
Atenazados por la égida de una ideología que proscribe la sexualidad en el matrimonio y la familia, pretende hacer de la pareja un mero mecanismo reproductivo, condena los métodos anticonceptivos y el aborto, y empuja, en consecuencia, primero a los varones, pero luego, cual mecanismo de demanda y oferta, a las hembras jóvenes, a la búsqueda del sexo, el placer y/o el provecho económico, fuera de los confines maritales o de los hogares establecidos, por un lado, y con la influencia avasalladora de medios de comunicación y una publicidad que pretenden encadenar la sexualidad a la obtención de estatus, poder y bienes de consumo, por otro, los mecanismos reproductivos en América Latina conspiran fuertemente contra cualquier planificación u ordenamiento racional de nuestras sociedades. Las elevadas tasas de natalidad y de crecimiento poblacional, que ya hemos explorado, contribuyen decisivamente a conformar una estructura poblacional con un exceso -en relación a las posibilidades de crianza, atención, educación, etc., de los adultos en edad de trabajar y asumir responsabilidades- de población joven, que, mucho y viciosamente, abona en pro de perpetuar nuestras calamidades sociales.
Mientras que la mediana de edad, es decir, la edad en torno a la cual la población se divide según su edad, monótonamente ordenada, en dos bloques de igual magnitud, en las sociedades modernas, según los últimos datos disponibles (2007), anda por los alrededores de los cuarenta años: Alemania (43), Australia (37), Austria (41), Bélgica (41), Canadá (39), Dinamarca (40), España (40), Estados Unidos (36), Finlandia (41), Francia (39), Italia (43), Japón (44), Noruega (39), Reino Unido (39), Suecia (41), Suiza (41), en nuestros países suele estar por debajo de los treinta años y, en no pocos casos, rozando o hasta por debajo de los veinte años: Argentina (29), Bolivia (21), Brasil (28), Colombia (26), Costa Rica (27), Ecuador (25), El Salvador (24), Guatemala (18), Haití (21), Honduras (20), México (26), Nicaragua (21), Panamá (27), Paraguay (22), Perú (25), República Dominicana (24) y Venezuela (25). Cuba (37), sobre todo, y luego Uruguay (33) y Chile (31) son las únicas naciones latinoamericanas independientes con medianas de edad por encima de los treinta años.

A consecuencia de estas estructuras poblacionales, los típicos gráficos de distribución poblacional por edades y sexo, que en las naciones modernas suelen tener la forma de un barril, estrecho en la base y en el tope, correspondientes, respectivamente, a las franjas de las poblaciones jóvenes y de tercera edad, y grueso en el centro, correspondiente a la población entre quince y sesenta y cinco años, en nuestras naciones, incluso advirtiendo que ha habido un avance en relación a hace unas pocas décadas, suelen tener la forma de una pirámide, en ocasiones con bases extraanchas y topes puntiagudos. Tal estructura determina, a su vez, que en muchos casos los adultos trabajadores tengan que bregar con pesadas cargas familiares, no pocas veces procedentes de pasadas y efímeras relaciones, lo cual, como lo veremos en el próximo artículo, conspira contra la estabilidad de nuestros hogares.
Afortunadamente, nuestros territorios y recursos naturales todavía nos permiten disfrutar de una densidad poblacional relativamente baja, y, sin que nadie pueda atribuirse el mérito por este subproducto benigno de nuestro desorden reproductivo, contamos con una profunda miscigenación o coalescencia genética, sin parangón mundial, que constituye un buen pivote para la superación de cualquier racismo remanente heredado de nuestro pasado colonial.

Si las cosas funcionasen así, ya bien poco halagüeñas serían nuestras perspectivas, pues se trataría nada más que de escoger el lugar para que nos maten, pero resulta que son mucho peores, puesto que la izquierda dista de tener la exclusividad de captar sus tropas entre estos niños, adolescentes y jóvenes escasamente atendidos por sus mayores. La delincuencia común, los narcotraficantes, los tratantes de blancas e inclusive de blancas menores, los comerciantes de órganos, plasma y sangre, las mafias, los corruptores de menores y los sádicos y, lo peor de todo, las dictaduras y los fascismos, también ven en esta tierna sobrepoblación a la deriva una oportunidad para reclutar sus huestes y pescar en río revuelto. No es en absoluto casual que tanto Hitler como Mussolini hayan hecho de sus políticas de reproducción acelerada de la población puntas de lanza de sus estrategias autocráticas; y en México y Centroamérica ya esta en marcha un peligrosísimo mecanismo de creación de violentas mafias juveniles (como la Mara Salvatrucha o MS-13) que está causando estragos y amenaza con extenderse al resto del subcontinente.
La mezcla resonante entre hambre y niñez abandonada o falta de crianza y educación, que se potencia con el debilitamiento de la estructura familiar que exploraremos en el próximo artículo, es un coctel explosivo inaguantable para cualquier proyecto social superador. Esta mezcla no es una causa, como pretende la extrema derecha, sino una consecuencia de nuestros problemas (que, por supuesto, de rebote, contribuye a agravarlos); pero tampoco, como en el fondo lo postula nuestra extrema izquierda, puede ser vista como una panacea. Cuanto antes saquemos esta problemática del voluminoso baúl de los tabúes de los que no se habla en ninguna campaña electoral, por temor a perder votos, mayores oportunidades tendremos de abordar la búsqueda de soluciones y, por ende, de colocarnos en la perspectiva de agarrar nuestras sartenes por el mango, es decir, de conquistar nuestras genuinas libertades para construir futuros promisorios.
Cuanto antes actuemos ante estos desafíos, como ya lo ha hecho Cuba para sí misma, puesto que no quiere guerrillas en su escaso suelo (aunque cuidándose de exportar esta valiosa experiencia al resto de América Latina), más oportunidad tendremos de escapar a esta fatal cuenta regresiva, que nos amenaza con arrojarnos al a veces llamado Cuarto Mundo o de tipo africano. Todavía tenemos tiempo para actuar, y sencillamente no es verdad que el Imperio sea un obstáculo para impulsar desde ahora mismo una política de saneamiento y atención a nuestras necesidades en el ámbito sexual y reproductivo, que nos haga más factible la búsqueda de soluciones a nuestros múltiples otros problemas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario