuerzo organizativo y divulgativo de movimientos profesionales que, por ejemplo, en el caso de la problemática alimentaria, incorporen a nutricionistas, médicos, odontólogos, farmaceutas, agrónomos, veterinarios, bioquímicos, químicos, biólogos, economistas, sociólogos, antropólogos, administradores, ingenieros diversos, chefs, cocineros, gastrónomos, y miembros de prácticamente todas las disciplinas, a actividades de conquista de reivindicaciones cualitativas profundas en materia alimentaria. Sin esta base movimiental, nuestras a menudo esclerosadas instituciones y nuestros estados burocráticos seguirán dando tumbos y proponiendo menudencias en función de los votos de los próximos comicios. Una de las aspiraciones de Transformanueca es aportar un granito de arena a la construcción de estos movimientos inteligentes en América Latina: buena parte de lo que hemos hecho hasta ahora es establecer las bases para hacer cada vez más contribuciones relevantes a la construcción de estos movimientos capaces de prefigurar las instituciones del futuro.

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