Incluso a pocos párrafos de concluir esta serie no está de más repetir que la diferencia esencial entre estas capacidades, a las que hemos convenido en llamar capacidades sustanciales, y las de los otros dos tipos, las estructurales y las procesales, está en el carácter más concreto o más específico de las primeras en relación a estas últimas. Una especie de test que, en lo personal, y después de muchos años de haber desarrollado, y lidiado con, estos conceptos, he empleado para distinguir unas de otras, cuando se presentan dudas, es el siguiente: si una capacidad dada es fácilmente imaginable de ser trasplantada a otro país o ambiente y, en el nuevo contexto, conserva su aplicabilidad o relevancia, entonces se trata de una capacidad estructural o procesal -las cuales son sencillas de distinguir entre sí, por su carácter sincrónico, unas, versus diacrónico, las otras, como su propio calificativo lo sugiere-; en caso contrario, es decir, si tal aplicabilidad se pierde con el trasplante, entonces se trata de una capacidad sustancial.
Esto viene a cuento porque estas capacidades sustanciales informativas podrían confundirse con las capacidades estructurales mediáticas que exploramos anteriormente, puesto que ambas están referidas al manejo de información. Pero mientras que las segundas se refieren a las capacidades generales -y por tanto son susceptibles de ser trasplantadas a, o utilizadas en, otros contextos- de generación, procesamiento, almacenamiento, recuperación y difusión de información, las otras se vinculan al manejo de información específica sobre una determinada realidad. Tal y como en algún momento lo indicamos, las capacidades estructurales se relacionan con la anatomía o configuración general de los sistemas, como cuando estudiamos la anatomía del aparato respiratorio humano, que es la misma aquí o en la Cochinchina, mientras que las capacidades sustanciales se asocian con la manera específica de funcionar tales sistemas en un contexto particular, o sea, comparables a respirar en un ambiente dado. A título ilustrativo: sería perfectamente posible que un equipo de futbolistas, con capacidades respiratorias generales en perfecto estado, pudiese tener dificultades, permaneciendo los demás factores constantes, a la hora de medirse en una cancha a más de cuatro o cinco mil metros de altura, contra otro equipo, con varios de sus jugadores con problemas generales de bronquitis, pero con capacidades respiratorias específicas mucho más adaptadas a jugar en las condiciones de escasez de oxígeno propias de tal altura. Del mismo modo, y como lo veremos más abajo en este mismo artículo, es posible que una sociedad posea capacidades estructurales mediáticas avanzadas y, a la vez, capacidades sustanciales informativas rezagadas, o viceversa.
Aunque la información siempre es una variación en algún flujo de energía susceptible de ser interpretada por algo o alguien en un contexto dado para decidir un curso de acción, las capacidades para manejar tal información pueden ser tanto generales, es decir estructurales, como específicas, o sea sustanciales. Mediante la instrucción básica, y a través del equipamiento y desempeño de los diversos medios de comunicación e información, los países pueden desarrollar sus capacidades estructurales mediáticas, pero sólo con el estudio creciente y la sistematización de datos sobre sus realidades pueden transformar sus capacidades sustanciales informativas. En nuestra América Latina, por supuesto, sin llegar a descollamiento alguno, hemos tenido avances, sobre todo en el último siglo y gracias a la ampliación del acceso de nuestra gente, y en particular de nuestras mujeres, a la instrucción general, así como con una dotación significativa de equipos de comunicación, en materia de capacidades mediáticas; pero seguimos, en promedio, profundamente rezagados en materia de capacidades sustanciales informativas en prácticamente todos los campos.
En la esfera productiva, por citar un ámbito, el grueso de nuestras empresas locales, pese al nivel educativo de su personal y al equipamiento de sus oficinas, carecen de contabilidades y registros de datos efectivamente aptos para soportar actividades de toma de decisiones operativas, administrativas y gerenciales. Los balances financieros, estados de ganancias y pérdidas, tendencias de la producción y las ventas, etc., por regla general están atrasados, son de poca utilidad a la hora de tomar decisiones cruciales, y se usan principalmente en momentos estelares, como a la hora de solicitar préstamos, declarar impuestos, etc., o sea, en función de requerimientos externos y no internos. Y lo mismo puede decirse de sus prácticas operativas, sus directorios y catálogos, sus colecciones de planos y dibujos de diseño, y hasta los letreros de instrucciones de los equipos y las señales de seguridad en las plantas industriales.
Me temo que la mayoría de los lugares de realización y recepción de llamadas telefónicas de nuestro subcontinente están dotados con un personal de suficiente nivel de instrucción formal y con equipos electrónicos relativamente avanzados, pero carecen de un directorio razonablemente completo sobre los clientes, usuarios, competidores o proveedores de la organización a que pertenecen. Muchos de nuestros empresarios, gerentes y supervisores desconocen que, en una típica planta metalmecánica, por ejemplo, el valor potencial para la empresa de sus planos detallados de fabricación de piezas y equipos suele ser superior al de la maquinaria con que cuenta. Constituye una rareza que alguna de nuestras librerías, discotiendas o videotiendas cuente con catálogos para localizar libros, discos o videos que no estén en las exhibiciones. Es frecuente que, dada la escasez de entrenamiento e información específicos relevantes, los propios equipos suelan ser aprovechados muy por debajo de sus capacidades nominales. No es infrecuente que el personal desconozca hasta el modo de emplear botones o comandos básicos de los equipos pues sus instrucciones de uso están en inglés...
La situación suele repetirse en prácticamente todas las esferas, desde la histórica o la referida a nuestra naturaleza, en donde buena parte de nuestros documentos y estudios se basan en los comentarios y apreciaciones de ilustres visitantes o cronistas, como Alejandro de Humboldt, Aimé Bonpland, Charles Darwin y afines, hasta la edafológica, geológica o cultural. En líneas generales, es hartamente insuficiente la información con que contamos sobre nuestra historia o nuestros bosques, fauna, suelos, subsuelos o creaciones musicales o literarias, incluso después del advenimiento de Internet, en donde hay más información sobre la nobleza de Luxemburgo que sobre nuestros terratenientes y latifundistas. Nuestras inmensas riquezas forestales, nuestra biodiversidad o nuestro acervo cultural permanecen subaprovechados, en gran medida, debido a la falta de información específica relevante sobre sus características y a la falta de políticas apropiadas. Tan grave es la situación que, en el presente, existe un importante contrabando de extracción de maderas, resinas, pigmentos, metales preciosos, sustancias vegetales y hasta especies vivas de animales, que se comercializan en Europa o los Estados Unidos con desconocimiento de nuestros Estados.
Quien suscribe, a quien por lo menos no se le debería acusar de falto de interés individual por conocer nuestros recursos locales, ha tenido la experiencia de conocer en el exterior escritorios o esculturas de maderas extrafinas, extrapesadas o extraimpermeables extraídas de nuestros bosques amazónicos, de las cuales no tenía ni noticia; o de enterarse por canales televisivos foráneos de que la araña más venenosa del mundo tiene su hábitat en las montañas del norte de Venezuela, donde obviamente se halla Caracas. Me atrevo a afirmar que la abrumadora mayoría de mis compatriotas jamás han probado y desconocen la existencia del semeruco (cereza, para los llaneros; acerola, para los brasileños, etc.), que, como ya lo señalamos en algún artículo anterior, es la fruta con el récord mundial de concentración de vitamina C o ácido ascórbico. Y, por los vientos que soplan y para su inmenso dolor, todo sugiere que el susodicho redactor de estas líneas abandonará este mundo sin haber visto jamás (salvo que algún día se lo tropiece en quien sabe qué zoológico extranjero, a los que gusta de visitar cada vez que puede y en donde ha conocido especies criollas no vistas en su propia tierra), ni siquiera en fotografías o películas, al desdentado, armadillo o cachicamo mayor del mundo, el cuspón, cuyo principal hábitat son las selvas tropicales venezolanas... .
Los hispanos que conquistaron y colonizaron nuestros países no sólo venían imbuidos de una especie de ceguera congénita ante la información y el conocimiento de lo nuevo, y armados con la institución inquisidora y baterías de calificativos, como los de alumbrado, cabeza e´ñema, cabeza caliente, librepensador, impío, hereje, infiel, volteriano, ateo, enciclopedista, anticatólico, y muchos otros, contra todo aquel que se atreviera a pensar con cerebro propio, sino también con una prepotencia dispuesta a despreciar toda información o experiencia de las poblaciones nativas y a reemplazarla, hasta sin base alguna, por términos y conceptos de su propia factura. Tal fue el caso, para no perder la costumbre de mostrar algún botoncito, de la lechosa o la piña, frutas absolutamente desconocidas para ellos, que tenían su nombres autóctonos, papaya y ananás, pero que fueron rebautizadas por las segregaciones de su concha inmadura, una, o su remoto parecido con las piñitas del pino, la otra. El rescate, en la medida de lo factible, y la debida documentación y datación, del inmenso arsenal de saberes de nuestras poblaciones indígenas autóctonas acerca de nuestra flora, fauna y recursos naturales en general, e incluyendo sus propias lenguas y tradiciones, todos ellos amenazados de extinción, es una tarea de suma importancia y urgencia impostergable.
Dentro de este panorama latinoamericano, no precisamente halagüeño en materia de capacidades sustanciales informativas, es de justicia señalar que algunos países, dentro de los que podríamos señalar a Brasil, Cuba, Argentina y México, por los esfuerzos realizados en pro del manejo de información sobre su historia, su cultura y sus recursos naturales, quizás acompañados a distancia por Chile y Colombia, o por Perú, en lo arqueológico, han comenzado a erigirse en interesantes excepciones a esta regla. En Sao Paulo, Brasil, hemos conocido el único museo dedicado a mostrar la historia de la población y la cultura afroamericana de que tengamos noticia. En Cuba hemos visto las más extraordinarias revistas sobre la evolución de nuestra música. En Argentina existen un museo y una universidad del tango. Y en México se adelanta, a cargo del Instituto Nacional de Lenguas Indígenas (INALI), el más completo estudio sobre las lenguas indígenas autóctonas que conozcamos, el cual ha detectado 364 variantes asociadas a 68 lenguas pertenecientes a 11 familias lingüísticas diferentes. Hace poco nos enteramos, y no sabemos definir con qué emoción, pues nos pusimos como alegritristes o nostálgicosorprendidos, de que en el saludo de una de estas lenguas, la chuj, de la familia maya, en lugar de decirse "hola" o "¿cómo estás?", se pregunta: "wach´am akóól", que literalmente significa algo así como: "¿está bien tu dimensión interior?"...
El caso venezolano es un ejemplo de avances considerables, en las últimas décadas y sobre todo en la que corre, en la esfera de sus capacidades estructurales mediáticas, con altos índices de alfabetización, matriculación en el sistema de instrucción, acceso a la radio, televisión, celulares, computadores e Internet, y otros factores, pero también de un profundo retraso en materia de capacidades sustanciales informativas sobre sus realidades locales de toda índole. En algunos casos excepcionales, como la valiosa sistematización de información sobre la avifauna nacional o sobre el subsuelo petrolero, los logros acumulados se han debido, más que a políticas coherentes estatales, a la iniciativa individual de pioneros como William Phelps o de empresas transnacionales. Aunque también habría que señalar, estos sí debidos a la actual política estatal, los avances en cuestión del levantamiento cartográfico del territorio o del patrimonio cultural detallado de la nación.
Opuestamente, el caso cubano es el de un liderazgo regional en materia de capacidades sustanciales informativas, que se traduce en la que probablemente sea, y pese a sus sesgos ideológicos, una de las más profundas comprensiones de su historia disponibles en cualquier país latinoamericano, así como en levantamientos sistemáticos de información sobre sus principales recursos naturales, su tiempo, clima y espacio geográfico, con una alta densidad de sistemas de recuperación de información, con datos y documentos relevantes sobre las distintas problemáticas locales; pero, a la vez, con rezagos injustificables en el desarrollo de sus capacidades estructurales mediáticas en materia, por ejemplo, de disponibilidad de periódicos, emisoras de radio o televisión independientes, celulares, computadores o acceso a Internet.
La creación de múltiples y accesibles bases y archivos de datos y documentos sobre nuestras realidades es una condición necesaria para nuestro tránsito definitivo hacia la modernidad. La aceptación realista de que no podemos saltarnos esta etapa, lejos de excluir la idea de su superación, puede partir del supuesto de que queramos trascenderla prontamente con miras a una sociedad cada día más justa y humanizada, de inspiración posmoderna, socialista, de bienestar social o como nos plazca denominarla. Pero sin información específica, sin saber quiénes somos, de dónde venimos o con qué contamos para construir nuestro futuro, seguiremos condenados a vivir en una especie de pasado perpetuo, no importa si cargados de sueños irrealizables.
La información es la materia prima indispensable para la creación de conocimientos, y el uso intensivo del conocimiento, para saber qué se quiere, por qué y para quiénes se quiere, y las maneras más efectivas de alcanzar eso que se quiere, es el rasgo distintivo de cualquier proyecto que se reclame moderno. Ese saber querer, ese conocimiento, es el recurso, el poder más valioso en las sociedades contemporáneas, y no puede erigirse sino sobre una necesaria y suficiente información relevante. La toma de conciencia acerca del valor de la información sobre nuestro mundo particular, y una mucho más profunda cooperación entre nosotros, que compartimos latitudes, selvas, ríos, floras, faunas, suelos, genes, lenguas, historias, tradiciones, conductas,... incomparablemente más afines entre sí que en relación a los equivalentes de nuestros dominadores de ayer o de hoy, y en lo esencial desconocidos por ellos, es clave para nuestra transformación y para dejar de habitar una realidad cargada de símbolos y de oportunidades que no sabemos como interpretar ni aprovechar.
Nota: Por penúltima vez le recordamos a nuestros queridos lectores que, desde el artículo número 50 de nuestro blog, y ahora hasta el 3 de noviembre, estamos aplicando una encuesta detallada: Mejorando a Transformanueca, que esperamos nos ayude a definir los enfoques venideros de nuestra publicación, y una encuesta simplificada: Opinando sobre Transformanueca, que también confiamos pueda ser útil. Hasta la fecha estamos sorprendidos por el bajo número de encuestas aplicadas, y francamente no logramos entender qué pasa (salvo las peregrinas hipótesis de que no se sepa cómo acceder a las encuestas, de que se esté visitando el blog sin leer los artículos, o de algo extrañisimo por el estilo...). Por si se deciden, no olviden hacer clic en el botón Continue, al terminar la Encuesta, después de la Pregunta # 10. Les agradecemos toda la colaboración que puedan brindarnos a este respecto.
viernes, 30 de octubre de 2009
martes, 27 de octubre de 2009
Nuestras capacidades sustanciales dinerarias
Hace ya varios artículos vimos como las capacidades políticas, dentro de las capacidades estructurales, eran, aun con su tremenda importancia, las menos autónomas y las más dependientes de las demás, en relación a las cuales actuaban como una especie de mediadoras entre la cultura subjetiva y las capacidades más tangibles. A su vez, dentro de las capacidades procesales, vimos como las capacidades distributivas eran también las menos autónomas, pues en definitiva no se puede repartir sosteniblemente sino lo producido o cambiable por lo realmente producido. Ahora veremos como este rol de capacidades altamente dependientes de las demás, en las capacidades sustanciales, lo representan aquellas relacionadas con la generación, manejo y almacenamiento de dinero, a las que llamaremos capacidades dinerarias. Las capacidades políticas, distributivas y dinerarias son de suma importancia y constituyen una especie de cuello de botella que facilita el manejo de, o la intermediación entre, las demás capacidades de su género, pero de ningún modo pueden reemplazarlas.
Tres son las funciones clásicas que los economistas le han atribuido tradicionalmente al dinero: medio facilitador del intercambio o trueque de bienes y servicios; medio de medición o comparación del valor relativo de las cosas, y por tanto de contabilización de ingresos y egresos, acreencias y deudas, activos y pasivos, beneficios sociales y costos en las actividades económicas en general; y medio de conservación o atesoramiento del valor. Pese a que estas funciones son probablemente tan antiguas como el género humano, la idea y la práctica de concebir, fabricar, manejar y poner a circular objetos específicos, o sea dinero propiamente dicho, para la realización de tales funciones, son de data relativamente reciente. Desde que Heródoto lo señalara, ha existido un amplio consenso acerca de que la invención del dinero, bajo la forma de monedas de aleaciones de oro y plata acuñadas para tal fin, tuvo lugar en Lidia, un estado griego situado en el territorio de la actual Turquía, alrededor del año -700. Desde entonces el dinero ha servido para facilitar y potenciar las actividades e intercambios comerciales a través de las funciones clásicas señaladas. Sin embargo, si fuesen solo estas, aun con toda su gran importancia, las funciones del dinero, entonces este sería como un bien más, como los plátanos o los automóviles, y no ameritaría ser considerado aquí como un recurso genérico y de naturaleza distinta en el contexto de nuestro examen de las capacidades sustanciales.
Si le hemos asignado un estatus especial al dinero es por nuestra convicción de que este es un recurso que, desde sus orígenes, y de manera análoga a los materiales, el espacio, la energía o los instrumentos, ha ejercido y sigue ejerciendo un impacto considerable sobre prácticamente todas las actividades humanas, y por tanto mucho más allá de lo estrictamente productivo o económico. En particular, nos parece de interés destacar los que llamaremos roles cultural, político y deseconómico del dinero.
Por rol cultural entendemos el hecho de que al dinero, y por tanto a las capacidades sustanciales dinerarias, lo vemos, quizás antes que nada, como un medio de materialización de los valores culturales subjetivos en los ámbitos más concretos de todos los demás recursos: materiales, espaciales, temporales, energéticos, personales, informativos o cognitivos. Mediante su expresión en dinero podemos, o al menos podemos intentar, expresar el valor subjetivo que para nosotros o para el resto de la sociedad tiene cualquier otro recurso o inclusive cualquier tendencia, comportamiento o atributo personal o social. La desconfianza de los diversos actores de la economía en el futuro de esta, en un país dado, por ejemplo, se expresa también en una de las principales enfermedades del dinero: la inflación, la que con mayor precisión debió haberse llamado dineritis. Nos guste o no, y a pesar de lo apuntado en la ingeniosa propaganda televisiva de Mastercard, el hecho es que en nuestras sociedades se sigue queriendo expresar en dinero desde lo pedestre hasta lo más sublimemente espiritual, pues, como, desafortunadamente, bien lo saben los aseguradores, abusadores, ladrones o secuestradores, es posible hasta intentar asignar un valor en dinero a la creatividad para pintar, a la virginidad de una niña o a la vida de una persona o grupo de personas.
En el plano político, el dinero siempre ha sido utilizado como símbolo e instrumento de poder, y ya las primeras monedas lidias, las llamadas estáteras, llevaban estampada la cabeza de un león furioso, que era el símbolo de la realeza, y sirvieron para pagarle sus servicios a los soldados al servicio del monarca Giges. Siglos después, con Alejandro Magno, primero, y con los emperadores romanos después, se estableció la práctica de estampar la cara estilizada y espiritualizada del soberano en el anverso o cara principal de la moneda, como queriéndolo colocar por encima del bien y del mal y al margen de los atropellos cometidos por sus ejércitos y subalternos. Mucho antes de que se inventaran los medios de impresión de información en papel, ya las monedas habían comenzado a ser portadoras de información sobre el estatus político de los gobernantes o de los héroes nacionales favoritos de los gobernantes.
Y también ha servido, y esto reviste suma importancia, para estimular toda clase de vicios y delitos violadores de las circunspectas leyes de la economía, tal y como ocurrió en la propia cuna de su invención -y lo que ya desconcertó al propio Heródoto-, donde la circulación del dinero contribuyó al drástico incremento de la prostitución de las jóvenes lidias, que prontamente hicieron de él una nueva y fácil manera de acumular ingresos y desvincularlos de su procedencia. Dada su característica de medio portador de un valor supuestamente universal, la historia del dinero es también la historia de toda clase de engaños, robos, falsificaciones, crímenes y hasta genocidios, como el cometido contra las poblaciones autóctonas indoamericanas en nombre de la enloquecida extracción de oro, plata y cobre para la fabricación de dinero a cualquier costo. El dinero siempre ha tenido esta especie de función perversa: la de ocultamiento, legitimación o "lavado" del origen del valor acumulado. No importa que sea a través de la prostitución, el contrabando, el tráfico ilícito, el robo o aun el crimen: una vez obtenido el dinero es incomparablemente más sencillo, en comparación con cualquier otro recurso, emplearlo, sin despertar sospechas sobre su origen o sobre la honorabilidad de su poseedor, para gestionar o adquirir cualquier cosa.
En los sistemas dinerarios o monetarios contemporáneos suelen intervenir cinco agentes principales: el público general, con su estilo de gastos, ahorros, endeudamientos, etc.; los bancos comerciales y otros organismos de financiamiento estatales o privados; las casas de la moneda, con su capacidad de acuñación y emisión de dinero; los ministerios de finanzas, bancos centrales y afines, con capacidad para decidir sobre políticas monetarias, tasas de conversión con otras monedas, tasas de interés, magnitud del dinero circulante y afines; y los organismos monetarios internacionales, con el Fondo Monetario Internacional a la cabeza. Puesto que los Estados controlan al menos dos, y a veces tres y hasta cuatro componentes del sistema monetario, es claro que detentan un enorme poder para regir la vida monetaria de los países, del cual tienden, por regla general más que por excepción, a abusar, para su beneficio en el corto plazo y para perjuicio de todos en el mediano y largo plazo, tal y como ocurrió recientemente con las desregulaciones impulsadas por la anterior administración estadounidense y que condujeron a la actual recesión económica mundial.
En América Latina, afortunadamente, después de décadas de desorden monetario, en donde nuestros Estados imprimieron papeles dinerarios, se excedieron en sus presupuestos, se endeudaron y devaluaron las monedas según sus antojos, lo que nos llevó a batir records mundiales de inflación hasta de tres dígitos, en donde los precios de los artículos cuando las personas entraban a las tiendas no coincidían con los de su salida, está en marcha un movimiento de rectificación que está conduciendo a la estabilidad monetaria en la mayoría de los países, a excepción, sobre todo, de Cuba y Venezuela. Sólo en estos últimos los Estados siguen empeñados en no poner cotas a su poder monetario. Venezuela es el único país de América Latina que, en plena recesión económica mundial, tuvo inflación de dos dígitos tanto en 2008 (30,9%) como en los últimos doce meses (22%). Y, en el más extremo de los casos, el cubano, existen dos sistemas monetarios: uno, el del peso convertible en dólares, accesible sólo para quienes estén vinculados al gobierno y que conduce a toda clase de privilegios, y otro, el del peso nacional, para el resto de la población, que prácticamente la deja sin poder adquisitivo alguno y conlleva a toda clase de privaciones.
Por lo que precede, resulta que pensamos que, análogamente a como ocurre con las capacidades mediadoras políticas y distributivas, con las capacidades dinerarias es tan importante adquirir y desarrollar sus dimensiones sanas como impedir la proliferación de sus dimensiones insanas. Estas capacidades dependientes o intermediarias necesitan, como ninguna otras, que se las mantenga acotadas. Por un lado, por "arriba", en relación a los valores culturales, en el primer caso, a los propósitos colectivos de los procesos, en el segundo, y al valor inconmensurable de la persona humana, en el tercero. Y, por "debajo", en relación a la realidad de las capacidades estructurales productivas, territoriales, mediáticas o educativas; a las restricciones de las capacidades procesales factibilizativas, planificativas, constructivas, operativas, administrativas, consuntivas, replanificativas o retirativas; y a los límites de las capacidades sustanciales materiales, energéticas, espaciales, temporales, informativas o cognitivas. De no obrarse de este modo, entonces las sociedades tienden a ser inestables pues es como si se quisiesen construir "patas arriba", es decir, teniendo por base o fundamento el poder político desproporcionado, el afán de repartir discrecionalmente lo que no es producto directo ni indirecto del trabajo, y/o el dinero bien o malhabido como sustituto de todos los demás recursos.
Cierto es que a los latinoamericanos la transformación de nuestras capacidades dinerarias, cuyas bondades, dada la calaña de maestros externos que hemos tenido, capaces hasta de exterminar etnias y poblaciones enteras en pos de unos kilos de oro o plata, apenas hemos conocido, nos costará más que a otros pueblos. Pero no tenemos otra opción. Tenemos impostergablemente que aprender a contener su lado oscuro y hacer del dinero no el objeto de codicia o acaparamiento, ni el móvil para la violencia de todos los calibres que por siglos hemos atestiguado, sino el medio de transacciones según la idealización de Mastercard, de contabilidades articuladas a una sana planificación y administración, y de un sano y previsivo ahorro para las inevitables épocas de vacas flacas. O sea, un dinero útil para el eficiente manejo e intercambio de bienes y servicios materiales, como ya lo están aprendiendo a hacer los europeos y su euro, pero inútil para alcanzar lo esencial de la vida que, como decía El Principito de Saint-Exupery, es, y siempre seguirá siendo, invisible a los ojos.
Nota: Por antepenúltima vez le recordamos a nuestros queridos lectores que, desde el artículo número 50 de nuestro blog, y ahora hasta el día 3 de noviembre, estamos aplicando una encuesta detallada: Mejorando a Transformanueca, que esperamos nos ayude a definir los enfoques venideros de nuestra publicación, y una encuesta simplificada: Opinando sobre Transformanueca, que también confiamos pueda ser útil. Hasta la fecha estamos sorprendidos por el bajo número de encuestas llenadas, francamente no logramos entender qué pasa, y a ratos hasta se nos han metido malas ideas en la cabeza acerca de si tiene sentido insistir en publicar algo que concita tan limitadas respuestas. Pero, por favor, no vayan a creer que se trata de un chantaje y, si no les provoca llenar la encuesta, no la llenen ni le paren al bloguero novato este, quien de seguro tiene la culpa de todo. Pero, si se deciden, no olviden hacer clic en el botón Continue, al terminar la Encuesta, después de la Pregunta # 10. Les agradecemos toda la colaboración que puedan brindarnos a este respecto.
Tres son las funciones clásicas que los economistas le han atribuido tradicionalmente al dinero: medio facilitador del intercambio o trueque de bienes y servicios; medio de medición o comparación del valor relativo de las cosas, y por tanto de contabilización de ingresos y egresos, acreencias y deudas, activos y pasivos, beneficios sociales y costos en las actividades económicas en general; y medio de conservación o atesoramiento del valor. Pese a que estas funciones son probablemente tan antiguas como el género humano, la idea y la práctica de concebir, fabricar, manejar y poner a circular objetos específicos, o sea dinero propiamente dicho, para la realización de tales funciones, son de data relativamente reciente. Desde que Heródoto lo señalara, ha existido un amplio consenso acerca de que la invención del dinero, bajo la forma de monedas de aleaciones de oro y plata acuñadas para tal fin, tuvo lugar en Lidia, un estado griego situado en el territorio de la actual Turquía, alrededor del año -700. Desde entonces el dinero ha servido para facilitar y potenciar las actividades e intercambios comerciales a través de las funciones clásicas señaladas. Sin embargo, si fuesen solo estas, aun con toda su gran importancia, las funciones del dinero, entonces este sería como un bien más, como los plátanos o los automóviles, y no ameritaría ser considerado aquí como un recurso genérico y de naturaleza distinta en el contexto de nuestro examen de las capacidades sustanciales.
Si le hemos asignado un estatus especial al dinero es por nuestra convicción de que este es un recurso que, desde sus orígenes, y de manera análoga a los materiales, el espacio, la energía o los instrumentos, ha ejercido y sigue ejerciendo un impacto considerable sobre prácticamente todas las actividades humanas, y por tanto mucho más allá de lo estrictamente productivo o económico. En particular, nos parece de interés destacar los que llamaremos roles cultural, político y deseconómico del dinero.
Por rol cultural entendemos el hecho de que al dinero, y por tanto a las capacidades sustanciales dinerarias, lo vemos, quizás antes que nada, como un medio de materialización de los valores culturales subjetivos en los ámbitos más concretos de todos los demás recursos: materiales, espaciales, temporales, energéticos, personales, informativos o cognitivos. Mediante su expresión en dinero podemos, o al menos podemos intentar, expresar el valor subjetivo que para nosotros o para el resto de la sociedad tiene cualquier otro recurso o inclusive cualquier tendencia, comportamiento o atributo personal o social. La desconfianza de los diversos actores de la economía en el futuro de esta, en un país dado, por ejemplo, se expresa también en una de las principales enfermedades del dinero: la inflación, la que con mayor precisión debió haberse llamado dineritis. Nos guste o no, y a pesar de lo apuntado en la ingeniosa propaganda televisiva de Mastercard, el hecho es que en nuestras sociedades se sigue queriendo expresar en dinero desde lo pedestre hasta lo más sublimemente espiritual, pues, como, desafortunadamente, bien lo saben los aseguradores, abusadores, ladrones o secuestradores, es posible hasta intentar asignar un valor en dinero a la creatividad para pintar, a la virginidad de una niña o a la vida de una persona o grupo de personas.
En el plano político, el dinero siempre ha sido utilizado como símbolo e instrumento de poder, y ya las primeras monedas lidias, las llamadas estáteras, llevaban estampada la cabeza de un león furioso, que era el símbolo de la realeza, y sirvieron para pagarle sus servicios a los soldados al servicio del monarca Giges. Siglos después, con Alejandro Magno, primero, y con los emperadores romanos después, se estableció la práctica de estampar la cara estilizada y espiritualizada del soberano en el anverso o cara principal de la moneda, como queriéndolo colocar por encima del bien y del mal y al margen de los atropellos cometidos por sus ejércitos y subalternos. Mucho antes de que se inventaran los medios de impresión de información en papel, ya las monedas habían comenzado a ser portadoras de información sobre el estatus político de los gobernantes o de los héroes nacionales favoritos de los gobernantes.
Y también ha servido, y esto reviste suma importancia, para estimular toda clase de vicios y delitos violadores de las circunspectas leyes de la economía, tal y como ocurrió en la propia cuna de su invención -y lo que ya desconcertó al propio Heródoto-, donde la circulación del dinero contribuyó al drástico incremento de la prostitución de las jóvenes lidias, que prontamente hicieron de él una nueva y fácil manera de acumular ingresos y desvincularlos de su procedencia. Dada su característica de medio portador de un valor supuestamente universal, la historia del dinero es también la historia de toda clase de engaños, robos, falsificaciones, crímenes y hasta genocidios, como el cometido contra las poblaciones autóctonas indoamericanas en nombre de la enloquecida extracción de oro, plata y cobre para la fabricación de dinero a cualquier costo. El dinero siempre ha tenido esta especie de función perversa: la de ocultamiento, legitimación o "lavado" del origen del valor acumulado. No importa que sea a través de la prostitución, el contrabando, el tráfico ilícito, el robo o aun el crimen: una vez obtenido el dinero es incomparablemente más sencillo, en comparación con cualquier otro recurso, emplearlo, sin despertar sospechas sobre su origen o sobre la honorabilidad de su poseedor, para gestionar o adquirir cualquier cosa.
En los sistemas dinerarios o monetarios contemporáneos suelen intervenir cinco agentes principales: el público general, con su estilo de gastos, ahorros, endeudamientos, etc.; los bancos comerciales y otros organismos de financiamiento estatales o privados; las casas de la moneda, con su capacidad de acuñación y emisión de dinero; los ministerios de finanzas, bancos centrales y afines, con capacidad para decidir sobre políticas monetarias, tasas de conversión con otras monedas, tasas de interés, magnitud del dinero circulante y afines; y los organismos monetarios internacionales, con el Fondo Monetario Internacional a la cabeza. Puesto que los Estados controlan al menos dos, y a veces tres y hasta cuatro componentes del sistema monetario, es claro que detentan un enorme poder para regir la vida monetaria de los países, del cual tienden, por regla general más que por excepción, a abusar, para su beneficio en el corto plazo y para perjuicio de todos en el mediano y largo plazo, tal y como ocurrió recientemente con las desregulaciones impulsadas por la anterior administración estadounidense y que condujeron a la actual recesión económica mundial.
En América Latina, afortunadamente, después de décadas de desorden monetario, en donde nuestros Estados imprimieron papeles dinerarios, se excedieron en sus presupuestos, se endeudaron y devaluaron las monedas según sus antojos, lo que nos llevó a batir records mundiales de inflación hasta de tres dígitos, en donde los precios de los artículos cuando las personas entraban a las tiendas no coincidían con los de su salida, está en marcha un movimiento de rectificación que está conduciendo a la estabilidad monetaria en la mayoría de los países, a excepción, sobre todo, de Cuba y Venezuela. Sólo en estos últimos los Estados siguen empeñados en no poner cotas a su poder monetario. Venezuela es el único país de América Latina que, en plena recesión económica mundial, tuvo inflación de dos dígitos tanto en 2008 (30,9%) como en los últimos doce meses (22%). Y, en el más extremo de los casos, el cubano, existen dos sistemas monetarios: uno, el del peso convertible en dólares, accesible sólo para quienes estén vinculados al gobierno y que conduce a toda clase de privilegios, y otro, el del peso nacional, para el resto de la población, que prácticamente la deja sin poder adquisitivo alguno y conlleva a toda clase de privaciones.
Por lo que precede, resulta que pensamos que, análogamente a como ocurre con las capacidades mediadoras políticas y distributivas, con las capacidades dinerarias es tan importante adquirir y desarrollar sus dimensiones sanas como impedir la proliferación de sus dimensiones insanas. Estas capacidades dependientes o intermediarias necesitan, como ninguna otras, que se las mantenga acotadas. Por un lado, por "arriba", en relación a los valores culturales, en el primer caso, a los propósitos colectivos de los procesos, en el segundo, y al valor inconmensurable de la persona humana, en el tercero. Y, por "debajo", en relación a la realidad de las capacidades estructurales productivas, territoriales, mediáticas o educativas; a las restricciones de las capacidades procesales factibilizativas, planificativas, constructivas, operativas, administrativas, consuntivas, replanificativas o retirativas; y a los límites de las capacidades sustanciales materiales, energéticas, espaciales, temporales, informativas o cognitivas. De no obrarse de este modo, entonces las sociedades tienden a ser inestables pues es como si se quisiesen construir "patas arriba", es decir, teniendo por base o fundamento el poder político desproporcionado, el afán de repartir discrecionalmente lo que no es producto directo ni indirecto del trabajo, y/o el dinero bien o malhabido como sustituto de todos los demás recursos.
Cierto es que a los latinoamericanos la transformación de nuestras capacidades dinerarias, cuyas bondades, dada la calaña de maestros externos que hemos tenido, capaces hasta de exterminar etnias y poblaciones enteras en pos de unos kilos de oro o plata, apenas hemos conocido, nos costará más que a otros pueblos. Pero no tenemos otra opción. Tenemos impostergablemente que aprender a contener su lado oscuro y hacer del dinero no el objeto de codicia o acaparamiento, ni el móvil para la violencia de todos los calibres que por siglos hemos atestiguado, sino el medio de transacciones según la idealización de Mastercard, de contabilidades articuladas a una sana planificación y administración, y de un sano y previsivo ahorro para las inevitables épocas de vacas flacas. O sea, un dinero útil para el eficiente manejo e intercambio de bienes y servicios materiales, como ya lo están aprendiendo a hacer los europeos y su euro, pero inútil para alcanzar lo esencial de la vida que, como decía El Principito de Saint-Exupery, es, y siempre seguirá siendo, invisible a los ojos.
Nota: Por antepenúltima vez le recordamos a nuestros queridos lectores que, desde el artículo número 50 de nuestro blog, y ahora hasta el día 3 de noviembre, estamos aplicando una encuesta detallada: Mejorando a Transformanueca, que esperamos nos ayude a definir los enfoques venideros de nuestra publicación, y una encuesta simplificada: Opinando sobre Transformanueca, que también confiamos pueda ser útil. Hasta la fecha estamos sorprendidos por el bajo número de encuestas llenadas, francamente no logramos entender qué pasa, y a ratos hasta se nos han metido malas ideas en la cabeza acerca de si tiene sentido insistir en publicar algo que concita tan limitadas respuestas. Pero, por favor, no vayan a creer que se trata de un chantaje y, si no les provoca llenar la encuesta, no la llenen ni le paren al bloguero novato este, quien de seguro tiene la culpa de todo. Pero, si se deciden, no olviden hacer clic en el botón Continue, al terminar la Encuesta, después de la Pregunta # 10. Les agradecemos toda la colaboración que puedan brindarnos a este respecto.
viernes, 23 de octubre de 2009
Nuestras capacidades sustanciales instrumentales
En nuestro mundo semántico feliz debería existir una familia de términos, terminados en los sufijos -mento o - menta (con las variantes -miento o -mienta), para designar distintas clases de medios u objetos para la acción o el trabajo humanos, verbigracia: uno así como utilmento, para cubrir el significado general de todos estos medios; uno como aditamento o artemento, para indicar los utilmentos de origen artesanal; otro como instrumento o tecnimento, para abarcar los utilmentos de factura técnica o basados en la lógica; otro en la onda de cognomento o tecnomento, para indicar los utilmentos de carácter científico o tecnológico o intensivos en conocimientos, etc. Con variantes diversas para sugerir los materiales de fabricación de los utilmentos, como litomento, para los de piedra; cuprimento, para los de cobre; herramento, para los de hierro; lignimento, para los de madera; osamento, para los de hueso, etc. Todos ellos bien pertrechados con sus adjetivos respectivos, con flexibilidad para admitir morfemas (prefijos, sufijos e infijos) variados, con sus modalidades sustantivas femeninas para designar los conjuntos complejos de utilmentos (utilmentas, instrumentas, herramientas, etc.), y así sucesivamente y con no poco fantasiosamento.
Pero resulta que en el mundo semántico real que habitamos el vocablo que ha hecho la carrera más general, el que cubre la mayor variedad de significados es, sorprendentemente, herramienta (pese a que las "herramientas" usadas durante más del 99,9% de la existencia de los seres humanos han sido de piedra, madera o hueso; e incluso, si tomamos en cuenta sólo los humanos modernos, los Homo sapiens sapiens, el hierro, usado sólo desde hace unos 2400 años, habría sido empleado sólo durante poco más del 1% de nuestra existencia...). El segundo término con carrera menos especializada, y por tanto potencialmente más aprovechable para nuestros propósitos, es instrumento, que denota herramientas o piezas, de cierta complejidad, que se combinan para su uso en el ejercicio de las artes y oficios, con la desventaja de que su lexema instru- lo convierte en primo de instrucción y afines, lo que sugiere un estadio histórico más avanzado; pero con la ventaja de que ya tiene incorporado su adjetivo: instrumental. En cuanto a utensilio, no sabemos qué ni cómo fue lo que le pasó, pero el pobre tiene como los alcances limitados, y costaría mucho, por decir algo, imaginar a una pirámide, un rascacielos, un tractor o un carro de guerra metidos dentro de su cobertura, que pareciera haberse conformado en torno a los utensilios de cocina. Y ni qué pensar en aditamento, artefacto, cognomento, etc., que hicieron tienda semántica aparte, o en los inexistentes tecnimento o tecnomento, que enredarían las cosas y de seguro asustarían lectores.
Por ende, en alarde de realismo lingüístico, hemos decidido adoptar el término instrumento para cubrir el significado de las herramientas (sic) calificadas, basadas inicialmente en el uso de la piedra pulida, a menudo provistas de mangos, vástagos, ruedas, palancas, poleas, planos inclinados, etc., fabricadas desde la época neolítica (de hace unos diez a doce mil años, aproximadamente) por artesanos calificados, en etapas diferenciadas -construcción- del proceso productivo, y luego, unos seis mil años después, en base a metales, primero el oro, la plata y el cobre, después el bronce, y finalmente el hierro. El uso adecuado de estos instrumentos permitiría soportar, y requeriría a la vez de, estructuras de organización territorial, edificaciones perdurables, prácticas de adiestramiento, y grados avanzados de división del trabajo, sólo factibles, para poder abastecer a los nuevos trabajadores calificados, con el aseguramiento creciente de la producción de alimentos mediante actividades agrícolas. De allí, entonces, el calificativo de instrumentales escogido para las capacidades sustanciales que exploraremos preliminarmente en este artículo, vinculadas a un tipo calificado o más evolucionado de herramientas (término que, no sin cierto pesar y hasta nuevo aviso, reservaremos para el conjunto más general de significados relevantes, del cual los instrumentos serán un subconjunto), y asociadas a la emergencia de la agricultura, de las aldeas rurales y agroalfareras, e inclusive de las primeras civilizaciones no clasistas.
Hace más de cuarenta años que la pareja de Louis y Mary Leakey, los padres de nuestro apreciado Richard Leakey, demostró inequívocamente que la historia de nuestros antepasados humanos hay que medirla no por unos pocos miles de años, como reza la Biblia, ni por unas pocas decenas de miles de años, como se nos dijo en la escuela, sino por varios millones de años, extensibles, si abarcamos a los homínidos prehumanos, de andar erguido y ya utilizadores de herramientas, hasta una decena de millones o más. No obstante, si el lector se toma la molestia de agarrar, al azar o por su cercanía, un libro de historia universal convencional, podrá constatar que todo el largo período de alrededor de cuatro millones de años de existencia del ser humano primitivo, más todo el período neolítico, más el período de las civilizaciones (con escritura) sin clases, o sea, más del 99% de la existencia humana, es despachado, a lo sumo, en unas pocas páginas, introductorísimas y bajo el rótulo casi despectivo de "la prehistoria". La Historia, la propia, en cambio, con el pretexto de que allí es donde se dispone de escrituras, comienza con los imperios, los monarcas endiosados, las grandes batallas, las grandes religiones de dioses masculinos y a menudo también arbitrarios o guerreros, los grandes monumentos, las grandes obras de riego y las grandes pompas, y al margen, así, como a quien no le queda más remedio, alguna que otra nota sobre la invención de la agricultura, los nuevos instrumentos, el lenguaje objeto, la organización del territorio, etc. En cuanto a Marx y Engels, y sobre todo sus exégetas, para no quedarse atrás, fueron todavía más allá y afirmaron que seguimos en la prehistoria, y que la Historia de verdad verdad no comenzará sino hasta el triunfo rotundo y absoluto del Proletariado.
En respuesta a lo que precede, en este blog hemos insistido y seguiremos insistiendo en reivindicar un concepto más amplio y menos prepotente de historia, que destaque los logros de nuestros ancestros, con toda su dedicación a la fabricación de herramientas, a la creación de organismos colectivos y al desarrollo de una cultura contentiva de toda nuestra identidad esencial, que coloque en un sitial más real y digno a la mujer, al trabajo, a la agricultura, a la fabricación y el uso de instrumentos, a la sana ocupación territorial, a la división económica -pero no social- del trabajo, y que destaque que no necesariamente la civilización tiene que ser sinónimo de, o por qué dar lugar a, sociedades de clases. Estamos hartos de que, contrariamente a toda la abrumadora evidencia acumulada por arqueólogos y antropólogos -y que podemos constatar por nosotros mismos visitando a cualquier aldea indígena lo suficientemente apartada en nuestra América Latina, que es mucho más que un libro abierto-, los libros de historia, los programas de TV, y, en general, la cultura dominante y la aspirante a dominante -léase marxismo ortodoxo o dogmático- nos sigan metiendo por ojos y oídos la idea de que las sociedades de clases sociales y los imperios esclavizantes y dominadores de otros pueblos constituyen el verdadero comienzo de la historia. La idea subyacente es que la Historia ha girado en torno a las guerras y los guerreros, que la violencia es la "partera de la historia", que la única manera de acabar con la opresión de unos seres humanos por otros es a través de la lucha de clases y de la contraopresión de las clases dominantes por las dominadas, pues nosotros los Homo, bien por naturaleza, bien automáticamente a partir de la emergencia de la riqueza agrícola, o bien dados los imperativos impuestos por la lucha por superar la explotación y la pobreza, estaríamos condenados a ser violentos.
Históricamente, estamos convencidos de que no ha sido la aparición de los instrumentos, y de la agricultura como consecuencia y causa, a la vez, de tal aparición, lo que ha dado lugar a las sociedades clasistas, sino la nefasta conjugación de, por un lado, pueblos pacíficos agrícolas dedicados a la creación cultural y material en un ambiente de igualdad, por un lado, y pueblos con vocación envidiosa y guerrera, mas dotados con armas metálicas, por otro, dispuestos a aprovecharse de la ingenuidad y desprotección de los primeros. No fue con la aparición de la agricultura, la escritura, la cultura, el arte..., que fueron muy anteriores, como se establecieron las bases para la aparición de imperios guerreros dedicados al sometimiento de pueblos vecinos con un menor grado de desarrollo de sus capacidades. Fue la ventaja del empleo de instrumentos, y particularmente de armas férreas, mucho más difíciles de imitar que sus congéneres más simples de piedra astillada o tallada, madera y hueso, e inclusive oro, cobre o bronce, y por tanto no fácilmente accesibles a todos los pueblos, lo que abrió las compuertas a la ambición de la dominación y a la avaricia de querer vivir regaladamente a costa del trabajo de los no poseedores de estas capacidades. Así se sentaron las bases para que, desde hace unos cinco a seis mil años, aparecieran las primeras civilizaciones imperiales, dotadas de palacios, fortalezas, realezas de origen divino y dioses principales masculinos emparentados con los reyes, faraones, incas, etc., ejércitos adiestrados para la guerra con armas ventajosas, esclavos para los oficios más rudos o embrutecedores, y afines. Hasta entonces, hasta las civilizaciones imperiales sumeria, mesopotámica, egipcia, persa, china, hindú, griega, azteca, inca, etc., no se han encontrado evidencias arqueológicas de la existencia de lujos reales, de ejércitos o de relaciones sistemáticas de dominación hacia otros pueblos.
No se han encontrado para nuestros antepasados homínidos, del género Australopithecus, de hace cuatro a diez millones de años, de caminar erguido y que usaban ya herramientas de piedras astilladas; ni para los primeros verdaderos hombres o miembros del género Homo, los Homo habilis de hace dos a cuatro millones de años, que usaban piedras talladas y lanzas de madera afilada; ni para los Homo erectus, de hace unos quinientos mil a dos millones, que perfeccionaron el tallado de piedras y las prácticas de caza y descubrieron el fuego; ni para los primeros Homo sapiens, arcaicos y neandertales, de hace doscientos a quinientos mil años, que habitaron en cuevas, crearon esculturas de piedra tallada, usaron ropas de piel, y desarrollaron cultos en torno a sus muertos; ni para los primeros Homo sapiens sapiens, por fin los como nosotros, de hace seis mil a doscientos mil años, que perfeccionaron el lenguaje, impulsaron vigorosamente la magia, el arte y la pinturas rupestres, y aprendieron a pulir las piedras y a usar herramientas más complejas o arrojadizas, a las que aquí estamos llamando instrumentos, como el hacha, el arco y la flecha; ni a los pobladores neolíticos de las primeras aldeas rurales, que desarrollaron la agricultura y la domesticación de animales, la construcción de viviendas, la cerámica y la textilería, el telar, el torno, etc.; y tampoco, aun si aceptamos, de no muy buena gana, el requisito de la escritura como distintivo civilizatorio, en las primeras civilizaciones, como la Egea o Cretominoica, de hace tres a seis mil años, que bien conoció la escritura, hizo florecer la agricultura y el pastoreo, desarrolló un panteón religioso de ambos sexos, y llegó hasta conocer la metalurgia del oro, la plata, el cobre y el bronce destinándola a la elaboración de adornos.
Fue con los instrumentos y con las armas metálicas, y sobre todo desde que los dorios griegos establecieron la dominación de los pacíficos pueblos egeos, basada ésta en ejércitos ecuestres, carros de guerra y poderosas armas de hierro, lo que con el tiempo dio lugar al imperio helenístico, primero, y romano, luego, como se estableció el prototipo de sociedad antigua dividida en clases sociales, llena de privilegios para las clases dominantes, imperial y esclavista, que ha pasado a convertirse en prototipo de sociedad civilizada, y que luego engendró la sociedad occidental que avasallaría con el tiempo a los pueblos americanos prehispánicos.
Nuestra América Latina, nacida del coito forzado entre una civilización jerárquica madura y guerrera, y poseedora de un robusto paquete de capacidades estructurales, procesales y sustanciales, por un lado, y civilizaciones o protocivilizaciones de tipo antiguo, nacientes y pacíficas unas, ya guerreras y esclavistas las otras, que no conocían ni el hierro, ni la rueda, ni la imprenta, ni los mapas, por otro, sigue acumulando vacíos críticos en su conjunto de capacidades. Todavía hoy, a quinientos años de concebidos y doscientos de nuestras independencias, la mayoría de nuestras naciones no gozan de soberanía alimentaria y no disponen todavía de muchas de las capacidades sustanciales instrumentales que ya tenían nuestros conquistadores. Tan sólo, a vuelo de pájaro, Brasil, México, Argentina, y, a distancia, Colombia, Chile, Venezuela y Cuba, han empezado a romper su dependencia de los bienes de capital y productos metalmecánicos y químicos que constituyen el grueso de nuestras importaciones, y la mayoría sigue trayendo de fuera fuertes dosis de sus canasta alimentaria.
Y, como si fuera poco, varias de nuestras naciones, pretenden hacer del enfrentamiento a las naciones poderosas, y no de la transformación de nuestras capacidades, la palanca fundamental de nuestros procesos de cambio. Lejos de proceder a lo Gandhi, quien llamó y convenció a su pueblo para prescindir de la tecnología occidental y arroparse hasta donde lo permitieran sus cobijas; o según la estrategia de nuestros libertadores, como Miranda, Bolívar, San Martín, O'Higgins, Artigas y otros, a quienes ni les pasó por la cabeza la idea de enfrentarse en bloque a Europa y los Estados Unidos en nombre de un triunfo de los desposeídos y pobres locales, enfrentados a toda modernidad, toda ciencia y toda tecnología, pareciéramos aspirar al cambio imposible de apoyarnos en la incapacidad y la ignorancia de buena parte de nuestras masas pobres, valiéndonos de tecnologías importadas y aspirando a disfrutar, sin esfuerzo, de los estándares de vida del imperio. Si seguimos empeñados en esto no sólo la política, la cultura y la economía nos lo cobrarán caro, sino que traerán consigo los apoyos de la biología, de la química y hasta de la física para demostrarnos que lo que pretendemos es evolutiva, cinética y termodinámicamente inviable.
Nota: Le seguimos recordando a nuestros queridos lectores que, desde el artículo número 50 de nuestro blog, y durante todo el resto del mes de octubre, estamos aplicando una encuesta detallada: Mejorando a Transformanueca, que esperamos nos ayude a definir los enfoques venideros de nuestra publicación, y una encuesta simplificada: Opinando sobre Transformanueca, que también esperamos pueda ser útil. Hasta la fecha estamos sorprendidos por el bajo número de encuestas llenadas y francamente no logramos entender qué pasa. Por favor, no olviden hacer clic en el botón Continue, al terminar la Encuesta, después de la Pregunta # 10. Les agradecemos toda la colaboración que puedan brindarnos a este respecto.
Pero resulta que en el mundo semántico real que habitamos el vocablo que ha hecho la carrera más general, el que cubre la mayor variedad de significados es, sorprendentemente, herramienta (pese a que las "herramientas" usadas durante más del 99,9% de la existencia de los seres humanos han sido de piedra, madera o hueso; e incluso, si tomamos en cuenta sólo los humanos modernos, los Homo sapiens sapiens, el hierro, usado sólo desde hace unos 2400 años, habría sido empleado sólo durante poco más del 1% de nuestra existencia...). El segundo término con carrera menos especializada, y por tanto potencialmente más aprovechable para nuestros propósitos, es instrumento, que denota herramientas o piezas, de cierta complejidad, que se combinan para su uso en el ejercicio de las artes y oficios, con la desventaja de que su lexema instru- lo convierte en primo de instrucción y afines, lo que sugiere un estadio histórico más avanzado; pero con la ventaja de que ya tiene incorporado su adjetivo: instrumental. En cuanto a utensilio, no sabemos qué ni cómo fue lo que le pasó, pero el pobre tiene como los alcances limitados, y costaría mucho, por decir algo, imaginar a una pirámide, un rascacielos, un tractor o un carro de guerra metidos dentro de su cobertura, que pareciera haberse conformado en torno a los utensilios de cocina. Y ni qué pensar en aditamento, artefacto, cognomento, etc., que hicieron tienda semántica aparte, o en los inexistentes tecnimento o tecnomento, que enredarían las cosas y de seguro asustarían lectores.
Por ende, en alarde de realismo lingüístico, hemos decidido adoptar el término instrumento para cubrir el significado de las herramientas (sic) calificadas, basadas inicialmente en el uso de la piedra pulida, a menudo provistas de mangos, vástagos, ruedas, palancas, poleas, planos inclinados, etc., fabricadas desde la época neolítica (de hace unos diez a doce mil años, aproximadamente) por artesanos calificados, en etapas diferenciadas -construcción- del proceso productivo, y luego, unos seis mil años después, en base a metales, primero el oro, la plata y el cobre, después el bronce, y finalmente el hierro. El uso adecuado de estos instrumentos permitiría soportar, y requeriría a la vez de, estructuras de organización territorial, edificaciones perdurables, prácticas de adiestramiento, y grados avanzados de división del trabajo, sólo factibles, para poder abastecer a los nuevos trabajadores calificados, con el aseguramiento creciente de la producción de alimentos mediante actividades agrícolas. De allí, entonces, el calificativo de instrumentales escogido para las capacidades sustanciales que exploraremos preliminarmente en este artículo, vinculadas a un tipo calificado o más evolucionado de herramientas (término que, no sin cierto pesar y hasta nuevo aviso, reservaremos para el conjunto más general de significados relevantes, del cual los instrumentos serán un subconjunto), y asociadas a la emergencia de la agricultura, de las aldeas rurales y agroalfareras, e inclusive de las primeras civilizaciones no clasistas.
Hace más de cuarenta años que la pareja de Louis y Mary Leakey, los padres de nuestro apreciado Richard Leakey, demostró inequívocamente que la historia de nuestros antepasados humanos hay que medirla no por unos pocos miles de años, como reza la Biblia, ni por unas pocas decenas de miles de años, como se nos dijo en la escuela, sino por varios millones de años, extensibles, si abarcamos a los homínidos prehumanos, de andar erguido y ya utilizadores de herramientas, hasta una decena de millones o más. No obstante, si el lector se toma la molestia de agarrar, al azar o por su cercanía, un libro de historia universal convencional, podrá constatar que todo el largo período de alrededor de cuatro millones de años de existencia del ser humano primitivo, más todo el período neolítico, más el período de las civilizaciones (con escritura) sin clases, o sea, más del 99% de la existencia humana, es despachado, a lo sumo, en unas pocas páginas, introductorísimas y bajo el rótulo casi despectivo de "la prehistoria". La Historia, la propia, en cambio, con el pretexto de que allí es donde se dispone de escrituras, comienza con los imperios, los monarcas endiosados, las grandes batallas, las grandes religiones de dioses masculinos y a menudo también arbitrarios o guerreros, los grandes monumentos, las grandes obras de riego y las grandes pompas, y al margen, así, como a quien no le queda más remedio, alguna que otra nota sobre la invención de la agricultura, los nuevos instrumentos, el lenguaje objeto, la organización del territorio, etc. En cuanto a Marx y Engels, y sobre todo sus exégetas, para no quedarse atrás, fueron todavía más allá y afirmaron que seguimos en la prehistoria, y que la Historia de verdad verdad no comenzará sino hasta el triunfo rotundo y absoluto del Proletariado.
En respuesta a lo que precede, en este blog hemos insistido y seguiremos insistiendo en reivindicar un concepto más amplio y menos prepotente de historia, que destaque los logros de nuestros ancestros, con toda su dedicación a la fabricación de herramientas, a la creación de organismos colectivos y al desarrollo de una cultura contentiva de toda nuestra identidad esencial, que coloque en un sitial más real y digno a la mujer, al trabajo, a la agricultura, a la fabricación y el uso de instrumentos, a la sana ocupación territorial, a la división económica -pero no social- del trabajo, y que destaque que no necesariamente la civilización tiene que ser sinónimo de, o por qué dar lugar a, sociedades de clases. Estamos hartos de que, contrariamente a toda la abrumadora evidencia acumulada por arqueólogos y antropólogos -y que podemos constatar por nosotros mismos visitando a cualquier aldea indígena lo suficientemente apartada en nuestra América Latina, que es mucho más que un libro abierto-, los libros de historia, los programas de TV, y, en general, la cultura dominante y la aspirante a dominante -léase marxismo ortodoxo o dogmático- nos sigan metiendo por ojos y oídos la idea de que las sociedades de clases sociales y los imperios esclavizantes y dominadores de otros pueblos constituyen el verdadero comienzo de la historia. La idea subyacente es que la Historia ha girado en torno a las guerras y los guerreros, que la violencia es la "partera de la historia", que la única manera de acabar con la opresión de unos seres humanos por otros es a través de la lucha de clases y de la contraopresión de las clases dominantes por las dominadas, pues nosotros los Homo, bien por naturaleza, bien automáticamente a partir de la emergencia de la riqueza agrícola, o bien dados los imperativos impuestos por la lucha por superar la explotación y la pobreza, estaríamos condenados a ser violentos.
Históricamente, estamos convencidos de que no ha sido la aparición de los instrumentos, y de la agricultura como consecuencia y causa, a la vez, de tal aparición, lo que ha dado lugar a las sociedades clasistas, sino la nefasta conjugación de, por un lado, pueblos pacíficos agrícolas dedicados a la creación cultural y material en un ambiente de igualdad, por un lado, y pueblos con vocación envidiosa y guerrera, mas dotados con armas metálicas, por otro, dispuestos a aprovecharse de la ingenuidad y desprotección de los primeros. No fue con la aparición de la agricultura, la escritura, la cultura, el arte..., que fueron muy anteriores, como se establecieron las bases para la aparición de imperios guerreros dedicados al sometimiento de pueblos vecinos con un menor grado de desarrollo de sus capacidades. Fue la ventaja del empleo de instrumentos, y particularmente de armas férreas, mucho más difíciles de imitar que sus congéneres más simples de piedra astillada o tallada, madera y hueso, e inclusive oro, cobre o bronce, y por tanto no fácilmente accesibles a todos los pueblos, lo que abrió las compuertas a la ambición de la dominación y a la avaricia de querer vivir regaladamente a costa del trabajo de los no poseedores de estas capacidades. Así se sentaron las bases para que, desde hace unos cinco a seis mil años, aparecieran las primeras civilizaciones imperiales, dotadas de palacios, fortalezas, realezas de origen divino y dioses principales masculinos emparentados con los reyes, faraones, incas, etc., ejércitos adiestrados para la guerra con armas ventajosas, esclavos para los oficios más rudos o embrutecedores, y afines. Hasta entonces, hasta las civilizaciones imperiales sumeria, mesopotámica, egipcia, persa, china, hindú, griega, azteca, inca, etc., no se han encontrado evidencias arqueológicas de la existencia de lujos reales, de ejércitos o de relaciones sistemáticas de dominación hacia otros pueblos.
No se han encontrado para nuestros antepasados homínidos, del género Australopithecus, de hace cuatro a diez millones de años, de caminar erguido y que usaban ya herramientas de piedras astilladas; ni para los primeros verdaderos hombres o miembros del género Homo, los Homo habilis de hace dos a cuatro millones de años, que usaban piedras talladas y lanzas de madera afilada; ni para los Homo erectus, de hace unos quinientos mil a dos millones, que perfeccionaron el tallado de piedras y las prácticas de caza y descubrieron el fuego; ni para los primeros Homo sapiens, arcaicos y neandertales, de hace doscientos a quinientos mil años, que habitaron en cuevas, crearon esculturas de piedra tallada, usaron ropas de piel, y desarrollaron cultos en torno a sus muertos; ni para los primeros Homo sapiens sapiens, por fin los como nosotros, de hace seis mil a doscientos mil años, que perfeccionaron el lenguaje, impulsaron vigorosamente la magia, el arte y la pinturas rupestres, y aprendieron a pulir las piedras y a usar herramientas más complejas o arrojadizas, a las que aquí estamos llamando instrumentos, como el hacha, el arco y la flecha; ni a los pobladores neolíticos de las primeras aldeas rurales, que desarrollaron la agricultura y la domesticación de animales, la construcción de viviendas, la cerámica y la textilería, el telar, el torno, etc.; y tampoco, aun si aceptamos, de no muy buena gana, el requisito de la escritura como distintivo civilizatorio, en las primeras civilizaciones, como la Egea o Cretominoica, de hace tres a seis mil años, que bien conoció la escritura, hizo florecer la agricultura y el pastoreo, desarrolló un panteón religioso de ambos sexos, y llegó hasta conocer la metalurgia del oro, la plata, el cobre y el bronce destinándola a la elaboración de adornos.
Fue con los instrumentos y con las armas metálicas, y sobre todo desde que los dorios griegos establecieron la dominación de los pacíficos pueblos egeos, basada ésta en ejércitos ecuestres, carros de guerra y poderosas armas de hierro, lo que con el tiempo dio lugar al imperio helenístico, primero, y romano, luego, como se estableció el prototipo de sociedad antigua dividida en clases sociales, llena de privilegios para las clases dominantes, imperial y esclavista, que ha pasado a convertirse en prototipo de sociedad civilizada, y que luego engendró la sociedad occidental que avasallaría con el tiempo a los pueblos americanos prehispánicos.
Nuestra América Latina, nacida del coito forzado entre una civilización jerárquica madura y guerrera, y poseedora de un robusto paquete de capacidades estructurales, procesales y sustanciales, por un lado, y civilizaciones o protocivilizaciones de tipo antiguo, nacientes y pacíficas unas, ya guerreras y esclavistas las otras, que no conocían ni el hierro, ni la rueda, ni la imprenta, ni los mapas, por otro, sigue acumulando vacíos críticos en su conjunto de capacidades. Todavía hoy, a quinientos años de concebidos y doscientos de nuestras independencias, la mayoría de nuestras naciones no gozan de soberanía alimentaria y no disponen todavía de muchas de las capacidades sustanciales instrumentales que ya tenían nuestros conquistadores. Tan sólo, a vuelo de pájaro, Brasil, México, Argentina, y, a distancia, Colombia, Chile, Venezuela y Cuba, han empezado a romper su dependencia de los bienes de capital y productos metalmecánicos y químicos que constituyen el grueso de nuestras importaciones, y la mayoría sigue trayendo de fuera fuertes dosis de sus canasta alimentaria.
Y, como si fuera poco, varias de nuestras naciones, pretenden hacer del enfrentamiento a las naciones poderosas, y no de la transformación de nuestras capacidades, la palanca fundamental de nuestros procesos de cambio. Lejos de proceder a lo Gandhi, quien llamó y convenció a su pueblo para prescindir de la tecnología occidental y arroparse hasta donde lo permitieran sus cobijas; o según la estrategia de nuestros libertadores, como Miranda, Bolívar, San Martín, O'Higgins, Artigas y otros, a quienes ni les pasó por la cabeza la idea de enfrentarse en bloque a Europa y los Estados Unidos en nombre de un triunfo de los desposeídos y pobres locales, enfrentados a toda modernidad, toda ciencia y toda tecnología, pareciéramos aspirar al cambio imposible de apoyarnos en la incapacidad y la ignorancia de buena parte de nuestras masas pobres, valiéndonos de tecnologías importadas y aspirando a disfrutar, sin esfuerzo, de los estándares de vida del imperio. Si seguimos empeñados en esto no sólo la política, la cultura y la economía nos lo cobrarán caro, sino que traerán consigo los apoyos de la biología, de la química y hasta de la física para demostrarnos que lo que pretendemos es evolutiva, cinética y termodinámicamente inviable.
Nota: Le seguimos recordando a nuestros queridos lectores que, desde el artículo número 50 de nuestro blog, y durante todo el resto del mes de octubre, estamos aplicando una encuesta detallada: Mejorando a Transformanueca, que esperamos nos ayude a definir los enfoques venideros de nuestra publicación, y una encuesta simplificada: Opinando sobre Transformanueca, que también esperamos pueda ser útil. Hasta la fecha estamos sorprendidos por el bajo número de encuestas llenadas y francamente no logramos entender qué pasa. Por favor, no olviden hacer clic en el botón Continue, al terminar la Encuesta, después de la Pregunta # 10. Les agradecemos toda la colaboración que puedan brindarnos a este respecto.
martes, 20 de octubre de 2009
Nuestras capacidades sustanciales temporales
Con el empleo de este término se tiene la sensación de quien llega tarde a algún lugar, en donde ya los puestos, o acepciones, importantes están ocupados; como si tuviéramos que referirnos al reverso de una moneda, sobre lo secular o lo profano, en cuya cara o anverso, de la que habría que hablar después, evidentemente estaría lo eterno, lo infinito o lo sagrado. No obstante -el caso es parecido al de procesal, que en alguna parte ya discutimos-, hemos terminado por inclinarnos a favor del uso de este adjetivo temporal, en el sentido amplio de "perteneciente o relativo al tiempo", puesto que este significado es exactamente lo que necesitamos. Pero lamentamos tener que informar a algunos de nuestros lectores que con estas capacidades concluiremos nuestro recorrido por las capacidades sustanciales inherentes a toda sociedad, a partir del cual iniciaremos el examen de las otras cuatro capacidades sustanciales que, siempre a nuestro finito parecer, dependen de su grado de evolución. Lo que equivale a decir que no nos sentimos aptos ni autorizados para abordar el tratamiento de algo así como nuestras "capacidades sustanciales eternales" o parecidas, y que nos parece suficiente señalar que la energía pura, a la que efectivamente hemos considerado -con nuestras hondas limitaciones, no nos cansamos de repetir- indestructible, es anterior, y posterior, a todo tiempo, espacio, materia o persona.
No sabemos si será por nuestra torpeza, nuestra miopía o nuestra ignorancia, y lo más probable es que se trate de un coctel de todas ellas, que no terminamos de deslumbrarnos ante las discusiones filosóficas o científicas convencionales sobre el tiempo. Acerca de si se puede demostrar solamente por la razón pura o por la razón práctica la existencia del tiempo, algún día quedamos más que satisfechos con nuestras rudimentarias lecturas de Kant y sus Críticas, quien, gruesamente hablando, nos dice que debemos aceptar las limitaciones de ambas razones y apostar a su empleo conjugado, puesto que todo nuestro conocimiento es, a la vez, el resultado de nuestras experiencias y de la apelación a categorías innatas. Y, no conformes con nuestro simplismo, incluso desde hace mucho nos hemos atrevido a añadirle, tanto mentalmente como en los márgenes de sus páginas, que esto no podía ser de otra manera puesto que para el momento en que, como personas, nos disponemos a conocer sobre el tiempo, hace ya mucho que somos entes vivos, materiales, espaciales, temporales y energéticos, o sea, seres biológicos, químicos y físicos. En cuanto al otro debate clásico entre el tiempo oriental, el del Yin/Yang, el de los filósofos chinos, hindúes, la mayoría de griegos, aztecas, mayas y otros, que (según las enciclopedias y afines, pues no estarán creyendo que...), postulan una visión cíclica del tiempo, versus el tiempo occidental, el judeo-cristiano, el de Abraham, Isaías o Jesús, con su añadido semioccidental, el de Mahoma, que reclaman una visión del tiempo cual un flujo en una sola dirección, desde un comienzo hasta un fin, pues resulta que tampoco nos ha parecido nada del otro mundo. Nos contentamos aquí con una especie de visión mixta del tiempo, como en espiral, en donde, a más de tener un comienzo y un fin probable, que incluso los físicos parecen haber calculado ya, resulta que se desenvuelve en ciclos análogos que, sin embargo, nunca son los mismos ni coinciden jamás. Por último, en cuanto al debate científico entre el tiempo absoluto o newtoniano versus el relativo o einsteiniano, nunca hemos podido determinar si fue que Einstein, en su libro La física, aventura del pensamiento, al que hemos leído, estimulados por nuestros excelentes profesores de cuarto y quinto de bachillerato, desde nuestra juventud, se pasó de buen explicador o si es que el suscrito es pasado de bolsa, pero lo cierto es que también quedamos satisfechos con la tesis de que el tiempo absoluto es un caso particular, "a bajas velocidades de la materia", del tiempo relativo que, como parte del continuo espacio-tiempo, es, a su vez, una propiedad de ésta.
En cambio, en cuestiones de tiempo, el problema que nos parece desbordar lo espinoso, que ha permanecido por años en el quid de nuestras reflexiones relevantes y, por tanto, en el núcleo de nuestros estudios y elaboraciones sobre estas capacidades sustanciales, es uno frecuentemente subestimado tanto por filósofos como por científicos: el de la concurrencia o confluencia de distintos tiempos en una misma criatura o conjunto de criaturas, o sea, el de nuestra existencia simultánea en distintos ciclos o vueltas análogas de una compleja espiral de tiempos que se solapan. Es así que lo que me produce vértigo, apelando nuevamente a nuestro caro repertorio de metáforas de la vida individual, es sentir, para empezar con el nivel físico, que formamos parte de un universo que, si aceptamos lo que pareciera estar cerca de gozar de un consenso entre los físicos, es una criatura madura, cuyo tamaño es de unos 3,5 x 1080 m3, que anda por cerca de la mitad de su esperanza de vida, estimada en unos 35 mil millones de años, o sea de unos 35 Gigaaños ó 100 Petasegundos (1 x 1017 s), de los cuales ya ha consumido más de un 40% (15 mil millones de años); de un sistema solar, cuyo tamaño está por los 9 x 1032 m3, y un planeta Tierra, de unos 1 x 1021 m3, que serían una suerte de jóvenes, cuya esperanza de vida anda por los 20 mil millones de años, y ya han cumplido una cuarta parte; y así sucesivamente hasta estar hechos de partículas subatómicas y elementales que aparecen, desaparecen o se transforman en bastante menos que fracciones de segundos, por allá por volúmenes del orden de los 10-44 m3, con duraciones de attosegundos (10-18 s) y menos todavía (pero no por debajo de los 17 x 10-105 m3 y los 5 x 10-44 s, el volumen de Planck y el tiempo de Planck, respectivamente, o límites inferiores del espacio y el tiempo conocibles con las leyes físicas actuales).
Biológicamente, pertenecemos a la única especie sobreviviente, con apenas un par de centenas de miles de años de existencia, de un género humano, que tiene unos 4 millones de años en el planeta, y que no sabemos cuánto van a durar una u otro pero que, si los comparamos con otras especies y géneros, e inclusive con otras especies de vertebrados y aun de mamíferos, no somos sino algo como un bebé (desgraciadamente con propensión hacia la malcriadez durante los últimos tres o cuatro mil años); y, a la vez, estamos hechos, cada uno, de unos 10 millones de millones de células con esperanzas de vida altamente variables, y diferentes procesos de envejecimiento que apenas comienzan a entenderse.
Socialmente hablando, los latinoamericanos formamos parte de una civilización occidental, con unos 1200 años de fundada, que, al compararla con otras -vía Toynbee, etc.-, luce a la vez precozmente envejecida y tardíamente infantil, con ganas de no madurar nunca y llegar hasta el final embelesada con sus últimos juguetes bélicos; así como de un conglomerado de naciones hermanas, con apenas unos 500 años, padecientes de un mercantilismo decrépito y embarazadas con criaturas modernas que no se terminan de parir, con instituciones económicas, políticas y culturales de apenas unas pocas décadas en su mayoría.
Todo esto plantea que, nada más que como sociedades humanas, los latinoamericanos participamos de cambios antropológicos, en la escala de decenas o de muy pocas centenas de miles de años; civilizatorios, en el orden de alrededor de los pocos miles de años; regionales o subcontinentales, a nivel de siglos; institucionales, estatales e individuales, en términos de décadas; políticos y de grandes proyectos, en el plano de los pocos años; político-electorales y de proyectos comunes, muchas veces en la escala de meses; y así hasta la escena política mediática, cambiante en el día a día. La transformación de nuestras capacidades sustanciales temporales pasa en buena medida por aprender a orquestar cambios en estos múltiples ámbitos, sin dejar de atender las urgencias pero si perder de vista las importancias.
Gran parte de nuestras confusiones como subconti- nente parecieran derivarse de nuestra incapacidad para pensar y actuar en este enjambre de tiempos distintos, pues mientras que nuestros académicos críticos no se cansan de proclamar, junto a sus colegas europeos y pensando en términos de siglos, la crisis de la modernidad y de Occidente, nuestras masas pobres claman día tras día por dádivas y una mínima atención a sus necesidades primarias insatisfechas, sin importarles crisis ninguna. Buena parte de nuestros políticos se debaten entre medidas populistas del día a día o, a lo sumo, con la vista puesta en las próximas elecciones, por regla general inspiradas en enfoques premodernos de atención a asuntos urgentes, y posmodernos discursos incendiarios de denuncia de la crisis civilizatoria, copiados de los académicos más radicales, sin detenerse a examinar los problemas de edificación de la sociedad moderna que claramente todavía no somos.
Mientras no superemos estas terribles confusiones sobre nuestros tiempos será difícil dejar atrás nuestro desorden actual y avanzar realmente en la satisfacción de nuestras necesidades. Aunque el tema de cómo hacerlo es harto complejo y requerirá seguramente muchos artículos futuros de nuestro blog, no queremos concluir este artículo sin destacar una idea esencial al respecto. Es la de que nadie puede prohibirle a los intelectuales, o por lo menos a quienes tenemos el hábito de pensar en grandes problemas, que abordemos las crisis antropológica y civilizatoria en que estamos metidos, e incluso que fijemos posición y participemos en los debates mundiales sobre su superación, pero esta postura no puede llevarnos a perder la perspectiva de nuestras realidades o a soslayar las exigencias de impulsar la transformación de nuestras capacidades con miras a modernizarnos. No tenemos por qué pensar en pequeño, sino todo lo contrario, pero tampoco podemos plantearle a las criaturas fetales, nacientes o neonatas que son nuestras naciones modernas que se estrellen en el combate contra una modernidad de la que apenas conocemos en carne propia sus dimensiones más superficiales y cosméticas.
Con el etapismo paternalista o de corte desarrollista, que no tiene ojos sino para la escala nacional inmediata, no hacemos sino diferir la asunción de nuestras responsabilidades y reforzar nuestra dependencia de las grandes potencias e imperios; pero con los izquierdismos stalinistoide o trotskystoide, que confunden los siglos con los meses, no hacemos sino pretender forzar nuestros cambios y la asunción de nuestros compromisos. Ambas vías extremas terminan perdiendo preciosas oportunidades de avanzar, y no pocas veces le abonan el terreno a las soluciones fascistoides, que siempre se han erigido sobre la incapacidad de derechas o izquierdas torpes para entender la compleja dinámica de los tiempos. La solución fascista, ante las impotencias para sincronizar los tiempos del presente y del futuro, no es otra sino la de optar por la congelación social en el tiempo pasado. ¿Será necesario vivir esto y una hiperpesadilla análoga a la de Europa con la Guerra Mundial antifascista para que despertemos?
Nota: Le recordamos a nuestros queridos lectores que, desde el artículo número 50 de nuestro blog, y durante todo el resto del mes de octubre, estaremos aplicando una encuesta detallada: Mejorando a Transformanueca, que esperamos nos ayude a definir los enfoques venideros de nuestra publicación, y una encuesta simplificada: Opinando sobre Transformanueca, que también esperamos pueda ser útil. Por favor, no olviden hacer clic en el botón Continue, al terminar la Encuesta, después de la Pregunta # 10. Les agradecemos toda la colaboración que puedan brindarnos a este respecto.
Mientras no superemos estas terribles confusiones sobre nuestros tiempos será difícil dejar atrás nuestro desorden actual y avanzar realmente en la satisfacción de nuestras necesidades. Aunque el tema de cómo hacerlo es harto complejo y requerirá seguramente muchos artículos futuros de nuestro blog, no queremos concluir este artículo sin destacar una idea esencial al respecto. Es la de que nadie puede prohibirle a los intelectuales, o por lo menos a quienes tenemos el hábito de pensar en grandes problemas, que abordemos las crisis antropológica y civilizatoria en que estamos metidos, e incluso que fijemos posición y participemos en los debates mundiales sobre su superación, pero esta postura no puede llevarnos a perder la perspectiva de nuestras realidades o a soslayar las exigencias de impulsar la transformación de nuestras capacidades con miras a modernizarnos. No tenemos por qué pensar en pequeño, sino todo lo contrario, pero tampoco podemos plantearle a las criaturas fetales, nacientes o neonatas que son nuestras naciones modernas que se estrellen en el combate contra una modernidad de la que apenas conocemos en carne propia sus dimensiones más superficiales y cosméticas.
Con el etapismo paternalista o de corte desarrollista, que no tiene ojos sino para la escala nacional inmediata, no hacemos sino diferir la asunción de nuestras responsabilidades y reforzar nuestra dependencia de las grandes potencias e imperios; pero con los izquierdismos stalinistoide o trotskystoide, que confunden los siglos con los meses, no hacemos sino pretender forzar nuestros cambios y la asunción de nuestros compromisos. Ambas vías extremas terminan perdiendo preciosas oportunidades de avanzar, y no pocas veces le abonan el terreno a las soluciones fascistoides, que siempre se han erigido sobre la incapacidad de derechas o izquierdas torpes para entender la compleja dinámica de los tiempos. La solución fascista, ante las impotencias para sincronizar los tiempos del presente y del futuro, no es otra sino la de optar por la congelación social en el tiempo pasado. ¿Será necesario vivir esto y una hiperpesadilla análoga a la de Europa con la Guerra Mundial antifascista para que despertemos?
Nota: Le recordamos a nuestros queridos lectores que, desde el artículo número 50 de nuestro blog, y durante todo el resto del mes de octubre, estaremos aplicando una encuesta detallada: Mejorando a Transformanueca, que esperamos nos ayude a definir los enfoques venideros de nuestra publicación, y una encuesta simplificada: Opinando sobre Transformanueca, que también esperamos pueda ser útil. Por favor, no olviden hacer clic en el botón Continue, al terminar la Encuesta, después de la Pregunta # 10. Les agradecemos toda la colaboración que puedan brindarnos a este respecto.
viernes, 16 de octubre de 2009
Nuestras capacidades sustanciales espaciales
Retomando el hilo de nuestros artículos penúltimos, hace poco tuvimos la oportunidad de apreciar una extraordinaria reflexión sobre el significado del espacio y de las capacidades que, a falta de mejor denominación, llamaremos capacidades sustanciales espaciales, designando así no sola ni principalmente aquéllas vinculadas al espacio estratosférico, sino a las necesarias para ocupar y disponer apropiadamente de este vital recurso, en general. Fue en un capítulo de la serie documental titulada La visita de los nativos, del canal de National Geographic, en donde a un genuino grupo de aborígenes, procedentes de una isla perdida en el Pacífico, llamada Tanna, se les permite observar la vida en la ciudad industrial de Manchester, Inglaterra, y expresar desprejuiciadamente sus opiniones a través de un intérprete. En dos platos, los visitantes, tras deslumbrarse con el despliegue de rascacielos, automóviles, artefactos, costumbres novedosas, comidas, etc., de una sociedad moderna, y comenzar a sospechar que se hallan ante una manera desconocida de alcanzar la felicidad, se quedan luego estupefactos al descubrir que hay también allí gente que carece de un techo elemental, es decir, de un espacio que habitar. Uno del grupo rompe a llorar de tristeza (me resisto a creer que un canal con la seriedad de éste haya montado una pantomima) al escuchar el relato de quien que fue un homeless o indigente, y sus asombros se multiplican cuando conocen una peluquería especializada para perros... Al final, con el debido respeto a sus anfitriones, una familia obrera multiétnica inglesa, expresan su agradecimiento con una danza ritual, y dejan colar, discretamente, que en definitiva no cambiarían el modelo social de su remota isla, en donde todo el mundo dispone de un hogar y al menos prevalece un sentido de fraternidad entre sus miembros, por una sociedad, aparentemente superior, pero en donde ocurren semejantes despropósitos, como si la gente se hubiese extraviado "para siempre" en medio de una avalancha de cosas.
El espacio es un atributo inherente a toda materia. A diferencia de las partículas fundamentales y de la energía pura, todas las partículas compuestas subatómicas, átomos, moléculas, células, tejidos, órganos, organismos, grupos, sociedades, naciones, continentes, planetas, sistemas estelares y hasta el universo entero ocupan, y requieren de, un espacio que les es propio. Una sociedad que pretenda que algunos de sus miembros no dispongan de un espacio vital elemental no sólo está atentando contra valores humanos esenciales, como claramente lo percibieron los nativos de Tanna, sino queriendo violar reglas biológicas, químicas y hasta físicas, pues todo ente requiere de un espacio y un tiempo mínimo propios acorde a su estructura y nivel de existencia. Un sólo indigente sin hogar es como un lunar cancerígeno que revela una enfermedad mortal en toda la sociedad que no sabe como albergarlo, y ante tal amenaza cualquier esfuerzo realmente curativo, o preventivo, estaría más que justificado.
La sociedad inglesa que escandalizó a los nativos es nada menos que la que ocupa el número 21 en cuanto a Indice de Desarrollo Humano (últimos datos disponibles, publicados en 2009, con datos de 2006) según el PNUD de Naciones Unidas. Asimismo, se trata de una nación incorporada a Europa Occidental, el subcontinente con mayor justicia social que aparentemente ha conocido este planeta (con 15 de los 20 países con más alto IDH), pese tener el handicap de ser también el segundo en densidad poblacional, después de los asiáticos, con alrededor de 120 personas / km2. No logramos entonces imaginar cual sería la reacción de los nativos si visitaran a Ciudad de México, Sao Paulo, Buenos Aires, Río de Janeiro, Bogotá, Lima, Santiago, Belo Horizonte, Caracas, o cualquiera de las grandes urbes latinoamericanas (tal vez con la excepción relativa de La Habana, en donde existen múltiples formas agudas visibles de pobreza, incluyendo pedigüeños, prostitutas y chulos a granel, pero no indigentes).
En una visita a nivel de toda la Tierra, que el día en que se completaron estas líneas (17/10/2009) amaneció con una población de 6 790 946 689 personas y una superficie de 135 773 487 km2, para una densidad promedio de 50 personas/km2, o sea equivalentes a unos 20 000 m2 por persona, habría que tragar grueso para explicarle a los tanneses cómo es que hay gente que no puede disponer ni de la milésima parte de lo que en un reparto equitativo le tocaría. Y si los trajésemos hasta América Latina, en donde aproximadamente
569 000 000 de personas vivimos en 21 069 501 km2, para una densidad en el orden de sólo la mitad del promedio mundial (27 personas/km2), equivalentes a casi el doble de metros cuadrados por persona, pero con una densidad de indigentes órdenes de magnitud superior a la europea, nuestras dificultades para convencer a los mismos visitantes de las bondades de nuestro modelo de sociedad se elevarían por lo menos al cubo.
Si organizásemos una visita ampliada de los mismos aborígenes y quisiésemos explicarles cómo es que con nuestro modelo humano contemporáneo de aprovechamiento del espacio resulta que hay más de un 20% de mamíferos (más de 1100 especies), 12% de aves (más de 1200 especies) e incontables especies vegetales (pues todos los años se destruyen 90 000 km2 de bosques, con una superficie equivalente a la de Portugal) en peligro de extinción, pues se han quedado sin hábitat ante nuestra voracidad, no cabe duda de que nuestras máquinas y edificaciones perderían más y más sus encantos ante ellos. Y ni qué decir si finalmente les explicáramos que América Latina, el primer subcontinente en materia de biodiversidad en general y en disponibilidad de bosques, con más de una tercera parte de las especies animales o vegetales conocidas, y seguramente con proporciones mayores de las especies por conocer, está también a la cabeza en especies de aves en peligro de extinción y en destrucción de especies vegetales, y es quien, con África al sur del Sahara, está desforestando más aceleradamente sus tierras. O que es el primero en disponibilidad de agua dulce, con una quinta parte del total disponible, mientras aún padece de sed y tiene a un 14% de su población sin acceso a fuentes dignas de agua. O que, en general, si existiese un indicador de la recursividad de las naciones y grupos de naciones, es decir, de la variedad y cantidad de recursos per cápita, muy probablemente resultaría ser el subcontinente líder, mientras que es también aquél con una mayor desigualdad en la distribución de la riqueza.
Claro está que tampoco sería difícil, si a los mismos observadores desprejuiciados externos les contáramos nuestra historia, lograr, si no una completa absolución, por lo menos que fueran compasivos ante nuestras faltas y más críticos ante aquéllos europeos, tan organizados y relativamente equitativos, cuyos ancestros hicieron aquí de las suyas, trataron cual brutos a los antepasados nuestros, y saquearon a diestra y siniestra todos los recursos que pudieron. E inclusive podríamos, con argumentos más exigentes para ellos, explicarles también que nuestra región, con sus casi 90° de rango de latitudes entre sus extremos norte y sur, y sus no más de 45° de rango de longitudes en su parte más ancha, un poco debajo del Ecuador, es, con mucho, dada la mayor diversidad de climas y nichos ambientales que de esa cualidad se derivan, el territorio más complejo y difícil de ocupar, o sea, el que demanda más obras de infraestructura, más información y más conocimientos debido a su mayor diversidad geográfica, climática y biológica.
Pero, pese a los factores externos, que bastante negativa- mente, y sin desmedro de sus aportes de signo contrario, han impactado nuestras sociedades latinoamericanas, o a la complejidad inherente a nuestros desafíos espaciales, el caso es que estamos urgidos de impulsar la transformación de nuestras capacidades sustanciales espaciales, y que no podemos seguir per sécula seculórum como huyendole a las complejidades del corazón de nuestra América Latina, cual es la selva amazónica, concentrándonos principalmente en megaciudades cercanas al mar, mientras aventureros e inescrupulosos hacen desastres en ese emporio de biodiversidad, desforestándolo impunemente para despejar áreas para la crianza de ganado o el cultivo de cereales y granos, acabando con especies animales y vegetales, o contaminándolo inmisericordemente en la búsqueda de oro y diamantes.
Pese a los encomiables esfuerzos por proteger sus bosques que han realizado países como Venezuela, en primer lugar, con un 64% de su territorio formalmente protegido, y también países insulares como Cuba (69%) y República Dominicana (52%), el hecho es que en esta materia nos hemos quedado rezagados incluso ante un buen número de países africanos, que están descubriendo cada vez más el extraordinario valor científico, medicinal o turístico de sus recursos ecológicos y espaciales. No asumir estos desafíos significa continuar azuzando la avaricia y los desvaríos de las sociedades y empresas modernas, e incrementar los motivos para la tristeza de todos aquellos humanos, como los nativos tannenses, capaces de sentir todavía con su corazón antes que con su bolsillo.
Nota: Le recordamos a nuestros queridos lectores que, desde el artículo número 50 de nuestro blog, y durante todo el resto del mes de octubre, estaremos aplicando una encuesta detallada: Mejorando a Transformanueca, que esperamos nos ayude a definir los enfoques venideros de nuestra publicación, y una encuesta simplificada: Opinando sobre Transformanueca, que también esperamos pueda ser útil. Les agradecemos toda la colaboración que puedan brindarnos a este respecto.
El espacio es un atributo inherente a toda materia. A diferencia de las partículas fundamentales y de la energía pura, todas las partículas compuestas subatómicas, átomos, moléculas, células, tejidos, órganos, organismos, grupos, sociedades, naciones, continentes, planetas, sistemas estelares y hasta el universo entero ocupan, y requieren de, un espacio que les es propio. Una sociedad que pretenda que algunos de sus miembros no dispongan de un espacio vital elemental no sólo está atentando contra valores humanos esenciales, como claramente lo percibieron los nativos de Tanna, sino queriendo violar reglas biológicas, químicas y hasta físicas, pues todo ente requiere de un espacio y un tiempo mínimo propios acorde a su estructura y nivel de existencia. Un sólo indigente sin hogar es como un lunar cancerígeno que revela una enfermedad mortal en toda la sociedad que no sabe como albergarlo, y ante tal amenaza cualquier esfuerzo realmente curativo, o preventivo, estaría más que justificado.
La sociedad inglesa que escandalizó a los nativos es nada menos que la que ocupa el número 21 en cuanto a Indice de Desarrollo Humano (últimos datos disponibles, publicados en 2009, con datos de 2006) según el PNUD de Naciones Unidas. Asimismo, se trata de una nación incorporada a Europa Occidental, el subcontinente con mayor justicia social que aparentemente ha conocido este planeta (con 15 de los 20 países con más alto IDH), pese tener el handicap de ser también el segundo en densidad poblacional, después de los asiáticos, con alrededor de 120 personas / km2. No logramos entonces imaginar cual sería la reacción de los nativos si visitaran a Ciudad de México, Sao Paulo, Buenos Aires, Río de Janeiro, Bogotá, Lima, Santiago, Belo Horizonte, Caracas, o cualquiera de las grandes urbes latinoamericanas (tal vez con la excepción relativa de La Habana, en donde existen múltiples formas agudas visibles de pobreza, incluyendo pedigüeños, prostitutas y chulos a granel, pero no indigentes).
En una visita a nivel de toda la Tierra, que el día en que se completaron estas líneas (17/10/2009) amaneció con una población de 6 790 946 689 personas y una superficie de 135 773 487 km2, para una densidad promedio de 50 personas/km2, o sea equivalentes a unos 20 000 m2 por persona, habría que tragar grueso para explicarle a los tanneses cómo es que hay gente que no puede disponer ni de la milésima parte de lo que en un reparto equitativo le tocaría. Y si los trajésemos hasta América Latina, en donde aproximadamente
569 000 000 de personas vivimos en 21 069 501 km2, para una densidad en el orden de sólo la mitad del promedio mundial (27 personas/km2), equivalentes a casi el doble de metros cuadrados por persona, pero con una densidad de indigentes órdenes de magnitud superior a la europea, nuestras dificultades para convencer a los mismos visitantes de las bondades de nuestro modelo de sociedad se elevarían por lo menos al cubo.
Si organizásemos una visita ampliada de los mismos aborígenes y quisiésemos explicarles cómo es que con nuestro modelo humano contemporáneo de aprovechamiento del espacio resulta que hay más de un 20% de mamíferos (más de 1100 especies), 12% de aves (más de 1200 especies) e incontables especies vegetales (pues todos los años se destruyen 90 000 km2 de bosques, con una superficie equivalente a la de Portugal) en peligro de extinción, pues se han quedado sin hábitat ante nuestra voracidad, no cabe duda de que nuestras máquinas y edificaciones perderían más y más sus encantos ante ellos. Y ni qué decir si finalmente les explicáramos que América Latina, el primer subcontinente en materia de biodiversidad en general y en disponibilidad de bosques, con más de una tercera parte de las especies animales o vegetales conocidas, y seguramente con proporciones mayores de las especies por conocer, está también a la cabeza en especies de aves en peligro de extinción y en destrucción de especies vegetales, y es quien, con África al sur del Sahara, está desforestando más aceleradamente sus tierras. O que es el primero en disponibilidad de agua dulce, con una quinta parte del total disponible, mientras aún padece de sed y tiene a un 14% de su población sin acceso a fuentes dignas de agua. O que, en general, si existiese un indicador de la recursividad de las naciones y grupos de naciones, es decir, de la variedad y cantidad de recursos per cápita, muy probablemente resultaría ser el subcontinente líder, mientras que es también aquél con una mayor desigualdad en la distribución de la riqueza.
Claro está que tampoco sería difícil, si a los mismos observadores desprejuiciados externos les contáramos nuestra historia, lograr, si no una completa absolución, por lo menos que fueran compasivos ante nuestras faltas y más críticos ante aquéllos europeos, tan organizados y relativamente equitativos, cuyos ancestros hicieron aquí de las suyas, trataron cual brutos a los antepasados nuestros, y saquearon a diestra y siniestra todos los recursos que pudieron. E inclusive podríamos, con argumentos más exigentes para ellos, explicarles también que nuestra región, con sus casi 90° de rango de latitudes entre sus extremos norte y sur, y sus no más de 45° de rango de longitudes en su parte más ancha, un poco debajo del Ecuador, es, con mucho, dada la mayor diversidad de climas y nichos ambientales que de esa cualidad se derivan, el territorio más complejo y difícil de ocupar, o sea, el que demanda más obras de infraestructura, más información y más conocimientos debido a su mayor diversidad geográfica, climática y biológica.
Pero, pese a los factores externos, que bastante negativa- mente, y sin desmedro de sus aportes de signo contrario, han impactado nuestras sociedades latinoamericanas, o a la complejidad inherente a nuestros desafíos espaciales, el caso es que estamos urgidos de impulsar la transformación de nuestras capacidades sustanciales espaciales, y que no podemos seguir per sécula seculórum como huyendole a las complejidades del corazón de nuestra América Latina, cual es la selva amazónica, concentrándonos principalmente en megaciudades cercanas al mar, mientras aventureros e inescrupulosos hacen desastres en ese emporio de biodiversidad, desforestándolo impunemente para despejar áreas para la crianza de ganado o el cultivo de cereales y granos, acabando con especies animales y vegetales, o contaminándolo inmisericordemente en la búsqueda de oro y diamantes.
Pese a los encomiables esfuerzos por proteger sus bosques que han realizado países como Venezuela, en primer lugar, con un 64% de su territorio formalmente protegido, y también países insulares como Cuba (69%) y República Dominicana (52%), el hecho es que en esta materia nos hemos quedado rezagados incluso ante un buen número de países africanos, que están descubriendo cada vez más el extraordinario valor científico, medicinal o turístico de sus recursos ecológicos y espaciales. No asumir estos desafíos significa continuar azuzando la avaricia y los desvaríos de las sociedades y empresas modernas, e incrementar los motivos para la tristeza de todos aquellos humanos, como los nativos tannenses, capaces de sentir todavía con su corazón antes que con su bolsillo.
Nota: Le recordamos a nuestros queridos lectores que, desde el artículo número 50 de nuestro blog, y durante todo el resto del mes de octubre, estaremos aplicando una encuesta detallada: Mejorando a Transformanueca, que esperamos nos ayude a definir los enfoques venideros de nuestra publicación, y una encuesta simplificada: Opinando sobre Transformanueca, que también esperamos pueda ser útil. Les agradecemos toda la colaboración que puedan brindarnos a este respecto.
martes, 13 de octubre de 2009
Como quien celebra algo importante
Comienzo a descubrir que si cierta diferencia esencial y alguna justificación existen relacionadas con producir un blog versus comunicarse a través de un medio convencional, ellas tienen mucho que ver con la libertad de expresión que se conquista cuando se tiene el poder suficiente para decidir sobre el medio mismo, sus estilos, temas, contenidos, mensajes, y hasta audiencias (puesto que el acceso a sus páginas es también una decisión del llamado bloguero, quien en cualquier momento puede optar por restringirlo; y, por supuesto, los lectores también deciden soberanamente lo que les interesa o no). Si el cielo existe, entonces, creo que lo más probable es que disponga, en el plano mediático, de una red de comunicaciones que debería ser una especie de hiperweb de infinitas posibilidades, ante la cual la de nosotros los terrícolas sería un vulgar remedo embrionario; o, lo menos imaginable y en el extremo opuesto, si todavía no la tienen, sus especialistas ya deben estar tomando nota de lo que aquí estamos haciendo para ver como lo superan más que con creces. Pero lo que no entra en mi biodegradable cabeza es que tengan allá algo como un periódico El celestial, dirigido según los antojos y sujeto a los intereses de algún San Magnate, o una red de medios estatales encadenados, por ejemplo La omnipresente, no importa si bajo la batuta del Creador en Persona (y/o en Espíritu).
A quienes todavía les extrañen estos disonantes prolegómenos que a veces aparecen por estos ciberlares, les diré que esto ocurre cuando necesito afinar la mente con una especie de la -como habrán visto que hacen las orquestas al inicio de los conciertos- para entonces inspirarme mejor en lo que sigue. En el caso de hoy, lo que he querido es despejar el terreno para sentirme, a propósito de la ocasión de la salida del artículo cincuentenario de Transformando nuestras capacidades, alias Transformanueca, libre de extenderme un poco más y ponerme en onda ligeramente autobiográfica, sin sentirme reo de algún narcisismo o de abusar de la buena voluntad de mis lectores. ¿Se entiende?
Conscientes estamos, o por lo menos nuestro instinto de las proporciones así nos lo sugiere, de que no podemos venir aquí a hablar de evaluar "Nuestra experiencia como blogueros", ni como "Productores o creadores de medios de comunicación alternativos", y mucho menos de "Hacer un alto en el camino andado" o cosas por el estilo, pues esto sería como que Colón, después de salir de Palos de Moguer en la madrugada del 3/8/1492, se pusiera, al amanecer del día siguiente, a hacer una "Evaluación del viaje hacia las Islas Canarias". No obstante, en el espíritu de los diareros, y seguramente en el de los cuaderneros de bitácora de antaño -que quizás eso sí le calce a quien suscribe-, tan dados a hacer comentarios sobre la marcha hasta de los asuntos más nimios (en su acepción usual de insignificantes), y en un contexto social al que percibimos cargado de inconstancias, aspavientos y alharacas al por mayor, nos dio la impresión de que convendría dedicar este artículo a una breve revisión de lo hecho hasta la fecha, en el blog, principalmente, pero oteando un poco el panorama de la "carrera" de su "autor".
Para empezar, y creo que esto es lo más importante que tengo que decir, me siento reforzado en mi decisión de avanzar en la divulgación de algunas de mis ideas y de asumir los riesgos inherentes a intervenir aunque sea en esta palestrita pública. Sé que a muchos, y sobre todo a duchos escritores, esto les podrá parecer risible, pero no a mí, que he acumulado, con o sin justificación, no pocos traumas a la hora de desenvolverme en las arenas no privadas, como intentaré fundamentarlo, o como mínimo ventilarlo, en las líneas que siguen.
Mostraré tres botones. En 1962, en medio del año y de la crisis existencial holgadamente más terribles que he tenido en mi vida (concédanme, por favor, que no les explique ahora por qué), y después de una aprobación informal razonable de las materias de la vida llamadas Literatura Infantil y Literatura Juvenil, decidí empezar a cursar Literatura Adulta e iniciar -sin haber oído hablar de ella, pero cual Ana Frank cualquiera- un diario personal, que se convirtió en una suerte de amigo secreto, cuando no de álter ego, que harto me ayudó a conocerme y guiarme. No logré por aquellos días, cuando vivía en Carora, desde los cinco años, sospechar siquiera que el tal diario, aquellos casi inocentes cuadernos de un niño y luego de un adolescente, fuesen a convertirse, nueve años después, junto a mi laboratorio de química, del que hablé hace unos días, en punto menos que preciado botín para los cuerpos de seguridad, nacionales y/o directamente acompañados por la CIA. Tanto dieron, hurgaron y allanaron hasta que los incautaron o hicieron desaparecer, salvándose sólo los dos últimos cuadernos (uno de los cuales aparece retratado en el artículo #1 de este blog), que cargaba conmigo en una de las enconchadas que debí echarme y mientras ellos revolvían mi casa.
Por si no fuera suficiente mi dolor, el de la pérdida de buena parte, al menos, de aquel ser tan querido, cuando intenté compartir con otros y ver si se podía hacer alguna gestión pública para recuperar mis más que atesorados cuadernos, me encontré con que la izquierda establecida -tan poco dada a sentimentalismos, salvo que políticamente convenga-, y dentro de ella algunos de quienes andan ahora en roles gubernamentales, lejos de condolerse o compadecerse ante mi aflicción, rápidamente se dio a aprovechar la oportunidad para demostrar que un hábito como el de llevar diarios desde la niñez y sin haber empuñado jamás un fusil como el Che, no podía sino ser la prueba definitiva de mi condición pequeño burguesa. De allí parecía colegirse, uno, que lo hecho por la DISIP no era ni tan censurable ni contrario a los derechos humanos, pues no dejaba de ser una merecida lección gratuita que me enseñaba que la política no era para gente como yo, y, dos, que esta evidencia prácticamente me ilegitimaba, según ellos, para ser un líder estudiantil o político genuinamente de izquierda, por lo cual no pocos se alegraron cuando la derecha me expulsó luego de la universidad, como ya lo expliqué, un par de veces. Sobra decir que nunca más, sino quizás hasta ahora, cuando le agradezco al director de este -un poco más y digno, y vaya usted a saber si en ruta hacia lo prestigioso- medio, llamado Transformanueca, la gentileza de cederme sus espacios, volví a hablar del tema de mis diarios personales. Y tengo que añadir que aún hoy tiemblo al hacer públicas estas confesiones, pues no descarto que, como no lo sabe la mayoría pero sí quienes hemos estado en el oficio de lo público crítico, a partir de ahora puedan ocurrir inexplicables robos o allanamientos en mi residencia, con pérdida de quien sabe qué papeles, pero... ¡qué le va usted a hacer, señora!
El segundo botón del muestrario -no sé si a los verdaderos autores les ocurrirá, pero a mí, cuando me pongo aunque sea suavemente autobiográfico o psicoanalítico, se me agolpan en la mente mis tiempos tempranos- ocurrió también por allá por 1965, cuando, en medio de los experimentos de química y a manera de separatas de mis diarios, comencé a escribir cuentos para mi disfrute personal y sin pensar en nadie más. Un buen día, cansado de leerlos yo sólo, decidí mostrárselos a un queridísimo mentor y padrino, entendido en literatura, quien, con la mejor fe, decidió tomar la iniciativa de hacerlos leer por ciertos críticos literarios y por un conocido y también cercano historiador (sus nombres no vienen al caso), y entre todos ellos optaron por publicar en ciertos periódicos, incluyendo el Diario de Carora, alguno de los cuentos y/o sus respectivas reseñas literarias, en donde se me señaló, con inusitada exageración, prácticamente como una novel promesa de las letras venezolanas que, sin embargo, tenía que emanciparse de las influencias de Urbaneja Achelpohl y otros escritores (a quienes, en su mayoría, jamás había leído...) Tan inmerecidas me parecieron las críticas y avergonzado me sentí, como una especie de arribista o impostor de la literatura, que, hasta el sol de hoy, cuando con mi blog he comenzado a dar a conocer algunas de mis andanzas de escritor clandestino, opté por engavetar mis escritos hasta que contasen con mi estricto y previo visto bueno (claro que sin contar con que estos le pudiesen interesar luego a la policía política venezolana, como ocurrió años más tarde, cuando, a más de los diarios, perdí materiales irrecuperables). Nunca antes había querido narrar esto, entre otras cosas por cariño a quienes sé que con la mejor fe me quisieron apoyar -y de hecho mucho me apoyaron, aunque no en la esfera literaria-, y a quienes ruego me perdonen si luzco como un malagradecido, pero, como en algún artículo ya dije, siento que llegó la hora de abandonar mi mudez consuetudinaria...
El tercer botón, y a quien estas cosas sentimentaloides le aburran le sugiero que se salte este párrafo y el siguiente, pues no habrá elementos nuevos, sino sólo otra faceta de mis peripecias autorales, data de 1981. Entre 1975 y 1984, lapso en el me que casé por primera vez y tuve mis dos únicos hijos, estuve muy activo en política viajando por todo el país e intentando construir una nueva fuerza organizativa, debí trabajar para hacer aportes a mi hogar, y a la vez me lancé con denuedo a una labor de investigación sobre la transformación de nuestras capacidades productivas y afines (de la que datan muchas de las ideas esenciales que ustedes están leyendo ahora en este blog). Con tales compromisos, debí inventar una fórmula para estudiar lo que me interesaba, obtener ingresos y maximizar mi dedicación a la actividad social transformadora, cual fue la de convertirme en un especialista en análisis y recuperación de información documental. Fue así como, en esos mismos años, elaboré los resúmenes o abstracts de alrededor de veinte mil documentos, entre artículos de revistas y libros en varios idiomas, sobre ciencia, tecnología, productividad, educación y desarrollo económico, y diseñé varios sistemas de recuperación de información documental, incluyendo aquél para mi propia investigación, y llegué hasta escribir un libro para normalizar el lenguaje sobre recuperación de información documental sobre educación superior en el país, titulado Microtesauro de la educación superior en Venezuela. Éste todavía es el estándar usado en el Centro de Información en Educación Superior (CENIDES), de la Oficina de Planificación del Sector Universitario, convertida ahora en Ministerio de Educación Superior.
El problema consistió, sin embargo, en que, en el seno del país candidato a paladín de la democracia latinoamericana, durante esos años este servidor no podía obtener empleo con su nombre, y usaba -cual personaje woodyallenesco de El testaferro, en pleno maccarthismo- seudónimos, entre ellos una variante (Santelis) de mi segundo apellido, o interpuestas personas. El curiosamente polifacético personaje, acusado por la derecha de temible extremista de izquierda, sospechoso hasta de explosivista y pertrechado con su tenebroso laboratorio químico, y, por la extrema izquierda, de pequeño burgués de derecha consumado, hasta con diarios infantiles y demás yerbas, una suerte de injerto de Bin Laden con Forrest Gump, sencillamente no podía aparecer como autor del mencionado libro, pese a que lo había escrito desde la A hasta la Z, con nula participación de cualquier otro profesional. La decisión inicial de la OPSU fue publicar la obra como una publicación institucional, sin autoría individual alguna; pero, cuando la internacional UNESCO, con quien también trabajaba, allí sí con mi nombre, en su sistema internacional de información sobre educación superior, en el entonces Centro Regional de Educación Superior para América Latina y el Caribe (CRESALC), amagó con contratarme para la elaboración de una obra semejante, la OPSU entonces decidió, generosamente, publicarla, con el despliegue originalmente previsto, los bombos y platillos de toda su plana mayor como autores institucionales principales, y una nota posterior que decía que, en el "equipo responsable de la elaboración de esta obra" había trabajado, como colaborador menor, un tal Edgar Yajure Santelis...
Tengo más relatos de cortes parecidos, de aquellas y de otras épocas, tanto intermedias como posteriores o contemporáneas, o sea para escoger, pero con lo dicho espero haber dado una idea de que mi vocación de escritor clandestino no ha sido 100% caprichosa, sino también el resultado de por lo menos una adaptación sui generis a un ambiente social que no ha querido ni podido entender - seguramente también con mi grandísima culpa, la que, sin embargo, no logro precisar-, cómo alguien no académico y sin currículo puede pretender ser un autor o expresar críticamente algo que valga la pena en materia de reflexiones, narraciones o acciones por la transformación de nuestros países latinoamericanos, y especialmente de nuestras capacidades productivas, culturales, científicas tecnológicas.
De todo lo cual podría derivarse, entre pitos y flautas, que pareciera procedente aplicarle un leve ajuste a la apreciación inicial que hice acerca de la experiencia de este blog. Tal vez sea atinada en cuanto a la publicación misma de los cincuenta artículos, mas podría ser severa al analogar mi periplo autoral completo con el de Colón a la mañana siguiente de su partida en el primer viaje, pues, si se toma en cuenta la trayectoria de diarero y afines, podría tal vez añadírsele unos días más a la metáfora del viaje colombino. Calculo, por ejemplo, que si me lo propusiese, y tuviese el debido financiamiento, podría llegar a vaciar todo lo ya escrito en mi "carrera literaria" en este blog, con fechas atrasadas de los viernes y martes, y llegaría sin mayores dificultades hasta aproximadamente aquel 1962, con equivalencia holgada a unos dos mil y pico de artículos. Sólo que, como no hay más pruebas, sino mi sola palabra, de que tal cosa sería posible, nada más nos sentimos autorizados para añadir, a la comparación con el viaje de Colón a las Islas Canarias, unos tres o cuatro días, o sea, a ponerlo por allí a golpe de 8 de agosto, a la mitad del trayecto a éstas, lo cual todavía nos deja sin méritos como para estar celebrando nada.
Rebuscando un poco más, a ver si completamos los fundamentos para una celebración, aunque sea modesta, podríamos referirnos a ciertas otras dificultades del viaje, como la de que, pese a disponer de brújula, no está claro a cual de las islas arribar. Este aspirante a autor no sólo no es ni quiere ser un académico, sino que le fastidia alérgicamente escribir para académicos afanados por sus escalafones, estudiantes ansiosos por sus notas y títulos, o toda clase de personas para quienes el conocimiento sea apenas un instrumento para escalar algún tipo de posición, y no para comprender la vida, superar necesidades y alcanzar libertades. En otras palabras, tan exquisito quiere ser este autor en pininos, en la escogencia de su audiencia y sus lectores, que ha pretendido siempre y sigue pretendiendo, ahora dizque con un blog, nada menos que dirigirse a jóvenes, ancianos, trabajadores, amas de casa, gente de la calle, profesionales, artistas, investigadores, etc., interesados en comprender, discutir y atacar en profundidad la esencia de los problemas de la transformación fundamental de América Latina, sin divismos académicos ni poses intelectuales ni profesorales ni estudiantiles de ninguna índole.
Aunque con mil diferencias, la situación recuerda una escena patética de la película El beso de la mujer araña, adaptada por Babenco de la novela homónima del argentino Manuel Puig, en donde William Hurt (quien ganó un Oscar al mejor actor por esta interpretación), haciendo del homosexual Molina, le confiesa a nuestro admirado y desaparecido Raúl Julia, quien hace de guerrillero latinoamericano y está preso en la misma celda, que a él no le gustan los otros homosexuales sino los hombres fuertes y varoniles, pero que su problema radica en que a éstos les gustan son las hembras de verdad y no los tipos amaricados como él... Con analogías, sin dejar de insistir en las disimilitudes y distancias, podría decir que me gustaría comunicarme con lectores y gente corriente y no con académicos, ni pomposos, ni petulantes del conocimiento, ni interesados en aprobar exámenes ni graduarse de nada, pero tal vez mi problema consista en que a esta gente común no le interesan los tipos demasiado complicados y quizás sesudos como yo, pues para ocuparse de las cosas serias tienen a artistas y animadores de televisión y a sacerdotes, y para decidir que hacer en América Latina tienen a políticos de oficio que no les exigen pensar nada sino hacer bulto o sumar votos. Entonces, aunado esto a las consideraciones precedentes y ante una cuenta regresiva de tiempo, surgen las preguntas de dónde estoy parado y hacia dónde enrumbar mi viaje intelectual.
El meollo de las preocupaciones que acompañan la pequeña alegría, en el sentido hessiano, de haber llegado a los cincuenta artículos del blog es el mismo -¿por qué no decirlo?- que muchas veces me ha asaltado durante los largos años de mi accidentada vida intelectual. Consiste en preguntarme, aun a sabiendas de que son prácticas difíciles de enmendar, pues se han convertido en una suerte de segunda naturaleza, en donde perdí el poder de escogencia, sobre el sentido o utilidad de lo que pienso, escribo o fotografío. Dejar de pensar o escribir o de hacer fotografías, a estas alturas de mi vida, sería como pedirle a un ave que se dedique al submarinismo o a un pez que construya nidos en la copa de los árboles, y, sin embargo, a veces se nubla tanto el horizonte que no sé si estoy o hacia dónde voy avanzando y si podré llegar aunque sea a las Islas Canarias. La situación del blog no es precisamente para estar eufóricos, pues, pese a que el ritmo y número de visitas se han mantenido, y hasta se han elevado ligeramente, todas sus magnitudes siguen siendo exiguas y, entre otras, demasiado escasos los comentarios.
Tranquilícense las lectoras que esto no está en la ruta de una nota de despedida, y mucho menos de algún mundo cruel... Quizás el quid del asunto esté en que, precisamente por la característica de sociedad todavía relativamente ciega al conocimiento que considero tiene nuestra América Latina y, más particularmente, Venezuela, con frecuencia me siento sin colegas o transitando un camino demasiado solitario, pues a decir verdad no conozco de cerca a nadie que se haya dedicado tan intensamente al estudio de nuestra realidad y las perspectivas de su transformación, desde una óptica externa al mundo académico. Dicho diferentemente, no conozco a ningún otro investigador sin medios de fortuna, que no haya jamás recibido ningún subsidio público ni donación financiera privada, y con un centro de investigación propio. Sí sé de numerosos profesores que se interesan y escriben sobre temas afines a los míos, a quienes, por cierto, todavía no he invitado formalmente a leer mi blog, pero a veces tengo la sensación de que sus interlocutores favoritos serán siempre otros profesores o sus estudiantes, y no es a esa audiencia a la que quiero dirigirme. Mi anhelo es encontrar, sin desdecirme ni convertirme en una persona diferente al pensador que soy, un vínculo con los latinoamericanos de base deseosos de aprender y actuar para transformar nuestras realidades..., algo así como lo que logró Walt Whitman en Norteamérica o Neruda o García Márquez o Joan Manuel Serrat entre nosotros, pero no en el terreno de la ficción y la imaginación, sino en el de la reflexión de fondo, aunque no religiosa, sobre nuestros problemas y nuestro destino. Pareciera que mi onda quisiera emular la labor de... -se le atraganta a uno el espíritu de sólo imaginarlo-, de un Sócrates..., pero aquí entramos a aguas y mares tan pero tan profundos, que hasta el Atlántico colombino empieza a parecer un charco... ¿Qué hacer, entonces? ¿Cómo y hacia dónde continuar... ?
Bueno, no sé qué pasó aquí, pero tras la angustia llegó un poco de calma, como si mientras pensábamos en como reanudar el viaje el viento nos hubiese empujado un poquito y, de repente, allá en el horizonte, se ven como unos islotes -por supuesto, nada que ver con la Tierra de Gracia ni con doces de octubre históricos, aunque sí con el 12/10/2009, fecha calendario de cuando esto escribo, lo que me puso en onda de descubrimientos y esperanzas, aunque también, a la víspera de un mero martes trece, ...-, que podrían hasta llegar a islas, tal vez algo parecido a las Canarias y con ellas a un doce, aunque todavía de agosto..., y, si así fuese, completaríamos nuestros recaudos para celebrar el paso dado, e invitar a nuestras lectoras y lectores a ayudarnos a pensar en el destino de Transformanueca. Para ello los invitamos encarecidamente, desde hoy y por todo lo que resta de mes, a enviarnos comentarios sobre la trayectoria, perspectivas y sentido del blog, y también a llenar, bien una encuesta detallada, que requiere apreciaciones sobre las distintas series del blog, que les hemos preparado para facilitar sus aportes, a la que pueden acceder con sólo un clic en el hipertexto: Mejorando a Transformanueca., y/o bien una versión abreviada de la misma encuesta, que sólo demanda opiniones a nivel del blog en su conjunto, a la que pueden acceder a través del hipertexto: Opinando sobre Transformanueca.
A quienes todavía les extrañen estos disonantes prolegómenos que a veces aparecen por estos ciberlares, les diré que esto ocurre cuando necesito afinar la mente con una especie de la -como habrán visto que hacen las orquestas al inicio de los conciertos- para entonces inspirarme mejor en lo que sigue. En el caso de hoy, lo que he querido es despejar el terreno para sentirme, a propósito de la ocasión de la salida del artículo cincuentenario de Transformando nuestras capacidades, alias Transformanueca, libre de extenderme un poco más y ponerme en onda ligeramente autobiográfica, sin sentirme reo de algún narcisismo o de abusar de la buena voluntad de mis lectores. ¿Se entiende?
Conscientes estamos, o por lo menos nuestro instinto de las proporciones así nos lo sugiere, de que no podemos venir aquí a hablar de evaluar "Nuestra experiencia como blogueros", ni como "Productores o creadores de medios de comunicación alternativos", y mucho menos de "Hacer un alto en el camino andado" o cosas por el estilo, pues esto sería como que Colón, después de salir de Palos de Moguer en la madrugada del 3/8/1492, se pusiera, al amanecer del día siguiente, a hacer una "Evaluación del viaje hacia las Islas Canarias". No obstante, en el espíritu de los diareros, y seguramente en el de los cuaderneros de bitácora de antaño -que quizás eso sí le calce a quien suscribe-, tan dados a hacer comentarios sobre la marcha hasta de los asuntos más nimios (en su acepción usual de insignificantes), y en un contexto social al que percibimos cargado de inconstancias, aspavientos y alharacas al por mayor, nos dio la impresión de que convendría dedicar este artículo a una breve revisión de lo hecho hasta la fecha, en el blog, principalmente, pero oteando un poco el panorama de la "carrera" de su "autor".
Para empezar, y creo que esto es lo más importante que tengo que decir, me siento reforzado en mi decisión de avanzar en la divulgación de algunas de mis ideas y de asumir los riesgos inherentes a intervenir aunque sea en esta palestrita pública. Sé que a muchos, y sobre todo a duchos escritores, esto les podrá parecer risible, pero no a mí, que he acumulado, con o sin justificación, no pocos traumas a la hora de desenvolverme en las arenas no privadas, como intentaré fundamentarlo, o como mínimo ventilarlo, en las líneas que siguen.
Mostraré tres botones. En 1962, en medio del año y de la crisis existencial holgadamente más terribles que he tenido en mi vida (concédanme, por favor, que no les explique ahora por qué), y después de una aprobación informal razonable de las materias de la vida llamadas Literatura Infantil y Literatura Juvenil, decidí empezar a cursar Literatura Adulta e iniciar -sin haber oído hablar de ella, pero cual Ana Frank cualquiera- un diario personal, que se convirtió en una suerte de amigo secreto, cuando no de álter ego, que harto me ayudó a conocerme y guiarme. No logré por aquellos días, cuando vivía en Carora, desde los cinco años, sospechar siquiera que el tal diario, aquellos casi inocentes cuadernos de un niño y luego de un adolescente, fuesen a convertirse, nueve años después, junto a mi laboratorio de química, del que hablé hace unos días, en punto menos que preciado botín para los cuerpos de seguridad, nacionales y/o directamente acompañados por la CIA. Tanto dieron, hurgaron y allanaron hasta que los incautaron o hicieron desaparecer, salvándose sólo los dos últimos cuadernos (uno de los cuales aparece retratado en el artículo #1 de este blog), que cargaba conmigo en una de las enconchadas que debí echarme y mientras ellos revolvían mi casa.
Por si no fuera suficiente mi dolor, el de la pérdida de buena parte, al menos, de aquel ser tan querido, cuando intenté compartir con otros y ver si se podía hacer alguna gestión pública para recuperar mis más que atesorados cuadernos, me encontré con que la izquierda establecida -tan poco dada a sentimentalismos, salvo que políticamente convenga-, y dentro de ella algunos de quienes andan ahora en roles gubernamentales, lejos de condolerse o compadecerse ante mi aflicción, rápidamente se dio a aprovechar la oportunidad para demostrar que un hábito como el de llevar diarios desde la niñez y sin haber empuñado jamás un fusil como el Che, no podía sino ser la prueba definitiva de mi condición pequeño burguesa. De allí parecía colegirse, uno, que lo hecho por la DISIP no era ni tan censurable ni contrario a los derechos humanos, pues no dejaba de ser una merecida lección gratuita que me enseñaba que la política no era para gente como yo, y, dos, que esta evidencia prácticamente me ilegitimaba, según ellos, para ser un líder estudiantil o político genuinamente de izquierda, por lo cual no pocos se alegraron cuando la derecha me expulsó luego de la universidad, como ya lo expliqué, un par de veces. Sobra decir que nunca más, sino quizás hasta ahora, cuando le agradezco al director de este -un poco más y digno, y vaya usted a saber si en ruta hacia lo prestigioso- medio, llamado Transformanueca, la gentileza de cederme sus espacios, volví a hablar del tema de mis diarios personales. Y tengo que añadir que aún hoy tiemblo al hacer públicas estas confesiones, pues no descarto que, como no lo sabe la mayoría pero sí quienes hemos estado en el oficio de lo público crítico, a partir de ahora puedan ocurrir inexplicables robos o allanamientos en mi residencia, con pérdida de quien sabe qué papeles, pero... ¡qué le va usted a hacer, señora!
El segundo botón del muestrario -no sé si a los verdaderos autores les ocurrirá, pero a mí, cuando me pongo aunque sea suavemente autobiográfico o psicoanalítico, se me agolpan en la mente mis tiempos tempranos- ocurrió también por allá por 1965, cuando, en medio de los experimentos de química y a manera de separatas de mis diarios, comencé a escribir cuentos para mi disfrute personal y sin pensar en nadie más. Un buen día, cansado de leerlos yo sólo, decidí mostrárselos a un queridísimo mentor y padrino, entendido en literatura, quien, con la mejor fe, decidió tomar la iniciativa de hacerlos leer por ciertos críticos literarios y por un conocido y también cercano historiador (sus nombres no vienen al caso), y entre todos ellos optaron por publicar en ciertos periódicos, incluyendo el Diario de Carora, alguno de los cuentos y/o sus respectivas reseñas literarias, en donde se me señaló, con inusitada exageración, prácticamente como una novel promesa de las letras venezolanas que, sin embargo, tenía que emanciparse de las influencias de Urbaneja Achelpohl y otros escritores (a quienes, en su mayoría, jamás había leído...) Tan inmerecidas me parecieron las críticas y avergonzado me sentí, como una especie de arribista o impostor de la literatura, que, hasta el sol de hoy, cuando con mi blog he comenzado a dar a conocer algunas de mis andanzas de escritor clandestino, opté por engavetar mis escritos hasta que contasen con mi estricto y previo visto bueno (claro que sin contar con que estos le pudiesen interesar luego a la policía política venezolana, como ocurrió años más tarde, cuando, a más de los diarios, perdí materiales irrecuperables). Nunca antes había querido narrar esto, entre otras cosas por cariño a quienes sé que con la mejor fe me quisieron apoyar -y de hecho mucho me apoyaron, aunque no en la esfera literaria-, y a quienes ruego me perdonen si luzco como un malagradecido, pero, como en algún artículo ya dije, siento que llegó la hora de abandonar mi mudez consuetudinaria...
El tercer botón, y a quien estas cosas sentimentaloides le aburran le sugiero que se salte este párrafo y el siguiente, pues no habrá elementos nuevos, sino sólo otra faceta de mis peripecias autorales, data de 1981. Entre 1975 y 1984, lapso en el me que casé por primera vez y tuve mis dos únicos hijos, estuve muy activo en política viajando por todo el país e intentando construir una nueva fuerza organizativa, debí trabajar para hacer aportes a mi hogar, y a la vez me lancé con denuedo a una labor de investigación sobre la transformación de nuestras capacidades productivas y afines (de la que datan muchas de las ideas esenciales que ustedes están leyendo ahora en este blog). Con tales compromisos, debí inventar una fórmula para estudiar lo que me interesaba, obtener ingresos y maximizar mi dedicación a la actividad social transformadora, cual fue la de convertirme en un especialista en análisis y recuperación de información documental. Fue así como, en esos mismos años, elaboré los resúmenes o abstracts de alrededor de veinte mil documentos, entre artículos de revistas y libros en varios idiomas, sobre ciencia, tecnología, productividad, educación y desarrollo económico, y diseñé varios sistemas de recuperación de información documental, incluyendo aquél para mi propia investigación, y llegué hasta escribir un libro para normalizar el lenguaje sobre recuperación de información documental sobre educación superior en el país, titulado Microtesauro de la educación superior en Venezuela. Éste todavía es el estándar usado en el Centro de Información en Educación Superior (CENIDES), de la Oficina de Planificación del Sector Universitario, convertida ahora en Ministerio de Educación Superior.
El problema consistió, sin embargo, en que, en el seno del país candidato a paladín de la democracia latinoamericana, durante esos años este servidor no podía obtener empleo con su nombre, y usaba -cual personaje woodyallenesco de El testaferro, en pleno maccarthismo- seudónimos, entre ellos una variante (Santelis) de mi segundo apellido, o interpuestas personas. El curiosamente polifacético personaje, acusado por la derecha de temible extremista de izquierda, sospechoso hasta de explosivista y pertrechado con su tenebroso laboratorio químico, y, por la extrema izquierda, de pequeño burgués de derecha consumado, hasta con diarios infantiles y demás yerbas, una suerte de injerto de Bin Laden con Forrest Gump, sencillamente no podía aparecer como autor del mencionado libro, pese a que lo había escrito desde la A hasta la Z, con nula participación de cualquier otro profesional. La decisión inicial de la OPSU fue publicar la obra como una publicación institucional, sin autoría individual alguna; pero, cuando la internacional UNESCO, con quien también trabajaba, allí sí con mi nombre, en su sistema internacional de información sobre educación superior, en el entonces Centro Regional de Educación Superior para América Latina y el Caribe (CRESALC), amagó con contratarme para la elaboración de una obra semejante, la OPSU entonces decidió, generosamente, publicarla, con el despliegue originalmente previsto, los bombos y platillos de toda su plana mayor como autores institucionales principales, y una nota posterior que decía que, en el "equipo responsable de la elaboración de esta obra" había trabajado, como colaborador menor, un tal Edgar Yajure Santelis...
Tengo más relatos de cortes parecidos, de aquellas y de otras épocas, tanto intermedias como posteriores o contemporáneas, o sea para escoger, pero con lo dicho espero haber dado una idea de que mi vocación de escritor clandestino no ha sido 100% caprichosa, sino también el resultado de por lo menos una adaptación sui generis a un ambiente social que no ha querido ni podido entender - seguramente también con mi grandísima culpa, la que, sin embargo, no logro precisar-, cómo alguien no académico y sin currículo puede pretender ser un autor o expresar críticamente algo que valga la pena en materia de reflexiones, narraciones o acciones por la transformación de nuestros países latinoamericanos, y especialmente de nuestras capacidades productivas, culturales, científicas tecnológicas.
De todo lo cual podría derivarse, entre pitos y flautas, que pareciera procedente aplicarle un leve ajuste a la apreciación inicial que hice acerca de la experiencia de este blog. Tal vez sea atinada en cuanto a la publicación misma de los cincuenta artículos, mas podría ser severa al analogar mi periplo autoral completo con el de Colón a la mañana siguiente de su partida en el primer viaje, pues, si se toma en cuenta la trayectoria de diarero y afines, podría tal vez añadírsele unos días más a la metáfora del viaje colombino. Calculo, por ejemplo, que si me lo propusiese, y tuviese el debido financiamiento, podría llegar a vaciar todo lo ya escrito en mi "carrera literaria" en este blog, con fechas atrasadas de los viernes y martes, y llegaría sin mayores dificultades hasta aproximadamente aquel 1962, con equivalencia holgada a unos dos mil y pico de artículos. Sólo que, como no hay más pruebas, sino mi sola palabra, de que tal cosa sería posible, nada más nos sentimos autorizados para añadir, a la comparación con el viaje de Colón a las Islas Canarias, unos tres o cuatro días, o sea, a ponerlo por allí a golpe de 8 de agosto, a la mitad del trayecto a éstas, lo cual todavía nos deja sin méritos como para estar celebrando nada.
Rebuscando un poco más, a ver si completamos los fundamentos para una celebración, aunque sea modesta, podríamos referirnos a ciertas otras dificultades del viaje, como la de que, pese a disponer de brújula, no está claro a cual de las islas arribar. Este aspirante a autor no sólo no es ni quiere ser un académico, sino que le fastidia alérgicamente escribir para académicos afanados por sus escalafones, estudiantes ansiosos por sus notas y títulos, o toda clase de personas para quienes el conocimiento sea apenas un instrumento para escalar algún tipo de posición, y no para comprender la vida, superar necesidades y alcanzar libertades. En otras palabras, tan exquisito quiere ser este autor en pininos, en la escogencia de su audiencia y sus lectores, que ha pretendido siempre y sigue pretendiendo, ahora dizque con un blog, nada menos que dirigirse a jóvenes, ancianos, trabajadores, amas de casa, gente de la calle, profesionales, artistas, investigadores, etc., interesados en comprender, discutir y atacar en profundidad la esencia de los problemas de la transformación fundamental de América Latina, sin divismos académicos ni poses intelectuales ni profesorales ni estudiantiles de ninguna índole.
Aunque con mil diferencias, la situación recuerda una escena patética de la película El beso de la mujer araña, adaptada por Babenco de la novela homónima del argentino Manuel Puig, en donde William Hurt (quien ganó un Oscar al mejor actor por esta interpretación), haciendo del homosexual Molina, le confiesa a nuestro admirado y desaparecido Raúl Julia, quien hace de guerrillero latinoamericano y está preso en la misma celda, que a él no le gustan los otros homosexuales sino los hombres fuertes y varoniles, pero que su problema radica en que a éstos les gustan son las hembras de verdad y no los tipos amaricados como él... Con analogías, sin dejar de insistir en las disimilitudes y distancias, podría decir que me gustaría comunicarme con lectores y gente corriente y no con académicos, ni pomposos, ni petulantes del conocimiento, ni interesados en aprobar exámenes ni graduarse de nada, pero tal vez mi problema consista en que a esta gente común no le interesan los tipos demasiado complicados y quizás sesudos como yo, pues para ocuparse de las cosas serias tienen a artistas y animadores de televisión y a sacerdotes, y para decidir que hacer en América Latina tienen a políticos de oficio que no les exigen pensar nada sino hacer bulto o sumar votos. Entonces, aunado esto a las consideraciones precedentes y ante una cuenta regresiva de tiempo, surgen las preguntas de dónde estoy parado y hacia dónde enrumbar mi viaje intelectual.
El meollo de las preocupaciones que acompañan la pequeña alegría, en el sentido hessiano, de haber llegado a los cincuenta artículos del blog es el mismo -¿por qué no decirlo?- que muchas veces me ha asaltado durante los largos años de mi accidentada vida intelectual. Consiste en preguntarme, aun a sabiendas de que son prácticas difíciles de enmendar, pues se han convertido en una suerte de segunda naturaleza, en donde perdí el poder de escogencia, sobre el sentido o utilidad de lo que pienso, escribo o fotografío. Dejar de pensar o escribir o de hacer fotografías, a estas alturas de mi vida, sería como pedirle a un ave que se dedique al submarinismo o a un pez que construya nidos en la copa de los árboles, y, sin embargo, a veces se nubla tanto el horizonte que no sé si estoy o hacia dónde voy avanzando y si podré llegar aunque sea a las Islas Canarias. La situación del blog no es precisamente para estar eufóricos, pues, pese a que el ritmo y número de visitas se han mantenido, y hasta se han elevado ligeramente, todas sus magnitudes siguen siendo exiguas y, entre otras, demasiado escasos los comentarios.
Tranquilícense las lectoras que esto no está en la ruta de una nota de despedida, y mucho menos de algún mundo cruel... Quizás el quid del asunto esté en que, precisamente por la característica de sociedad todavía relativamente ciega al conocimiento que considero tiene nuestra América Latina y, más particularmente, Venezuela, con frecuencia me siento sin colegas o transitando un camino demasiado solitario, pues a decir verdad no conozco de cerca a nadie que se haya dedicado tan intensamente al estudio de nuestra realidad y las perspectivas de su transformación, desde una óptica externa al mundo académico. Dicho diferentemente, no conozco a ningún otro investigador sin medios de fortuna, que no haya jamás recibido ningún subsidio público ni donación financiera privada, y con un centro de investigación propio. Sí sé de numerosos profesores que se interesan y escriben sobre temas afines a los míos, a quienes, por cierto, todavía no he invitado formalmente a leer mi blog, pero a veces tengo la sensación de que sus interlocutores favoritos serán siempre otros profesores o sus estudiantes, y no es a esa audiencia a la que quiero dirigirme. Mi anhelo es encontrar, sin desdecirme ni convertirme en una persona diferente al pensador que soy, un vínculo con los latinoamericanos de base deseosos de aprender y actuar para transformar nuestras realidades..., algo así como lo que logró Walt Whitman en Norteamérica o Neruda o García Márquez o Joan Manuel Serrat entre nosotros, pero no en el terreno de la ficción y la imaginación, sino en el de la reflexión de fondo, aunque no religiosa, sobre nuestros problemas y nuestro destino. Pareciera que mi onda quisiera emular la labor de... -se le atraganta a uno el espíritu de sólo imaginarlo-, de un Sócrates..., pero aquí entramos a aguas y mares tan pero tan profundos, que hasta el Atlántico colombino empieza a parecer un charco... ¿Qué hacer, entonces? ¿Cómo y hacia dónde continuar... ?
Bueno, no sé qué pasó aquí, pero tras la angustia llegó un poco de calma, como si mientras pensábamos en como reanudar el viaje el viento nos hubiese empujado un poquito y, de repente, allá en el horizonte, se ven como unos islotes -por supuesto, nada que ver con la Tierra de Gracia ni con doces de octubre históricos, aunque sí con el 12/10/2009, fecha calendario de cuando esto escribo, lo que me puso en onda de descubrimientos y esperanzas, aunque también, a la víspera de un mero martes trece, ...-, que podrían hasta llegar a islas, tal vez algo parecido a las Canarias y con ellas a un doce, aunque todavía de agosto..., y, si así fuese, completaríamos nuestros recaudos para celebrar el paso dado, e invitar a nuestras lectoras y lectores a ayudarnos a pensar en el destino de Transformanueca. Para ello los invitamos encarecidamente, desde hoy y por todo lo que resta de mes, a enviarnos comentarios sobre la trayectoria, perspectivas y sentido del blog, y también a llenar, bien una encuesta detallada, que requiere apreciaciones sobre las distintas series del blog, que les hemos preparado para facilitar sus aportes, a la que pueden acceder con sólo un clic en el hipertexto: Mejorando a Transformanueca., y/o bien una versión abreviada de la misma encuesta, que sólo demanda opiniones a nivel del blog en su conjunto, a la que pueden acceder a través del hipertexto: Opinando sobre Transformanueca.
¡Cumpleartículos feliz,
te deseamos a ti,
cumpleartíííículos
Transformanueca,
cumpleartículos feliz...!
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