martes, 30 de marzo de 2010

Sobre sexo, reproducción y población en América Latina

La satisfacción de las necesidades alimentarias y sexuales, las más primarias o de sobrevivencia, en buena medida determina las dinámicas poblacionales y el carácter de la estructura familiar, y establece el marco general o punto de partida a partir del cual deberán satisfacerse todas las demás necesidades, o, lo que es lo mismo, si esas necesidades no se satisfacen y no se alcanzan las libertades correspondientes resulta muy difícil satisfacer las restantes y disponer de las autonomías o libertades para convertir en hechos nuestras identidades antropológicas. Las necesidades de vivienda, salud, transporte, comunicaciones y seguridad en la mayoría de nuestros países latinoamericanos, pongamos por caso, se han ido tornando cada vez más insatisfechas y duras de atender dondequiera que las mencionadas necesidades primarias han estado secularmente fuera de control.

Atenazados por la égida de una ideología que proscribe la sexualidad en el matrimonio y la familia, pretende hacer de la pareja un mero mecanismo reproductivo, condena los métodos anticonceptivos y el aborto, y empuja, en consecuencia, primero a los varones, pero luego, cual mecanismo de demanda y oferta, a las hembras jóvenes, a la búsqueda del sexo, el placer y/o el provecho económico, fuera de los confines maritales o de los hogares establecidos, por un lado, y con la influencia avasalladora de medios de comunicación y una publicidad que pretenden encadenar la sexualidad a la obtención de estatus, poder y bienes de consumo, por otro, los mecanismos reproductivos en América Latina conspiran fuertemente contra cualquier planificación u ordenamiento racional de nuestras sociedades. Las elevadas tasas de natalidad y de crecimiento poblacional, que ya hemos explorado, contribuyen decisivamente a conformar una estructura poblacional con un exceso -en relación a las posibilidades de crianza, atención, educación, etc., de los adultos en edad de trabajar y asumir responsabilidades- de población joven, que, mucho y viciosamente, abona en pro de perpetuar nuestras calamidades sociales.

Mientras que la mediana de edad, es decir, la edad en torno a la cual la población se divide según su edad, monótonamente ordenada, en dos bloques de igual magnitud, en las sociedades modernas, según los últimos datos disponibles (2007), anda por los alrededores de los cuarenta años: Alemania (43), Australia (37), Austria (41), Bélgica (41), Canadá (39), Dinamarca (40), España (40), Estados Unidos (36), Finlandia (41), Francia (39), Italia (43), Japón (44), Noruega (39), Reino Unido (39), Suecia (41), Suiza (41), en nuestros países suele estar por debajo de los treinta años y, en no pocos casos, rozando o hasta por debajo de los veinte años: Argentina (29), Bolivia (21), Brasil (28), Colombia (26), Costa Rica (27), Ecuador (25), El Salvador (24), Guatemala (18), Haití (21), Honduras (20), México (26), Nicaragua (21), Panamá (27), Paraguay (22), Perú (25), República Dominicana (24) y Venezuela (25). Cuba (37), sobre todo, y luego Uruguay (33) y Chile (31) son las únicas naciones latinoamericanas independientes con medianas de edad por encima de los treinta años.

En cuanto a la población menor de quince años, que internacionalmente es considerada como la edad mínima para la incorporación a la fuerza de trabajo, las naciones modernas y organizadas suelen tener a menos de un 20% de su población en este rango: Alemania (14%), Australia (19%), Austria (15%), Bélgica (17%), Canadá (17%), Dinamarca (19%), España (15%), Estados Unidos (20%), Finlandia (17%), Francia (18%), Italia (14%), Japón (14%), Noruega (19%), Reino Unido (18%), Suecia (17%), Suiza (16%), mientras que nosotros, por regla general, estamos cercanos a, y en la mayoría de los casos por encima de, un 30%: Argentina (26%), Bolivia (37%), Brasil (27%), Chile (24%), Colombia (29%), Costa Rica (27%), Ecuador (32%), El Salvador (33%), Guatemala (43%), Haití (37%), Honduras (39%), México (30%), Nicaragua (37%), Panamá (30%), Paraguay (35%), Perú (31%), República Dominicana (33%), Uruguay (23%) y Venezuela (31%). Cuba, que no por casualidad es la única nación latinoamericana independiente con un aborto legalizado y con un uso intensivo de métodos anticonceptivos, es también, con la más baja tasa anual de crecimiento poblacional (un 0,2%, igual a la de Uruguay),) y sólo un 18% de menores de quince años, la única con menos de una quinta parte de estos menores en su población.

A consecuencia de estas estructuras poblacionales, los típicos gráficos de distribución poblacional por edades y sexo, que en las naciones modernas suelen tener la forma de un barril, estrecho en la base y en el tope, correspondientes, respectivamente, a las franjas de las poblaciones jóvenes y de tercera edad, y grueso en el centro, correspondiente a la población entre quince y sesenta y cinco años, en nuestras naciones, incluso advirtiendo que ha habido un avance en relación a hace unas pocas décadas, suelen tener la forma de una pirámide, en ocasiones con bases extraanchas y topes puntiagudos. Tal estructura determina, a su vez, que en muchos casos los adultos trabajadores tengan que bregar con pesadas cargas familiares, no pocas veces procedentes de pasadas y efímeras relaciones, lo cual, como lo veremos en el próximo artículo, conspira contra la estabilidad de nuestros hogares.

Afortunadamente, nuestros territorios y recursos naturales todavía nos permiten disfrutar de una densidad poblacional relativamente baja, y, sin que nadie pueda atribuirse el mérito por este subproducto benigno de nuestro desorden reproductivo, contamos con una profunda miscigenación o coalescencia genética, sin parangón mundial, que constituye un buen pivote para la superación de cualquier racismo remanente heredado de nuestro pasado colonial.
Frente a estas inquietantes realidades, la posición, tanto de las derechas como de las izquierdas continentales tradicionales suele ser casi de complacencia: en el primer caso porque se quiere ver allí la prueba fehaciente de que los pobres, con sus desórdenes reproductivos, tienen la mismísima culpa de su pobreza, mientras que en el otro caso se aprecia en esta proliferación incontrolada de pobres nada menos que una potencial fuerza revolucionaria que dará tarde o temprano al traste con imperios y oligarquías. Eduardo Galeano, por ejemplo, en algún lugar de su Las venas abiertas de América Latina (que cito de memoria porque estoy redactando en la oficina y tengo mi ejemplar en el estudio de mi casa...), se manifiesta opuesto por principio a cualquier planificación familiar puesto que ello sería como querer matar a los futuros guerrilleros en los vientres maternos (y aquí echo de menos un tipo de comillas para citas aproximadas que uso en mis papeles personales).

Si las cosas funcionasen así, ya bien poco halagüeñas serían nuestras perspectivas, pues se trataría nada más que de escoger el lugar para que nos maten, pero resulta que son mucho peores, puesto que la izquierda dista de tener la exclusividad de captar sus tropas entre estos niños, adolescentes y jóvenes escasamente atendidos por sus mayores. La delincuencia común, los narcotraficantes, los tratantes de blancas e inclusive de blancas menores, los comerciantes de órganos, plasma y sangre, las mafias, los corruptores de menores y los sádicos y, lo peor de todo, las dictaduras y los fascismos, también ven en esta tierna sobrepoblación a la deriva una oportunidad para reclutar sus huestes y pescar en río revuelto. No es en absoluto casual que tanto Hitler como Mussolini hayan hecho de sus políticas de reproducción acelerada de la población puntas de lanza de sus estrategias autocráticas; y en México y Centroamérica ya esta en marcha un peligrosísimo mecanismo de creación de violentas mafias juveniles (como la Mara Salvatrucha o MS-13) que está causando estragos y amenaza con extenderse al resto del subcontinente.

La mezcla resonante entre hambre y niñez abandonada o falta de crianza y educación, que se potencia con el debilitamiento de la estructura familiar que exploraremos en el próximo artículo, es un coctel explosivo inaguantable para cualquier proyecto social superador. Esta mezcla no es una causa, como pretende la extrema derecha, sino una consecuencia de nuestros problemas (que, por supuesto, de rebote, contribuye a agravarlos); pero tampoco, como en el fondo lo postula nuestra extrema izquierda, puede ser vista como una panacea. Cuanto antes saquemos esta problemática del voluminoso baúl de los tabúes de los que no se habla en ninguna campaña electoral, por temor a perder votos, mayores oportunidades tendremos de abordar la búsqueda de soluciones y, por ende, de colocarnos en la perspectiva de agarrar nuestras sartenes por el mango, es decir, de conquistar nuestras genuinas libertades para construir futuros promisorios.

Cuanto antes actuemos ante estos desafíos, como ya lo ha hecho Cuba para sí misma, puesto que no quiere guerrillas en su escaso suelo (aunque cuidándose de exportar esta valiosa experiencia al resto de América Latina), más oportunidad tendremos de escapar a esta fatal cuenta regresiva, que nos amenaza con arrojarnos al a veces llamado Cuarto Mundo o de tipo africano. Todavía tenemos tiempo para actuar, y sencillamente no es verdad que el Imperio sea un obstáculo para impulsar desde ahora mismo una política de saneamiento y atención a nuestras necesidades en el ámbito sexual y reproductivo, que nos haga más factible la búsqueda de soluciones a nuestros múltiples otros problemas.

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