martes, 29 de septiembre de 2009

Nuestras capacidades procesales retirativas

En alguna parte, y lo más probable es que haya sido en Un arte de vivir, de André Maurois, creo haber leído la idea de que existen maneras sanas y maneras insanas (en la acepción de perjudiciales para la salud) de envejecer. Entre las sanas estarían la de adecuarse o acomodarse a las nuevas condiciones del organismo, reorientando las actividades que siempre nos gustaron, pero tomando en cuenta las restricciones derivadas de los años; la de adaptarse o replanificarse, optando por nuevas actividades más apropiadas a las nuevas circunstancias; y -a lo mejor esto ya no lo leí sino que lo añadí por el camino- la de reciclarse, o sea, dedicarse principalmente a legar o transmitirle a las nuevas generaciones lo mejor de los aprendizajes propios. En cambio, las insanas o poco sanas, a manera de inversas de las anteriores, tendrían un elemento en común cual es el de estar signadas por la rabia de no ser más joven o el no reconocimiento de las nuevas limitaciones: ya renegando de lo que hicimos, bien pretendiendo lo imposible o si no dedicándonos a hacerle la vida difícil a nuestros sucesores o a culparlos de nuestros fracasos.

A los procesos de vida de los sistemas podríamos aplicarles un criterio semejante. Y tal vez el final de esta subserie de artículos sobre las capacidades procesales sea el momento propicio para decir que nuestro empeño por establecer analogías entre la vida de los sistemas y la vida individual no surge sólo de un afán metafórico, sino también de la sospecha de que no se trata de que los sistemas de cualquier índole se parezcan a nosotros sino de que nosotros, independientemente de que aspiremos a seguir viviendo en el más allá, nos parecemos más de lo que nos gustaría reconocer a los sistemas de cualquier índole. Esto equivale a creer que una teoría general de los sistemas no puede ser completa si se limita a ocuparse de sus estructuras, pues tiene también que rendir cuenta de sus procesos y, como veremos en la próxima subserie de artículos, de su composición o sustancia. Los sistemas, entonces, todos los sistemas, tienen que librar una lucha por preservar su organización y distinguirse del caos, otra por persistir en el tiempo antes de su inevitable muerte, y otra más por defender su materialidad específica ante la inmaterialidad o nada energética. (Si les sonó un poco filosófico es porque probablemente lo sea, pues, aunque sea de vez en cuando, creemos que en la vida no hay que temerle a filosofar, y, así como la salud no puede ser sólo un asunto de los médicos o la economía de los economistas, la filosofía...).
En el artículo precedente nos ocupamos, bajo el tema de la replanificación y el rediseño, de las adecuaciones y las adaptaciones; en éste, atenderemos el del reciclaje bajo los signos del retiro o retiración y de las capacidades retirativas. Hablamos de retiro de materiales y de sistemas, y no de botadera de basura, no por dárnoslas de finos, sino por ser consistentes con lo que dijimos al empezar: la etapa final de la vida de los sistemas no debería ser menos merecedora de nuestra atención que las anteriores, y aquí, como en muchísimos otros ámbitos, la rabia es mala consejera. Lo que para nosotros, el grueso de latinoamericanos, es un dolor de cabeza y un tema casi de por sí asqueroso y maloliente, el de la basura, en las sociedades modernas es un asunto de Estado, una materia de preocupación cultural, educativa, ambiental y política, y -¿por qué no decirlo?- un tremendo negocio generador de numerosos empleos, de beneficios intangibles incalculables y de dimensiones financieras crecientes.

El retiro de materiales incluye al menos tres aspectos esenciales, conocidos en la jerga respectiva como las tres erres: reducción, vinculada a las políticas y prácticas orientadas a minimizar la generación de desperdicios, y sobre todo de aquellos no biodegradables; reutilización, encaminada a maximizar la vida útil de artefactos, equipos y consumibles; y reciclaje, dedicado a la transformación parcial o total de materiales para hacerlos ingresar a nuevos ciclos de vida como materias primas o nuevos productos. Los materiales, dependiendo del contexto o las circunstancias de su retiro, suelen dividirse (sin mucho rigor químico) en inorgánicos y orgánicos, y los primeros en plásticos, metales, vidrio, y papel y cartón; o en domésticos e industriales, y estos últimos referidos a las distintas industrias: manufacturera, de la construcción, de servicios, etc.; o en tóxicos y no tóxicos; o en lixiviables, o separables con solventes, y no lixiviables; y en otras clasificaciones con fines particulares. Es frecuente, en el caso de los materiales domésticos, que las ciudades organizadas tiendan a utilizar juegos de cinco contenedores para los desperdicios: típicamente amarillos para los envases metálicos, verdes para los de vidrio, azules para el papel y cartón, blancos para los plásticos, y marrones para los orgánicos, lo cual facilita, con base en normas apropiadas, la recolección y el reciclaje.

Aunque a muchos les cueste creerlo, es muy probable que el acero de la carrocería de nuestro último automóvil provenga de la estructura de un puente o un barco originalmente construidos hace dos siglos, que el piso del andén de nuestro transporte subterráneo venga de cauchos que rodaron a comienzos del siglo XX, que el libro que compramos ayer esté hecho de fibras de papel que se usaron hace décadas o que el último juguete o el biberón del nené sean la reencarnación de envases plásticos o de vidrio que se usaron hace años. Tan importante se ha vuelto el tema del retiro o reciclaje de materiales en los países modernos, y ya en algunas ciudades latinoamericanas de vanguardia, que la palabra basura bien podría incluirse en el libro rojo de los vocablos en riesgo de extinción, pues tiende a ser sustituida por el elegante residuos sólidos.

El problema del retiro de estos residuos en el mundo contemporáneo está impactando múltiples dimensiones de las sociedades: comenzando por sus obvias y dobles implicaciones ecológicas, pues se trata tanto de evitar la contaminación como de conservar los recursos ambientales, se extiende hasta la salud y la cultura, como importante determinante de la calidad de vida, y luego hasta la educación, la economía y la política. Una fuente primordial de ingresos para decenas de países, como es el turismo, depende en un grado crítico de la solución que cada nación le dé al problema de los residuos sólidos: de la misma manera a como no queremos acudir a una panadería o parque llenos de inmundicias, los turistas tampoco quieren visitar países sucios; o, apuntando en sentido contrario, la proliferación de lugares urbanos abandonados y llenos de basura, como lo demostró la célebre experiencia neoyorquina, actúa como un disparador de la delincuencia y del incremento de la inseguridad social pues tales lugares tienden a convertirse en tierras sin ley.

Si esto es así, entonces cabría preguntarse por qué la mayoría de nuestros gobiernos fracasan al ocuparse e incluso al preocuparse por este asunto, o por qué a las capacidades para resolver un problema tan aparentemente banal aquí las consideramos como capacidades procesales avanzadas o tecnológicas. La respuesta está en la complejidad del aparentemente sencillo problema, pues dondequiera que aparece la complejidad se requieren conocimientos para afrontarla, y cada vez que un problema demanda conocimientos para su solución, o sea, que es un problema moderno, a los latinoamericanos se nos tiende a trancar el serrucho. Mientras que el problema de botar la basura en una casa es relativamente sencillo, aunque no trivial, el del retiro de los residuos sólidos en las grandes ciudades reclama una gran dosis de conocimientos vinculados a las características físicas y químicas de los materiales involucrados, aspectos logísticos y de gestión, visiones e iniciativas empresariales, estudios de factibilidad, experimentos piloto, campañas educativas formales e informales, aportes de los medios de comunicación, participación ciudadana, coordinación entre los poderes locales y los nacionales y planificación y políticas a distintos niveles, prácticas impositivas, equipamiento físico especializado, organización de espacios apropiados y muchos otros factores cuya orquestación reclama un paquete de capacidades tecnológicas de las que a menudo carecemos.


Por poner sólo un caso, el del retiro de los cauchos, que mundial- mente alcanza una magnitud cercana a los mil millones de cauchos cada año, se ha convertido en una importante actividad económica que moviliza miles de millones de dólares, ahorra millones de metros cúbicos de espacio en los rellenos sanitarios, reduce los criaderos de mosquitos y larvas diversas, y genera millones de empleos y decenas de miles de pequeñas y medianas empresas. En su ejecución participan gobernaciones, alcaldías, los distribuidores y reparadores de cauchos, los recolectores, los procesadores, las escuelas, los medios de comunicación y la ciudadanía en general, hasta generar una amplia variedad de productos que van desde aditivos para pavimentos y pisos de andenes y escaleras hasta dispositivos de entretenimiento y bases protectoras para parques infantiles. Los que todavía son un estorbo en la mayoría de nuestras ciudades, y de vez en cuando molestos instrumentos de protestas callejeras, con un reciclaje y capacidades apropiadas se han convertido, en otras latitudes, en fuente de riqueza y bienestar.

Nada de lo que hemos dicho significa que creamos que adquirir estas capacidades procesales retirativas esté fuera de nuestras posibilidades, pues de hecho un buen conjunto de ciudades latinoamericanas, quizás con Santiago de Chile a la cabeza, las están desarrollando, y sabemos que muchas naciones pequeñas están haciendo de sus políticas y prácticas ambientales una punta de lanza para la atracción del turismo y la elevación de la calidad de vida de sus ciudadanos. Sólo que nos parece que cualquier subestimación de la complejidad que demanda el abordaje de esta etapa final del ciclo de vida de los sistemas es un paso dado en el sentido equivocado. Reconocer nuestras limitaciones y entender que tenemos que cambiar y despertar no tiene nada que ver con pesimismo alguno sino con el despliegue de las insatisfacciones positivas que se requieren en toda transformación que valga la pena. O, en sentido inverso, no reconocerlas y seguir en el limbo de culpar a otros por todos nuestros problemas irresueltos es, a la larga, equivalente al peor de los conservadurismos.

viernes, 25 de septiembre de 2009

Nuestras capacidades procesales replanificativas

Tal vez convenga comenzar por aclarar que todo este asunto de caracterizar las etapas de un proceso, como el de examinar por separado las partes de un todo o los componentes de una sustancia, no son sino artificios o procedimientos mentales para comprender mejor una realidad que, aunque en el fondo sabemos que es una sola y continua, creemos que podemos imaginárnosla mejor si suponemos que se desenvuelve por etapas, se divide en partes o se integra por componentes. No somos abogados de ningún etapismo, ni partismo ni componentismo, simplemente queremos entender en profundidad la naturaleza de nuestras diferentes capacidades para diagnosticarlas más profundamente y, sobre todo, acertar más en el impulso a su transformación. Si nos hemos detenido, durante ya casi una docena de artículos, en estas capacidades procesales es porque estamos convencidos de que los occidentales, en general, y los latinoamericanos más todavía, necesitamos comprender más hondamente los procesos, ciclos o dinámicas de vida en que inevitablemente participamos, para convertirnos cada vez más en los protagonistas de nuestros dramas.

La replanificación de procesos de vida, y en particular el rediseño en los procesos productivos, es aquella etapa que, en lugar de arrancar con propositaciones o análisis de necesidades abstractas, al inicio de dichos procesos, parte del estudio concreto de los comportamientos y experiencias de los usuarios o consumidores para introducir cambios o adaptaciones mayores en bienes, servicios o resultados diversos. La diferencia entre planificar y replanificar es análoga a la que establecemos cuando hablamos de hacer o rehacer nuestra maleta para un viaje o de modelar o remodelar nuestra vivienda, pues en los términos con re- no nos referimos a hacer ajustes menores o rutinarios en una o en otra, sino a volver a seleccionar nuestro equipaje de viaje sobre nuevas bases o a introducir modificaciones sustanciales en el inmueble para adecuarlo más a nuestras necesidades. De la misma manera, la replanificación o el rediseño ocurren cuando, a partir de la considerable experiencia ganada durante el ciclo o proceso de vida de, por ejemplo, un producto, equipo, institución o sistema formativo, procedemos a repensarlos y reconstruirlos para prolongar su vida útil y/o adaptarlo más a nuevos requerimientos.

El empleo de estas capacidades replani- ficativas o rediseña- tivas, común- mente a cargo de empresas e institu- ciones tecnológicamente líderes, está teniendo cada vez mayores y más diversos impactos en nuestras existencias. Uno de ellos es a través del desarrollo de los llamados sistemas de producción flexibles, que, sacando provecho del conocimiento en tiempo real de las necesidades de los consumidores y de las posibilidades de equipos y procesos productivos cada vez más inteligentes y adaptables, permiten ofrecer una amplia variedad de modelos, fórmulas o tamaños de los productos, casi como si fuesen fabricados a pedido.

Otro tipo de impacto, mucho menos conocido, es el que ocurre al interior de las plantas y equipos de fabricación, sobre todo de productos estandarizados o intermedios, o sea, que no se diferencian por sus características finales y en donde la tecnología se concentra en la manera de producirlos. Aquí, mediante el mejoramiento continuo y el rediseño de equipos y procesos, se le agrega constantemente valor a éstos, al punto de que, en muchas empresas japonesas, que hasta hace unas décadas causaban risa en muchos por su afán de copiar tecnologías extranjeras, es un lugar común decir que un equipo nuevo es aquel que se encuentra en el estado de menor (sic) valor de su ciclo de vida. Tal paradoja, a la luz de la racionalidad técnica imperante en la mayor parte de nuestros procesos productivos latinoamericanos, se explica por el hecho de que, en los ambientes productivos propiamente tecnológicos, el personal profesional es capaz, a medida que va ganando experiencia con el empleo de los equipos y procesos, de proponer e introducir reformas constantes para optimizar su desempeño, e incluso de participar en su rediseño para diferir su obsolescencia física o económica.

La replanificación y el rediseño de equipos, productos, procesos e instituciones son una ruta privilegiada para la adquisición de las más exigentes capacidades de planificación estratégica y diseño básico y, en particular, de diseño básico de bienes de capital, que, junto a las capacidades de diseño detallado y construcción de equipos, constiyuyen un requisito de cualquier desarrollo sustentable a largo plazo. Tal y como ayer lo hicieron los Estados Unidos en relación a Europa, como muchos países asiáticos, y como lo han hecho en América Latina Brasil, Argentina y México, el desarrollo de capacidades de rediseño y adaptación de tecnologías productivas, culturales, políticas, mediáticas y educativas desarrolladas por otros es una vía universalmente válida, actualmente subaprovechada por la mayoría de nuestras naciones, para la transformación de las capacidades propias.

En cambio, en cuanto a un tercer tipo de impacto, o, mejor, de familia de impactos, derivado de la posesión de capacidades modernas de replanificación y rediseño, relacionado con el auge contemporáneo de la cultura de trasplantes, implantes y cambios cosméticos en la apariencia de productos y personas, nos luce que los latinoamericanos quizás estemos apresurándonos demasiado. Los valores relacionados con el mero coleccionismo de productos aparentemente diferentes pero esencialmente iguales, y con los cambios en la fisonomía de las personas, que pueden llegar hasta caprichosos cambio de sexo, están en el orden del día. Nos asombra la manera como se ha convertido en cosa corriente, mucho más allá de los tradicionales cambios de look, de dentadura y de color o tipo de pelo, el regalo de vales de cirugía estética para jovencitas quinceañeras, y como esta rama de la medicina está captando cada vez más la atención de jóvenes y ambiciosos estudiantes. Y nos asusta imaginar que en el futuro cercano, por ejemplo, la onda de creación de personalidades virtuales en la web, en ambientes como los de Second Life y afines (en donde ya es posible hacer citas, tener acercamientos sexuales, viajar y hacer negocios en dólares virtuales convertibles en de los otros), pueda desencadenar una fuerte ola de evasión en nuestras poblaciones más pobres, de por sí dadas a la fantasía y a evadir los retos de la transformación de nuestra gran patria latinoamericana.

martes, 22 de septiembre de 2009

Nuestras capacidades procesales consuntivas

Cierta intuición me sugiere que si se hiciese una encuesta en escala latinoamericana acerca de qué es una empresa transnacional se obtendría una respuesta principal que diría algo así como que es una empresa grande y poderosa que se dedica a intervenir, manipular o someter los mercados de nuestros países, y, probablemente, una respuesta secundaria que apuntaría, en sentido contrario, a señalar que son empresas internacionales que nos proveen de productos con más alta calidad y tecnología que las empresas locales. De seguro no faltarían respuestas que pondrían de relieve el carácter perverso de estas empresas que, en su afán de lucro, no vacilarían en inducir al consumismo, lanzar a la ruina a las empresas locales o dejar sin empleo a nuestros trabajadores, mientras que, opuestamente, algunos resaltarían el gran favor que nos hacen al permitirnos acceder a productos que de otra manera nos resultarían inaccesibles.

Me temo que muy contadas respuestas, sobre todo si se excluyesen las regiones del sureste de Brasil y del noreste de México, que son las tecnológicamente más avanzadas de nuestro subcontinente, apuntarían a señalar que se trata de empresas tecnológicamente líderes y con paquetes o conjuntos sofisticados de capacidades productivas. Y presumo, pues en caso contrario este blog sería superfluo, que pocos o nadie resaltarían que se trata de empresas que, independientemente de sus tamaños o estilos de penetración de mercados, poseen capacidades productivas avanzadas o de punta, tanto estructurales como procesales y sustanciales, que constituyen la clave de su liderazgo y de su facilidad para traspasar fronteras de variada índole. Son demasiados los compatriotas latinoamericanos que creen que el tamaño, el poder financiero o el poder político de los Estados que las respaldan constituyen la clave de la condición expansionista de estas empresas, cuando resulta que, en su esencia, tal clave no es otra sino el dominio de capacidades productivas modernas o tecnológicas, que pueden concederles, aunque no necesariamente, las llamadas ventajas competitivas en relación al grueso de nuestras empresas medias o técnicas. O, con otras palabras, la mayoría desconoce que hoy en día existen al menos muchos miles de pequeñas y medianas empresas transnacionales, que producen software, equipos, partes y accesorios, y que se identifican con, por ejemplo, esos numerosos nombres raros que aparecen cuando encendemos el computador o vemos por dentro un equipo sofisticado, gracias a su liderazgo en materia de conocimientos.

La competitividad, concepto cuasi mágico con el cual se ha querido explicar el alfa y omega de las ventajas de unas empresas sobre otras en un mercado dado, y de la que ya tendremos ocasión de ocuparnos más a fondo, no es otra cosa, desde la perspectiva que aquí estamos sustentando, que un efecto asociado al desarrollo de capacidades productivas avanzadas. Decir que la mayor competitividad es la causa de la hegemonía de las empresas transnacionales es como decir que los atletas olímpicos líderes lo son porque son más competitivos, lo cual constituye una tautología o juego de palabras que no nos explica mucho, puesto que si son líderes es porque son competitivos y viceversa. Para nosotros, en un caso como en el otro, la explicación hay que buscarla en el desarrollo desigual de capacidades de diversa índole que, en el caso de los atletas, se adquieren, a partir de ciertas aptitudes naturales, claro está, con la formación actitudinal y conceptual, el entrenamiento físico, la alimentación, el cuidado de la salud, la disciplina y otras; y, en el caso de las empresas, también a partir de ciertas condiciones iniciales, a través del desarrollo de capacidades estructurales de valorización, gestión, trabajo, formación y otras, de capacidades procesales de factibilización, diseño básico, diseño experimental, relacionadas con el consumo y otras, y de capacidades sustanciales de manejo de materiales, energía, personal, información, conocimientos y otras. La mayor competitividad, o sea, el desempeño superior de los atletas que vemos en la pista, o de las empresas que apreciamos en el mercado, no es sino la resultante de todo un previo y complejo proceso de capacitación en múltiples dimensiones.

En las tres entregas anteriores nos ocupamos de las capacidades avanzadas o modernas al inicio de los procesos de producción o, más ampliamente, de vida, mientras que ahora, en este y los próximos dos artículos, trataremos de las capacidades avanzadas al final de dichos procesos, o sea, de lo que modernamente ocurre después de la etapa de distribución, que, si mal no recuerdan, era la última en los procesos medios y tradicionales. Veremos también que el desarrollo de capacidades en estas nuevas etapas finales sólo es posible en el contexto del aprovechamiento intensivo del recurso conocimiento, lo que, estructuralmente, demanda el desarrollo de capacidades educativas. Es con el dominio de estas capacidades procesales finales, sumado a las ventajas derivadas de las capacidades tecnológicas iniciales, como las empresas transnacionales a menudo se colocan en condiciones de arrasar a las nuestras en las lides por el control de los mercados. Mientras que nuestras empresas luchan por roer los duros huesos de los mercados, las transnacionales los penetran con tenazas, consistentes, por un lado, en sus capacidades tecnológicas de factibilización, diseño básico y experimentación, y, por otro, con sus capacidades vinculadas al mercadeo, consumo, rediseño y retiro de productos.

Aunque las actividades de consumo son tan antiguas como la vida misma, pues todo proceso vital requiere de energía y materiales del entorno, que se desgastan o consumen con su aprovechamiento, el desarrollo de capacidades procesales consuntivas o asociadas al consumo es un hecho sumamente reciente en las sociedades humanas, hecho posible gracias al manejo de modelos teóricos que simulan e intentan optimizar nuestros comportamientos como consumidores. Aunque no nos demos cuenta, nuestros comportamientos en los modernos centros comerciales o los grandes supermercados, cuando compramos a través de Internet, cuando recibimos apoyo para el empleo de un producto o el disfrute de un servicio sofisticado o, más directamente, cuando somos encuestados en estudios de mercado, son frecuentemente examinados desde una perspectiva tecnológica que intenta precisar nuestras preferencias y hábitos de consumo como elemento de validación de decisiones diversas de experimentación y diseño de campañas de mercadeo. Por ejemplo, los ingredientes, tamaños, estilos, precios, etc., de las pizzas que ordenamos en un centro de consumo con tecnología consuntiva avanzada son el resultado de esfuerzos de optimización encaminados a ofrecernos todo lo que más gusta y se vende y sólo éso.

En cuanto al término utilizado, esta vez estuvimos cerca de quedar eximidos de la necesidad de introducir novedades lingüísticas, y por tanto a resguardo de potenciales regaños, pues, aunque algunos lectores lo duden, el sustantivo consunción y el adjetivo consuntivo ya están en nuestro DRAE (por si acaso, para algún rezagado, Diccionario de la Real Academia Española, Edición 22a, 2001), sólo que -este mundo siempre es como él quiere y casi nunca como nos gustaría- su acepción adjetiva está extrañamente limitada a "que tiene virtud de consumir", en lugar de, como nos hubiese encantado, "relacionado con la acción de consumir y los efectos del proceso de consunción". En este caso tendremos que aplicar aquello de que más vale poco que nada, por lo cual, simplemente, nos toca estirar la cobertura de este adjetivo, como lo han hecho en inglés con consumptive, que sí tiene ya la acepción amplia con que usaremos aquí este calificativo.

Tan escasas, como todas aquellas capacidades que demandan el uso estructural de modelos de simulación y optimización, son estas capacidades consuntivas en el mundo contemporáneo que su posesión, junto a las demás capacidades avanzadas que ya hemos explorado, constituye un elemento decisivo para el control de los mercados. Si las empresas artesanales y técnicas tantean y hacen ensayos para conocer las características relevantes de los mercados, las empresas tecnológicas utilizan modelos de tipo científico que les permiten encontrar valores óptimos para los parámetros de los productos y procesos que ofertan. Análogamente, en la política moderna, mediante estudios de preferencias y opiniones políticas de los ciudadanos electores, se factibilizan y diseñan campañas y se experimentan programas políticos, o, en el ámbito educativo propiamente dicho, mediante estudios del proceso de aprendizaje, se optimiza el diseño curricular de los planes de estudio, etc. La racionalidad tecnológica o moderna, si bien se hace evidente en los bienes, servicios o resultados finales que consumimos o vivimos, permea todas las capacidades de los sistemas productivos, políticos, educativos u otros que originan tales productos o resultados.

En las sociedades modernas relativamente más sanas, como la mayoría de las europeas, la canadiense o la australiana, estas modernas capacidades consuntivas, y el consiguiente conocimiento de las preferencias y comportamientos de consumidores de bienes y usuarios de servicios están siendo utilizados para adecuar el diseño de productos y procesos y optimizar los beneficios sociales en relación a los costos de producción. Desde hace ya muchos años, las decisiones de inversión en nuevos servicios de transporte en el Metro de Londres vienen tomándose en función de optimizar los beneficios sociales, medidos en términos del valor del ahorro de tiempo de los usuarios, en relación a los desembolsos requeridos por las distintas opciones de transporte disponibles; o, en el caso de los sistemas de salud, en Europa es cosa corriente que las decisiones se tomen en aras de optimizar la cantidad de salud social generada, medida en términos de los años de vida ganados luego de la prevención o curación correspondientes, en relación a los costos respectivos.

Pero, por supuesto, todas estas linduras, que en América Latina recién comienzan a experimen- tarse en algunos polos avanzados, como los que señalamos en el artículo pasado (en ciudades como Curitiba o Bogotá ya se han comenzado a diseñar sistemas de transporte con base en capacidades tecnológicas avanzadas y en un conocimiento profundo de las necesidades de los usuarios), sólo son accesibles para las naciones que aprueben el paquete completo de capacidades técnicas, incluyendo las materias difíciles de la buena programación y administración. Mientras sigamos sumidos en nuestros antros de desorden y corrupción, en donde los recursos públicos y con no poca frecuencia los privados, son desestimados, despilfarrados o robados a diestra y siniestra, de las capacidades consuntivas modernas sólo conoceremos su cara oscura: el consumismo ramplón, empobrecedor, derrochador y contaminante a que nos inducen empresas transnacionales practicantes del peor capitalismo, apoyadas por Estados con vocación imperialista y sólo pendientes, unas u otros, de sus ombligos financieros o políticos de corto plazo. La consigna del Foro de Sao Paulo, fundado por el Partido de los Trabajadores de Brasil para propiciar el encuentro de las corrientes latinoamericanas progresistas y enfrentar el atraso y el neoliberalismo entreguista, de que Un mundo mejor es posible, no sólo es buena sino extraordinaria, pero a condición de que nos liberemos de la rabia y el resentimiento paralizantes, y de que entendamos que la ruta central para construir ese mundo tiene que implicar la transformación de nuestras capacidades.

viernes, 18 de septiembre de 2009

Nuestras capacidades procesales experimentativas

Aunque, en el fondo, queremos hablar aquí de una especie de variante de las capacidades de planificación o planificativas, referidas a la etapa de planificación experimental o experimentación, hemos optado por darles una denominación diferenciada para subrayar el hecho de que estas capacidades demandan no sólo la conceptualización y la formulación de abstracciones sobre los futuros posibles y la toma de decisiones ante ellos, como todas las capacidades de su género, sino también, y tal vez sobre todo, las actitudes y destrezas para abrirse al aprendizaje a partir de experimentos cuidadosamente seleccionados y diseñados para probar o validar criterios, conceptos o teorías completas. Esta capacidad de experimentación, a un solo tiempo momento de la planificación y ruta de generación de conocimientos, es un recurso invalorable de los procesos modernos de vida, distinto de los que se han denominado enfoques de prueba, ya conocido en los procesos tradicionales o artesanales, o del ensayo y error, o tanteo, típicos de los procesos medios o técnicos. Con la experimentación no se trata simplemente de "vamos a ver qué pasa, o qué pasaría, si...", sino de comprobar o validar las predicciones de un determinado modelo "en caso de que ocurriese esto o estotro".

Cuando, por ejemplo, estamos cocinando y probamos añadirle tal o cual condimento a lo que preparamos, "para ver a qué sabe", estamos aprendiendo empírica o artesanalmente en el contexto de la etapa de operación de nuestro proceso culinario; si medimos y añadimos el condimento para explorar y determinar la cantidad recomendada o normalizada que debemos incluir en una receta, estamos aprendiendo técnicamente o por ensayo y error, en el contexto de la etapa de diseño detallado de nuestro plato; pero si tratamos de calcular la cantidad precisa del mismo condimento que, en presencia de otros ingredientes cuyos roles somos también capaces de conceptualizar, logrará la calificación óptima de nuestra preparación ante un cierto jurado imparcial evaluador, entonces estamos en el campo o la etapa de la experimentación propiamente dicha, la cual, como podemos apreciar en el ejemplo, sólo tiene sentido en el contexto del uso de un cierto modelo predictivo, que a su vez demanda capacidades educativas y cognitivas modernas. Sin predicción conceptual, sin el afán de optimizar alguna respuesta o decisión ante lo que podría ocurrir "si esto o si lo otro", no podemos hablar de capacidades experimentativas, al menos en el sentido restringido que aquí queremos darle a este término.

Paradójicamente, las capacidades a las que aquí estamos llamando experimentativas tienen más afinidad con la actitud de los niños pequeños cuando se disfrazan y se convierten en un determinado personaje, como para ver que se siente y que se aprende cuando se es alguien distinto, con lo cual enriquecen su personalidad, que a la actitud de muchos adultos cuando dicen o fingen cosas "para ver como reacciona fulano". Mientras que en el primer caso el propósito de la conversión es la adquisición o aprendizaje de nuevos conocimientos o nuevas representaciones de la realidad, en el segundo se trata simplemente de obtener información útil para actuar o decidir en una circunstancia dada. Todos los procesos a los que aquí denominamos modernos tienen la característica de estar centrados en la generación y empleo de nuevos conocimientos y no sólo de información. En artículos venideros insistiremos más en este crucial punto, cuando distingamos entre las capacidades sustanciales informativas y las cognitivas, distintivas, unas, de las sociedades modernas o sociedades de conocimientos, y las otras de las sociedades medias o sociedades de información.

Si bien podemos afirmar que las capacidades de experimentación pueden ayudarnos a generar nuevos conocimientos en cualquiera de las etapas de un proceso moderno de vida, también queremos añadir que su aplicación es particularmente pertinente en el contexto de sus etapas preliminares de planificación. Ello es así, y análogamente al caso de los niños, que son más propensos y tienen como más derecho a disfrazarse y representar otras personalidades, sin mayores consecuencias, debido a que por regla general en estas etapas preliminares los costos de la experimentación son relativamente menores a los de etapas posteriores. La experimentación durante las etapas de programación y construcción, y en adelante, tiende a acarrear costos prohibitivos y es relativamente poco aplicable frente a otras formas de generación o investigación de nuevos conocimientos, como, por ejemplo, a partir del análisis de datos, simulaciones computarizadas o revisiones bibliográficas. Por esto, la experimentación, planificación experimental, experimentación piloto, diseño experimental, desarrollo experimental, desarrollo (development, en la literatura anglosajona) o términos afines, está tan vinculada a la planificación o al diseño básico en general que a veces se la considera como una sola y misma etapa, a la que se suele llamar Actividades preliminares, o sea, todo lo que va desde la formulación de propósitos o análisis de necesidades hasta la programación o diseño detallado.

El carácter iterativo, por aproximaciones sucesivas, recurrente o no lineal de todo proceso de vida es particularmente notorio en estas etapas preliminares. Esto tiene su origen en un rasgo común a la evolución de todos los entes vivientes, cual es el de que nos vemos obligados a tomar decisiones o escoger cursos de acción sin saber cuáles serán las consecuencias futuras de lo que decidimos, por lo que, cuando posteriormente sabemos más, tenemos que revisar, hasta donde sea posible, lo que antes decidimos con mayor incertidumbre, pero con la restricción de que cada vez tenemos menos opciones pues vamos quedando comprometidos con lo que ya escogimos. Cuando somos niños es como si tuviésemos muchas más opciones de vida para escoger, pero a menudo nos faltan criterios para hacerlo, y viceversa, cuando nos vamos poniendo viejos sabemos mucho más lo que nos gusta y lo que queremos, pero hay muchas decisiones que ya tomamos y no podemos convertirnos exactamente en eso que anhelamos. Mientras menos nos demos cuenta de este carácter de la vida, es decir, mientras menos seamos capaces de enfrentar la incertidumbre haciendo un alto o revisión de nuestras decisiones tan prontamente como sea posible y al final de sus distintas etapas, más nos condenamos a no aprender de nuestras experiencias y a repetir los mismos errores hasta que el cuerpo aguante. Pero si, con la transformación de nuestras capacidades procesales experimentativas, aprendemos a aprender tempranamente del futuro, para liberarnos en algún modo de nuestro pasado y revisar y afinar, hasta donde se pueda, nuestros planes iniciales y decisiones anteriores, entonces podremos crecer y evolucionar más efectivamente en concordancia con nuestros propósitos.

En particular, en todos los procesos de emergencia de las sociedades modernas podemos apreciar etapas de experimentación en donde ciertas localidades o polos demuestran con hechos que tiene sentido hacer las cosas de una nueva manera, acorde con nuevas teorías, y logran convencer al resto de que vale la pena cambiar y ser diferentes al pasado. En América Latina, hoy, percibimos cuatro polos o centros principales de experimentación que apuntan hacia una transformación fundamental de nuestros sistemas de vida, ubicados en el eje Sao Paulo-Curitiva-Porto Alegre, en Brasil; en torno a Santiago, en Chile; en torno a Monterrey, en México; y alrededor de Medellín, en Colombia, que están actuando como enclaves modernizadores y brindando soporte a una propositación y planificación cada vez más estratégicas de todas sus sociedades, y que a la larga se convertirán en faros para todo nuestro subcontinente. La experiencia de Ciudad Guayana, en Venezuela, que una vez lució promisoria a nivel latinoamericano, ha perdido lamentablemente, asfixiada por la corrupción, el clientelismo y el rentismo, su dinamismo original. Asimismo, apreciamos que, si bien tarde o temprano será mucho lo que todos podremos aprender de la evaluación de la rica experiencia cubana, esta se ha convertido en una náufraga de la Guerra Fría, en buena medida atrapada en un callejón sin salida mientras persista en su empeño de derrotar al Imperio sin tener ni remotamente con qué. Y no logramos imaginar como los países que adopten al cubano como su prototipo podrán escapar a este destino.

Si no aprendemos a aprender de nuestras experiencias y si no adquirimos una mínima capacidad de experimentación o de generación de nuevos conocimientos sobre nosotros mismos, si seguimos viendo linealmente nuestra historia como la mera puesta en práctica de los proyectos de nuestros libertadores de hace doscientos años, mientras no seamos capaces de conceptualizar nuevos futuros y de soltarnos y abrirnos ante la posibilidad de renovarnos, si no nos volvemos capaces de integrarnos en torno a propósitos compartidos y factibles de alcanzar, si seguimos empeñados en satanizar o en imitar modelos de capitalismo que en el fondo no conocemos, o de perseguir el modelo inviable de un socialismo que no pudo ser, en fin, si no nos hiciéremos en cierto sentido como niños, tampoco encontraremos la ruta hacia el reino de los cielos o, al menos, hacia un reino terrestre más vivible y satisfactorio que el que tenemos los latinoamericanos.

martes, 15 de septiembre de 2009

Nuestras capacidades procesales planificativas

En medio de toda su fascinación, esta experiencia de publicar un blog tiene cuando menos un aspecto difícil, y cuidado si peliagudo, cual es el dirigirse a un conjunto heterogéneo de lectores y tener que dudar metódicamente entre si aburrir con ejemplos y redundancias a los más duchos en los distintos temas versus darle oportunidad a los menos experimentados de que también le sigan el hilo a las ideas que se exponen, con el riesgo de irse por algún término medio que deje insatisfecho a tutilimundi. Si alguna vez tuve dudas de que esto de redactar para otros es no sólo cuestión de echarle coco sino también una destreza que se adquiere con la práctica, ahora la he disipado. Por los momentos, mientras este prospecto de bloguero va aprendiendo, ojalá que acompañado por un puñado de lectores pacientes, no me queda sino guiarme por cierta intuición mediática o comunicativa, la cual me sugiere que, por ejemplo, el artículo pasado quedó, incluso tomando en cuenta que estamos moviéndonos en una onda de alta frecuencia intelectual o exponiendo conceptos poco trillados, un poco pasado de abstracto, por lo que ahora haremos aquello de dar un pasito atrás para luego dar dos adelante.

Durante probablemente algunos millones de años, y como lo podemos intuir con leves incursiones en las lenguas más primitivas o, mejor dicho, en lo que algunos conocedores dicen que ocurre con dichas lenguas, durante la abrumadora mayor parte de su existencia la humanidad se la ha pasado ni pendiente de las cuestiones relacionada con sus metodologías de trabajo o de conocimiento. Le ha bastado con construir un lenguaje objeto que actúa como una suerte de espejo simbólico de los mundos visibles, tanto naturales como creados por los propios humanos, en donde todo o casi todo lo que se vive puede reflejarse en palabras y todas o casi todas las palabras pueden reemplazarse con objetos o acciones tangibles. Pero, hace algunos dos a tres mil años, sobre todo desde los griegos en Occidente, y desde los chinos e indios en Oriente, y sobretodísimo en los últimos siglos en ambos hemisferios culturales, se ha iniciado una indetenible evolución hacia expresiones y preocupaciones cada vez más abstractas y que cada vez menos pueden referirse a cosas tangibles.

Por más que me empeñe no le puedo mostrar directamente a alguien lo que es una metodología de resolución de problemas, sino que, a lo sumo, puedo conversar e interactuar con él hasta sugerirle lo que quiero decir con este metalenguaje, y menos todavía le puedo presentar físicamente un modo o un proceso tecnológico de trabajo, pues aquí estoy expresándome a nivel de un paralenguaje que sólo adquiere sentido al interior de nuestras mentes y de una cierta teoría o cuerpo articulado de conceptos. Pues bien, resulta que lo que he querido hacer con esta última serie de artículos conceptuales del blog, y que una vez remontada esta cuesta de su exposición espero se conviertan en una especie de activo intelectual compartido con mis lectores, que facilitará la comprensión de muchas cosas de las que hablaremos, es precisamente eso: esbozar y presentar gradualmente una visión teórica alternativa acerca del porqué de nuestros problemas latinoamericanos, con ganas de que ello nos ayude después a buscarles mejores soluciones. Dentro de esta teoría o, si se prefiere, cuerpo de conceptos, los conceptos de capacidades estructurales, procesales y sustanciales, y los que presentaremos luego de necesidades, libertades e identidades, son absolutamente esenciales, al punto de que si fracaso en exponerles esto tendré que someter a revisión la idea completa del blog, pues entonces, en materia de qué hacer en nuestra América Latina, prácticamente habría muy poco, que no hayan dicho otros, que yo tenga que ofrecerles.

Más particularmente todavía, esta idea que les estoy desarrollando acerca de los distintos procesos de vida, como parte constitutiva -al lado de los modos y de las sustancias de vida- de los sistemas de vida, es necesaria para que les pueda articular, más adelante, todo lo demás que tengo en mente y espero plantearles, además de que nos dotará de una terminología más robusta para intercambiar ideas sobre muchos otros temas que vayan surgiendo. Usualmente, cuando me refiero a estos conceptos de procesos y sistemas de vida social, apelo a ejemplos del sistema de vida individual sobre el cual todos tenemos vivencias más cercanas e inmediatas. Debido, sin embargo, a la sugerencia de una querida y asidua lectora, que por ahora no desea aparecer ni como comentarista ni como seguidora, y quien me había dicho que no logra captar lo que quiero decir con estas repetidas alusiones al organismo y la vida individuales, y que preferiría que me refiriese directamente a la esfera social pues allí todo le resulta más claro, tenía intenciones de continuar reforzando estas exposiciones usando metáforas tecnológicas como la del radar Doppler y el cambio climático que usé en la entrega anterior. Pero una reflexión adicional me ha sugerido que este otro camino podría ser espinoso para la mayoría de lectores probables, ahora y en el futuro previsible, y he decidido, por los momentos, regresar, al menos durante la presentación inicial de conceptos, a las metáforas biológicas. Durante los muchos años que llevo exponiendo ideas como estas en seminarios y talleres, aunque admitiendo que las más de las veces las audiencias eran distintas a la de este blog, dichas metáforas biológicas, en contraste con el caso de la lectora aludida, han resultado bastante elocuentes.

Por lo que precede, fiel al enfoque iterativo o de avanzar por aproximaciones sucesivas, del que les he hablado antes, como no me siento lo suficientemente claro y pese a que por los momentos continuaré combinando estas últimas metáforas con otras, próximamente, una vez que resuelva algunos detalles técnicos y en fecha que les anunciaré, pienso hacer una especie de encuesta en línea para recoger opiniones sobre este y otros asuntos relacionados con el estilo y los alcances de mi cuaderno de bitácora. Hechas estas explicaciones -que espero que, como aquéllas de Cortázar, no hayan resultado "más bien confusas"- retomo el hilo de las capacidades procesales avanzadas, de las que les he estado hablando desde el artículo pasado y a las que dedicaré todavía otros más.

En nuestros países, con la creatividad social, en general y sobre todo en lo económico y tecnológico, tan venida a menos por razones que al menos hemos estado discutiendo desde hace rato, las fases iniciales de los procesos de vida son las más desconocidas y menos practicadas. Ya hemos visto lo que nos cuesta ponernos de acuerdo para propositar o establecer los propósitos colectivos de lo que queremos, y como casi desconocemos el significado de la factibilización o realización de estudios de factibilidad, y ahora veremos que también nos cuesta mucho planificar, es decir, establecer una guía anticipada para tomar decisiones en escenarios cambiantes pero previsibles. Nuestra tendencia, en presencia de estos vacíos culturales, es a precipitarnos, a querer imponer o incluso a querer que nos impongan el porqué de las cosas, a no pensar en diferentes maneras alternativas de hacerlas para someterlas luego al análisis de su factibilidad, y a no anticipar lo que podría ocurrir hasta en los escenarios más seguros, exigiendo en cambio, al menos en los hechos, que otros nos digan siempre lo que tenemos o no tenemos que hacer. Si vamos a comprar un teléfono celular, un computador, un equipo de sonido, un carro o un apartamento, nuestra típica primera pregunta, muchas veces incluso tratándose de profesionales universitarios, es algo como ¿cuánto costará uno como el que tiene fulano? o, si no, ¿de cuánto dispongo y qué podré comprarme con eso?, y así hasta el nivel de todo el país, en donde es cosa corriente que nuestros presidentes decidan, en medio de un discurso o una conversación con un colega, comprar un satélite espacial o una flota de aviones sin detenerse a considerar las necesidades del país o el propósito profundo de tal compra, y muchísimo menos a factibilizar ética, ideológica, física, económica y financieramente las opciones disponibles. Nos cuesta incubar o gestar por tiempo suficiente las buenas ideas, lo que en casos extremos apunta a temer que nos salgan hernias mentales si pensamos mucho, y de allí que los abortos o los abandonos sean dos de los destinos más corrientes de nuestros proyectos de cualquier envergadura.

La mayoría, o cuando menos demasiada gente, desde nuestros ciudadanos comunes y corrientes hasta nuestros profesionales e incluso presidentes, suelen ignorar el principio, hondamente respaldado por una extensa literatura tanto empírica como teórica, del mínimo compromiso en los procesos de resolución de problemas, diseño, planificación o, en general, como proponemos llamarlos aquí, procesos de vida. Por tal principio, que es el equivalente tecnológico del principio científico popularizado por Descartes como duda metódica, entendemos el diferimiento razonable de las decisiones cruciales de los procesos de manera de contar con la mayor información disponible a medida que avanzamos en ellos, y, simultáneamente, con un mayor espacio de soluciones candidatas en cualquier etapa de un proyecto. Y de allí que estime que la primera causa de malas soluciones a nuestros problemas latinoamericanos sean las malas o ausentes propositaciones o análisis de necesidades; la segunda, las malas o ausentes factibilizaciones o estudios de factibilidad; la tercera, las malas, etcétera, planificaciones... Como, quizás con términos parecidos, ya lo hemos dicho, con nuestras precipitaciones, caprichos e improvisaciones lo que hacemos es correr arrugas o meter la basura bajo la alfombra, sin satisfacer nunca nuestras verdaderas necesidades ni elevar realmente nuestra calidad de vida.

De la misma manera a como quienes no han tenido, directa o al menos indirectamente, la experiencia de la paternidad o la maternidad les resulta difícil entender las peculiaridades del mundo de los recién nacidos, asimismo, a nosotros los latinoamericanos, en general poco duchos en esto de crear o dar a luz nuevos sistemas, nos cuesta demasiado entender el mundo de los productos, servicios, instituciones y afines en estados incipientes, o sea, lo que podríamos llamar el mundo de los sistemas bebés. Para empezar, ante los nuevos diseños y las nuevas ideas, y más si están en sus fases más preliminares o iniciales, nuestra tendencia es a poner en tensión nuestras aptitudes críticas destructivas, de ser posible satirizando o ridiculizando a la nueva criatura y a su progenitora, pues pocas cosas son más fáciles de criticar que un bebé, quien a menudo llora y se alimenta a destiempo, se ensucia hasta por los codos, no explica nada de lo que quiere y, en suma, prácticamente todo lo hace mal; sólo que, como hasta los más inexpertos padres lo saben, un bebé no existe para que lo critiquen sino para que le den cariño y apoyo no importa cuales sean sus deficiencias: para aprender lo que no sabe tiene la vida entera por delante. De la misma manera, una nueva idea conceptual, un diseño o plan preliminar, no está en el mundo para que lo ataquen sino para que lo apoyen constructivamente y, contrariamente a lo que generalmente creen sus sabihondos críticos, su creador suele ser el más consciente de sus limitaciones. Debido a esto, entre los japoneses, por ejemplo, uno de los pueblos más innovadores que jamás han poblado este planeta, es casi un ritual que, ante la expresión de una nueva idea, en cualquier contexto, se le concede a su creadora el privilegio de ser la primera en criticarla, casi con ternura, y dar la pauta para el inicio de las críticas constructivas de los demás. Nuestro negativismo ante todo lo incipiente, no experimentado antes y no probado por los países que sí saben de todo, es una causa nada despreciable de nuestra escasa capacidad innovadora.

Planificación preliminar, diseño preliminar, diseño básico, diseño curricular, planificación estratégica, planificación del territorio... son términos sinónimos que se refieren a la misma tercera etapa de los procesos de vida modernos en distintos ambientes, los cuales invariablemente se apoyan en las capacidades estructurales educativas, que ya hemos tratado brevemente, y en las capacidades sustanciales cognitivas, que sólo hemos asomado y consideraremos más adelante. Sin conceptos interrelacionados, sin modelos de análisis, no hay planificación ni diseño estratégico posible. Lamentablemente, lo que buena parte de nuestras organizaciones, incluyendo grandes empresas, ministerios y Estados completos, llaman planes estratégicos, son, desde la perspectiva que aquí estamos sustentando, programas tácticos. Mientras que la programación se basa en información sobre la experiencia pasada y presente, la verdadera planificación se basa, además, en la modelación del comportamiento de la realidad que permite hacer predicciones refutables sobre su futuro; si lo estratégico implica una visión de conjunto, que en situaciones complejas sólo puede alcanzarse con el auxilio de modelos, lo táctico se apoya en datos sobre la disponibilidad circunstancial de recursos en situaciones específicas más simples. Aunque no estamos plenamente conscientes de ello, incluso en el lenguaje cotidiano reconocemos esta diferencia esencial: si yo digo que tengo un plan estratégico para salir de mi apartamento en caso de sismos y que consiste en bajar por la escalera en vez de por el ascensor, se reirán de mí porque esto es lo que sugiere la mera experiencia, pero si digo que mi plan se basa en desplazamientos secuenciales hacia lugares cada vez más seguros que he detectado analizando los planos estructurales de mi edificio, con ayuda de un ingeniero sísmico, es decir, con un modelo de análisis de mi inmueble, entonces se desvanecerán las sonrisas porque lo que digo tiene como un olor a verdadero plan estratégico y mucho sentido.

Para terminar, las capacidades son algo muy distinto a los pasos de un procedi- miento o a los ingredientes de una receta: su posesión no nos obliga a usarlas indiscriminadamente o en todo momento, sino que nos abre más posibilidades de resolver problemas, satisfacer necesidades, agregar valor o disfrutar más nuestra vida. Aprender a propositar lo que queremos, factibilizar nuestras posibles soluciones y planificar nuestras futuras decisiones no nos obliga a nada ni nos prohibe nada ni nos asegura éxito alguno, simplemente nos ofrece más opciones para convertirnos en lo que anhelamos ser. Los cuidados y cariños a nuestros bebés no les garantizan nada en el futuro ni les conceden derechos per se, sólo elevan la probabilidad de que algún día puedan ser felices a su modo, pero esto no es poca cosa.

viernes, 11 de septiembre de 2009

Nuestras capacidades procesales factibilizativas

Supongo que ni ustedes ni yo queremos reeditar aquí la discusión que ya hice, en el artículo "Nuestras capacidades procesales propositivas", acerca del procedimiento adoptado en este blog para la escogencia de neologismos como este calificativo factibilizativas, el verbo factibilizar o el sustantivo factibilización, y términos vecinos, que usaremos en adelante. A quienes se la hayan perdido los remito a dicho artículo, no sin redundar en que para accesarlo sólo tienen que presionar un delicado clic en el hipertexto anterior. Lo que es igual a decir que, hasta nuevo aviso, no me considero culpable de haber pensado en este asunto de manera diferente o en mayor dosis que otros o, si se prefiere, de no disponer por el momento de expresiones más correctas, convencionales o melifluas para expresar lo mismo, o, lo que sería el caso más grave, de no haberme enterado de que otros más avezados ya expresaron estas ideas y con un mejor uso del lenguaje. En cualquier caso: ¡vivan la flexibilidad expresiva y los derechos a equivocarnos, a interactuar con los lectores y a corregir prontamente nuestros errores que nos ofrecen los blogs! Y vayamos ahora al grano.

Durante la Segunda Guerra Mundial y en sus vecindades, aparte del pandemónium bélico y sin que la mayoría de los latinoamericanos lo supiésemos (algunos porque no existíamos), en el planeta Tierra se puso en escena la que quizás haya sido la más intensa confrontación intelectual de todos los tiempos. Si, con una metáfora que nos encanta y que no recordamos si ya la hemos usado aquí, al menos en su versión completa, se apagasen todas las demás luces y se encendiese fugazmente un bombillo de, digamos, unos cien vatios, cada vez que se crea una sinapsis -es decir, un nuevo conocimiento- en el mundo, los destellos terrestres visibles desde el espacio, durante esos años, muy probablemente habrían sido los más intensos jamás vistos en la categoría de estos lares. Tras la fachada de quien construía primero el arma nuclear, se libró una pugna por ver quien generaba más conocimientos y, todavía en los más profundos entretelones, por ver quien adquiría las más efectivas capacidades para generar tales nuevos conocimientos. Si algún día se escribe una historia universal epistemológica de la humanidad, de la cual, que sepamos, sólo se han hecho esbozos, esos años cuarenta del siglo pasado seguramente serán un hito decisivo.

Se trató, nada más y nada menos, que de dirimir quien triunfaba en la más cruenta conflagración humana jamás librada y quien detentaría el liderazgo científico y tecnológico de las venideras décadas y quizás siglos y, a partir de allí, la hegemonía económica, política y cultural en el futuro al menos cercano. Dependiendo de quien fuese el triunfador, entre los contendores principales, si los del Eje, bajo batuta alemana, o los Aliados, abanderados por rusos y, sobre todo, anglosajones, con sus respectivos socios estratégicos, bien distinto habría sido el porvenir humano y, particularmente, el de nosotros los latinoamericanos. Nos resulta claro que el peor de los destinos nos lo habría deparado un triunfo de las potencias del Eje, en cuyo caso, o sea, de haber logrado primero Hitler la bomba atómica, de la que estuvo a un tris, no sería descartable que los latinoamericanos hubiésemos terminado convertidos en algún tipo de lateinamerikanisch Würstchen (salchicha latinoamericana)..., puesto que en la taxonomía del Führer, que iba desde los ciudadanos arios en el tope hasta diversos estratos de súbditos y otros seres despreciables por debajo, nosotros, quizás sólo sucedidos por los africanos, éramos los especímenes de la peor ralea y ya a algunos de más arribita habían decidido exterminarlos... O si, en otra conjetura, hubiesen ganado los rusos la presea nuclear, nos luce que Stalin, Beria y compañia nos habrían regimentado y controlado hasta el uso de las fosas nasales -seguramente con prioridad a la de la izquierda- para respirar...

Pero no ocurrió lo peor, ni lo segundo peor, sino lo tercero peor: la victoria aliada con hegemonía nuclear estadounidense, pero no bajo la presidencia de Roosevelt, quien se murió a destiempo después de haber construido la alianza estratégica con Einstein, Fermi, Oppenheimer y demás físicos e ingenieros que jugaron un rol decisivo para el triunfo en la carrera atómica, y quien tenía la más clara visión política de las responsabilidades con la humanidad que adquiría el poseedor de la letal arma, sino con Truman y luego Eisenhower y sus bandadas de halcones, quienes poco habían hecho por, y ni enterados estuvieron del ultrasecreto Proyecto Manhattan, pero que ni cortos ni perezozos de inmediato descubrieron el poder y las ventajas que les proporcionaba la preponderancia nuclear recién ganada. Emergió así el mundo real de la posguerra, el que hemos conocido, con su nada llevadera carga de calamidades e injusticias, pero definitivamente más respirable que las dos otras opciones.

En particular, esta experiencia científico-tecnológica y su correspondiente ambiente posbélico potenciaron la importancia de la verdadera educación, y especialmente de la educación superior, de la investigación científica y de la innovaciones tecnológicas, lo que es lo mismo que el lanzamiento de las capacidades estructurales propiamente educativas, vinculadas al empleo productivo, cultural, territorial y político de conocimientos articulados en torno a modelos predictivos o de tipo científico, y del nuevo paquete de capacidades procesales, que examinaremos brevemente en este y los próximos capítulos, también sólo posibles con apoyo en la incorporación de las fases de modelación, análisis y optimización al modo de trabajo tecnológico correspondiente. El inconveniente que ahora se nos presenta, parecido al ya confrontado cuando tratamos de aquellas capacidades estructurales educativas, consiste en tener que hablar de capacidades que, pese a aparentar ser poseídas bajo denominaciones verbalmente semejantes a los de otras latitudes, en verdad sólo existen muy incipientemente en nuestras naciones latinoamericanas. Tales son los casos de la educación, la modelación, la planificación o la tecnología, que entre nosotros denotan más bien instrucción, sistematización, programación o técnica; o los de la realización de estudios de factibilidad o de diseños básicos o conceptuales, también muy poco practicados en estos sures que también existen.

De la intensísima experiencia de descubrimientos científicos e innovaciones tecnológicas vivida durante la megaguerra mundial se han derivado buena parte de las innovaciones en informática, cibernética, telecomunicaciones, energía nuclear, aeronáutica, materiales polímeros, y muchas otras, que han cambiado drásticamente el paisaje artificial de las décadas siguientes, incluida la primera de nuestro novel siglo, y de las que tendremos oportunidad de charlar en otro momento. Por ahora, lo que nos interesa destacar es que tal cúmulo de innovaciones fue, en una alta medida, el resultado de un salto cuántico en la metodología o capacidad de trabajo tecnológico en proyectos, la cual, aunque venía evolucionando lentamente desde los días de Watt y su máquina de vapor, entró a la contienda de los cuarenta con más o menos las mismas seis etapas de las que hemos hablado antes pero salió con doce etapas según el conteo de este servidor.

Si, aprovechando el recurso informático a la mano, designamos con el color rojo las etapas características del proceso de trabajo (que, como ya va dicho, es un componente medular del proceso de producción, tal y como éste lo es del de vida) simple, con el color naranja las del proceso de trabajo artesanal o tradicional, con el color verde las del proceso de trabajo técnico o medio, y con el color azul las del proceso de trabajo tecnológico o moderno, entonces nos queda, empleando la terminología más afín al lenguaje ingenieril contemporáneo, que el primer conjunto de capacidades procesales o ciclo de trabajo simple, o primitivo, con una sola etapa principal, sería algo así como: (Incepción) - Operación - (Finalización); el proceso de trabajo artesanal, o tradicional, con cuatro etapas principales, quedaría como: (Incepción) - Planteamiento de necesidades - Construcción - Operación - Distribución - (Finalización); el proceso de trabajo técnico o medio, con seis etapas principales, como: (Incepción) - Definición de necesidades - Diseño detallado - Construcción - Operación - Mantenimiento - Distribución - (Finalización); y el proceso de trabajo técnológico, con doce etapas principales, como: (Incepción) - Análisis de Necesidades - Estudio de factibilidad - Diseño básico - Diseño experimental - Diseño detallado - Construcción - Operación - Mantenimiento - Distribución - Atención al consumo - Rediseño - Retiro - (Finalización). Y es de aquí, de esta conceptualización y sin repetir toda la analogía con lo anterior, que el autor de este blog ha derivado la siguiente secuencia generalizada de etapas características del proceso moderno de vida, aplicable a todas las esferas estructurales y no sólo al ámbito del trabajo o de la producción: (Incepción) - Propositación - Factibilización - Planificación estratégica - Planificación experimental - Programación - Construcción - Operación - Administración - Distribución - Consunción - Replanificación - Retiración - (Finalización). Los cambios terminológicos propuestos intentan, sobre todo, adaptar los vocablos al ámbito extraingenieril, en donde se desarrollaron sobre todo durante la citada contienda bélica mundial.

Como quiera que reconozco que lo que precede no debe ser sencillo de entender, sobre todo para quienes no tengan experiencia trabajando en proyectos tecnológicos complejos, que serán la mayoría de mis lectores, pondré a continuación el ejemplo de lo que está aconteciendo en las naciones llamadas desarrolladas con la problemática del calentamiento global o Cambio Climático. Mediante el análisis de enormes cantidades de datos, en estos países se han dado cuenta de la existencia de tendencias centrales anómalas en las temperaturas medias del planeta, que preconizan un paquete de fenómenos del tipo que sólo se había detectado durante las llamadas interglaciaciones, ocurridas aproximadamente cada cien mil años, y con la última hace sólo alrededor de hace unos diez a doce mil años, los cuales tienden a ser altamente amenazantes para la vida planetaria tal y como está organizada actualmente. Inmediatamente, luego de la toma de conciencia (Incepción) de que hay que hacer algo al respecto, los científicos y estudiosos han hecho profundos Análisis de necesidades que llaman la atención sobre los componentes antropogénicos del problema, o sea, de los factores derivados de la actividad humana -y sobre todo de los humanos más pudientes y generadores de contaminantes-, y han determinado que las concentraciones de CO2 en la atmósfera han alcanzado sus topes de todos los tiempos, han creado una especie de "Efecto invernadero", y amenazan con incrementar hasta 6°C ó más las temperaturas promedio de la Tierra, con efectos potenciales devastadores. A partir de allí se ha desatado, paralelamente, una etapa de Propositación, en escala social y en los ámbitos culturales, territoriales, mediáticos, educativos y políticos, en donde múltiples voceros, a quienes ellos gustan de llamar campeones, con Al Gore y otros a la cabeza, ocupando con frecuencia los titulares de primera plana de los diarios y noticieros televisivos, han señalado que hay que hacer algo para impedir el desastre. Frente a ellos, Bush y sus amigotes de la mayoría de las transnacionales petroleras lanzaron una campaña multimillonaria en dólares para intentar demostrar que no eran, o por lo menos que no había pruebas suficientes, tales factores antropogénicos, por supuesto muy ligados a la quema de combustibles petroleros, los causantes del calentamiento global o Cambio Climático, puesto que supuestamente hasta Mercurio, sin humanos ningunos encima, también se estaba calentando globalmente, etc.

Por ello hubo que validar el Análisis de Necesidades inicial con una Comisión Intergubernamental (Intergovernmental Panel on Climate Change, IPCC), integrada por numerosos científicos de todas partes del mundo, la cual, después de un estudio exhaustivo, llamado el AR4, que les valió, junto a Al Gore, el mero Premio Nobel de la Paz, publicado en 2008, ratificó en todos sus puntos los planteamientos científicos originales y lanzó nuevos alertas de los que se han hecho eco casi todos los organismos intenacionales, desde Naciones Unidas para abajo, y quienes están ahora impulsando Estudios de factibilidad para lograr la Factibilización, es decir, la demostración de que son factibles, de las soluciones candidatas al problema detectado. Y de allí están emanando numerosos acuerdos, resoluciones e iniciativas que apuntan hacia la Planificación estratégica, y muchas veces Planificación experimental de la búsqueda de soluciones, y que, una vez superada la crisis económica mundial, también ligada a un estilo despilfarrador de desarrollo, volverán seguramente a ocupar las primeras planas de los asuntos mundiales. Y, mientras tanto, como ya hemos dicho que estos procesos no son nada lineales, las grandes empresas fabricantes de automóviles, ya están diseñando experimentalmente vehículos híbridos, eléctricos y a gasolina, capaces de rendir hasta 100 km por litro de gasolina, y se están reemplazando los plásticos desechables, instrumentando programas de ahorro energético, etc., que se convertirán en los diseños detallados, con sus correspondientes planes y programas políticos, educativos, etc., y las construcciones de vehículos, materiales, artefactos diversos del futuro, de los envases y electrodomésticos que un día operaremos nosotros... ¿Se entiende, entonces, la importancia de esto de los procesos de vida y sus etapas? Si no es así, por lo menos que no panda el cúnico...

Mientras tanto, mientras ellos, los países tecnológicamente más avanzados - no interesa en este momento si han sido también los generadores del problema-, viven un proceso moderno de búsqueda de soluciones y de monitoreo intensivo de toda la evolución del calentamiento global, nosotros los latinoamericanos, a quienes se nos incluye entre las naciones llamadas tecnológicamente niñas en la literatura internacional, con la excepción honrosísima de Brasil, que sí entiende en profundidad lo que está pasando, tiene capacidades propias de pronóstico climatológico y está impulsando planes estratégicos de ahorro energético; y, a mucha distancia, de Cuba, porque las consecuencias del calentamiento global la afectan en carne propia año tras año, y tienen la ventaja de que los pronósticos de Miami les sirven como anillo al dedo; nosotros, decía, hacemos denuncias, nos quejamos del imperio, echamos culpas a troche y moche, pero en el fondo somos, debido a la debilidad estructural y procesal de nuestras capacidades, comparsas de un espectáculo que protagonizan otros, y seguiremos siéndolo mientras no salgamos de nuestro histórico adormecimiento.

En los casos de letargo más profundo, como el venezolano, ni siquiera una tragedia de proporciones mayúsculas como la reciente de Vargas, en 1999, cuyas pérdidas humanas se han estimado entre 15000 y 30000 víctimas, y las materiales en 3000 millones de dólares, ha sido suficiente para que, con coherencia y capacidades de propositación, factibilización y planificación, y sin dejar de exceptuar los valiosos esfuerzos hechos por investigadores e instituciones aislados, se implementen medidas, de nivel ampliamente estatal, preventivas ante las tragedias anunciadas de nuevos deslaves, inundaciones, sequías, olas de incendios forestales, desertificaciones, y mejor me callo y paro de contar, pues de esta cabuya tengo un rollo más largo del que me habría gustado y no sé hasta dónde podré seguir guardándolo enrollado, o a partir de qué momento terminaré como el cartero apedreado porque sus cartas portaban malas noticias...

martes, 8 de septiembre de 2009

Nuestras capacidades procesales administrativas

La mala instrucción, sobre todo cuando es reforzada con malos ejemplos, no sólo puede dificultar o coartar los procesos de asimilación de información relevante, sino también llegar a deseducar, es decir, a impedir la adquisición de capacidades e inhibir los verdaderos procesos de aprendizaje y realización de las potencialidades de las personas. A consecuencia de tantas calamidades en sus sistemas de instrucción, nuestra América Latina abunda en casos de compatriotas que sienten una especie de fobia por los números y las matemáticas, o algo como asco ante las obras literarias o de alergia ante lo que les huela a historia. Cuando se indaga por las raíces de estas reacciones casi invariablemente se descubren incidentes traumáticos en la escuela, protagonizados por maestros que los humillaron por sus errores en el manejo de números, los forzaron desalmadamente a leer Cien años de soledad o las atosigaron con fechas anodinas y nombres exóticos de batallas. Cierto es que en aquellos países más organizados que nosotros también se oyen con frecuencia quejas sobre las limitaciones de sus sistemas educativos, pero intuimos que si trajésemos a quienes así protestan a presenciar lo que ocurre en la mayoría de nuestras escuelas, la mayor parte del tiempo, no les alcanzaría el cielo para poner sus gritos.

En la vida, en los aprendi- zajes informales a partir de nuestras expe- riencias, ocurren fenómenos análogos: tan amargos nos resultan ciertos tragos que podemos pasarnos la existencia sin distinguir ciertas virtudes sólo porque ha habido comportamientos defectuosos que nos las ocultan. Y tal es el caso, a donde queremos llegar con esta introducción, de las capacidades genuinamente administrativas, que constituyen una absoluta rareza en nuestros repertorios latinoamericanos. Tras siglos de explotación y corrupción, de desprecio por el trabajo productivo, de despilfarro, de saqueos de nuestros recursos, de instrucción deformante, de hogares destruidos, paternidades irresponsables y abandonos, de atropellos de toda índole por parte de quienes supuestamente querían culturizarnos, en nuestro subcontinente resulta casi un milagro encontrar seres con sanos hábitos administrativos. Para la mayoría de nosotros administración y ahorro se parecen demasiado a mezquindad y avaricia, mientras que echar canas al aire, vivir el momento sin pensar en el mañana y aprovechar el pájaro en mano antes que los cien volando son ideas en la vecindad de lo razonable. Recuerdo que, de pequeño, cuando en muchos negocios veía la lámina de "Yo vendí a crédito / yo vendí al contado", me quedaba perplejo pues sentía rechazo ante ambas opciones, y me preguntaba en mis adentros: ¿cómo será que vale la pena vender?

A partir de los viernes por la tarde, con no poca frecuencia hasta los lunes por la mañana y también en cualquier otro día, los tugurios, barrios, favelas, callampas de nuestras grandes ciudades, y hasta los más insospechados otros ambientes, se pueblan de escenas en donde los ya limitados salarios de millones de trabajadores -sobre todo varones, pues llevamos las batutas en materia de mala administración- se malgastan en aguardiente, en bares, en desahogos, contribuyendo luego a desatar conflictos de todos los calibres en los hogares con precarios ingresos. Me temo que buena parte de las dádivas o limosnas que reciben nuestros indigentes masculinos van a parar a los bolsillos de vendedores de "piedras", "bazukos", "pegas" y demás drogas baratas. Mientras que, en la otra cara de la moneda social, en muchos hogares establecidos se despilfarran comidas, juguetes, aparatos, ropas o vehículos, o se practican ostentosas adicciones con licores y drogas elegantes, y en demasiadas de nuestras empresas brillan por su ausencia los valores de mantenimiento, conservación y control de recursos.

A tal límite llegan nuestras aberraciones en materia administrativa que, con frecuencia, en nuestras supuestamente altas esferas, se considera chic dejar generosas porciones en el plato -lo que no se ve en países con ingresos mucho mayores que los nuestros-, o tirar a la basura los zapatos al primer síntoma de desgaste -cuando aquéllos por lo menos organizan su donación a los más pobres-, y en los ámbitos empresariales se compran equipos y materiales a diestra y siniestra -lo cual por allá viene después de lo sacrílego. Es duro admitirlo, pero es muy probable que, frente a la casi instintiva ahorratividad europea, angloamericana, oceánica y asiática, y ante la precariedad de recursos de la mucho más pobre África, que prácticamente no tiene que despilfarrar, nuestra Latinoamérica, y dentro de ella nuestra Venezuela, sean el subcontinente y la nación terrestres peor administrados.

La administración, tal y como la conceptualizamos, es la etapa culminante o de mayor madurez de los procesos medios de vida o de los sistemas de producción de base técnica. Consiste en generar información sobre el valor de los recursos involucrados en las actividades productivas, territoriales, mediáticas o políticas con miras a ejercer un más simple y mayor control sobre el aprovechamiento de los mismos. Con la administración, como con la programación, las dos etapas más distintivas de los que venimos llamando procesos medios, y comúnmente jerárquicos, de vida, es posible asegurar una más alta eficiencia, estabilidad y continuidad de éstos. Todos los tipos de recursos son susceptibles de administración, y ésta, a veces llamada mantenimiento en los ambientes de producción física, control en los proyectos, evaluación en los procesos de aprendizaje, seguimiento en política y en gestión, etc., está intrínsecamente ligada al desarrollo de capacidades mediáticas y, especialmente, de capacidades lógicas para el manejo de información. Sin la capacidad lógico-deductiva para extraer conclusiones del examen de presupuestos, balances contables, niveles de ahorros, datos sobre fallas en equipos, calificaciones académicas o simplemente listas de ingresos y gastos, no hay administración posible. Administramos cuando, de cara al mundo de datos y documentos que constituyen la realidad informativa, descubrimos desviaciones o señales de alerta sobre el comportamiento del mundo físico de objetos y procesos artificiales o naturales, que nos facilitan la toma de decisiones y las actuaciones correctivas.

Administración, según nuestro inapreciable Diccionario crítico etimológico castellano e hispánico, de Corominas, viene del latín ministerium, que significa servicio u oficio, y es vocablo pariente de menester, suministrar y afines; sin servicios u oficios a los demás, sin cumplimiento de menesteres, sin suministro o provisión de insumos, repuestos o recursos no hay administración. La etapa de administración es, para este autor, a la de operación, algo así como la adultez madura es a la juventud o adultez temprana, lo que quiere decir una etapa en donde la visión de contexto o de conjunto, y la atención o servicio a los intereses de los demás, se tornan tan importantes como los intereses propios, o cuando por primera vez practicamos aquella antigua, pero difícil de concretar, máxima de amar a los demás como nos amamos a nosotros mismos. Y como a los latinoamericanos, en general, siempre nos han amado menos de la milésima parte de lo que se han amado a sí mismos nuestros dominadores, no es de extrañar que entendamos tan poco de administración.

Las capacidades administrativas, insistimos, no sólo son necesarias en la vida económica o productiva sino en todas las demás esferas de la vida: si queremos impulsar procesos armoniosos, estables o continuos en cualquier otra esfera: territorial, cultural, mediática o política, tenemos que asegurar el uso eficiente de nuestros recursos espaciales, ideales, comunicacionales o de poder mediante tales capacidades. Si no lo hacemos, iremos por la vida del timbo al tambo, unas veces quijotescos y dedicándonos a enderezar entuertos sin eficacia ni eficiencia alguna, y otras sanchescos aferrados al dinero y los placeres mundanos sin alma que nos aliente. Mientras no encontremos alternativas al estilo de vida del Quijote, que es el mismo del flaco que vendió a crédito y que nos proponen tantos líderes trasnochados, versus el de Sancho o del gordo que vendió al contado, que pareciera ser la brújula de nuestras estériles oligarquías, seguiremos sin un norte claro que nos permita avanzar y crecer.

¿Cómo adquirir estas capacidades con semejante escasez de maestros que nos las enseñen o de conocidos que las personifiquen y nos sirvan de ejemplo a imitar? Bueno, admito que se me pasó de difícil la pregunta y que no tengo respuestas sino sólo hipótesis o heurísticas para buscarlas, y en particular estas tres: 1) tengo la impresión de que los pueblos con una base económica agrícola tienden a ser mucho mejor administradores que los pueblos con economías mineras, pues la agricultura exige, como inherentemente, una atención o cuidado o servicio al contexto y a las exigencias de otros seres, aunque sean plantas y animales, lo cual no tiene contraparte en el caso minero, en donde las minas invitan mucho más a la explotación desmedida y al despilfarro; en la medida en que nuestras naciones a menudo se han constituido en torno a explotaciones mineras, para colmo a cargo de invasores inescrupulosos, resulta al menos parcialmente comprensible que seamos tan limitados en materia administrativa y que las estructuras de nuestros países se asemejen tanto a la de campamentos mineros. 2) Que, por razones análogas, por tener que ocuparse, muchas veces solas, de sus hogares y sus hijos, y por lo que, además, no resulta casual que hayan sido las grandes inventoras de la agricultura, las mujeres tienden a ser, permaneciendo otros factores constantes, mucho mejor administradoras que sus congéneres masculinos -quienes tampoco es por azar que hayamos sido los principales inventores y practicantes de la minería-, lo que equivale a decir que ellas siempre están mucho más dispuestas a servir, hacer menesteres y suministrar provisiones a otros, y de donde deducimos que en una sociedad todavía tremendamente machista como la latinoamericana no sorprende que sean tan escasas las capacidades administrativas. Y 3) que nuestra educación, o en su defecto por lo menos una instrucción de mayor calidad, tiene que empeñarse mucho más que hasta el presente en el desarrollo de capacidades propositivas, programativas y, con apoyo previo en ésas, administrativas.

En síntesis, estimo que sólo con una mayor prioridad a nuestras necesidades de desarrollo agrícola, con un mayor empoderamiento de nuestras féminas y con una enseñanza más relevante a todos los niveles podremos crear las bases para transformar nuestras capacidades procesales administrativas, y nada de esto exige una revolución socialista para empezar. Si no atendemos desde ya y con seriedad nuestros desarrollos agrícolas, si seguimos obnubilados por la riqueza más fácil del oro, la plata, el cobre, los diamantes o el petróleo, o empeñados en construir nuestros países a punta de desplantes, gestos y bravuconadas machistas, y si continuamos con los extraviados sistemas de instrucción que hemos tenido, podría ser muy difícil, tirando a imposible, que nos convirtamos algún día en buenos administradores y emprendamos con vigor nuestro tránsito real hacia la modernidad y más allá de ella.

Si la vida no fuese como es, infinitamente flexible para muchas cosas pero absolutamente inflexible para otras, los latinoamericanos bien podríamos decir: ¿y cuál es el rollo? ¿Por qué no podemos prescindir de las capacidades administrativas? Pero resulta que esto es como pensar: ¿y para qué ser adultos? ¿Por qué no quedarnos niños o adolescentes o jóvenes para siempre?, y es además la manera más segura de apostar a ser perpetuamente dependientes o tutelados por cuanto imperio o nación poderosa, existente o por existir, macabro o bondadoso, vea la ocasión de aprovecharse de nosotros, y mucho más rápidamente si disponemos de valiosos recursos naturales que despilfarramos o ignoramos. Sin la aprobación, aunque sea en exámenes de reparación, de las materias de la vida a las que aquí estamos llamando capacidades procesales de propositación, programación y administración, no podremos graduarnos nunca por completo de sociedades medias, y nuestro ingreso a las sociedades modernas será como quien cursa un año con arrastre de materias del anterior. ¿Cuándo nos decidiremos de una vez?

viernes, 4 de septiembre de 2009

Nuestras capacidades procesales programativas

El derrumbe del mundo antiguo grecorromano no fue el resultado de la lucha entre las clases sociales que albergaba en su seno sino del colapso o agotamiento, catalizado por las invasiones de los pueblos periféricos, de las capacidades vinculadas a sus estructuras, procesos y sustancias de vida, o, en síntesis, de su sistema de vida. Como a todos los organismos vivientes, a la sociedad romana occidental se le agotó su ciclo de vida y le tocó morir. Sólo que dejó, según la brillante metáfora de Toynbee, una especie de crisálida o capullo, plasmada en la iglesia y los monasterios cristianos e incubada luego por los mal llamados pueblos bárbaros, a partir de lo cual nació, casi tres siglos más tarde, un nuevo sistema o clase de sociedad, con estructuras, procesos y sustancias de vida radicalmente diferentes de aquéllos de su sistema predecesor.

Cuando, alrededor del año 800, Carlomagno y su corte decidieron establecer una estrecha alianza con el papado -al cual comenzaron a proteger a cambio de la legitimación por derecho divino-, crear una biblioteca real y una academia para la instrucción de los caballeros francos, y llamar a todos los sabios y estudiosos de los principales monasterios para hacerlos partícipes de la instrucción de los nobles y de la creación del Imperio Carolingio, en realidad estaban fundando una nueva civilización, la Occidental, y no estaban actuando como patricios ni como plebeyos, ni como amos o esclavos al estilo antiguo, sino ya como la nueva nobleza que, aliada con el clero para ejercer su hegemonía sobre el pueblo llano o pueblo a secas, instauraba un nuevo sistema o clase de vida, al que denominaremos, en general, sociedad media, y en particular, en su versión clasista, sociedad jerárquica. Y así como la emergencia de los reptiles conllevó la transformación de todas las capacidades de los anfibios hasta constituir una nueva clase de seres vivos, la sociedad media inauguró simultáneamente una nueva anatomía, estructurada, como ya lo hemos examinado, en torno a las capacidades mediáticas; un nuevo tipo de proceso o ciclo de vida característico, que empezaremos a explorar en este mismo artículo, potenciado con las etapas de programación y administración; y un nuevo conjunto de sustancias de vida, articuladas, como ya lo hemos insinuado, y desarrollaremos más adelante, alrededor del recurso información.

Por supuesto que esta nueva sociedad media no se creó desde un vacío, sino que, como todo esfuerzo creativo o reproductivo, emergió gradualmente a partir de los aportes genéticos o embrionarios gestados en los organismos que la procrearon. Las bibliotecas, las academias de instrucción de élites, la capacitación de monjes profesionales, el uso de documentos, manuales, textos y planos, la evolución de las técnicas agrícolas, el diseño y construcción de máquinas cada vez más complejas como los molinos de viento, los hornos de fundición y las ruedas de agua, y, en general, la transformación del trabajo artesanal en trabajo técnico, ya se venían gestando desde los días griegos y romanos, pero, debido a la disponibilidad de abundante fuerza de trabajo esclava y de la inexpugnabilidad de las grandes ciudades del imperio, sólo constituían elementos aislados o subordinados dentro del sistema social en su conjunto. En cambio, con los godos, los mismos elementos se perfeccionaron y convirtieron en elementos centrales de la estructura y los procesos de vida del nuevo sistema. La aparición de éste tuvo lugar no de la manera enigmática o misteriosa que cierto saber popular quiere resaltar cuando pregunta: "¿Qué fue primero: el huevo o la gallina?" -lo cual contemporáneamente bien podría ser un chiste entre biólogos-, sino a través de un proceso evolutivo, iterativo o por aproximaciones sucesivas que gradualmente dio lugar a las nuevas estructuras y procesos a partir de los anteriores. La idea inicial de Carlomagno y los suyos fue restaurar el imperio romano, pero, al calor de sus actuaciones, esta incepción se fue transformando hasta dar origen a un verdadero programa de construcción de una sociedad radicalmente distinta de la romana.

Cada vez que realizamos un esfuerzo creativo, verbigracia, este mismo blog, la idea inicial o incepción, que invariablemente ya está apoyada en experiencias anteriores, no contiene nunca toda su concreción posterior, sino que experimenta cambios o transformaciones iterativas a lo largo de su puesta en práctica, o sea que la idea -el huevo o embrión- del blog se engendra a partir de, y se modifica con, su plasmación en la realidad concreta -la gallina-, lo cual da lugar a nuevas ejecuciones y nuevas ideas y así sucesivamente. Esto, que por cierto es muy distinto de la improvisación o del "como vaya viniendo vamos viendo", convierte en impertinente la pregunta dilemática o excluyente que alguien podrá hacer en el futuro acerca de qué fue tajantemente primero si la idea o las expresiones prácticas del blog. Y no importa con qué horizontes de análisis contemplemos el asunto: las ideas siempre surgen de la interpretación de experiencias o de la reflexión sobre prácticas o acciones diversas, pero es igualmente cierto que tales experiencias y prácticas siempre están inspiradas por ideas, por lo cual carece de sentido preguntarnos qué es más importante, si las ideas, es decir, la cultura, o las experiencias, valga decir la producción, la ocupación del territorio, las actividades transformadoras, etc. La mente es inconcebible sin la existencia de un cuerpo que la sustenta, pero el cuerpo sin la mente es un muñeco inerte.

Sin despreciar el vuelo intelectual anterior, pero aterrizando, diremos ahora que al proceso de vida característico de las sociedades medias lo podemos definir con la fórmula: (Incepción) - Propositación - Programación - Construcción -Operación - Administración - Distribución - (Finalización), para un total de seis etapas principales, conectadas no linealmente, una estrictamente después de la otra, sino iterativamente, o sea, con avances, retrocesos, solapamientos, anticipamientos, al estilo de todo lo viviente. Nunca somos absolutamente niños para después ser absolutamente adolescentes y luego absolutamente etcétera, sino que en cada etapa de nuestra vida, sin que podamos saltarnos ninguna, prefiguramos rasgos de las etapas de nuestra vida futura, y viceversa, nunca dejamos completamente atrás lo que fuimos sino que en alguna medida seguimos siendo los mismos.

Aunque podríamos detenernos en exponer como todas y cada una de las etapas de los procesos medios de vida, en cualquiera de los ámbitos estructurales que ya hemos presentado, adquieren nuevas dimensiones o rasgos en relación a sus equivalentes en los procesos tradicionales de vida, dejaremos como ejercicio para nuestros lectores la reflexión acerca de cómo la incorporación sistemática del nuevo recurso información afectaría la realización de las etapas de construcción, operación y distribución, y nos limitaremos aquí a considerar algunas características de la etapa de programación -dejando para el próximo artículo la de administración. No sin antes dejar sentado, a modo de sugerencia ilustrativa, que, por ejemplo, la etapa de propositación, en la nueva racionalidad media, con sus expandidas posibilidades de abstracción, tendería a centrarse no en el enunciado de resultados tangibles a obtener, en términos de lenguaje objeto u ortolenguaje, sino de objetivos a alcanzar, expresados en un lenguaje de clases de objetos o metalenguaje, que demanda, por una parte, razonamientos lógicos, y, por otra, soportes de datos y documentos como si fuesen sus anexos.

¿Enredado? Intento aclarar: mientras que los resultados expresan logros tangibles y visibles a obtener, eventualmente reemplazables con los objetos concretos mismos obtenidos, los objetivos expresan, a un nivel más abstracto, clases de resultados a alcanzar. Alimentarnos con frutas o redactar un informe son resultados a obtener, que eventualmente pueden darse a entender reemplazando las palabras por la acción de comer las frutas o por la presentación del informe redactado mismos, y de allí lo del lenguaje objeto (en donde las palabras pueden, en buena medida, reemplazarse por los objetos que representan). Por otro lado, satisfacer los requerimientos nutricionales de vitaminas o dar soporte a la toma de una decisión de compra de un inmueble son objetivos a alcanzar, que sólo pueden comprenderse a través de operaciones lógicas de la mente y de un pensamiento a un mayor nivel de abstracción en términos de clases de objetos, y de allí lo del metalenguaje, que exige como soportes, según el mismo ejemplo, datos y/o documentos sobre las clases de vitaminas y sus alimentos portadores, sobre las características del inmueble, etc. (o sea, de referencias que permiten que la mente capte las nociones sobre las clases de objetos involucrados). ¿Sigue enredado? Entonces tengan calma y no se me asusten ni se vayan del blog, que poco a poco espero que iremos entendiéndonos cada vez mejor (y no olviden que una de las ventajas de este medio es que pueden regresar aquí cuando quieran o inclusive preguntarle, observarle o reclamarle algo a este pichón de "bloguero").

La actividad de programación, en general, con sus equivalentes de diseño detallado a nivel del trabajo productivo, de elaboración de un guión de actuación o de un boceto, esquema creativo o doctrina a nivel cultural, o de formulación de un plan de acción, un programa partidista o una reglamentación institucional a nivel político, o del diseño instruccional y la elaboración de un programa o pensum de estudios a nivel de procesos mediáticos de instrucción, etc., es aquella en donde, después de la formulación o definición de propósitos, y como guía para la posterior etapa de construcción o de creación de instituciones, se elaboran documentos, planos, guías, normas, instrucciones, reglamentaciones o afines para guiar el proceso de creación de los medios, insumos o instituciones que, a su momento, servirán para realizar las actividades operativas o de ejecución correspondientes. Lo que en los procesos de construcción de herramientas artesanales, de menor complejidad, estaba sólo en la mente del constructor, ahora queda soportado por medios informativos que permiten reducir la complejidad durante los más exigentes procesos de, por ejemplo, el armado de equipos técnicos. Mientras que la construcción de una canoa o una churuata indígena puede efectuarse sin apoyo en plano alguno, la construcción de una carabela o edificio requiere necesariamente de planos de apoyo que se elaboran durante la etapa previa de programación o diseño detallado.

El desarrollo de las capacidades procesales programativas es impensable sin la adquisición simultánea de las capacidades estructurales mediáticas para la comunicación mediante instrucciones, planos, documentos y similares, y sin las capacidades sustanciales informativas correspondientes. Sin la instrucción formal o semiformal o sin la existencia de medios avanzados de impresión, difusión o reproducción de información, que han sido, como ya dijimos, componentes esenciales de la estructura de capacidades mediáticas, no es posible el manejo sistemático de información y tampoco la adquisición de la capacidad de programación o diseño detallado, y viceversa. La instrucción, entendida como un caso singular de comunicación, es como el corazón motorizador de todo el torrente de información que circula en las sociedades medias y que se constituye en una especie de tercera gran dimensión de la realidad, después de la segunda gran dimensión que es la parafernalia de objetos y obras de infraestructura creados por el hombre, que gravitan en torno al territorio y se superponen, por decirlo de algún modo, a la primera realidad que es la natural.

Tenemos muchos motivos para pensar que entre los factores que determinaron la derrota aplastante de los contingentes indígenas autóctonos a manos de los conquistadores ibéricos esuvieron no sólo las armas y artefactos materiales, su dotación de animales especializados, y su mayor resistencia ante el contagio de enfermedades, sino también, y cuidado si sobre todo, la ventaja enorme que significó su capacidad procesal de programación, desconocida para las sociedades tradicionales indígenas, con base en informes, mapas, globos, planos, datos registrados, etc. Sospechamos que simplemente la mucho más profunda comprensión de la geografía del nuevo mundo, y la consiguiente elaboración de tácticas de dominación basadas en ella, constituyó una ventaja decisiva de los ibéricos, lo que equivale a decir que muy probablemente los inofensivos globos terráqueos constituyeron un arma más efectiva que los bastante mortíferos arcabuces y cañones.

La situación actual en nuestra América Latina, en donde creemos que todavía prevalecen, aunque con enclaves modernos, el modo y los procesos de vida de las sociedades jerárquicas, guarda todavía demasiadas analogías con la de hace cinco siglos. Sólo que ahora, si bien poseemos mucha más independencia política y capacidades propias de programación y administración -aunque no precisamente avanzadas, debido a nuestras fallas ya examinadas en las capacidades de propositación y a que no se puede programar aquello sobre lo que no se tienen objetivos claramente definidos-, resulta que nuestros dominadores poseen capacidades mucho más poderosas de evaluación de alternativas, de planificación o diseño experimental y conceptual, o de investigación científica y desarrollo, y, con ellas, de innovación y liderazgo tecnológico, que nos llevan a no dar pie con bola en nuestros afanes por superar nuestra dependencia. Y, para completar, nuestros chances de salir de abajo se reducen cuando no nos damos cuenta de lo que nos pasa y actuamos obsesionados por el odio contra el imperio.